Páginas

lunes, 17 de junio de 2013

ORACIÓN DE MARÍA


Oración de María
San Alfonso María de Ligorio

Nadie en la tierra ha practicado con tanta perfección como la Virgen la gran enseñanza de nuestro Salvador: "Hay que rezar siempre y no cansarse de rezar" (Lc 18,1). Nadie como María, dice san Buenaventura, nos da ejemplo de cómo tenemos necesidad de perseverar en la oración; es que, como atestigua san Alberto Magno, la Madre de Dios, después de Jesucristo, fue el más perfecto modelo de oración de cuantos han sido y serán. Primero, porque su oración fue continua y perseverante. Desde el primer momento en que con la vida gozó del uso perfecto de la razón, como ya dijimos en el discurso de la natividad de nuestra Señora, comenzó a rezar. Para meditar mejor los sufrimientos de Cristo, dice Odilón, visitaba frecuentemente los santos lugares de la natividad del Señor, de la Pasión, de la sepultura. Su oración fue siempre de sumo recogimiento, libre de cualquier distracción o de sentimientos impropios. Escribe Dionisio Cartujano: Ningún afecto desordenado ni distracción de la mente pudo apartar a la Virgen de la luz de la contemplación, ni tampoco las ocupaciones.

La santísima Virgen, por el amor que tenía a la oración, amó la soledad. Comentando san Jerónimo las palabras del profeta: "He aquí que la Virgen está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel" (Is 7,14), dice que, en hebreo, la palabra virgen significa propiamente virgen retirada, de modo que el profeta predijo el amor de María por la soledad. Dice Ricardo que el ángel le dijo las palabras "el Señor está contigo" por el mérito de la soledad que ella tanto amaba. Por eso afirma san Vicente Ferrer que la Madre de Dios no salía de casa sino para ir al templo; y entonces iba con toda modestia, con los ojos bajos. Por eso, yendo a visitar a Isabel se fue con premura.

De aquí, dice san Gregorio, deben aprender las vírgenes a huir de andar en público. Afirma san Bernardo que María, por el amor a la oración y a la soledad evitaba las conversaciones con los hombres. Así es que el Espíritu Santo la llamó tortolilla: "Hermosas son tus mejillas como de paloma" (Ct 1,9). Comenta Vergelio que la paloma es amiga de la soledad y símbolo de la vida unitiva. La Virgen vivió siempre solitaria en este mundo como en un desierto, que por eso se dijo de ella: "¿Quién es ésta que sube por el desierto como columnita de humo?" (Ct 3,6). Así sube por el desierto, comenta Ruperto abad, el alma que vive en soledad.

Dice Filón que Dios no habla al alma sino en la soledad. Y Dios mismo lo declaró: "La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón" (Os 2,16). Exclama san Jerónimo: ¡Oh soledad en la que Dios habla y conversa familiarmente! Sí, dice san Bernardo, porque la soledad y el silencio que en la soledad se goza fuerzan al alma a dejar los pensamientos terrenos y a meditar en los bienes del cielo.

Virgen santísima, consíguenos el amor a la oración y a la soledad para que desprendiéndonos del amor desordenado a las criaturas podamos aspirar sólo a Dios y al paraíso en el que esperamos vernos un día para siempre, alabando y amando juntos contigo a tu Hijo Jesús por los siglos de los siglos. Amén.
"Venid a mí todos los que me deseáis y hartaos de mis frutos" (Ecclo 24,19). Los frutos de María son sus virtudes. No se ha visto otra semejante a ti ni otra que se te iguale. Tú sola has agradado a Dios más que todas las demás criaturas.

BUSCAS A CRISTO Y ENCUENTRAS A MARÍA


Buscas a Cristo y encuentras a María
Padre Tomás Rodríguez Carbajo  



1.- No podemos separar a Cristo de María.

Al pensar en Cristo, inmediatamente nos viene a la mente la condición humana y divina del Hijo de Dios, que vino a salvarnos.
Partimos de la realidad, tenemos a Cristo, porque nació de María.
La historia nos confirma que cuando se ha querido precisar la naturaleza de Cristo: Una sola persona y dos naturalezas (verdadero Dios y verdadero hombre), llegamos a la conclusión que es así, porque María es verdadera Madre de Jesús, y por lo tanto Madre de Dios, Ella prestó lo que cualquier madre presta a su hijo para ser llamada verdaderamente madre.

La condición inseparable de Cristo y María nos lleva a que, cuando nos acercamos a uno de los dos, necesariamente llegamos al otro. Es verdad que con distinción de importancia, pues, Cristo es Dios y hombre; María es criatura privilegiada, pero nunca es diosa, ni de naturaleza divina; le llamamos Madre de Dios, porque su Hijo, verdadero Dios, tomó en su seno la naturaleza humana, sin dejar la divina, que tenía por ser la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Quien ama a Dios, tiene que amar lo que Dios ama, y de manera especial ama entre todas las criaturas a su Madre, por eso no ama realmente a Cristo, quien deja de lado a María. Los encontramos juntos en varios episodios evangélicos, iban buscando a Jesús y se encontraron con María, quien fue la encargada de mostrárselo, por ejemplo, si leemos a S. Lucas 2, 15 -16: "Cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre". Podemos leer también la adoración de los Magos, que nos narra San Mateo, 2, 11: "Entraron en la casa, vieron al Niño con su Madre María y, postrándose, le adoraron "

Todo hijo se encuentra orgulloso de su madre, Cristo no se avergüenza de Ella, no ha querido servirse de Ella solo para entrar en este mundo, sino que la tiene muy cerca de Sí, pues, es su colaboradora, nunca "suplente" de Jesús, por eso siempre que nos acercamos a El, nunca deja de presentarnos a su Madre.

