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domingo, 27 de octubre de 2024

¿POR QUÉ CELEBRAMOS EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS Y DE LOS FIELES DIFUNTOS?

 



¿Por qué celebramos el Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos?

Mardoqueo Sánchez



¿Por qué celebramos el Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos?

Hay dos fiestas muy sentidas por toda la feligresía católica y muchos no católicos: La Solemnidad de todos los Santos, celebrada el 1 de noviembre, y la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, celebrada el 2 de noviembre de cada año; con las que manifestamos dos contenidos esenciales de la fe cristiana, la primera porque “Creemos en la comunión de los santos” y la segunda porque “Creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna”.



1. Solemnidad de Todos los Santos: 1 de noviembre.

Con la Solemnidad de Todos los Santos, cada 1 de noviembre recordamos y evocamos a todos aquellos hermanos nuestros que nos han precedido en el camino de la fe y que ya gozan de la bienaventuranza; ya están gozando en el cielo. Aquí se incluyen tanto a  los santos conocidos como a los no conocidos, por eso es de TODOS los santos. Hay algunas fechas especiales de cada año en las que recordamos y celebramos a aquellos santos que la Iglesia ha reconocido como tales, por ejemplo a San Pedro Apóstol, San Agustín, San Francisco y, entre los últimos, a San Oscar Arnulfo Romero. Pero el 1 de noviembre recordamos a todos, y eso incluye a nuestros amigos y familiares que ya gozan de la visión beatífica de Dios.

Recordemos que la Iglesia se divide en:

a) Iglesia Militante: los que peregrinamos aún por esta tierra.

b) Iglesia Triunfante: la que ya goza  en el cielo, y es a la que recordamos el 1 de noviembre

c) Iglesia Purgante: aquellos hermanos nuestros que, por el bautismo, forman parte de nuestra Iglesia; pero que pasan por un período de purificación en el purgatorio. A ellos los recordamos el 2 de noviembre y oramos de una manera especial por su paso al cielo, a disfrutar, junto con la Iglesia Triunfante, de la visión de Dios.


El Catecismo de la Iglesia Católica (954) lo explica así:

Los tres estados de la Iglesia.«Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando «claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es»» (LG 49):

«Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él» (LG 49).


Y en el numeral 956 el mismo catecismo nos recuerda que:

La intercesión de los santos. «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad»

De tal modo que, en la Solemnidad de Todos los Santos, nosotros podemos pedir de todos ellos su intercesión a nuestro favor, además de recordar, al contemplar sus vidas y su modelo a seguir, el llamado universal a la santidad. Todos los que aún peregrinamos en la tierra, estamos llamados a vivir en santidad como ellos, para llegar un día también a disfrutar de la presencia de Dios y vivir eternamente en el cielo.

La Solemnidad de Todos los Santos tuvo sus orígenes por el siglo IV debido a la gran cantidad de mártires en la Iglesia. Más adelante el 13 de mayo del 610 el Papa Bonifacio IV dedica el Panteón romano al culto cristiano, colocando de titulares a la Bienaventurada Madre de Dios y a todos los mártires. Es así que se les empieza a festejar en esta fecha.

Posteriormente el Papa Gregorio IV, en el siglo VII, trasladó la fiesta al 1 de noviembre, muy probablemente para contrarrestar la celebración pagana del “Samhain” o año nuevo celta (en la actualidad Halloween) que se celebra la noche del 31 de octubre.





2. Conmemoración de los Fieles Difuntos: 2 de noviembre.

Aunque la costumbre de orar por los difuntos y celebrar misa por ellos es tan antigua como la Iglesia, la fiesta litúrgica por los difuntos se remonta al 2 de noviembre de 998 cuando fue instituida por San Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny en el sur de Francia.

En el siglo XIV, Roma adoptó esta práctica. La fiesta fue gradualmente expandiéndose por toda la Iglesia, de tal modo que hoy, todo el pueblo católico dedicamos el 2 de noviembre para recordar a nuestros familiares y amigos difuntos para orar por ellos, por si, estando en el purgatorio, necesitan de nuestras oraciones para poder pasar a gozar de la patria celestial y disfrutar de la bienaventuranza, la visión beatífica de Dios.

