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miércoles, 11 de mayo de 2016

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN DEL HOGAR Y LA FAMILIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


Consagración del hogar y la familia al Inmaculado Corazón de María


¡Oh Virgen María!, queremos consagrar hoy nuestro hogar y cuantos lo habitan a vuestro Purísimo Corazón.
Que nuestra casa, como la tuya de Nazaret, llegue a ser un oasis de paz y felicidad por:
   -  el cumplimiento de la voluntad de Dios,
   -  la práctica de la caridad,
   -  y el abandona a la Divina Providencia,

¡Que nos  amemos  todos como Cristo  nos enseñó!. Ayúdanos a vivir siempre cristianamente y envuélvenos en tu ternura.

Te pido por los hijos que Dios nos ha dado (se citan los nombres) para que los libres de todo mal y peligro de alma y cuerpo, y los guardes dentro de Tu Corazón Inmaculado. Dígnate, Madre nuestra, transformar nuestro hogar en un pequeño cielo, consagrados todos a vuestro Corazón Inmaculado. Amén.

¡Corazón Inmaculado de María, sálvanos! 


MAYO, MES DE MARÍA - DÍA 11 - MADRE SIN MANCHA


Mayo, Mes de María
Décimo primer día: Explicación de las letanías




Mater inviolada

Madre sin mancha. Las comparaciones que se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a la que se compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por los rayos del sol que lo penetran, siendo insuficientes y por debajo del misterio de una Virgen Madre, no se puede sino admirar en un respetuoso silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios quiso ser concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su Madre sin violar su pureza que salir de su tumba sin remover la piedra, sin quebrar el sello?

Mater intemerata

Madre sin corrupción. En efecto, ¿no convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los decretos eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como Jesucristo lo fue por su naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de un Dios no haya debido ni podido estar un instante bajo el imperio del pecado? Igualmente, San Agustín quería que no se hiciese mención de María cuando se hablara del pecado. No podemos hacer nada mejor que compartir los sentimientos de ese gran doctor; y reconociendo a María como Madre de Dios, reconozcámosla como una Madre que estuvo exenta de toda corrupción.

Ejemplo

El P. de Smet, misionero de la compañía de Jesús, en medio de las naciones salvajes de América del Norte, abordaba, hace algunos años, a la poblada de los Pottowatomies, que viven sobre las márgenes de los Osages. Como se descargaba sus efectos, se llevó a bordo a un muchacho que estaba peligrosamente enfermo. Se hacía tarde ya, y debido al equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña que el gran jefe le había preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien, durante la noche, el joven enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le arrancaba el dolor impulsaron al P. de Smet a entrar en su cuarto, con el fin de aliviarlo o de consolarlo. Esta intención caritativa del misionero conmueve al muchacho, que le abre su corazón. “Soy católico, dijo, incluso recibí una educación del todo cristiana de uno de mis tíos, que era un eclesiástico lleno de celo. Practiqué mucho tiempo la piedad y, en especial, siempre tuve una especial devoción por la Madre de Dios. Hace seis años que viajo por las montañas, en medio de una tribu salvaje, sin haber encontrado ningún sacerdote y, sin embargo, nunca olvidé a María. “Sin duda es ella la que me conduce ante usted, hijo mío, respondió el venerable misionero; ella quiere verificar en su persona las palabras de San Bernardo; que nunca se la ha invocado en vano. Créame, aproveche de esta gracia que le ha concedido. Hace tiempo que no ha purificado su conciencia, tal vez tenga reproches que hacerse. Comience s confesión”. El muchacho accedió de buena gana a la invitación del ministro caritativo; se confesó en medio de grandes sentimientos de piedad y recibió también la Extremaunción. El P. de Smet supo después que había muerto al día siguiente de su llegada.

Si nos encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber, recurramos a María


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

DA CON GENEROSIDAD


Da con generosidad



La generosidad es una virtud que te pone en sintonía con Dios que es todo amor y donación de sí mismo. Cada día puedes empezar a ser generoso en gestos pequeños. Con la práctica se te irá abriendo el corazón, descubrirás la alegría de dar y comprobarás, maravillado, que recibes mucho más de lo que das. Una vez Don Bosco narró a los jóvenes este apólogo.