2.- El mariano tiene que ser cristiano.

Si nos acercamos a María, Ella nos lleva a su Hijo, pues, tiene claro su misión de intercesora y medianera. Sabe que es el medio que Dios ha elegido para que nos acercásemos a El. Quien se cree devoto de María, lo será realmente, si su devoción es "santa", es decir, si de verdad ama a Cristo, pues, María no es ninguna gatera, que tenemos para salvarnos, sino que es la "Puerta del Cielo". ¿Cómo se entendería el amar a la Madre sin amar al Hijo?.
"El fin de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre", nos dice S. Luis M Grignión de Montfort en su libro "Tratado de la verdadera devoción".

La íntima unión de Jesús y María la encontramos expresada en los siguientes asertos:
. Con María busco a Jesús.
. Por María llego a Jesús.
. A Jesús por María.
. Todo a María para Jesús.

. El amor ardiente a María llega siempre a Jesús.
. A María no se le puede separar de Jesús.
. Junto a la cruz de Jesús encontramos a María.
. Jesucristo es el último fin de la devoción mariana.
. María nunca puede ser "suplente" de Jesús, sino la colaboradora.
. María no es la fuente de la gracia, sino el canal por el que llega.
. María no nos salva, sino que nos presenta a Cristo, el Mesías, el Salvador.

. Todo el interés de María es llevarnos a Cristo.

PARA SER UNA PEQUEÑA MARÍA


Para ser una pequeña María
Autor: Chiara Lubich


Deseo comunicar una experiencia mía, pequeña, personal, pero que ha incidido en mi alma y quizás puede ser útil a otros.
Tomé en mis manos, en estos días, un libro que me regalaron. Se titula: El secreto de Madre Teresa de Calcuta, obviamente. Lo abro en la mitad, allí donde habla de “mística de la caridad”. Leo este capítulo y otros. Me sumerjo con gran interés en esas páginas. Todo lo que se refiere a esta próxima santa, me interesa personalmente: fue, por años, mi preciosísima amiga.
Se me pone en evidencia lampante, la extrema radicalidad de su vida, de su vocación totalitaria, que impresiona, y casi asusta, pero, sobre todo, me empuja a imitarla en el típico compromiso, radical y totalitario, que Dios me pide a mí. De hecho, cada carisma es una maravillosa flor, única, irrepetible, distinta de las demás, como, por otra parte, pensaba Madre Teresa. Cuando teníamos ocasión de encontrarnos me repetía: “Lo que yo hago, tú no lo puedes hacer. Lo que tú haces, yo no lo puedo hacer”.

Movida por esta convicción, tomo en mis manos el Estatuto del Movimiento, convencida de que allí habría encontrado la medida y el tipo de radicalidad de vida que el Señor me pide a mí. Abro, y enseguida, en la primera página, recibo un pequeño shock espiritual, como por un descubrimiento del momento. ¡Y son casi 60 años que lo conozco! Se trata de la “norma de las normas, premisa de toda regla” de la mía y de nuestra vida: generar –así se expresaba el Papa Pablo VI- y mantener, primero y ante todo, también en las grandes empresas, también en los compromisos extraordinarios, también en los triunfos por el Reino, a Jesús entre nosotros con el amor recíproco.
Porque, entiendo enseguida, esta es la mía y nuestra tarea más importante, especialmente hoy: ser en la Iglesia una pequeña María, “una presencia suya en la tierra, casi su continuación” sola y con todo el movimiento; ser otra María que ofrece a Jesús al mundo.

Pero es necesario ese amor ultrafino que no mide, que sabe hacerse espiritualmente nada delante de quien tiene al lado. En nuestra vida, no siempre todo es perfecto: alguna palabra de más, mía o de otros, algún silencio demasiado largo, algún juicio hecho sin razonar, algún pequeño apego, algún sufrimiento mal soportado, ofuscan la presencia de Jesús entre nosotros, si no llegan a impedirla.
Comprendo que debo ser yo, en primera persona, quien debo darLe espacio, aplanando todo, colmando todo, condimentando todo con la máxima caridad; soportando todo, en quien me está a mí alrededor. Soportar -una palabra que por lo general nosotros no usamos, pero que recomienda el Apóstol Pablo- no es cualquier caridad. Es una caridad especial, la quinta esencia de la caridad.
Empiezo. Y no va mal, ¡todo lo contrario!
Siento el deber de hacer primero toda mi parte y tiene efecto. Además me llena el corazón de felicidad, quizás porque, de este modo, vuelve a aparecer la presencia de Jesús entre nosotros y permanece.

Y es el colmo de mi alegría cuando me llegan las palabras de Jesús: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt. 9, 13). ¡Misericordia! He aquí la caridad ultrafina que se nos pide y que vale más del sacrificio, porque el mejor sacrificio es este amor que también sabe soportar, que sabe, si es necesario, perdonar y olvidar.

Para ser pequeñas María, para asegurar a Jesús al mundo, es necesario vivir la “premisa de toda regla”, en esa mutua y continua caridad que florece como misericordia.

Es ésta la radicalidad, es ésta la totalitariedad que se le pide a nuestra vida.

Fuente: Movimiento Focolare