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JUAN ACOGE A LA VIRGEN MARÍA


Juan te acoge
Emma-Margarita R.A. -Valdés


Es Juan, el galileo,
nacido en la evangélica Betsaida,
hijo de Zebedeo y Salomé,
a quién tu hijo te deja encomendada.
Es símbolo de tu maternidad
para el mundo, tu casa.
Juan significa hermano,
dice su nombre su función exacta.
Tenía por oficio pescador.
Con Santiago el Mayor fue pescador de almas,
atendió la llamada del Cordero
desde el Jordán, bautizado en sus aguas.
Estuvo con Jesús en Caná, en Galilea..., 
contempla sus milagros y escucha sus palabras.

Juan era "hijo del trueno", por su arrojo,
pero Jesús le amansa,
es su amado discípulo, virginal, predilecto,
interpreta fielmente sus parábolas;
en la última cena
le anuncia la traición que Él esperaba,
y deja que en su pecho
apoye la cabeza, tiene allí su morada.
Juan le siguió contigo
hasta el monte Calvario, esa mañana
de la Pasión y Muerte. De pie bajo la Cruz,
como Madre de todos, fuiste a Juan entregada.
Entiende la importante comisión
y te acoge, te ampara.

Recibe junto a ti al Espíritu Santo.
En la asamblea acata
tu sabio parecer, tu inspiración,
tus claras decisiones y enseñanzas.
Permanece a tu lado, queda en Jerusalén
a pesar de presiones y amenazas;
sólo viajó con Pedro,
a sembrar la Noticia por Samaria.
Instauró la Ley Nueva,
reconoció que Pablo era un patriarca,
y fue con Pedro, Cefas y Santiago
la columna del arco de la Alianza.
Él difundió la Voz a los gentiles,
pueblos que los judíos despreciaban.

Te acompañó en la hora de la muerte
y presenció la gracia
que en brazos del Señor, por el amor del Hijo,
fuiste al Reino elevada.
Juan se trasladó a Éfeso
y la santa doctrina predicaba,
cristianizó a paganos,
le seguía la gente entusiasmada.
Le apresan los infieles y le llevan a Roma,
le insultan, le maltratan,
le introducen en un aceite hirviendo
y sale ileso de las llamaradas.
A la isla de Patmos le deportan.
Muere a edad avanzada.
Es enterrado en la ciudad de Éfeso,
sobre su tumba un templo se levanta.

INMACULADA ERES, MARÍA


Inmaculada eres, María
Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R




Belleza trasunta de Dios eres, 
derramada sobre el barro nuevo 
de la creación, María,
que hace del hombre un ser sagrado,
estética de luz difuminada desde un cielo conmovido,
cuando surges bella cual la aurora
que amanece desde las manos increadas 
y siempre creadoras del Dios que dice: 
hágase.

Y se hizo el mundo y surgió la vida
y surgiste tú, Mujer universal, María, 
donde no cabe más geometría 
que la del amor por Dios elaborada
cuando el Espíritu Santo aleteaba
sobre las aguas primordiales
para bañar de armonía tu concepción Inmaculada,
pensada en Mujer destinada 
a ser Madre del Dios increado
y del hombre por Él creado.

Eres, María, la Mujer por siempre gloriosa
venida al mundo en azul de cielo
como la paz a raudales derramada
que traspasa el alma con un rayo
de la luz increada del Dios
que al coronar de estrellas tu frente 
en el candor espléndido de tu ser
te hizo niña, mujer y madre.

Tu actitud de oración y súplica
es acuarela inmortalizada
en el fervor de los pueblos 
a tus plantas con humildad postrados.
Ternura es que alienta 
el amor y la confianza de tantos hijos
que al rezar te aclaman:
por Reina y Madre,
de cielos, tierra y corazones.

Iconografía santa eres, María, 
Tú, la siempre Inmaculada, 
enmarcada de azucenas
para embellecer la fragilidad 
de nuestro barro tan humano, 
que anhela recuperar su origen primigenio
hasta parecerse a la luz de los ángeles del cielo.

Y mientras con fervor los humanos 
el Ave María te rezamos
a tu alrededor aparecen cabecitas de querubes 
como volutas de incienso flotando en el espacio
para orlar tu imagen gloriosa
elevándose suavemente a la altura.

Un alborozo de alas en miniatura
hienden suavemente el aire
mientras tus labios absortos
parecen musitar una plegaria sencilla,
que es oración al Creador agradecida.

Admirados, te miramos, tú nos miras,
y al cruzarse nuestros ojos,
con temblor emocionado 
desde lo más hondo del anhelo,
el corazón prestadas toma las palabras
del Cantar de los Cantares,
para decirte con el cariño más sincero
salido del rincón más recóndito del alma: 
“Qué hermosa eres, María, amada mía,
qué hermosa eres”.