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jueves, 23 de enero de 2014

APARICIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS PASTORES


Aparición a los pastores
Rainer María Rilke


Alzad la vista, vosotros, los que estáis en torno al fuego;
vosotros, que conocéis la inmensidad del cielo; 
astrólogo, acércate aquí. Mira, yo soy una nueva 
estrella que asciende. Toda mi esencia arde 
y refulge con tal fuerza y está tan prodigiosamente 
llena de luz que el profundo firmamento 
ya no es bastante para mí. Dejad que mi brillo 
penetre en vuestra existencia. Oh, las miradas oscuras, 
los oscuros corazones, destinos bajo la noche 
que en vosotros se colman. Pastores, qué solo 
estoy en vosotros. De pronto se hace para mí   espacio. 

No os maravilléis: el árbol frondoso del pan arroja  una sombra. 
En esta fuerte luz sucederá mucho. Os lo revelo confidencialmente, 
pues vosotros sois callados; a vosotros rectos creyentes, 
habla aquí todo. Habla la lluvia y el ardiente estío, 
el vuelo de los pájaros, el viento y lo que seáis, 
nada de todo eso degenera en vanidad, haciendo 
alarde de peso y crecimiento. Vosotros no retenéis 
las cosas en la comisura de vuestros pechos 
para atormentarlas. Al igual que la alegría fluye 
a través de un ángel, así se propaga por vosotros 
lo terrenal. Y cuando una mata de zarzas 
empezó de pronto a arder, aún le era dado
al Eterno llamaros desde allí, y los Querubines, 
cuando se dignaban encaminar sus pasos 
al lado de vuestros rebaños, no os sorprendían: 
os dejabais caer sobre vuestro rostro, 
adorabais y llamabais a esto la tierra.
Pero eso fue. Ahora debe ser un Nuevo, 
por el que el orbe con más esfuerzo se ensanche. 
¿Qué son para vosotros unas zarzas?: Dios se identifica 
en el regazo de una virgen. Yo soy el resplandor
de su intimidad, la estrella que os guía.

EUCARISTÍA Y CARIDAD

Autor: P. Antonio Rivero | Fuente: Catholic.net
Eucaristía y caridad
¡El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros.
 
Eucaristía y caridad
También la eucaristía es un gesto de amor. Es más, es el gesto de amor más sublime que nos dejó Jesús aquí en la Tierra. A la eucaristía se la ha llamado “el Sacramento del amor” por antonomasia.

¿Qué le movió a quedarse con nosotros? ¿Qué le movió a darnos su cuerpo? ¿Qué le movió a hacerse pan tan sencillo? ¿A encerrarse en esa cárcel, que es cada Sagrario? ¿A dejar el Cielo, tranquilo y limpio, y bajar a la Tierra, que es un valle de lágrimas y sufrimientos sin fin? ¿A dejar el calor de su Padre Celestial y venir a esta tierra tibia, a veces gélida, y experimentar la soledad en tantos Sagrarios? ¿A despojarse de sus privilegios divinos y dejarlos a un lado para revestirse de ropaje humilde, sencillo, pobre, como es el ropaje del pan y vino?

¿Qué modelos humanos nos sirven para explicar el misterio de la eucaristía como gesto de amor?

Veamos el ejemplo de una madre. Primero, alimenta a su hijo en su seno, con su sangre, durante esos nueve meses de embarazo. Luego, ya nacido, le da el pecho. ¿Han visto ustedes algo más conmovedor, más lindo, más tierno, más amoroso que una madre amamantando a su propio hijo de sus mismos pechos, dándole su misma vida, su mismo ser?

Así como una madre alimenta a su propio hijo con su misma vida, de su mismo cuerpo y con su misma sangre, así también Dios nos alimenta con el cuerpo y la sangre de su mismo Hijo Jesucristo, para que tengamos vida de Dios, y la tengamos en abundancia. Y al igual que esa madre no se ahorra nada al amamantar a su hijo “no sea que me quede sin nada”, así también Dios no se ahorra nada y nos da todo: cuerpo, alma, sangre y divinidad de su Hijo en la eucaristía.

¡El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros.

¡Cuántos gestos de amor nos demuestra Cristo en la eucaristía!

Fuimos invitados al banquete: “Vengan, está todo preparado. El Rey ha mandado matar el mejor cordero que tenía. Vengan y entren”. Cuando a uno lo invitan a una boda, a una fiesta, a un banquete, es por un gesto de amor.

Ya en el banquete, formamos una comunidad, una familia, donde reina un clima de cordialidad, de acogida. No estamos aislados, ni en compartimentos estancos. Nos vemos, nos saludamos, nos deseamos la paz. ¡Es el gesto del amor fraterno!

El gesto de limpiarnos y purificarnos antes de comenzar el banquete, con el acto penitencial: “Yo confieso”, pone de manifiesto que el Señor lava nuestra alma y nuestro corazón, como a los suyos les lavó los pies. ¡Qué amor delicado!

Después, en la liturgia de la Palabra, Dios nos explica su Palabra. Se da su tiempo de charla amena, seria, provechosa y enriquecedora. ¡Qué amor atento!

