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martes, 14 de junio de 2016

QUÉ BUENO QUE HOY NO PASÉ DE LARGO


¡Qué bueno que hoy no pasé de largo !
Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen. 

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡ Qué bueno que HOY no pasé de largo !

LA VIRGEN MARÍA, COOPERADORA EN LA SALVACIÓN DE LA HUMANIDAD


María cooperadora en la salvación de la humanidad
Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

Texto: “La muerte vino por Eva, la vida por María”
(Vaticano II)

Comentario: María, empleo esta mañana las palabras que el Concilio Vaticano II te dedica a ti cuando habla de que eres Corredentora de la humanidad.

“Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres.

Como dice san Ireneo, obedeciendo se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano. Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que el “nudo de desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María mediante su fe”; y, comparándola con Eva, llaman a María “madre de los vivientes”, afirmando aún con mayor frecuencia que la muerte vino por Eva, la vida por María”.

María, de verdad, te digo con el corazón en la mano, que esta mañana siento cómo por decir sí a Dios en el momento de la Encarnación, nos abriste a todos las puertas del cielo. Ya nadie habla de la antigua Eva, sino de la nueva por la que nos ha llegado la vida nueva que emana de tu entrega generosa al género humano.

Tan feliz me encuentro, que aquí, junto a tu altar, te presento hoy a los niños, a los jóvenes, adultos y ancianos para que los abraces a todos con tu gran cariño. Necesitan todos de tu presencia. No sé qué tienes, María, que a todos les caes bien. Quizá sea por esta obediencia enriquecedora para ti y para todos cuantos sentimos ahora la alegría de la Resurrección de tu Hijo en nuestras nuevas vidas.

Oración: María, desde mi intimidad contigo, no me canso de alabarte con todos los hombres y mujeres de la tierra. Eres la bienaventurada, la amable, la cordial, la madre nueva que nos ha traído al Salvador de todos por tu acto de fe absoluta en la amada voluntad de Dios.

Al darte hoy las gracias, uno a mi gratitud la de todos los seres que te sienten cercana como alguien que contagia de vida nueva a quien se acerca a ti.

ORACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


ORACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Cuando la enfermedad me aflija, o me oprima la tristeza, o la espina de la tribulación llague mi alma.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones, coaligados para mi eterna perdición, me persigan con sus tentaciones y quieran hacerme perder el tesoro de la divina gracia.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
En la hora de mi muerte, en aquel momento espantoso del que depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y los ataques de mis enemigos.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Y cuando mi alma pecadora se presente ante el tribunal de Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y ampararla, y entonces, ahora y siempre.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
Estas gracias espero alcanzar de Vos, ¡oh Corazón amantísimo de mi Madre!, a fin de que pueda veros y gozar de Dios en vuestra compañía por toda la eternidad en el cielo. Amén.