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lunes, 6 de enero de 2014

NOCHE DE REYES - CUENTO


NOCHE DE REYES
(Cuento)


Me desperté asustada y oí como si un gato estuviera arañando las maderas del balcón. ¡Los Reyes Magos! Entraba la luna por las rendijas, y entraba el frío también…

De buena gana me hubiera levantado a ver lo que ocurría, pero ¡me daba un miedo!… Me tapé la cabeza y empecé a rezar. Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo…

De repente, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, un ruido terrible de cosas que caen sobre el balcón…, y me encuentro en camisa, delante de un señor con corona, que está sentado en la barandilla.

— ¡Dios te salve, Celia! —me dice.

—Que Dios te salve a ti, Rey Mago, porque, si no, te caerás a la calle.

—Yo no me puedo caer, porque no peso.

— ¡Qué bien! Entonces podrás volar.

— ¡Ya lo creo! Mira. Y cogiendo las puntas de la capa blanca que llevaba, se marchó volando por la calle arriba.

— ¡Eh! ¡Eh! ¡Rey Mago! ¡No te vayas!

—Ya estoy aquí. ¿Qué quieres, Celia?

—Que no te marches sin dejarme los juguetes que te he pedido en mi carta.

— ¿No los ves?

¡Qué tonta! Estaba el balcón lleno de cajas, y yo no había visto nada entonces.

— ¿Me has traído la cocina?

—Sí, dos cocinas.

— ¿Y el borrego?

—Un borrego y una cabra.

— ¿Y el Teddy Bear?

—También.

— ¿Y la vajilla?

—La vajilla, y un reloj, y cazolitas, y libros, y rompecabezas, y una raqueta…

— ¡Huy, qué bueno eres! Y ahora que me fijo en ti… ¡cuánto te pareces al lacayo de la tita Julia!

— ¡Como que es mi hermano!

—Anda, si lo sé antes le doy a él la carta para que te la llevase, y así me hubieras traído más cosas aún…

— ¿Te parecen pocas?

—No, no; no son pocas. Pero te hubiera dicho que no te olvidaras de Solita, la niña del portero.

—No me olvido nunca.

—Pues, hijo, el año pasado no le trajiste nada.

—Sí, le traje; pero te quedaste tú con ellos…

— ¡Jesús, qué mentiroso!

— ¡Niña! ¿Cómo hablas así a un santo?

— ¡Ay, Rey ! Perdóname; pero no sé cómo decirte que no dices la verdad…

—Sí, digo la verdad. ¿No crees que es demasiado para ti todo lo que te he traído por orden de Dios?

—No sé…

—Sólo dejo juguetes en los balcones de los niños ricos; pero es para que ellos los repartan con los niños pobres. Si tuviera que ir a casa de todos los niños no acabaría en toda la noche…

—Sí, sí, ya comprendo. ¿Entonces debo repartir con Solita lo que me has dejado?

—Eso es. Yo no puedo detenerme más. Está amaneciendo y aún me queda mucho por hacer.

No sé por dónde se fue ni cuándo me metí en la cama, porque me quedé dormida y no desperté hasta que entró la luz del día en mi cuarto. Me volví a levantar (entonces sí que hacía frío), me abrigué con la colcha y salí al balcón.

— ¡Solita, Solita! —Grité, porque ya estaba Solita barriendo la puerta—. ¡Mira lo que nos han traído los Reyes!

Desaté todos los paquetes, y con las cuerdas hice una muy larga que llegaba a la calle.

—Espera, que te voy a echar una cabrita —y se la mandé bien atada en la punta de la cuerda…

—Y ahora unos libros… —y se cayeron; pero todos llegaron al suelo.

—Y una caja con una cocina. ¡Cómo bailaba Solita!

Detrás de mí dijo papá:

— ¡Pero qué estás haciendo, niña!

—Repartiendo los juguetes.

— ¡Entra dentro, criatura, que hace un frío horroroso! ¡Milagro será que no hayas cogido una pulmonía! ¡A la cama! ¡Qué voces daba!

— ¡Pero, papá, si me ha mandado el Rey Mago que le dé a Solita juguetes, porque son también para ella!

—Veremos lo que dice tu madre de eso. ¡Abrígate bien!

—Mira, papá, el Rey me lo ha explicado todo…

— ¡No digas más tonterías! Todo eso lo has soñado o lo has leído en alguna parte.

— ¡Que no, papá, que no! Mira, yo te diré…

— ¡Nada, no me digas nada! ¿Qué es lo que le has dado a Solita?

