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miércoles, 7 de septiembre de 2016

PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR... SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN DIOS MI SALVADOR


EL MAGNIFICAT
(Lc 1, 46-55)


Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre.

EXPERIENCIA DEL MÁS ALLÁ


Experiencia del más allá



Una religiosa me escribió el año 1991 una carta sobre su experiencia, cuando era una jovencita alocada. Me decía: Hace más de treinta años era yo muy joven y estuve muy grave al operarme de apendicitis a las tres de la mañana. El médico me dijo que moriría esa misma noche. Yo me vi salir de mí misma y me encontré ante la presencia de Dios, que me dijo:

— ¿Qué has hecho de tu vida? ¿Qué me traes?
Yo me quedé confusa y contesté:
— Mis manos están vacías.

Entonces, sentí el disgusto de Dios. Esto fue horroroso. Y, después de tantos años, lo siento como una vivencia y me horroriza pensar que otra vez me presente con las manos vacías. Por esto, mi única ilusión es sufrir y poder ofrecer con amor todo lo que hago por la salvación de las almas. Quisiera dar a todos y llenar así mis pobres manos. Ya tengo una mano totalmente paralizada y me sube por el brazo, que lo tengo insensible; no lo siento y tomo morfina para el dolor, porque el médico me lo ordena. Sin embargo, soy tan feliz... ¡Qué bueno es Dios y cuánto nos ama!

En su caso, el cambio fue tan profundo que, de ser una jovencita vacía y preocupada solamente por las fiestas y las diversiones, se hizo religiosa para servir enteramente a Dios y a los demás.


* Enviado por el P. Natalio

UNA ORACIÓN POR MIS HERMANOS


Una oración por mis hermanos
Hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Una esposa y madre reza por el regreso de su marido. A su lado, dos niños pequeños juntan las manos y musitan una plegaria. Esperan el milagro, el cambio de un corazón que un día dejó a los suyos. Déjame unirme a ellos, compartir sus penas y pedirte lo que Te suplican con su amor sincero.

Unos padres rezan por el hijo que vive esclavizado por la droga. Lo educaron en tu ley, le enseñaron la importancia de la vida de gracia. Le llevaron a la iglesia, a la catequesis. Pero un día el hijo, libre y engañado, emprendió el mal camino. Permite que mi oración esté junto a la suya, que llore y suplique por la conversión de una vida joven y necesitada de mil perdones.

Unos hijos piden, en la misa, para que sus padres dejen de pelear en casa, para que vivan unidos en un amor sincero, para que sean de verdad fieles a cuanto prometieron en el día de su boda. Déjame, Señor, compartir esa oración, hacerla mía, para ayudar a muchos esposos a vivir en Tu Amor eterno.

Pero también hay tantos corazones que no rezan, que no esperan, que viven sin mirar al cielo, sin suplicar una ayuda divina. Unos, porque ya no tienen esperanza. Otros, porque hace tiempo que Te dejaron lejos. Otros, porque piensan que todo se alcanza con dinero, con técnica, con medicinas, con libros, con amigos, con medios humanos, a veces eficaces, pero casi siempre provisionales y frágiles.

Son corazones que necesitan, más que nadie, una oración. Permíteme, Señor, pedirte por lo que no piden, sentir que Tú anhelas que Te amen, que Te invoquen, que confíen, que se abran al amor infinito que encontramos en Cristo, tu Hijo.

En este día, en estos momentos, toma esta sencilla oración que te ofrezco por mis hermanos. Sé que yo también necesito ayuda, paciencia, fuerza, esperanza. Sé también que me la estás dando, porque eres bueno, porque eres Padre, porque no puedes dejar abandonados a tus hijos más enfermos. Pero hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte como Omnipotente, como Misericordia, como Amor, como Infinito; por quienes no saben que Tú eres el único, el definitivo, el verdadero Salvador.

Esta es mi oración sencilla, desde lo más profundo de mi alma. Acógela, Señor, junto a los ruegos de María, Madre tuya y Madre mía. Y concédeme que eso que Te pido se realice, según Tu Voluntad, y para el bien de todos mis hermanos sufrientes, abatidos, cansados en los mil caminos de nuestro peregrinar terreno.

