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miércoles, 27 de abril de 2016

ORACIÓN DE LA SALVE


SALVE

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

V.Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. 
R.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Oración 
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la cooperación del Espíritu Santo, preparaste el cuerpo y el alma de la gloriosa Virgen y Madre María para que fuese merecedora de ser digna morada de tu Hijo; concédenos que, pues celebramos con alegría su conmemoración, por su piadosa intercesión seamos liberados de los males presentes y de la muerte eterna. Por el mismo Cristo nuestro Señor.

R.Amén

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 27 DE ABRIL 2016 - NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT



EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 27 DE ABRIL 2016
NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT



Texto del Evangelio (Lc 1,39-47): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!». Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador».


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«Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel»
P. Abad Dom Josep Mª SOLER OSB Abad de Montserrat 
(Barcelona, España)



Hoy, en la solemnidad de Nuestra Señora de Montserrat, la liturgia proclama el Evangelio de la Visitación. María no se encierra en sí misma ni en el Misterio del que es depositaria por obra de Dios. Lo vive a fondo, como nadie, pero por eso precisamente va a ayudar, a servir, y no sólo a contemplar el don que Dios ha otorgado a su parienta. En la Visitación, María es portadora de la salvación mesiánica. Es, a la vez, portadora y sierva. Y su presencia trae a Cristo que da el Espíritu y, por lo tanto, el gozo y la alabanza.

«En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa» (Lc 1,39). Los peregrinos que suben a nuestra montaña de Montserrat vienen a visitar a Santa María. Traen con ellos los gozos y esperanzas, las penas y angustias, los anhelos y alegrías de su vida, de su familia, de la parroquia o de la comunidad donde viven su fe. La peregrinación es como una metáfora de la vida. Salimos de casa, hacemos camino —a menudo con esfuerzo y abnegación—, pero andamos con alegría y decisión porque sabemos que al final hay Alguien que nos espera.

Y, a pesar de todo, al llegar a Montserrat, ante la viva imagen venerable de Santa María, el peregrino advierte que en realidad es la Virgen María quien lo visita a él. María nos sale al encuentro en lo más profundo de nuestro corazón. Viene “decididamente” a visitarnos para traernos a su Hijo Jesucristo, para anunciarnos la Buena Nueva de que Dios nos ha amado tanto, que nos ha dado a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte. María nos trae a Cristo y nos dice «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Nosotros hemos de ser, también, “visitación” para cuantos hallamos en el camino de la vida.

NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT, ADVOCACIÓN MARIANA, 27 DE ABRIL


NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT
27 de abril 

Memoria

— Los santuarios de la Virgen, «signos de Dios».

— Nuestra Señora, esperanza nuestra en cualquier necesidad.

— Esperanza y filiación divina.

I. Y vendrán muchedumbres de pueblos diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, Él nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé.

Incontables peregrinos se dirigen diariamente a los innumerables santuarios dedicados a Nuestra Señora, para encontrar los caminos de Dios o reafirmarse en ellos, para hallar la paz de sus almas y consuelo en sus aflicciones. En estos lugares de oración, la Virgen hace más fácil y asequible el encuentro con su Hijo. Todo santuario se convierte en «una antena permanente de la buena Nueva de la Salvación».

Hoy celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Montserrat, a la que durante siglos tantos cristianos han acudido a buscar el auxilio de María para seguir adelante en un camino no siempre fácil. ¡Cuántos han encontrado allí la paz del alma, la llamada de Dios a una mayor entrega, la curación, el consuelo en medio de una tribulación...! La liturgia de la fiesta está centrada en el misterio de la Visitación, «que constituye la primera iniciativa de la Virgen. Montserrat encierra, por consiguiente, lecciones valiosísimas para nuestro caminar de peregrinos», pues eso somos. No podemos olvidar que nos dirigimos a una meta bien concreta: el Cielo. El fin de un viaje determina en buena parte el modo de viajar, los enseres que se llevan, las vituallas del camino... La Virgen nos dice a cada uno que no llevemos demasiados pertrechos, ni atuendos excesivamente pesados, que entorpecen la marcha, y que debemos caminar deprisa hacia la casa del Padre. Nos recuerda que no existen metas definitivas aquí en la tierra y que todo ha de estar orientado al término de ese recorrido, del que quizá ya hemos hecho una buena parte.

