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viernes, 20 de mayo de 2016

ORACIÓN A LA VIRGEN ROSA MÍSTICA


Rosa Mística 
Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv


Rosa Mística, fragancia del Eterno
que perfumas mi templo en tu presencia
aroma suave de su complacencia
que floreces en el frío del invierno.

Eres la flor que adorna mi plegaria
el pensamiento que bendice mi conciencia
la suavidad y el color de la paciencia
la faz de una inocencia legendaria.

Alabo en la mañana tu belleza
la armonía que la gracia te regala
y el cándido fulgor de tu pureza.

Resplandece inmaculada la realeza
pues la luz que de Ti brota no se iguala
y proclama al universo tu grandeza.

MAYO, MES DE MARÍA - DÍA 20 - ROSA MÍSTICA, TORRE DE DAVID, TORRE DE MARFIL


MAYO, MES DE MARÍA
Vigésimo día: Explicación de las letanías




Rosa mystica

Rosa Mística. Como la Rosa es, entre todas las flores, la flor que más gusta universalmente, tanto por su tierno colorido cuanto por su agradable olor, y por esta causa pasa por reina de las flores, de la misma manera María, llamada alegóricamente por la Iglesia Rosa Mística, es la Reina de los ángeles y de los hombres, porque sobrepasa a todas las criaturas, incluso a las más perfectas, por la explosión de su gloria y por el mérito de sus sublimes virtudes.

Turris Davidica


Torre de David. María es comparada con la Torre de David, porque esta torre fue antiguamente el más bello ornamento de Jerusalén por su elevada altura y por la belleza de su estructura. María, igualmente, un edificio espiritual que es, después de Dios, en la celeste Sión, el objeto más elevado y el más elevado por la bondad de sus virtudes. En efecto, considerando la grandeza de su dignidad y de los méritos preciosos de María, se comprende que la gloria de que goza en el cielo les sea proporcional; y que todo debe ser incomparablemente grande en aquella que según Agustín es la obra del eterno consejo, en tanto que, san Epifanes llama misterio del cielo y de la tierra



Torre de marfil

Torre de marfil. Es en  la  expresión del Espíritu Santo, que habla por el órgano de la Sabiduría, que la Iglesia encontró la comparación que se hace de ella, a una torre de marfil. En efecto; por que si comprendemos el sentido figurado, comprenderemos que Salomón escuchó alabar la pureza a María, cuyo brillo y cuya blancura no sólo entran claramente en comparación cola del marfil sino que la supera infinitamente.

Ejemplo

El nacimiento de San Luís Rey de Francia, se debió a María Madre de Dios y a la devoción del Santo Rosario. La piadosa Reina Blanca de Castilla, que fue la madre de este santo rey, lloraba largo tiempo su esterilidad. Santo Domingo, que vivió en la misma época, le aconsejó recurrir a la Santísima Virgen y que practicara el rezo del santo Rosario, y que obligara a las personas más devotas del Reino de hacer frecuentemente en su nombre este homenaje, y le hizo esperar el fruto de bendición de deseaba, por la protección de la Madre de Misericordia. Blanca siguió el consejo con felicidad y fidelidad. En virtud del santo Rosario y de la piedad de la virtuosa princesa obtuvieron pronto el efecto deseado. Tuvo un hijo, y en su hijo un rey, que puso la santidad sobre el trono, que consagró su corona por todas las virtudes cristianas; en una palabra, llevó a su tumba la vestidura de la inocencia bautismal, enriquecida por todos los méritos que hacen  los santos y a los grandes santos.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

INMACULADA ERES, MARÍA


Inmaculada eres, María
Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R



Belleza trasunta de Dios eres, 
derramada sobre el barro nuevo 
de la creación, María,
que hace del hombre un ser sagrado,
estética de luz difuminada desde un cielo conmovido,
cuando surges bella cual la aurora
que amanece desde las manos increadas 
y siempre creadoras del Dios que dice: 
hágase.

Y se hizo el mundo y surgió la vida
y surgiste tú, Mujer universal, María, 
donde no cabe más geometría 
que la del amor por Dios elaborada
cuando el Espíritu Santo aleteaba
sobre las aguas primordiales
para bañar de armonía tu concepción Inmaculada,
pensada en Mujer destinada 
a ser Madre del Dios increado
y del hombre por Él creado.

Eres, María, la Mujer por siempre gloriosa
venida al mundo en azul de cielo
como la paz a raudales derramada
que traspasa el alma con un rayo
de la luz increada del Dios
que al coronar de estrellas tu frente 
en el candor espléndido de tu ser
te hizo niña, mujer y madre.

Tu actitud de oración y súplica
es acuarela inmortalizada
en el fervor de los pueblos 
a tus plantas con humildad postrados.
Ternura es que alienta 
el amor y la confianza de tantos hijos
que al rezar te aclaman:
por Reina y Madre,
de cielos, tierra y corazones.

Iconografía santa eres, María, 
Tú, la siempre Inmaculada, 
enmarcada de azucenas
para embellecer la fragilidad 
de nuestro barro tan humano, 
que anhela recuperar su origen primigenio
hasta parecerse a la luz de los ángeles del cielo.

Y mientras con fervor los humanos 
el Ave María te rezamos
a tu alrededor aparecen cabecitas de querubes 
como volutas de incienso flotando en el espacio
para orlar tu imagen gloriosa
elevándose suavemente a la altura.

Un alborozo de alas en miniatura
hienden suavemente el aire
mientras tus labios absortos
parecen musitar una plegaria sencilla,
que es oración al Creador agradecida.

