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miércoles, 11 de diciembre de 2013

SU NOMBRE: MARÍA



Su nombre: María
Padre Pedro García


María, cuyo Nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!...
¡Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre!...

¿Por qué tributamos alabanzas tan especiales al Nombre de María? ¿Por qué el Nombre de María nos dice tanto? ¿Por qué repetimos sin más, sola ella, la palabra ¡MARIA!... 

Hemos oído tantas veces el Evangelio de la Anunciación en las Misas de la Virgen, que nos sabemos más que de memoria estas palabras: Y la Virgen se llamaba María.

El nombre de MARIA, junto con el Nombre adorable de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. ¿Será preciso desatarnos ahora en alabanzas al Nombre de María? 
Porque podríamos hacerlo con el romanticismo cariñoso de años atrás, cuando tenía éxito seguro el canto con una letra como ésta: 
- Es más dulce tu nombre, María, - que el arrullo de tierna paloma, - es más suave que el plácido aroma - que en su cáliz encierra la flor... 

Y muchos cantos por el estilo, hoy pasados totalmente de moda, y que casi nos excitan un poquito la hilaridad y nos arrancan una sonrisa compasiva con los soñadores de años atrás... 

Nosotros, sin dejar los encantos de una piedad mariana así de soñadora y tierna, lo miramos desde otra perspectiva, y nos preguntamos: ¿Qué significa para María su nombre? ¿Qué significa, sobre todo, para nosotros?..

Dejemos a los estudiosos de la Biblia que se entretengan desentrañando las raíces de un nombre tan hermoso. María, como ya se llamó la hermana de Moisés, era un nombre muy común de mujer en Israel cuando los tiempos de Jesús. Y nos dicen los filólogos que puede significar hermosa, señora, princesa, excelsa, encumbrada, y no sé cuántas cosas más, a cada cual más bella y sugerente...

A poco que leamos la Biblia, sabemos que cuando Dios elegía a uno para una misión especial, Dios le escogía el nombre o le cambiaba el que ya tenía. Valga por todos los casos el de Simón. Jesús lo mira de hito en hito, y le dice: 

- Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia. 
María venía al mundo con la misión más alta, como era el ser La Madre de Dios, y, sin embargo, ni escoge ni le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que le pusieron sus padres. 

Ni tan siquiera ha triunfado el nombre --aunque haya triunfado la realidad-- con que le llamó el Angel: La Agraciada, La Llena de Gracia, la colmada con todos los dones y gracias de Dios... 
¿Pero, qué ha hecho la piedad cristiana? Le ha dado tantos nombres a la Virgen, que ya no sabemos ni con cuál llamarla. 

- Y la llamamos con el nombre de los misterios de su vida: Inmaculada, Concepción, Natividad, Purificación, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción... 

- Y la llamamos con el nombre de sus advocaciones: Carmen, Mercedes, Rosario, Socorro, Patrocinio, Auxiliadora, Consuelo... 

- Y la llamamos con el nombre de sus santuarios y apariciones: Loreto, Lourdes, Fátima, Pilar, Guadalupe, Montserrat, Luján, Aparecida, Begoña, Nuria...

Y sigamos y sigamos contando, porque la llamamos también con nombres locales nuestros, tan queridos: Marielos, Suyapa, María Paz...Y cada una de nuestras Repúblicas nos dictaría una lista bien interesante. 

Todos ellos son el mismo Nombre de María, pero desdoblado, como la luz en el prisma, tal como lo siente y vive nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra. 

Más importante es, sin embargo, la invocación constante que hacemos del Nombre de María. 

Las veces que la llamamos con gritos del corazón. 

Las veces que nos dirigimos a Ella, diciéndole sólo ¡MARIA! Que unas veces es un grito de júbilo. O un grito de amor. O un grito de auxilio. 

Porque ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas las situaciones de nuestra vida. 
¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? Nadie nos lo ha dicho, pero no necesitamos mucha imaginación para suponerlo... ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! ¡Con qué cariño que se debe volcar sobre nosotros!... 

Como lo hiciera un día con San Bernardo, el monje que pasa como el mayor devoto de María. Cuando caminaba por los claustros de su monasterio, al pasar delante de una imagen de la Virgen le inclinaba la cabeza y la saludaba: ¡Salve, María!. Y así siempre. Hasta que un día ve cómo la imagen se anima, y responde muy educada al saludo: ¡Salve, Bernardo!...

Valdría la pena seguir, ¿verdad?... Pues, aquí nos vamos a quedar hoy. Dándole a Ella el gusto de recordarle su Nombre: y el nombre de la Virgen era María. 

Aquí nos quedamos, saboreando la miel que destila en nuestra boca el dulce Nombre de María. Y afinamos el oído, a ver si oímos su respuesta, y nos contesta también: ¡Salve, Chelita! ¡Salve, Javier! ¡Salve, Manolo! ¡Salve, Lineth!....

