Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Llega un regalo
Detrás de ese regalo percibo una ternura que llega a lo íntimo de mi alma. Porque alguien pensó en mí.
Acaba de llegar un regalo. Ese regalo tiene un precio, tal vez una utilidad. Pero, sobre todo, manifiesta un tesoro maravilloso: el cariño de quien me ama.
Detrás de ese regalo percibo una ternura que llega a lo íntimo de mi alma. Porque alguien pensó en mí. Porque buscó cómo podría darme algo que me recordase su cariño. Porque deseaba abrirme un espacio de felicidad.
Si el regalo que recibo de otro llega muy hondo, ¿no sería el momento de descubrir que también Dios me ofrece miles de regalos?
Existe el peligro de vivir con la mirada indiferente ante los continuos dones de Dios. Porque son dones de Dios el sol y la luna, las nubes y la lluvia, la nieve y el viento, el mar y la montaña, la golondrina y el grillo, la abeja y la miel.
Sobre todo, es regalo de Dios mi propia vida y la vida de tantos hombres y mujeres que caminan cerca o lejos. Cada existencia surge desde un estupendo sueño de Amor, desde lo más íntimo de un Dios que se deleita con los hijos de los hombres (cf. Prov 8,31).
Lo he escuchado tantas veces: todo es don, todo es gracia. Necesito recordarlo mientras camino: me rodean miles de señales, de regalos, que me hablan de la ternura de un Dios bueno.
Ha llegado un regalo a mis manos. Quien me lo ofrece con una sonrisa amistosa, con una mirada llena de afecto, me permite abrirme al mundo del amor, que da y que recibe, que nace de Dios y que lleva a Dios. Sólo entonces buscaré también yo qué puedo hacer para alegrar, con un regalo, a quienes viven a mi lado.