5 MINUTOS PARA TRATAR A LOS DIVORCIADOS COMO LO HARÍA JESÚS


5 consejos para tratar a los divorciados como lo haría Jesús
Ser incluyentes con una mirada de compasión, con los brazos abiertos y con una actitud pastoral saludable, basada en la verdad y la carida


Por: Gabriel Salcedo | Fuente: http://catholic-link.com 




El primer atributo de Dios es la misericordia. Es el nombre de Dios, nos recuerda el Papa Francisco. La misericordia es más grande que cualquier error que podamos cometer como seres humanos y al estar fundamentada en el amor de Dios se transforma en infinita, sin límites. Sin embargo, hemos utilizado la culpa religiosa para tratar de detenerla. En la vida uno puede equivocarse, caer, pero lo importante es levantarse. La misericordia nos anima a seguir, la culpa religiosa no detiene, nos cierra la puerta de la misericordia.

La familia es la primera escuela de la misericordia y la segunda debería ser la Iglesia. Allí es donde se abren puertas, no se cierran. Uno no deja de ser hijo por equivocarse, por tropezar en el camino o ser víctima de los errores ajenos. Uno es hijo siempre. El hogar y la Iglesia deberían ser esos lugares donde uno siempre puede regresar. Pero el regreso puede ser beneficioso o no, dependiendo de los anfitriones.

En el Evangelio de San Lucas tenemos una historia que refleja cómo Dios recibe a sus hijos en su casa después de haberse alejado. Un joven decide, conscientemente, alejarse de su padre, quien representa los principios, valores y virtudes familiares. En el recorrido de su camino se aleja, poco a poco, de aquella educación que por años había recibido. Es tan grande su lejanía que en un momento se encuentra en “otro país”. Después de pasar un tiempo en una supuesta “primavera de la vida” cae en cuenta, reflexiona y se da cuenta que está lejos de su Padre.

Luego de este examen de conciencia, el hijo regresa a su casa. En el camino recuerda en su más íntimo ser todas aquellos buenos momentos con su Padre. Ahora, entiende que no es el mismo que salió. Hubo cosas que han cambiado, que lo han hecho madurar, crecer y sabe que ahora tiene que afrontar un desafío, quizás el más importante, reconquistar a su Padre. Sin embargo, nunca se le cruzó por la mente lo que vendría a continuación. Pensativo caminaba por ese sendero que, después de tanto tiempo de no ser recorrido, tenía crecida la maleza. Luchando con sus dudas, con sus temores y con su incertidumbre daba firmes hacia un reencuentro que le generaba mucha ansiedad. ¿Qué dirían de él?, ¿recibía mirada de condena? ¿Lo echarían?, ¿lo juzgarían por sus errores? Su corazón era pura ebullición de nervios y emociones encontradas. Por momento miraba hacia atrás y se preguntaba si no sería mejor volver a su pasos trabajo como cuidador de cerdos.

La Iglesia representa hoy la Casa del Padre. Es la Puerta de la Misericordia. Por lo tanto, es prioritario que como cristianos, en medio de un mundo dolido, seamos los abrazos, los besos y la representación viva del amor del Padre. Dadores generosos de la misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita» (AL297). En esto, es importante sostener que el Padre no cambia, sigue siendo el mismo en sus principios, valores y virtudes.


Comencemos este recorrido de sensibilidad y apertura compasiva conociendo algunos aspectos que podemos tener en cuenta a la hora de abrazar a nuestros hermanos en la comunidad de fe. Este artículo no pretende promover el divorcio, solo quiere dar algunas pautas para tratar con caridad a tantos hermanos que viven en esta situación.

1. Jesús no juzga, entonces tú tampoco

Será entonces, la Iglesia, la mismísima agencia pastoral que recibe a todos sus hijos, no como una aduana que controla el equipaje de los errores, sino como «la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (AL 310). Como el Padre amoroso recibimos a todos y cada uno, tal cual están y nos capacitamos en las heridas que traen nuestros hermanos y en cómo comprenderlas.

Por esto mismo, es tarea pastoral de toda la comunidad de fe ser sensible a la realidad que cada uno vive y tener la apertura compasiva necesaria para identificarnos en el dolor de nuestros hermanos y buscar la mejor manera de ayudarlos.

