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domingo, 3 de febrero de 2019

ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA CANDELARIA PARA PETICIONES DIFÍCILES


Oración a la Virgen de la Candelaria para peticiones difíciles




Queridísima Virgen de la Candelaria:
nos reunimos junto a ti con humildad y esperanza
pues sabemos nos amas, nos escuchas y nos das luz
en todo momento y situación,
sobre todo cuando estamos agobiados por los problemas;
hoy llegamos ante tu Imagen llenos de ilusión
con nuestra fe y confianza puestas en ti Señora,
y te traemos nuestra devoción y nuestro cariño,
acéptalos amada Virgen Santísima,
y no nos dejes sufrir más, dulce Madre nuestra.

Déjanos contemplar tus virtudes
y enséñanos a imitarlas para que seamos mejores.

Que nos parezcamos a ti cada día más,
para agradar al Señor como tú lo hiciste
y vivamos así, en paz, amor y alegría
y lleguemos luego a compartir contigo
la dicha eterna de la Gloria Celestial.

Virgen Inmaculada de la Candelaria
apiádate, Señora, y danos tus bendiciones,
porque de cuantos en ti confían y esperan,
Tú eres el mejor puerto de salvación
y con tus maternales caricias
todos recibimos los tesoros de los Cielos.

Oh, María, nuestra esperanza
nuestro amparo y nuestro auxilio,
nuestro refugio, claridad y camino
nuestra madre atenta que nos guardas y guías,
te suplicamos una vez más seas nuestro consuelo,
nuestra bendita mediadora con el Señor
y nos ayudes a conseguir solución en nuestros problemas.

Oh Virgen Santísima de la Candelaria:
más que todas las criaturas bienaventuradas:
te rogamos que hoy tu alma esté con nosotros,
líbranos, Señora, de todos los peligros,
aléjanos de enemigos, enfermedad y todo mal
y danos tu ayuda para salir de esta difícil situación
que hoy nos embarga el ánimo y nos hace padecer,
te suplicamos que nos alcances de tu Hijo amado,

Nuestro Señor Jesucristo,
remedio para salir con bien de estas dificultades:

(hacer ahora con mucha esperanza la petición)

Oh, Virgen de la Candelaria,
te damos gracias, Madre y Señora nuestra;
conscientes de nuestras debilidades acudimos a ti, 
somos tus hijos y nos ponemos en tus manos,
haz que con tu poderosa intercesión
sea concedido lo que solicitamos,
y no nos dejes sin tu amparo y maternal cuidado
para que nos eduques y logres hacer de nosotros
verdaderos hijos de Dios.

Amada Virgencita haz que también nosotros suspiremos
por tener a Cristo en nuestro corazón
y así tú puedas entregarlo a Dios.

Así sea.

Rezar la siete Avemarías, Padrenuestro y Gloria.
Hacer la oración y los rezos tres días seguidos.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR


Homilía del Papa Francisco en la Misa de la Fiesta de la Presentación del Señor
Redacción ACI Prensa





El Papa Francisco presidió este sábado 2 de febrero la Misa de la Fiesta de la Presentación del Señor y de la XXIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

En su homilía, que pronunció ante cardenales, obispos, sacerdotes pertenecientes a órdenes, congregaciones e institutos religiosos, el Santo Padre explica en qué consiste la vida consagrada y señala que es una “alabanza que da alegría al pueblo de Dios, visión profética que revela lo que importa”.

La vida consagrada “es mirada que ve a Dios presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta; es voz que dice: ‘Dios basta, lo demás pasa’; es alabanza que brota a pesar de todo”.

Homilía completa pronunciada por el Papa Francisco:

La liturgia de hoy nos muestra a Jesús que va al encuentro de su pueblo. Es la fiesta del encuentro: la novedad del Niño se encuentra con la tradición del templo; la promesa halla su cumplimiento; María y José, jóvenes, encuentran a Simeón y Ana, ancianos. Todo se encuentra, en definitiva, cuando llega Jesús.

