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lunes, 17 de febrero de 2014

EL VALOR DE LA MUJER VIRTUOSA

utor: Remedios Falaguera | Fuente: Catholic.net
El valor de la mujer virtuosa
Una mujer es como una bolsa de té, no sabes lo fuerte que es hasta que la metes en agua hirviendo. Eleanor Roosevelt.
 
El valor de la mujer virtuosa
El valor de la mujer virtuosa
Haberlas, haylas

Últimamente, y desgraciadamente, veo como muchas mujeres abandonan a sus maridos e hijos, por una mal entendida necesidad emocional que no ha sido cubierta durante los años de matrimonio.

Es verdad que después de muchos años de matrimonio, y si no se han cuidado los pequeños detalles de cariño, gratitud y respeto día a día, se abren unas heridas que son difíciles de curar.

Muchas de ellas se quejan de la falta de atención y reconocimiento, de frialdad en la comunicación, de ausencia de intereses comunes, de un aumento de críticas y quejas cruzadas, de tener que mendigar miguitas de amor…

No soy quien para juzgar a nadie, pero comportarse como adolescentes tardíos para solucionar tus problemas, querer recuperar lo que no vivió durante años, eludir sus responsabilidades, malentender su “necesidad” de autonomía sin asumir responsabilidades considerando el compromiso como un obstáculo para su libertad, su negación a envejecer, exigir que los de alrededor satisfagan sus necesidades, culpar a los demás de todo lo que les sucede,… eso, obviamente, pasa factura.

Tal vez, o no, es por lo que me gustaría recordar el texto de la “mujer virtuosa” que encontramos en el libro de Proverbios, capítulo 31.Todo un manual de conducta que enseña de manera maravillosa la contribución única que pueden hacer las mujeres a la vida como esposa, madre y ama de casa.

Unos consejos “para llevar una vida feliz y provechosa (…) para que el hombre alcance la felicidad que discurre entre las actividades ordinarias de la vida humana” que no pierden vigencia y a los que nos podemos aferrar cuando los necesitemos. Dice así:

Una mujer fuerte ¿quién la encontrara?
Vale mucho más que las perlas.
En ella confía el corazón de su marido,
y no le faltará ganancia.
Le procura bien y no mal
todos los días de la vida.
Busca lana y lino
y trabaja con diligencia.
Aplica sus manos a la rueca,
sus palmas empuñan el huso.
Abre su palma al indigente,
y extiende su mano al pobre.
Falaz es la gracia y vana la hermosura,
la mujer que teme al Señor será alabada.
Dadle el fruto de sus manos,
y que sus obras la alaben en las puertas.

Esta mujer admirable y perfecta, de gran rectitud moral y de extraordinaria calidad humana y espiritual, que sobresale de todas las demás y que sabe actuar correctamente en todos los momentos del día, es un ejemplo para muchas de nosotras que nos consideramos estar muy lejos de ser llamadas virtuosas. Pero haberlas haylas. Se las puede ver a diario entre nuestras amigas, hermanas y familiares. Día a día transforman a los que tienen alrededor con pequeños gestos heroicos. Y lo hacen con amor y por Amor

“El autor no ha ido a buscar a la mujer fuerte a un trono, ni a un palacio suntuoso, ni en los consejos del rey, ni en medio de las asambleas humanas; va más bien a buscarla en la condición común y ordinaria en la cual Dios ha querido colocar a la mujer, es decir, en su misión de esposa, de madre, de ama de casa y hasta de señora de los campos, porque es solamente en esa condición sencilla y modesta en la que ella está llamada a mostrarse fuerte, lo que significa inteligente, activa, previsora, ordenada en todas las cosas, únicamente ocupada en la práctica de sus deberes y de la virtud...

Las naciones paganas, que habían asignado a la esposa un grado subalterno y una misión casi obscura en la casa del esposo, jamás tuvieron para la mujer semejantes elogios”.

De hecho, esto no ha hecho más que empezar. Aunque muchas de nosotras estemos lejos de ser la mujer perfecta, si ponemos a funcionar nuestra sensibilidad, nuestro servicio al otro, nuestra fidelidad, nuestra fortaleza y piedad, nuestra laboriosidad,…. Estoy segura que, poco a poco, contribuiremos a hacer más humana nuestra familia, nuestro trabajo, a la Iglesia, a la sociedad, y por supuesto, a nosotras mismas.

Puesto que “la fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación (…) La mujer es fuerte por la conciencia de esta entrega, es fuerte por el hecho de que Dios «le confía el hombre», siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de discriminación social en la que pueda encontrarse. Esta conciencia y esta vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de Dios mismo, y todo ello la hace «fuerte» y la reafirma en su vocación. De este modo, la «mujer perfecta» (cf. Prov 31, 10) se convierte en un apoyo insustituible y en una fuente de fuerza espiritual para los demás, que perciben la gran energía de su espíritu. A estas «mujeres perfectas» deben mucho sus familias y, a veces, también las Naciones.