Además, «en la marcha, hay que imitar el estilo de la Madre en la visita que hiciera a su prima: En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá (Lc 1, 39)». Ella marcha con presteza, con paso rápido y alegre. Así hemos de ir nosotros por la senda que nos lleva a Dios. Además, hemos de llevar en el corazón la alegría y el espíritu de servicio que llevaba Nuestra Señora en el suyo.

II. La virtud del peregrino es la esperanza; sin ella dejaría de caminar. o lo haría cansinamente. La Virgen es nuestra esperanza, pues nos alienta continuamente a seguir adelante, nos ayuda a superar los momentos de desaliento, nos saca adelante maternalmente en las circunstancias más difíciles. Siempre que acudimos a Ella –aunque sea con la brevedad de una jaculatoria, o con una mirada a una imagen suya salimos reconfortados. «Incluso sin que nos demos cuenta, como hiciera con los esposos de Caná de Galilea, interviene siempre con solicitud y delicadeza de madre. Lo hizo de forma ejemplar en el misterio de la Visitación, subrayado con trazo litúrgico indeleble en Montserrat. Se explica, por tanto –continuaba Juan Pablo II que resuene a diario en esta montaña el acento melodioso del saludo a la Señora, a la Reina, a la Madre, a la depositaria de la esperanza que alienta a los peregrinos: Deu vos salve, vida, dolcesa i esperança nostra», Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra... Así podemos saludarla en muchas ocasiones.

Nuestra Señora fue motivo de alegría, de paz y de esperanza para todos mientras estuvo presente aquí en la tierra. El sábado santo, cuando con la Muerte de Jesús se hizo la oscuridad más completa sobre el mundo, solo quedó encendida la esperanza de María. Por ello, los Apóstoles se congregaron bajo su amparo. Ahora, desde el Cielo, «con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada». San Bernardo explica bellamente que la Virgen es el acueducto que, recibiendo la gracia de la fuente que brota del corazón del Padre, nos la distribuye a nosotros. Este hilo de agua celestial desciende sobre los hombres, «no todo de una vez, sino que hace caer la gracia gota a gota sobre nuestros corazones resecos», según nuestra necesidad y los deseos de recibir.

La Virgen nos reconforta siempre y está presente cuando necesitamos protección, pues esta vida es como una larga singladura en la que hemos de padecer vientos y tormentas. Ella es puerto seguro, donde ninguna nave naufraga. No dejemos que entre la rutina en esas devociones con las que cada día nos acogemos a su protección: el Ángelus, el Santo Rosario, las tres Avemarías para pedir por la santa pureza de todos, la devoción del escapulario... Cuando hacemos alguna romería, o vamos a buscar su intercesión en algún santuario o ermita a Ella dedicada, nos acoge con especial misericordia y amor.

III. Porque la peregrinación de la vida prosigue y no tenemos aquí morada permanente, es una medida de elemental prudencia solicitar de nuestra Madre del Cielo «provisión de energías en vista de ulteriores etapas», las que aún nos falta por recorrer. Uno de los mayores enemigos del caminante, lo que resta más fuerzas, es el desaliento, la falta de esperanza en llegar a la meta. No cae en el desánimo quien padece dificultades y dolor, sino quien deja de aspirar a la santidad y quien después de un error, de una caída, no se levanta deprisa y sigue caminando.

El que ha puesto su esperanza en Cristo vive de ella, y lleva ya en sí mismo algo del gozo celestial que le espera, pues la esperanza es fuente de alegría y permite soportar con paciencia las dificultades; ora confiadamente y con constancia en todas las situaciones de la vida; soporta pacientemente la tentación, las tribulaciones y el dolor; trabaja esforzadamente por el Reino de Dios, en un apostolado eficaz, principalmente con aquellos con quienes más se relaciona... La esperanza lleva al abandono en Dios, a la filiación divina, pues sabe el cristiano que Él conoce y cuenta con las situaciones por las que hemos de pasar: edad, enfermedad, problemas familiares o profesionales... Sabe también que en cada situación tendremos las ayudas necesarias para salir adelante. Y es la Virgen la que adelanta esas ayudas y gracias, la que las multiplica... Ella nos da la mano después de una caída, de un momento de vacilación, facilita la contrición por nuestras faltas y pone en nuestro corazón los sentimientos del hijo pródigo.