—Una cabra…

— ¡Válgame Dios! ¡Un juguete carísimo!… ¿Entras en calor?

—Sí, sí; ya no tengo frío… Verás, papá, yo te contaré…

— ¿Te quieres callar? Las niñas no mienten ni creen que es verdad lo que sueñan…

De pronto apareció Juana haciendo aspavientos.

—Señor, aquí está Pedro, el portero, con unos juguetes que dice que…

—Bueno, bueno —interrumpió papá—; dígale usted que son para su hija, que se los dé…

— ¡Ay, papá, qué bueno eres! ¡Ya lo sabía yo!

—Lo que no sabes es la que nos va a armar tu madre en cuanto aparezca.

¡Y ya se oían los pasos de mamá!…



Ana Garralón

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA



Los cinco minutos de María- por Alfonso Milagro

Cuando uno no piensa más que en sí mismo, no hace otra cosa que levantar una barrera inexpugnable contra el verdadero amor.
El amor es "comunión", verdadera entrega mutua; por tanto, has de estar dispuesto a dar y a recibir; para dar, es preciso ser generoso; para recibir es preciso ser humilde; solamente los generosos y los humildes estarán capacitados para amar verdaderamente.

Ninguna comunión más profunda, más íntima y más real que la comunión con Dios; porque en ella Dios se entrega plenamente a nosotros y nos recibe con plenitud; por eso, la comunión eucarística es la mejor forma de llegar a desaparecer nosotros, para convertirnos en Dios, que nos llega a poseer hasta lo más íntimo de nuestro ser.
Para poder recibir a Dios, es preciso primero saber comulgar con los hermanos, con todos los hombres; y comulgar con los hermanos es darse a ellos y recibir de ellos.

HOY ME HE ENCONTRADO


HOY ME HE ENCONTRADO

Hoy me he encontrado en las manos con tus regalos, Señor: nueva vida, nuevo tiempo, nueva lluvia, nuevo sol... Por eso, para este tiempo que estreno con ilusión, quiero, Señor, y te pido también un nuevo reloj.
Un reloj que mida el tiempo como lo mide tu amor; que se pare cuando lleguen las personas a mi rincón, para escuchar, compartiendo, alegrías y dolor.

Una reloj que me sitúe la mente y el corazón en el momento presente, que es tu momento, Señor, en el quehacer cotidiano que es lugar de encarnación.

Un reloj que mida el tiempo con tu paciencia, Señor: con el ritmo y la medida universal del amor; despertador de rutinas, vigilante, ayudador; que nunca mida la entrega del tiempo y del corazón.
Con la vida, con el tiempo que hoy me regalas, Señor, para darme sin medida, espero un nuevo reloj.

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - 6 DE ENERO



Epifanía del Señor


Epifanía significa manifestación de Dios. Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos. Después de nacer se manifestó a los pastores, pero luego se manifestó a los magos de oriente. Hoy también quiere manifestarse a todos. Veamos las enseñanzas que el suceso de los magos nos da para que Dios se manifieste en nosotros y a través de nosotros en otros muchos.

1 - “Ven la estrella”: 
En realidad hay muchas estrellas. Unos las ven y otros no. Estas estrellas pueden ser nuestros familiares y amigos. Especialmente es la Iglesia en general con los responsables y con todos los que quieren ser fieles al Señor. Nosotros podemos y debemos ser estrellas para otros muchos: con nuestras palabras y consejos; pero sobre todo con nuestro buen ejemplo de vida.

2 - “Se ponen en camino”:
No basta ver la estrella. Hay que actuar. No basta saber el camino. Hay que ponerse a caminar. Y esto aunque no sepamos el camino exacto, como les pasaba a los magos. Dejémonos conducir por las enseñanzas de la Iglesia.

3 - “La estrella desapareció”:
No todo es fácil en el camino hacia Dios. Hay momentos difíciles, que pueden llegar a ser como “noches oscuras”. Dios siempre está con nosotros, nunca nos abandona. Debemos seguir teniendo esperanza.

4 - “Y preguntaron”:
Para responder está la Iglesia y especialmente los sacerdotes. Hay que ser valientes y consultar. Puede ser una catequista que nos oriente en la fe. Lo importante es consultar, ya que Dios verá en ello un deseo del bien. Aunque se pregunte a una persona equivocada, como hicieron los magos que fueron a Herodes para consultar. Pero Dios se valió del malo para darles una buena respuesta.

5 - “Apareció de nuevo la estrella”:
Dios parece que se esconde. Si todo fuese muy fácil no tendríamos mérito. Pero Dios siempre termina por consolar a aquel que sinceramente le busca de corazón.