¿Qué nos enseña esto? En primer lugar, que también nosotros estamos llamados a recibir a Jesús que viene a nuestro encuentro. Encontrarlo: al Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez en cuando, sino todos los días. Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana.

Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida. De lo contrario, Jesús se convierte en un hermoso recuerdo del pasado. Pero cuando lo acogemos como el Señor de la vida, el centro de todo, el corazón palpitante de todas las cosas, entonces él vive y revive en nosotros. Y nos sucede lo mismo que pasó en el templo: alrededor de él todo se encuentra, la vida se vuelve armoniosa. Con Jesús hallamos el ánimo para seguir adelante y la fuerza para estar firmes.


El encuentro con el Señor es la fuente. Por tanto, es importante volver a las fuentes: retornar con la memoria a los encuentros decisivos que hemos tenido con él, reavivar el primer amor, tal vez escribir nuestra historia de amor con el Señor. Le hará bien a nuestra vida consagrada, para que no se convierta en un tiempo que pasa, sino que sea tiempo de encuentro.

Si recordamos nuestro encuentro decisivo con el Señor, nos damos cuenta de que no surgió como un asunto privado entre Dios y nosotros. No, germinó en el pueblo creyente, en medio de tantos hermanos y hermanas, en tiempos y lugares precisos. El Evangelio nos lo dice, mostrando cómo el encuentro tiene lugar en el pueblo de Dios, en su historia concreta, en sus tradiciones vivas: en el templo, según la Ley, en clima de profecía, con los jóvenes y los ancianos juntos (cf. Lc 2,25-28.34).

Lo mismo en la vida consagrada: germina y florece en la Iglesia; si se aísla, se marchita. Madura cuando los jóvenes y los ancianos caminan juntos, cuando los jóvenes encuentran las raíces y los ancianos reciben los frutos. En cambio, se estanca cuando se camina solo, cuando se queda fijo en el pasado o se precipita hacia adelante para intentar sobrevivir. Hoy, fiesta del encuentro, pidamos la gracia de redescubrir al Señor vivo en el pueblo creyente, y de hacer que el carisma recibido se encuentre con la gracia de hoy.

El Evangelio también nos dice que el encuentro de Dios con su pueblo tiene un principio y una meta. Se parte de la llamada al templo y se llega a la visión en el templo. La llamada es doble. Hay una primera llamada «según la Ley» (v. 22). Es la de José y María, que van al templo para cumplir lo que la ley prescribe.

El texto lo subraya casi como un estribillo, cuatro veces (cf. vv. 22.23.24.27). No es una constricción: los padres de Jesús no van a la fuerza o para realizar un mero cumplimiento externo; van para responder a la llamada de Dios. Luego hay una segunda llamada, según el Espíritu. Es la de Simeón y Ana. También esta está resaltada con insistencia: tres veces, refiriéndose a Simeón, se habla del Espíritu Santo (cf. vv. 25.26.27) y concluye con la profetisa Ana que, inspirada, alaba a Dios (cf. v. 38). Dos jóvenes van presurosos al templo llamados por la Ley; dos ancianos movidos por el Espíritu.

Esta doble llamada, de la Ley y del Espíritu, ¿qué nos enseña para nuestra vida espiritual y nuestra vida consagrada? Que todos estamos llamados a una doble obediencia: a la ley —en el sentido de lo que da orden bueno a la vida—, y al Espíritu, que hace todo nuevo en la vida. Así es como nace el encuentro con el Señor: el Espíritu revela al Señor, pero para recibirlo es necesaria la constancia fiel de cada día. Sin una vida ordenada, incluso los carismas más grandes no dan fruto. Por otro lado, las mejores reglas no son suficientes sin la novedad del Espíritu: la ley y el Espíritu van juntos.