Cuenta Santa Teresa que al morir su madre, cuando tenía unos doce años, se dio cuenta de lo que realmente había perdido, y «afligida –escribe la Santa– fuime a una imagen de nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a Ella y, en fin, me ha tornado a sí». Con esta sencillez y confianza hemos de acudir a Nuestra Señora en cada una de sus fiestas y de sus advocaciones. Hoy acudimos a Nuestra Señora de Montserrat, pidiéndole que nos enseñe el camino de la esperanza, que es el mismo de la filiación divina. Ella, «sentada en su trono, con el Hijo en sus rodillas, parece estar esperando poder abrazar con Él a todos sus hijos. Nuestra peregrinación espiritual se cifra, en definitiva, en alcanzar la filiación divina. Nuestra vocación es un hecho; por predilección incomprensible del Padre, nos hizo hijos en el Hijo: Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado (Ef 1, 3-6)».

TE MERECE?


¿Te merece?



Cuentan que había una vez un rey muy apuesto que estaba buscando esposa. Por su palacio pasaron todas las mujeres más hermosas del reino y de otros más lejanos; muchas le ofrecían además de su belleza y encantos muchas riquezas, pero ninguna lo satisfacía tanto como para convertirse en su reina.

Cierto día llegó una mendiga al palacio de este rey y con mucha lucha consiguió una audiencia. “No tengo nada material que ofrecerte; solo puedo darte el gran amor que siento por ti” le digo al rey: “si me permites puedo hacer algo para demostrarte ese amor”.

Esto despertó la curiosidad del rey, quien le pidió que dijera que sería eso que podía hacer. Ella dijo: “Pasaré 100 días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Si puedo soportar estos 100 días, entonces me convertirás en tu esposa”.

El rey, sorprendido más que conmovido, aceptó el reto. Le dijo: “Acepto. Si una mujer puede hacer todo esto por mí, es digna de ser mi esposa”. Dicho esto la mujer empezó su sacrificio.

Empezaron a pasar los días y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades… Muchas veces sentía que desfallecía del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor. De vez en cuando el rey asomaba la cara desde la comodidad de su habitación para verla y le hacía señas de aliento con el pulgar.

Así fue pasando el tiempo… 20 días… 50… la gente del reino estaba feliz, pues pensaban “¡Por fin tendremos reina!”…  90 días…  y el rey continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer. “Esta mujer es increíble” pensaba para sí mismo y volvía a darle alientos con señas.

Al fin llegó el día 99 y todo el pueblo empezó a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mendiga se convertiría en esposa del rey. Fueron contando las horas… ¡A las 12 de la noche de ese día tendrían reina!… La pobre mujer estaba muy desmejorada; había enflaquecido mucho y contraído enfermedades. Entonces sucedió. A las 23:00 del día 100, la valiente mujer se rindió… Y decidió retirarse de aquel palacio. Dio una triste mirada al sorprendido rey y sin decir ni media palabra se marchó.

¡La gente estaba conmocionada! Nadie podía entender por qué aquella valiente mujer se había rendido faltando tan solo 1 hora para ver sus sueños convertirse en realidad… ¡Había soportado tanto!

Al llegar a su casa, su padre se había enterado ya de lo sucedido. Le preguntó: “¿Por qué te rendiste a tan solo instantes de ser la reina?”

Y ante su asombro ella respondió: “Estuve 99 días y 23 horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y solo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Esperé todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron. Entonces entendí: una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor”.

Moraleja: Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir, sacrificar tu esencia y hasta rogar… aunque te duela retírate. Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mismo que tú, quien no pueda establecer el mismo compromiso, la misma entrega… Simplemente NO TE MERECE.