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jueves, 22 de enero de 2015

EL VALOR DE UNA MADRE


El valor de una madre


1) Para saber

El pasado miércoles, durante la Audiencia General, el Papa Francisco abordó la importancia de las madres en las familias, la sociedad y la Iglesia. Señaló que “toda persona humana debe la vida a una madre y casi siempre debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual”.

Continuando con la catequesis sobre la Iglesia, el Papa reflexionó sobre el papel de madre que tiene la Iglesia: nuestra Santa madre Iglesia. Así como la Virgen María, nuestra Madre, mostró a Jesús a los pastores y a los Reyes Magos, así la Iglesia, también nuestra Madre, nos conduce y muestra a Jesús. Por eso no somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres.

Es paradójico que aunque se exalta mucho el papel de la madre, en poesías, discursos, y siempre se escriben cosas bellas de ella, sin embargo, es poco escuchada o comprendida, no siempre es justamente valorada, es poco ayudada en la vida cotidiana y poco considerada en su rol central en la sociedad.


2) Para pensar

Alguien que supo valorar a su esposa es uno de los juristas más importante del siglo XX, llamado Francesco Carnelutti. En un programa de televisión le preguntaron qué era lo que más había influido en su brillante carrera. Y respondió: “Mi mujer”. Y explicó por qué:

”Mi esposa no ha estudiado leyes, no se ocupa de mi trabajo, ni me pide ni me da nunca consejos. Pero me llena la vida con su presencia. Se anticipa a mis deseos, intuye mi humor, escucha mis desahogos, encuentra siempre la palabra justa. Por la noche, cuando consulto mis papeles, se sienta a mi lado en silencio y hace labores de punto. El rumor de las varillas que se cruzan es mi mejor calmante. Aleja la tensión y me da un sentido de seguridad infinita. Sin ella, sería un pobre hombre. Con ella, me parece poder triunfar en cualquier empresa”.


3) Para vivir

Recordaba el Papa que una madre con los hijos tiene siempre problemas y trabajo, como fue en su hogar: «En casa, éramos cinco y mientras uno hacía “una”, el otro pensaba en hacer “otra” y la pobre mamá iba de un lado para el otro. Pero era feliz. Nos ha dado tanto».

Es importante que las madres transmitan el sentido profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que un niño aprende, se inscribe el valor de la fe en la vida de un ser humano.

Recordaba el Papa al Arzobispo Oscar Arnulfo Romero quien decía que las madres viven un “martirio materno”. En su homilía para el funeral de un sacerdote asesinado por los escuadrones de la muerte, decía: «Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, aunque no nos conceda el Señor este honor... Pero dar la vida no es sólo que lo maten a uno; tener espíritu de martirio, es dar en el deber, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber, en aquel silencio de la vida cotidiana, ir dando la vida, como la da la madre que sin aspavientos, con la sencillez del martirio maternal concibe en su seno a su hijo, da a luz, cuida y hace crecer a su hijo. Es dar la vida por su hijo y por eso son mártires». La madre elige dar la vida y eso, concluye el Papa, es grande, esto es bello.


© Pbro. José Martínez Colín

ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA


ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA



Jesús hostia, quiero consolarte,
Me uno a ti,
Me inmolo contigo,
Me anonado delante de ti,
Quiero olvidarme de mí para pensar en ti,
Quiero ser olvidado y despreciado por amor a ti,
No quiero ser comprendido ni amado sino por ti,
Me callaré para escucharte, y me iré para perderme en ti.

Haz que calme así tu sed por mi salvación, tu sed ardiente por mi santidad, y que purificado, te de un puro y verdadero amor.

No quiero cansarte de esperar; tómame, me doy entero a ti.

Te encomiendo todas mis obras: mi espíritu para iluminarlo, mi corazón para dirigirlo, mi voluntad para fijarla, mi miseria para curarla, mi alma y mi corazón para nutrirlos.

Corazón de mi Jesús en la Eucaristía, cuya sangre es la vida de misma, que yo no viva más, sino vive sólo tú en mí.
Amén.