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domingo, 13 de octubre de 2024
¿CÓMO GANAR LA INDULGENCIA CON EL SANTO ROSARIO?
¿Cómo ganar la indulgencia con el Santo Rosario?
¿Conoces los requisitos para ganar indulgencia plenaria o parcial con el rezo del Santo Rosario? Aquí te los explicamos.
Autor: Carlos Zapata
¿Sabías que es posible ganar indulgencia parcial o indulgencia plenaria si se reza el Santo Rosario? Sin embargo, hay varias condiciones que se deben cumplir. En Desde la fe te las contamos a detalle.
En efecto, la Iglesia Católica concede indulgencia parcial o plenaria con el rezo del Santo Rosario.
En cuanto gracia de la Iglesia, las indulgencias plenarias implican la remisión de la pena del pecado perdonado, por lo que tienen la particularidad de limpiar su “rastro”.
¿Quién concedió la indulgencia con el Santo Rosario?
El origen de la normativa de indulgencias del Rosario surge como resultado de la preocupación del papa Pablo VI sobre dos vertientes principales:
Por un lado, para “ayudar a los fieles a lavar las penas debidas” e “incitarlos a realizar obras de piedad, penitencia y caridad”.
Por otra parte, como un esfuerzo por corregir y enmendar “abusos” en su aplicación. En este aspecto, el primero de enero del año 1967, el pontífice emite la Constitución Apostólica Indulgentiarum Doctrina sobre la revisión de las indulgencias.
Posterior al documento, se publicaron normas detalladas en el Libro de las Indulgencias, un manual emanado de la Penitenciaría Apostólica, que hasta ahora cuenta con cuatro ediciones.
La primera de ellas aparece bajo el decreto Enchiridion de Indulgencias de junio de 1968. Una segunda en octubre del mismo año (1968). Una tercera publicada en mayo de 1986. Y la versión actual que corresponde a la cuarta edición, de julio de 1999.
En ella se “enseña y ordena que el uso de las indulgencias ha de conservarse en la Iglesia como muy saludable para el pueblo cristiano y aprobado por la autoridad de los sacrosantos Concilios, y condena con anatema a quienes afirmen que estas son inútiles”.
¿Cómo obtener indulgencia plenaria con el Rosario?
Concretamente, sobre las “Oraciones a la Santísima Virgen María”, la normativa de la Iglesia establece que: § 1. Se concede indulgencia plenaria al cristiano que rece el Santo Rosario, siempre y cuando:
1° El Rosario mariano se recite piadosamente en una iglesia o en un oratorio, o en la familia, en una comunidad religiosa, en una asociación de fieles y, en general, cuando muchos se reúnen para algún fin honorable;
2° El Rosario mariano se recite piadosamente en el momento preciso mientras lo realiza el Sumo Pontífice, y se propaga con la ayuda de aparatos de televisión o radio.
En otras circunstancias se podrá obtener indulgencia, pero esta será parcial.
Otros requisitos sobre el Rosario
Se considera al Rosario como “una determinada fórmula de oración, mediante la cual distinguimos quince decenios de saludos angélicos (actualmente 20, contando los misterios de luz o luminosos)”.
Precedidos por el Gloria, los saludos están intercalados con el Padre Nuestro, “y recordamos en cada uno de ellos otros tantos misterios de nuestra reparación con piadosa meditación”.
Con respecto a la indulgencia plenaria por el rezo del Rosario mariano, se establece además que:
Basta recitar una parte del Rosario; es decir, sólo los misterios gozosos, los misterios dolorosos, los misterios gloriosos, o los misterios luminosos; pero las cinco decenas de esos misterios deben recitarse de forma consecutiva.
A la oración vocal debe añadirse la piadosa meditación de los misterios.
En el recitado público, los misterios deben enunciarse según la costumbre aprobada del lugar; en la recitación privada, al creyente le basta con añadir a la oración vocal la meditación sobre los misterios.
Para indulgencia plenaria, también es fundamental que se cumplan otras condiciones:
Se requiere confesión sacramental.
Se requiere comunión eucarística.
El fiel debe sumarse a la intención de oración del Papa.
El fiel debe tener el deseo de obtener la indulgencia.