Para comprender mejor esta llamada que vemos hoy en el templo, en los primeros días de la vida de Jesús, podemos ir al comienzo de su ministerio público, a Caná, donde convierte el agua en vino. También hay allí una llamada a la obediencia, cuando María dice: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

Lo que él diga. Y Jesús pide una cosa particular; no hace una cosa nueva de inmediato, no saca de la nada el vino que falta, sino que pide algo concreto y exigente. Pide llenar seis grandes ánforas de piedra para la purificación ritual, que recuerdan la Ley. Significaba verter unos seiscientos litros de agua del pozo: tiempo y esfuerzo, que parecían inútiles, porque lo que faltaba no era agua, sino vino. Y, sin embargo, precisamente de esas ánforas bien llenas, «hasta el borde» (v. 7), Jesús saca el vino nuevo.

Lo mismo para nosotros, Dios nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas: oración diaria, la misa, la confesión, una caridad verdadera, la Palabra de Dios de cada día. Cosas concretas, como en la vida consagrada la obediencia al Superior y a las Reglas. Si esta ley se practica con amor, el Espíritu viene y trae la sorpresa de Dios, como en el templo y en Caná. El agua de la vida cotidiana se transforma entonces en el vino de la novedad y la vida, que pareciendo más condicionada, en realidad se vuelve más libre.

En este momento me viene a la memoria una religiosa humilde que tenía el carisma de ser cercana a sacerdotes y seminaristas. Anteayer fue introducida aquí, en esta diócesis, su causa de beatificación.


Una religiosa sencilla, no tenía grandes luces, pero tenía la sabiduría de la obediencia, de la fidelidad y de no tener miedo a la novedad. Pidamos que el Señor, a través de Sor Bernardetta, nos dé a todos la gracia de andar por este camino.

El encuentro, que nace de la llamada, culmina en la visión. Simeón dice: «Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30). Ve al Niño y ve la salvación. No ve al Mesías haciendo milagros, sino a un niño pequeño. No ve nada de extraordinario, sino a Jesús con sus padres, que llevan al templo dos pichones o dos palomas, es decir, la ofrenda más humilde (cf. v. 24). Simeón ve la sencillez de Dios y acoge su presencia. No busca nada más, pide y no quiere nada más, le basta con ver al Niño y tomarlo en brazos: «Nunc dimittis, ahora puedes dejarme ir» (cf. v. 29).

Le basta Dios así como es. En él encuentra el sentido último de la vida. Es la visión de la vida consagrada, una visión sencilla y profética en su simplicidad, donde al Señor se le tiene ante los ojos y entre las manos, y no se necesita nada más. La vida es él, la esperanza es él, el futuro es él.

La vida consagrada es esta visión profética en la Iglesia: es mirada que ve a Dios presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta; es voz que dice: «Dios basta, lo demás pasa»; es alabanza que brota a pesar de todo, como lo muestra la profetisa Ana. Era una mujer muy anciana, que había vivido muchos años como viuda, pero no era una persona sombría, nostálgica o encerrada en sí misma; al contrario, llega, alaba a Dios y habla solo de él (cf. v. 38).

A mí me gusta pensar que esta mujer hablaba bien y, contra el mal del chisme, esta sería una buena patrona para convertirnos, porque siempre iba de un lado a otro diciendo: ‘es ese niño, vayan a verlo’. Me gusta verla así, como una mujer de barrio.

Esto es la vida consagrada: alabanza que da alegría al pueblo de Dios, visión profética que revela lo que importa. Cuando es así, florece y se convierte en un reclamo para todos contra la mediocridad: contra el descenso de altitud en la vida espiritual, contra la tentación de jugar con Dios, contra la adaptación a una vida cómoda y mundana, contra el lamento, las lamentaciones, la insatisfacción y el llanto, contra la costumbre del «se hace lo que se puede» y el «siempre se ha hecho así». No son frases de Dios.

La vida consagrada no es supervivencia, no es prepararse al ars bene moriendi (el arte de la buena muerte). Esa es la tentación de hoy ante la caída de las vocaciones. No. No es supervivencia. Es vida nueva. Pero, somos pocos, es vida nueva. Es un encuentro vivo con el Señor en su pueblo. Es llamada a la obediencia fiel de cada día y a las sorpresas inéditas del Espíritu. Es visión de lo que importa abrazar para tener la alegría: Jesús.