En el día 2 de noviembre, nuestros cementerios y, sobre todo, nuestro recuerdo y nuestro corazón, se llenan de la memoria, de la oración y ofrenda por nuestros familiares y amigos difuntos

La conmemoración litúrgica de los fieles difuntos es complementaria de la solemnidad de Todos los Santos. Nuestro destino, una vez atravesados con y por la gracia de Dios los caminos de la santidad, es el cielo, la vida para siempre. Y su inexcusable puerta es la desaparición física y terrena, la muerte.

En la conmemoración de todos los fieles difuntos, debemos orar por ellos, ya que algunos pueden estar aún en el purgatorio necesitando de nuestras oraciones, sacrificios y ofrendas. Otros pueden estar ya en el cielo y se convierten en nuestros intercesores. También debemos recordarles y ser agradecidos con ellos, ya que mucho de lo que somos se debe a ellos, a su esfuerzo, trabajo y ejemplo de vida que nos dieron.

Hay costumbres muy diversas en nuestros pueblos y los fieles católicos debemos estar vigilantes de nuestra fe, de tal modo que no caigamos en prácticas que no tienen nada que ver con nuestras tradiciones católicas. Los sacerdotes y líderes religiosos debemos saber catequizar a toda la feligresía católica para honrar digna y correctamente a nuestros difuntos. 

EL PAPA FRANCISCO RECUERDA A SACERDOTE ASESINADO EN MÉXICO: FERVOROS SERVIDOR DEL EVANGELIO



El Papa Francisco recuerda a sacerdote asesinado en México: “fervoroso servidor del Evangelio”

El Papa Francisco / P. Marcelo Pérez

Crédito: Vatican Media

Por Almudena Martínez-Bordiú

27 de octubre de 2024


El Papa Francisco recordó al sacerdote Marcelo Pérez, “fervoroso servidor del Evangelio y del Pueblo fiel de Dios”, asesinado en Chiapas, México.

Al término del rezo del Ángelus de este domingo, el Papa Francisco mostró su cercanía “a la querida Iglesia de San Cristóbal de las Casas, en el estado mexicano de Chiapas, que llora al sacerdote Marcelo Pérez Pérez, asesinado el pasado domingo ”.

El Santo Padre se refirió al sacerdote como “un fervoroso servidor del Evangelio y del Pueblo fiel de Dios”. “Que su sacrificio, como el de otros sacerdotes asesinados por fidelidad al ministerio, sean semillas de paz y vida cristiana”, añadió el Pontífice. 

El P. Marcelo fue asesinado por dos hombres que le dispararon después de que celebrar Misa. Tras conocerse la noticia, fue recordado por su diócesis como un “incansable apóstol de la paz”.

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), lamentó el “brutal asesinato”, afirmando que este hecho “no sólo priva a la comunidad de un pastor dedicado, sino que también silencia una voz profética que incansablemente luchó por la paz con verdad y justicia en la región de Chiapas”.

El Papa Francisco también dirigió un especial saludo a la confraternidad del Señor de los milagros presente en Roma. “Le agradezco por su testimonio y les animo a continuar en el camino de fe”, dijo el Santo Padre. 

Desde primera hora de esta mañana, se inició la procesión desde el inicio de Via della Conciliazione de Roma, la larga avenida que desemboca en la Plaza de San Pedro, para conmemorar esta tradición que ha calado profundamente en el alma y cultura peruanas y que se celebra cada 28 de octubre.

Desde la ventana del Palacio Apostólico, el Pontífice también recordó que el Sínodo de la Sinodalidad ha llegado a su fin e invitó a rezar “para que todo lo que hemos hecho este mes, vaya adelante por el bien de la Iglesia”.

Asimismo, expresó su cercanía a la población de Filipinas, afectada por un “fortísimo” ciclón. “El Señor sostenga aquel pueblo, tan lleno de fe”, pidió el Santo Padre.

“Cuando te acercas a un pobre y te haces cercano, es Jesús quien se acerca”

En su reflexión sobre el Evangelio del día, el Papa Francisco recordó que Jesús cura a un hombre de la ceguera, Bartimeo, un mendigo a quien Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”.

Según explicó el Papa Francisco, Jesús está preguntando a Bartimeo a quién busca realmente, “y por qué razón”. 