2. Las palabras tienen significados

Quizá utilizar la palabra divorciados para identificar a un grupo de personas puede sonar duro. El hijo mayor del Padre de la parábola lo primero que hizo cuando recibió la noticia del regreso de su hermano fue destacar los errores o los tropiezos de su hermano menor. Quien identifica a alguien por sus errores no construye puentes, sino muros. Tratar a cada persona con reverencia buscando ser cuidadosos. Considerar que a algunos les puede ser significativo algún modo que usemos para expresarnos cuando nos referimos  a ellos.

3. Las familias son diferentes

Cada familia es un mundo y tiene una dinámica interna con una comunicación particular, más aún en estos tiempos. También se diferencia de otras porque cada persona es única e irrepetible. Cada familia tiene personalidades y carácteres heterogéneos. La persona que se ha divorciado y vuelto a casar tiene una estructura familiar que no funciona como una familia nuclear. Ahora aparecen ciertos componentes que le son específicos: ex esposos, hijastros, etc. Por eso mismo hay que ser comprensivos para aplicar la pastoral en cada caso particular y acoger a cada miembro de la familia de la mejor forma.

4. Sé prudente con tus preguntas, no todos los hijos son de los mismos padres

Es importante ser cuidadoso y sensibles en este aspecto. Una familia puede llegar a nuestra comunidad y tener hijos de diferentes padres. Veremos entonces diferentes apellidos, características fisiológicas, etc. Cuidemos de no indagar sobre cuestiones que pueden ser delicadas para los demás por ejemplo: preguntarle a un adolescente por qué es tan diferente a su supuesto papá, que en realidad es su padrastro. Las familias ensambladas o reconstituidas tienen una estructura diferente a las familias de origen, tanto los adultos como los niños, pueden sentirse tristes por la pérdida de su familia anterior. 

5. Ellos también necesitan ayuda para consolidarse sin ser estigmatizados por su pasado

Estas familias son una conjugación de varios núcleos familiares. Algunos ejemplos de ello: una mamá que tiene dos hijos decide casarse o juntarse con un hombre soltero; un papá que tiene un hijo decide casarse con una señora que tiene dos hijas; una mamá viuda que tiene tres hijos decide casarse con un hombre soltero sin hijos o con un papá que tiene uno o dos hijos. Lo que realmente caracteriza a estas familias es que hay hijos de matrimonios anteriores, pero no necesariamente de parte de las dos personas adultas. Según el país, estas familias toman el nombre de ensambladas, mezcladas, mixtas, reconstituidas o mosaico. Las familias ensambladas necesitan flexibilidad de parte de cada integrante como también tiempo para conocerse y aprender a vivir juntos. Una de las primeras herramientas que podemos adoptar para comprender a estas nuevas familias es: no estigmatizar a ninguno de los involucrados, ya que viven una serie de relaciones complejas, y acompañarlos brindándoles soporte, tanto a los adultos como a sus hijos.

Conclusión

Cuando el hijo menor regresó a su casa, dice San Lucas, comenzó una gran fiesta. La mejor comida, el vino fino y la música fueron los elementos que le dieron color a la celebración. Sin embargo, el fundamento de la alegría era el amor que el Padre había tenido por su hijo, que antes estaba perdido, pero que ahora había sido hallado (Lucas 15, 24). Las personas no podemos ver esta alegría si somos colmados de culpa religiosa que pareciera que nos cierra la puerta del Cielo mismo. Necesitamos de la alegría del amor que se regocija en darnos la bienvenida y para encontrarla debemos pasar por el umbral de un corazón lleno de misericordia y hermandad, donde nos incluyan con una mirada de compasión, con los brazos abiertos y con una actitud pastoral saludable, basada en la verdad y la caridad.

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 7 DE SEPTIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 7



Cuántas veces el origen de tus preocupaciones es que piensas demasiado en lo que te queda por hacer.

Quizás sea mejor que pienses un poquito más en lo que estás haciendo y algo menos en lo que te falta por hacer.

Que vivas con mayor intensidad el momento presente de tu vida y no te angusties tanto por el momento que ha de venir; no sabes ni cómo vendrá, ni cuándo vendrá, ni simplemente si vendrá.

Preocúpate, más bien, por vivir el momento presente en todos sus detalles, con toda rectitud. Porque centrarte en los detalles incorrectos de tu vida conspiran contra ella y sólo te inspiran la muerte.

“Los laicos, incluso cuando están ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa en orden a la evangelización del mundo… Por ello, dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pidan a Dios con insistencia el don de la sabiduría” (LG 35).


* P. Alfonso Milagro