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 3 DE FEBRERO 2019


Lecturas de hoy Domingo 4º del Tiempo Ordinario - Ciclo C
Hoy, domingo, 3 de febrero de 2019


Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (1,4-5.17-19):

EN los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones.
Tú cíñete los lomos:
prepárate para decirles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo,
o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte,
en columna de hierro y muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte
—oráculo del Señor—».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17

R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.

V/. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, 
inclina a mí tu oído y sálvame. R/.

V/. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

V/. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

V/. Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación,
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,31–13,13):

Hermanos:
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.

Palabra de Dios


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,21-30):

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy domingo, 3 de febrero de 2019
Fernando Torres cmf


Un profeta positivo

      De entrada parece que todos los profetas lo son siempre de desgracias. Nos anuncian un futuro incierto y entre las sombras que vislumbran nos hablan de amenazas, cataclismos, guerras, epidemias y no sé cuantas otras cosas. Todas malas. Todas negativas. Sus palabras se convierten en amenazas que llegan hasta dentro y rompen la poquita armonía y paz que, quizá, habíamos conseguido establecer en nuestra vida. 

      Jesús, está claro, es un profeta. Pero no es de esos a lo que estamos acostumbrados. Es muy diferente. No hace ruido. No entra en nuestra vida con grandes gritos ni aspavientos. Apenas unas palabras sencillas. En el Evangelio, continuación del del domingo pasado, hace una de las homilías más breves de la historia. No hace más que recoger lo que ha leído en un texto del profeta Isaías y decir que todo eso se ha cumplido ya. Era un texto que hablaba de liberación para los oprimidos, de consolación para los afligidos, de salud para los enfermos, de libertad para todos. Era el anuncio de la buena nueva de Dios para todos. 

      En la segunda lectura, Pablo explica también el núcleo del mensaje de Jesús. Es un texto ya conocido pero que vale la pena volver a leerlo y releerlo. Muchas veces. Y llevarlo en la cartera. Y en la mente y en el corazón. Dice que la mejor forma de vivir en cristiano es amar. Ése es el carisma mejor. Explica lo que es amar. Es un amar como el de Jesús, que da la vida por todos, sin medida, sin condiciones. Es el mismo amor de Dios. Porque el cristiano está llamado a vivir el amor de Dios. Pablo explica lo que es y lo que no es el amor. Nos recuerda que sin ese amor nada tiene sentido. Podemos trabajar mucho, dar mucho dinero a los pobres, rezar horas y horas, ayudar en la parroquia y muchas otras cosas. Si todo eso se hace sin amor, no vale nada. Es pura pérdida de tiempo. 

      Ése es el centro del mensaje del profeta Jesús. Como se ve, no contiene amenazas sino una invitación a vivir en el amor. No habla de un futuro tenebroso sino de un presente lleno de luz y de sentido. En el amor descubrimos la presencia de Dios cerca de nosotros. En el amor se nos hace transparente que los que nos rodean son nuestros hermanos y hermanas, aunque a veces nos parezca que actúan como si no lo fueran. En el amor, la vida se nos hace más vivible y somos más felices. Lo curioso es que la reacción ante el mensaje de Jesús fue de total oposición. Si les hubiese amenazado con el diluvio final, posiblemente le hubiesen escuchado más. Pero el mensaje de Jesús descolocaba a sus oyentes, les invitaba demasiado a cambiar de vida. Nosotros somos hoy a la vez oyentes del mensaje de Jesús y portavoces para el mundo. Con nuestra vida demostraremos que vivir el amor abre un futuro mejor para la humanidad y para el mundo. 



Para la reflexión

      ¿Somos los cristianos profetas en nuestra sociedad? ¿Cuál es el contenido de nuestra profecía? ¿Qué mensaje ofrecemos con nuestra vida? ¿Y con nuestras palabras? ¿Cuál es el más valioso?