6- “Y encontraron a Jesús”:
Jesús debe ser el final de toda nuestra búsqueda espiritual. Nosotros no vamos tras de unas ideas o filosofías; vamos tras de una persona que es Dios que se hizo hombre por nuestro amor. Y nuestra tranquilidad es que le podemos encontrar. Está sobre todo en la Eucaristía. Está también en los sencillos, en los pobres, en su Palabra, en el amor fraternal.

7 - “Y le ofrecieron sus dones”:
¿Qué le ofreceremos nosotros? Lo mejor que le podemos ofrecer es nuestro corazón; pero, juntamente con él, también le ofrezcamos nuestro trabajo apostólico, de modo que podamos hacer que al menos alguien se acerque un poco más al Señor. Si queremos simbolizar los dones de los magos, podemos ofrecerle el oro de nuestro amor como la mejor ofrenda a Dios, el incienso, que es nuestra constante oración que se eleva al cielo, y la mirra, que es la aceptación paciente de los trabajos, sufrimientos y dificultades de nuestra vida.

8 - “Y se volvieron por otro camino”:
Quien encuentra verdaderamente a Jesús no puede seguir el camino anterior. Debe comenzar a vivir por otro camino, el camino de la justicia, de la paz, del amor.

Quizá la intención principal de san Mateo, cuando contaba el suceso de los magos, era exponer, como luego lo hizo a través de todo el evangelio, que el mensaje de Jesús es universal, que no es sólo para una raza o una nación, sino para todo el mundo. Por eso al recordar este suceso, la Iglesia nos estimula a trabajar por la evangelización de todas las gentes. Este es un día misionero por excelencia, porque Jesús no sólo se manifestaba a los judíos, sino desde el principio nos enseñó que había venido para salvar a todos los pueblos.

EL MEJOR DON DE LOS REYES MAGOS FUE SU FE


Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net
El mejor don de los Magos fue su fe
La fe siempre a veces cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de seguridades humanas.


El seguimiento de Cristo significa dejar algo y buscar algo 

Como todo movimiento el seguimiento de Cristo implica un punto de partida y un punto de llegada. Para hacerlo hay que dejar algo y tender hacia algo. Es responder en la fe al llamado de Dios. El episodio de los Magos ha sido el paradigma de la fe. La fe nos lleva a dejar algo atrás para buscar el ideal. Es como el barco que debe dejar el puerto para poder atravesar el mar y llegar a su destino. 

Los Magos eran sabios de oriente, tal vez de Arabia. Allí había muchos estudiosos de diferentes materias: la medicina, la agricultura, la astronomía... Se ve, por el relato evangélico, que estos Magos estudiaban las estrellas. Seguramente fueron estimados por los otros estudiosos y vivían una vida acomodada y holgada. Todo esto resalta el mérito de estos hombres, pues, dejaron todo para seguir una estrella incierta, una señal vaga, un signo borroso. En el firmamento que cubría la tierra árabe, había muchas estrellas. Sin embargo, los Magos se fijaron en una solamente. Así es la dinámica de la fe: es una preferencia por la Palabra de Dios entre muchas otras palabras que uno podría aceptar. 

No hay duda de que la noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su Revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abrahám, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y San José... 

La fe siempre es una opción y ésta a veces cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de seguridades humanas. No nos gusta nadar en las aguas profundas porque preferimos tener unas agarraderas. En la vida espiritual la única agarradera es la veracidad y fidelidad de Dios. 

Para mí creer es lanzarme en la oscuridad de la noche, siguiendo una estrella que un día vi, aunque no sepa a dónde me va a llevar. Para mí creer es sobrellevar con alegría las confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos de mi fidelidad. Para mí creer es fiarme de Dios y confiar en Él. 




La fe se templa con las dificultades 

Para templar una espada hay que meterla en el fuego. La fe también se forja en la tribulación. Hay gente que quiere tener una fe gigante, pero sin chamuscarse. Es como el atleta que quiere ganar la carrera, pero sin entrenarse, sin sufrir, sin lastimarse nunca. 

La fe es un camino hermoso tapizado de rosas que están llenas de espinas. Los Magos tuvieron una experiencia profunda de la fe. Podemos imaginarlos llegando a un oasis para cargar provisiones y agua. Seguramente les vino a la mente la posibilidad de desistir. Tal vez en sus noches fueron visitados por sueños que les acosaban como fantasmas. El recuerdo de las burlas de sus compatriotas, el escepticismo de sus compañeros de estudios les perseguía. Hubo momentos de titubeos, de incertidumbre, de duda... 