Un día Jesús se dirigió con Pedro y Juan a un monte. Ya en plena subida, les dijo: —Tomen cada uno una piedra y llévenla arriba. Juan tomó la primera piedra que halló al paso, era bastante pesada. Pedro con un gesto calculador recogió una piedra pequeña. La subida era fatigosa. Juan comenzó a sudar. Pedro le dijo en tono burlón: —Ay, Juan, ¡qué cándido eres! ¿Quién te mandó tomar esa piedra tan grande? Jesús dijo que lleváramos una piedra, pero no una piedra grande. Mira, yo con este guijarro ni sudo ni me canso. Jesús oía y sonreía. Poco después se detuvo bajo un pino y los invitó a sentarse. La subida y el cansancio les había abierto el apetito. Juan inició un bostezo. Entonces Jesús bendijo las piedras y se convirtieron en panes. ¡Grande y sabroso era el de Juan, mientras el de Pedro apenas un bocado! Juan maravillado se alegró mucho. Pedro quedó avergonzado. Jesús sonrió con bondad.

También los jóvenes sonrieron, y Don Bosco sacó esta enseñanza: no seamos mezquinos en servir a Dios. Quien mucho da al Señor, mucho recibirá, quien le da poco, poco recogerá. María Auxiliadora, interceda por nosotros para que seamos generosos en el servicio de Dios, y así nos aseguremos una bellísima corona de gloria en el Cielo.


* Enviado por el P. Natalio

PIDAMOS A LA VIRGEN EL DON DE LA PAZ PARA EL MUNDO, INVITÓ EL PAPA FRANCISCO


Pidamos a la Virgen el don de la paz para el mundo, invitó el Papa Francisco



 (ACI).- El Papa Francisco pidió a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro para la Audiencia General de este miércoles que escuchen a la Madre de Dios para pedirle paz en el mundo.

Ante la celebración el 13 de mayo de Nuestra Señora de Fátima y al saludar a los peregrinos de lengua polaca, el Pontífice recordó a su predecesor San Juan Pablo II y dijo:

“El viernes celebramos la memoria litúrgica de la bienaventurada María Virgen de Fátima. En esta aparición, María nos invita una vez más a la oración, a la penitencia y a la conversión. Nos pide que no ofendamos más a Dios. Advierte a toda la humanidad sobre la necesidad de entregarse a Dios, fuente de amor y de misericordia”.

Y pidió a continuación: “siguiendo el ejemplo de San Juan Pablo II, gran devoto de la Virgen de Fátima, pongámonos atentamente a la escucha de la Madre de Dios impetrando la paz para el mundo. Alabado sea Jesucristo”,

Además, al saludar a los peregrinos de lengua portuguesa, Francisco lo hizo en especial a los peregrinos brasileños, con un pensamiento a su nación.

“En estos días en que nos preparamos a la fiesta de Pentecostés pido al Señor que difunda abundantemente los dones de su Espíritu, para que su país en estos momentos de dificultad, proceda por la senda de la armonía y de la paz, con la ayuda de la oración y del diálogo”.

“Que la cercanía de Nuestra Señora Aparecida, que como buena Madre no abandona nunca a sus hijos, sea defensa y guía en el camino”, terminó.

MARÍA Y EL DON DEL ESPÍRITU SANTO


María y el Don del Espíritu
En la espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María?


Por: San Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net 




Si meditamos este hermoso texto de la Catequesis de Juan Pablo II, titulada "María y el Don del Espíritu" en compañia de María podremos experimentar que "...En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no sólo en los orígenes de la fe, sino en todo tiempo. (Juan Pablo II, Ángelus 13-11-83).


Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Recorriendo el itinerario de la vida de la Virgen María, el Concilio Vaticano II recuerda su presencia en la comunidad que espera Pentecostés: «Dios no quiso manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de enviar el Espíritu prometido por Cristo. Por eso vemos a los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseverar en la oración unidos, junto con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y sus parientes" (Hch 1, 14). María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra» (Lumen gentium, 59).

La primera comunidad constituye el preludio del nacimiento de la Iglesia; la presencia de la Virgen contribuye a delinear su rostro definitivo, fruto del don de Pentecostés.

2. En la atmósfera de espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María con respecto a la venida del Espíritu Santo?

El Concilio subraya expresamente su presencia, en oración, con vistas a la efusión del Paráclito. María implora «con sus oraciones el don del Espíritu». Esta afirmación resulta muy significativa, pues en la Anunciación el Espíritu Santo ya había venido sobre ella, cubriéndola con su sombra y dando origen a la encarnación del Verbo.

Al haber hecho ya una experiencia totalmente singular sobre la eficacia de ese don, la Virgen santísima estaba en condiciones de poderlo apreciar más que cualquier otra persona. En efecto, a la intervención misteriosa del Espíritu debía ella su maternidad, que la convirtió en puerta de ingreso del Salvador en el mundo.

A diferencia de los que se hallaban presentes en el Cenáculo en trepidante espera, Ella, plenamente consciente de la importancia de la promesa de su Hijo a los discípulos (cf. Jn 14, 16), ayudaba a la comunidad a prepararse adecuadamente a la venida del Paráclito.

Por ello, su singular experiencia, a la vez que la impulsaba a desear ardientemente la venida del Espíritu, la comprometía también a preparar la mente y el corazón de los que estaban a su lado.

3. Durante esa oración en el Cenáculo, en actitud de profunda comunión con los Apóstoles, con algunas mujeres y con los hermanos de Jesús, la Madre del Señor invoca el don del Espíritu para sí misma y para la comunidad.

Era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre Ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la Cruz, María fue revestida con un nueva maternidad, con respecto a lo discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual.

Mientras en el momento de la Encarnación el Espíritu Santo había descendido sobre Ella, como persona llamada a participar dignamente en el gran misterio, ahora todo se realiza en función de la Iglesia, de la que María está llamada a ser ejemplo, modelo y Madre.

En la Iglesia y para la Iglesia, Ella, recordando la promesa de Jesús, espera Pentecostés e implora para todos abundantes dones, según la personalidad y la misión de cada uno.

4. En la comunidad cristiana la oración de María reviste un significado peculiar: favorece la venida del Espíritu, solicitando su acción en el corazón de los discípulos y en el mundo. De la misma manera que, en la Encarnación, el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, así ahora en el cenáculo, el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo místico.

Por tanto, Pentecostés es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de ella hacia los discípulos del Señor.

Contemplando la poderosa intercesión de María que espera al Espíritu Santo, los cristianos de todos los tiempos, en su largo y arduo camino hacia la salvación, recurren a menudo a su intercesión para recibir con mayor abundancia los dones del Paráclito.

5. Respondiendo a las plegarias de la Virgen y de la comunidad reunida en el cenáculo el día de Pentecostés, el Espíritu Santo colma a María y a los presentes con la plenitud de sus dones, obrando en ellos una profunda transformación con vistas a la difusión de la buena nueva. A la Madre de Cristo y a los discípulos se les concede una nueva fuerza y un nuevo dinamismo apostólico para el crecimiento de la Iglesia. En particular, la efusión del Espíritu lleva a María a ejercer su maternidad espiritual de modo singular, mediante su presencia, su caridad y su testimonio de fe.

En la Iglesia que nace, Ella entrega a los discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la fe de los creyentes.

No tenemos ninguna información sobre la actividad de María en la Iglesia primitiva, pero cabe suponer que, incluso después de Pentecostés, Ella siguió llevando una vida oculta y discreta, vigilante y eficaz. Iluminada y guiada por el Espíritu, ejerció una profunda influencia en la comunidad de los discípulos del Señor.

Juan Pablo II Audiencia general del miércoles, 28 de mayo de 1997