Nuevamene, en caso de que no se cumplan todas las condiciones, se podrá obtener indulgencia por el rezo del Rosario, pero se ganará una indulgencia parcial y no una plenaria.
Además, la indulgencia puede ser aplicada a los difuntos, o a sí mismo. En cambio, no es posible pedirla para otra persona viva.
La indulgencia plenaria únicamente puede ganarse una vez al día, con excepción de que la persona se encuentre en peligro de muerte.
La indulgencia parcial con el Rosario
Como dato curioso, en la constitución apostólica Indulgentiarum Doctrina (Doctrina de las Indulgencias), el papa Pablo VI establece que “el fiel que emplea con devoción un objeto de piedad (crucifijo, cruz, Rosario, escapulario o medalla), bendecido debidamente por cualquier sacerdote, gana una indulgencia parcial”.
Señala también que si el Rosario o alguno de los otros objetos de piedad mencionados hubiesen sido “bendecidos por el Sumo Pontífice o por cualquier Obispo”…
“El fiel, empleando devotamente dicho objeto, puede ganar también una indulgencia plenaria en la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, añadiendo alguna fórmula legítima de profesión de fe”.
Especialmente enamorado de la Virgen María y la meditación de esta forma de oración cristocéntrica, san Luis María Grignion de Montfort recomendó vivamente rezar el Santo Rosario.
Algunas de las razones que enseñaba el santo sobre el Rosario son que:
Facilita la práctica de las virtudes.
Enriquece con gracias y méritos
Aviva el amor de Jesucristo.
Nos consigue de Dios toda clase de gracias.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 13 DE OCTUBRE DE 2024
Domingo 28 (B) del tiempo ordinario
Domingo 13 de octubre de 2024
1ª Lectura (Sab 7,7-11): Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
Salmo responsorial: 89
R/. Sácianos de tu misericordia, Señor.
Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción, y sus hijos tu gloria. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.
2ª Lectura (Heb 4,12-13): La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Versículo antes del Evangelio (Mt 5,3): Aleluya. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mc 10,17-30): En aquel tiempo, cuando Jesús se ponía en camino, uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme».
Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!». Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que un rico entre en el Reino de Dios». Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios». Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna».
«Se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes»
Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer
(Sabadell, Barcelona, España)
Hoy vemos cómo Jesús —que nos ama— quiere que todos entremos en el Reino de los cielos. De ahí esta advertencia tan severa a los “ricos”. También ellos están llamados a entrar en él. Pero sí que tienen una situación más difícil para abrirse a Dios. Las riquezas les pueden hacer creer que lo tienen todo; tienen la tentación de poner la propia seguridad y confianza en sus posibilidades y riquezas, sin darse cuenta de que la confianza y la seguridad hay que ponerlas en Dios. Pero no solamente de palabra: qué fácil es decir «Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío», pero qué difícil se hace decirlo con la vida. Si somos ricos, cuando digamos de corazón esta jaculatoria, trataremos de hacer de nuestras riquezas un bien para los demás, nos sentiremos administradores de unos bienes que Dios nos ha dado.
Acostumbro a ir a Venezuela a una misión, y allí realmente —en su pobreza, al no tener muchas seguridades humanas— las personas se dan cuenta de que la vida cuelga de un hilo, que su existencia es frágil. Esta situación les facilita ver que es Dios quien les da consistencia, que sus vidas están en las manos de Dios. En cambio, aquí —en nuestro mundo consumista— tenemos tantas cosas que podemos caer en la tentación de creer que nos otorgan seguridad, que nos sostiene una gran cuerda. Pero, en realidad —igual que los “pobres”—, estamos colgando de un hilo. Decía la Madre Teresa: «Dios no puede llenar lo que está lleno de otras cosas». Tenemos el peligro de tener a Dios como un elemento más en nuestra vida, un libro más en la biblioteca; importante, sí, pero un libro más. Y, por tanto, no considerarlo en verdad como nuestro Salvador.
Pero tanto los ricos como los pobres, nadie se puede salvar por sí mismo: «¿Quién se podrá salvar?» (Mc 10,26), exclamarán los discípulos. «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10,27), responderá Jesús. Confiémonos todos y del todo a Jesús, y que esta confianza se manifieste en nuestras vidas.