Sin embargo, siempre venció su fe. De hecho, su brújula no era tanto el astro luminoso en la bóveda de la noche, sino la luz de su fe encendida en sus almas. 

En nuestros momentos de dificultad, también tiene que prevalecer la luz de la fe. Creer cuando todo va viento en popa es fácil; creer cuando el temporal de la adversidad choca cruelmente contra nuestra pequeña embarcación es más difícil. Pero, esto es lo que nos hace gigantes en la fe. Nunca ha existido un santo sin una fe probada, como nunca ha existido un atleta que haya tenido éxito sin esforzarse en los momentos de desánimo. 

Este mundo es como un gran gimnasio en el cual, el cristiano tiene que ejercitarse en la fe: un día puede ser la penuria económica, otro día el sufrir el látigo cruel de la maledicencia propagada por nuestro mejor amigo, otro día el desamor de un ser querido... 



La fe nos exige ver a Dios en las cosas sencillas 

Después de viajar muchos kilómetros, los Magos encontraron al Rey de los Judíos, el Salvador del mundo, el Rey de reyes, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en una cueva de una aldea de mala muerte, fuera de la ciudad de Jerusalén. 

Era suficiente para obligar al corazón bajar a los pies. Sin embargo, lo aceptaron plenamente: se arrodillaron delante de Él. Vieron a Dios en un bebé que lloraba. 

El Catecismo nos habla del sentido de la Epifanía (manifestación de Cristo) en el n.528: 

La epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la encarnación, la Buena Nueva de la salvación. 

Un día alguien dijo a un amigo que había encontrado el teléfono de Dios. El amigo se sorprendió y muy irónicamente le preguntó cual era. Recibió una respuesta sublime: el teléfono de Dios es la fe. 

Con la fe puede uno “conectarse” con Dios en cualquier momento. Al contemplar la belleza de la naturaleza, el estruendo del mar, la brisa entre los árboles... se puede ver a Dios si uno tiene fe. 

También se le puede ver en el sacerdote que se sienta en el confesionario para escuchar nuestra miseria moral y darnos con seguridad el perdón de Dios. Con la fe se ve a Cristo presente en el Pan sagrado, en las manos del ministro en la Misa. La fe permite ver a Cristo en su Vicario en la tierra, el Santo Padre.... 

La fe abre horizontes y nos hace ver más lejos de lo que podríamos con la sola luz de la razón. Nuestra pobre razón es como el ojo desnudo que sólo ve un poco del universo al contemplar las estrellas que desfilan delante de él en la noche clara. Pero con un telescopio potente se puede penetrar en los espacios siderales y descubrir mundos nuevos. Así es la fe para un creyente: es un nuevo ojo para ver. En lo que parece sólo un trozo de pan le permite ver el Cuerpo de Cristo; en el vagabundo que toca a la puerta pidiendo una ayuda le revela la presencia del Cristo Místico; en el jefe enojón que da un mandato, la manifestación de la Voluntad de Dios... 



El mejor don de los Magos fue su fe 

Impresiona el regalo costoso del oro, incienso y mirra. Pero más impresionante todavía fue la fe, tamaño gigante, de estos hombres. Aquel día cuando los Magos se acercaron a la cueva de Belén y pidieron permiso para traspasar el dintel más pobre que habían visto en su vida, los papás del Niño accedieron a la petición de personas tan ilustres. Se maravillaron al verlos caer al suelo, manchar su ropa, e inclinar la cabeza delante del Bebé. 

Cuando nosotros lleguemos al Cielo, ciertamente no vamos a entrar con unos lingotes de oro, una caja de incienso y un bote de mirra. Lo que vamos a llevar va a ser, como dijo San Pablo, nuestra fe, esperanza y caridad. 

No juzguemos el valor de nuestra vida por las cosas que tenemos o las obras que hacemos. Lo que es la fe y el amor con que obramos eso es lo que vale delante de Dios. Mejor ir pobre al Cielo que rico al Infierno; mejor ir analfabeta al Cielo que con un doctorado al Infierno. Desde un punto de vista espiritual, el valor de los Magos no era el tamaño de sus dones materiales, sino la medida de su fe. 



Unas preguntas 

1. ¿Cómo es nuestra fe? ¿lánguida? ¿depende de como nos sentimos? ¿una fe fuerte? 

2. ¿Si la fe exige dejar algo para seguir más de cerca a Cristo, ¿qué nos está pidiendo Cristo que dejemos? 

3. ¿Está nuestra fe basada en la Palabra de Dios o en una serie de sentimientos movedizos?