“¿Quién es para ti el Hijo de David? Y así, el Señor comienza a abrir los ojos del ciego. Consideremos tres aspectos de este encuentro, que se convierte en diálogo: el grito, la fe, el camino”.

En cuanto al primer aspecto, el “grito”, afirmó que “no es sólo una súplica de ayuda. Es una afirmación de sí mismo”. 

“Sí, Jesús ve al mendigo y lo escucha, con los oídos del cuerpo y con los del corazón. Pensad en nosotros, cuando pasamos junto a algún mendigo por la calle: cuántas veces miramos hacia otro lado, cuántas veces lo ignoramos, como si no existiera. ¿Y escuchamos el grito de los mendigos?”, preguntó a los fieles.

Respecto a la fe, el Papa Francisco recordó que “Bartimeo ve porque cree; Cristo es la luz de sus ojos”. 

A continuación, animó a los fieles a hacerse las siguientes preguntas: “¿Cómo miro yo a un mendigo? ¿Lo ignoro? ¿Le miro como Jesús? ¿Soy capaz de entender sus preguntas, su grito de auxilio? Cuando das limosna, ¿miras al mendigo a los ojos? ¿Tocas su mano para sentir su carne?”.

Por último, señaló que “cada uno de nosotros es Bartimeo, ciego por dentro, que sigue a Jesús una vez que se ha acercado a Él”. 

“Cuando te acercas a un pobre y te haces cercano, es Jesús quien se acerca a ti en la persona de ese pobre. Por favor, que no haya confusión: dar limosna no es beneficencia. Quien más gracia recibe de la limosna es quien la da, porque se hace contemplar a los ojos del Señor”, concluyó. 

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 27 DE OCTUBRE DE 2024

 



Domingo 30 (B) del tiempo ordinario

Domingo 27 de octubre de 2024


1ª Lectura (Jer 31,7-9): Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito».



Salmo responsorial: 125

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.


Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos». El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.


Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.


Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

2ª Lectura (Heb 5,1-6): Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Versículo antes del Evangelio (2Tim 1,10b): Aleluya. Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mc 10,46-52): En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.





«‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’»

Rev. D. Pere CAMPANYÀ i Ribó

(Barcelona, España)


Hoy, contemplamos a un hombre que, en su desgracia, encuentra la verdadera felicidad gracias a Jesucristo. Se trata de una persona con dos carencias: la falta de visión corporal y la imposibilidad de trabajar para ganarse la vida, lo cual le obliga a mendigar. Necesita ayuda y se sitúa junto al camino, a la salida de Jericó, por donde pasan muchos viandantes.

Por suerte para él, en aquella ocasión es Jesús quien pasa, acompañado de sus discípulos y otras personas. Sin duda, el ciego ha oído hablar de Jesús; le habrían comentado que hacía prodigios y, al saber que pasa cerca, empieza a gritar: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» (Mc 10,47). Para los acompañantes del Maestro resultan molestos los gritos del ciego, no piensan en la triste situación de aquel hombre, son egoístas. Pero Jesús sí quiere responder al mendigo y hace que lo llamen. Inmediatamente, el ciego se halla ante el Hijo de David y empieza el diálogo con una pregunta y una respuesta: «Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’» (Mc 10,51). Y Jesús le concede doble visión: la física y la más importante, la fe que es la visión interior de Dios. Dice san Clemente de Alejandría: «Pongamos fin al olvido de la verdad; despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad que, cual nube, ofuscan nuestros ojos, y contemplemos al que es realmente Dios».

Frecuentemente nos quejamos y decimos: —No sé rezar. Tomemos ejemplo entonces del ciego del Evangelio: Insiste en llamar a Jesús, y con tres palabras le dice cuanto necesita. ¿Nos falta fe? Digámosle: —Señor, aumenta mi fe. ¿Tenemos familiares o amigos que han dejado de practicar? Oremos entonces así: —Señor Jesús, haz que vean. ¿Es tan importante la fe? Si la comparamos con la visión física, ¿qué diremos? Es triste la situación del ciego, pero mucho más lo es la del no creyente. Digámosles: —El Maestro te llama, preséntale tu necesidad y Jesús te responderá generosamente.