Admirados, te miramos, tú nos miras,
y al cruzarse nuestros ojos,
con temblor emocionado 
desde lo más hondo del anhelo,
el corazón prestadas toma las palabras
del Cantar de los Cantares,
para decirte con el cariño más sincero
salido del rincón más recóndito del alma: 
“Qué hermosa eres, María, amada mía,
qué hermosa eres”. 



MARÍA ES NUESTRA CONFIANZA


María es nuestra confianza
La falta de confianza entre las divinidades helenas contrasta fuertemente con la vivencia de la misma en el catolicismo. Más concretamente a la luz de la figura de María.


Por: Jorge Enrique Mújica, L.C. | Fuente: Catholic.net 




Recuerdo que cuando estudiaba las humanidades clásicas me llamó mucho la atención una lectura sobre uno de los motivos de la crisis de la religiosidad griega: la falta de confianza.

La constatación de la falta de confianza entre los innumerables dioses humanos y súper-humanos, manifestada en sus eternas rencillas, no propiciaba un clima que moviera a su imitación. La razón, entonces, no los podía aceptar. Si los hijos de Rea, la diosa madre -Júpiter, Neptuno, Plutón, Zeus, Poseidón y Hades-, no eran capaces de vivir esa virtud para con su madre, menos lo serían entre ellos y menos aún con los hombres.

La falta de confianza entre las divinidades helenas contrasta fuertemente con la vivencia de la misma en el catolicismo. Esto queda destacado al leer la primera cuartilla del himno de las completas que muchos sacerdotes, seminaristas y religiosos solemos rezar los jueves:

“Como el niño que no sabe dormirse
sin cogerse a la mano de su madre
así mi corazón viene a ponerse
sobre tus manos al caer la tarde”

Resaltan inmediatamente tres aspectos tras su lectura. Lo primero y guía de todo es precisamente una actitud: la virtud de la confianza, pero, ¿de dónde nace? Lo segundo es la vivencia de la confianza hacia una persona, hacia la madre, pero, ¿por qué hacia ella? Y lo tercero, es el lugar donde esa virtud hacia esa persona se hace vida, la tarde; ¿qué significa la tarde?

La teología enseña que la confianza es una virtud que se desprende de la fe. Preguntarnos por el origen de la virtud de la confianza es hacerlo por el origen de esa otra que es su causa, por la fe. Obviamente no estamos haciendo alusión a un origen histórico cuanto a una experiencia única y personal, a “mi experiencia”, que es a la vez don de Dios. Es únicamente desde la propia vivencialidad que supone el personal encuentro con Dios que nos ha salido al paso y que se renueva cada día en la oración, de donde nace esa relación de confianza.

Ahora bien, en el himno no resalta desde un primer momento la confianza en Dios sino en “la madre”. Más que evadir y distanciar de Dios, María-Madre se nos presenta como canal privilegiado, quizá el más seguro, para llegar a Dios.

Sólo a la luz de María se puede comprender el “cogerse a la mano de su madre”. De hecho, la maternidad en sí misma es ya una respuesta al por qué tener esa confianza en la Madre por antonomasia, en la Virgen Pura que es “el modelo más acabado de la nueva creatura salida del poder redentor de Cristo”, como la llamaba el padre Marcial Maciel. Es aquí donde se escucha el eco de aquella herencia pronunciada desde la cruz: “Juan, eh ahí tu madre”. Qué contraposición: mientras Rea, la diosa madre, desconfía de sus propios hijos, y ellos de ella, el Dios verdadero confía en nosotros al grado de dejarnos a u madre en herencia.

Pero aún hay más. En medio de una “crisis” del don de la maternidad, tenemos presente, muy presente, la cercanía de la propia madre, de la que nos llevó en su seno y nos crió. Cercanía que llevaba en sí la vivencia de virtudes como la confianza y de donde nacen actitudes como la seguridad que nos llevaban a saber “dormirnos cogidos de su mano”, como reza el himno.

Todavía resta un elemento, la tarde. ¿Qué significa la tarde? Es verdad que en un primer momento parece hacer alusión al instante en que el sol declina para abrir paso a la noche. ¿No es precisamente en la noche donde más se precisa esa necesidad de seguridad y de confianza, de cercanía de la madre para dormir tranquilamente? Sí, así es. Pero “la tarde” también parece aducir otros momentos donde esa virtud debe hacerse vida.

Cómo no pensar en la “tarde” de la propia vida o en la “tarde” del trabajo. Uno y otro momento invitan a una interrogante profunda: si hay tarde hubo día, ¿y los frutos de ese día? Hemos tenido el día para aprovecharlo y hacer rendir los talentos recibidos. Vida y trabajo se unen así, de hecho. Más que un cuestionamiento que acuse desesperación en el examen, incita a dirigir la mirada precisamente a la Madre que nos ayuda a examinarnos con confianza. Sí, la tarde que es examen se afronta de manera diversa cuando se está acompañado de María-Madre. Cuando ella nos acompaña, la “metanoia” (conversión) cristiana es una realidad en el minuto a minuto de cada jornada.

Alexis Carrel, premio Nobel de medicina y converso al catolicismo tras presenciar un milagro en Lourdes, tiene una oración que rezuma esa actitud de confianza en María. Ciertamente es un grito de un hombre que lucha contra sí mismo en su afán de creer totalmente, pero también nos es válida pues la fe no sólo es origen de la virtud de la confianza sino también su meta.

“Virgen santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo que Tú has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo, y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionadamente y ciegamente, sin discutir ni criticar nunca más. Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquieto pecador que, con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas, se agita corriendo tras las quimeras. Bajo los profundos y duros momentos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños: el creer en ti y el de amarte como aman los monjes de alma pura”.