Más tarde, en el momento de la presentación de las ofrendas, Dios nos acepta lo poco que nosotros hemos traído al banquete: ese trozo de pan y esas gotitas de vino y ese poco de agua. El resto lo pone Él. ¡Que amor generoso!

Nos introduce a la intimidad de la consagración, donde se realiza la suprema locura de amor: manda su Espíritu para transformar ese pan y ese vino en el Cuerpo y Sangre de su Hijo. Y se queda ahí para nosotros real y sacramentalmente, bajo las especies del pan y del vino. ¡Pero es Él! ¡Qué amor omnipotente, qué amor humilde!

No tiene reparos en quedarse reducido a esas simples dimensiones. Y baja para todos, en todos los lugares y continentes, en todas las estaciones. Independientemente de que se le espere o no, que se le anhele o no, que se le vaya a corresponder o no. El amor no se mide, no calcula. El amor se da, se ofrece.

Y, finalmente, en el momento de la Comunión se hospeda en nuestra alma y se hace uno con nosotros. No es Él quien se transforma en nosotros; sino nosotros en Él. ¡Qué misterio de amor! ¡Qué diálogos de amor podemos entablar con Él!

Amor con amor se paga.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Antonio Rivero LC. 

    ORACIONES DE NIÑO A LA VIRGEN MARÍA


    Oraciones de niño a la Virgen María
    Rafael Ángel Marañón


    Virgencita de mi vida,
    Haz que en esta tierna infancia
    Yo te rece con constancia,
    En mi inocencia rendida. 

    En la noches y en los días,
    De mis venideros años,
    Te ofrezca, libre de engaños,
    Mi amor y mis alegrías. 

    Y al confirmar que te quiero,
    Te ofrezco en esta oración
    Todito mi corazón,
    Pleno de amor placentero. 

    Nunca me dejes señora
    Que yo con amor me entrego
    A ti con cariño ciego
    En esta presente hora. 

    Haz de mi vida un altar 
    Donde ofrecerte mi vida 
    Como una ofrenda mecida 
    Cerca de mi corazón. 

    Y cuando a Jesús me llegue 
    Pletórico de alegría
    Ven tú en mi compañía
    Y a los dos juntos nos lleve. 

    ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA


    ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA
    De San Ildefonso de Toledo
    (del Libro de la perpetua virginidad de Santa María)




    A ti acudo, única Virgen y Madre de Dios. Ante la única que ha obrado la Encarnación de mi Dios me postro. 
    Me humillo ante la única que es madre de mi Señor. Te ruego que por ser la Esclava de tu Hijo me permitas consagrarme a ti y a Dios, ser tu esclavo y esclavo de tu Hijo, servirte a ti y a tu Señor. 



    A Él, sin embargo, como a mi Creador y a ti como madre de nuestro Creador;  a Él como Señor de las virtudes y a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a Él como a Dios y a ti como a Madre de de Dios. 



    Yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor. 



    Concédeme, por tanto, esto, ¡oh Jesús Dios, Hijo del hombre!: creer del parto de la Virgen aquello que complete mi fe en tu Encarnaciòn; hablar de la maternidad virginal aquello que llene mis labios de tus alabanzas; amar en tu Madre aquello que tu llenes en mi con tu amor; servir a tu Madre de tal modo que reconozcas que te he servido a ti; vivir bajo su gobierno en tal manera que sepa que te estoy agradando y ser en este mundo de tal modo gobernado por Ella que ese dominio me conduzca a que Tú seas mi Señor en la eternidad. 



    ¡Ojalá yo, siendo un instrumento dócil en las manos del sumo Dios, consiga con mis ruegos ser ligado a la Virgen Madre por un vínculo de devota esclavitud y vivir sirviéndola continuamente! 



    Pues los que no aceptáis que María sea siempre Virgen; los que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; si no glorificáis a este Dios como Hijo de Ella, tampoco glorificáis como Dios a mi Señor. No glorificáis como Dios a mi Señor los que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; los que no rendís honor a la Madre del Señor 
    con la excusa de honrar a Dios su Hijo. 



    Sin embargo yo, precisamente por ser siervo de su Hijo, deseo que Ella sea mi Señora; para estar bajo el imperio de su Hijo, quiero servirle a Ella; para probar que soy siervo de Dios, busco el testimonio del dominio sobre mi de su Madre; para ser servidor de Aquel que engendra eternamente al Hijo,  deseo servir fielmente a la que lo ha engendrado como hombre. 
    Pues el servicio a la Esclava está orientado al servicio del Señor; lo que se da a la Madre redunda en el Hijo; 
    lo que recibe la que nutre termina en el que es nutrido, 
    y el honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey. 



    Por eso me gozo en mi Señora, 
    canto mi alegría a la Madre del Señor, 
    exulto con la Sierva de su Hijo, que ha sido hecha Madre de mi Creador  y disfruto con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne. 
    Porque gracias a la Virgen yo confio en la muerte de este Hijo de Dios  y espero que mi salvación y mi alegría venga de Dios siempre y sin mengua,  ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad por los siglos de los siglos. 
    Amén.