SERVIDORA


Servidora
Patricio García Barriuso 


Decirle sí al Señor es ponerse en camino. Y esta vez es a través de las montañas. El amor es capaz de superar montañas. Nosotros que gustamos de las cosas sencillas nos imaginamos el viaje de Nuestra Señora así. Salió la Virgen María una tarde de Nazaret a buena hora. Descendió primero a la llanura de Esdrelón; después, sorteando los montes de Samaría, por Silo, llegó a Ain-karim donde vivía Isabel. Bajó antes hasta Hebrón y seguramente bebió en la fuente de Karim. Su prima Isabel estaba esperándola, pues tenía necesidad de Ella. Y María pasa unos meses sirviendo a Isabel.

María vive ya el mandamiento nuevo de Jesús. Porque en la comunidad de los seguidores de Jesús no es la igualdad de todos ante la ley la norma que vige sino el ponerse a los pies de los demás para servirles a todos. María ha iniciado la civilización del amor, de lo gratuito, de lo inútil, de lo dado con un corazón generoso. Cristiano es el que da la mano. El que no da la mano ése no es cristiano. Vivir es hacer vivir. Hay que crear otras felicidades para ser feliz, María la primera en vivir la revolución de Jesús en el servicio a los demás, ha abierto un camino hacia la felicidad. La felicidad que es dar amor. ¡Qué diferente es todo gracias al amor!

SANTA MARÍA DEL SILENCIO


Santa María del Silencio (Nazaret)
Santuario de Angosto, PP Pasionistas, Vilanañe, Alava, España



"Reina del Silencio: Ruega por nosotros"

Apenas terminadas las entrañables fiestas de la Navidad y metidos de lleno en el camino "ordinario" de la vida, también la Comunidad creyente levanta la vista y desea y quiere otear en el horizonte la luz que le ilumina, que le "señale" el CAMINO. En esa búsqueda, yo os invito a mirar a MARÍA en NAZARET, en esa vida singular y cargada de misterio, de luces (supongo), pero también de sombras. De ahí que me animo a denominarla SANTA MARÍA del SILENCIO.

No sé lo que a cada uno de vosotros le impresiona de ese camino recorrido por María durante tantos años, porque, –no olvidemos-, que fueron en torno a 30 años. Éste es el dato frío y que puede asustarnos. A mí, personalmente, me impacta profundamente su silencio, el que ha tenido que vivir en la sencilla vida de Nazaret. Y... ¡es que un silencio tan prolongado...! Son muchos años
para vivir en pura fe y esperanza.

Sí, ya lo sé; es verdad: había un montón de PROMESAS; Ella se ha fiado del proyecto de Dios; ahí está el Hijo amado de la promesa. Pero... ¡todo es tan "normal"...! Día a día, acontecimiento a acontecimiento, seguir creyendo que Dios estaba llevando adelante su plan de salvación en esas circunstancias...
Aquí está Santa María del SILENCIO, "meditando estas cosas (y más) en el silencio del corazón" (Lc 2, 20). Así lo hace notar el evangelista Lucas, el
que más escribe en su evangelio acerca de María. ¡Es impresionante!

¿Por qué es impresionante? Simplemente porque el tiempo prolongado es machacón, pone en crisis todo, hasta las convicciones más profundas. Y ese
tiempo de silencio en María duró muchos años, muchísimos. La alegría del nacimiento, la novedad de la presencia del niño con todas sus circunstancias, su ir creciendo "en sabiduría, estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres"   ( Lc 2, 52), sin duda, fueron fuente de gozo y de alegría profundas, pero... ¡tantos años de silencio...!

Sin duda, Ella la llena de gracia, estaba inmersa en Dios, y enamorada profundamente de Dios y aceptaba sus planes con plena confianza, pero...
cuando pasan los días, los meses y los años, y resulta que el Hijo de la promesa no da muestras de "nada especial"... ¡qué largo se hace el silencio!

¿Qué sintió el corazón de la Madre? ¿Qué experimentó la fe de aquella gran creyente que fue María? ¡Cómo tuvo que agarrarse, desde lo más profundo, a su Dios y "hacerse" a aquellas formas extrañas de su Señor! ¡Cómo tuvo que ir
curtiéndose su interior y su fe, y adaptándose a esos caminos tortuosos de su Dios, por otro lado, siempre FIEL! ¡Cómo tuvo que rumiar aquella PALABRA
y estrujarla y sacarle el jugo que alimentara su esperanza! ¡Cómo tuvo que ser su ORACIÓN para trabajar cada día y cada momento los planes de Dios!

Ahí está mi admiración por esta estampa familiar, sencilla y callada de Nazaret. Ahí la veo a Ella, con su hermosa sonrisa, pero –al mismo tiempo-
interrogándose en su corazón: "Dios mío, ¿hasta cuándo?". Y Dios calla y va madurando el fruto de fe de la Madre, y van clarificándose los caminos del
Hijo amado.

¡Toda una ESCUELA la de Nazaret! Toda una escuela del SILENCIO.

"SANTA MARÍA del SILENCIO. Ruega por nosotros".