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miércoles, 21 de septiembre de 2016

A QUIÉN ADMIRAS TÚ?


¿A quién admiras tú? 



La Iglesia católica reconoció recientemente en Roma la santidad de la Madre Teresa de Calcuta. La santa de la sonrisa. La patrona de los pobres. La santa de las cloacas. Y en ella reconoció la luz de Dios en su vida. La ventana abierta al cielo en sus obras, en el misterio de su amor crucificado.

El otro día leía: “Esa es la diferencia entre el ídolo y el icono. El icono refleja algo que está más allá. Al ídolo lo admiramos en sí mismo. Se agota en sí. Tiene algo de vacío. El santo es, para nosotros, un icono, una ventana abierta a la divinidad”.

Los santos tienen algo de frescura. Murieron pero siguen vivos. Vivos en sus palabras, en sus obras. Vivos en aquellos que siguieron su estilo, su forma de vida, su manera de amar. Vivos porque nunca muere aquel que vive para Dios.

El icono vive vuelto hacia Dios. Sin Él su vida carece de sentido. No se ha buscado a sí mismo. No quiere ser el santo más grande, el más famoso. No pretende ser el hijo más valioso del Padre. Simplemente sabe que es amado por Dios profundamente y ese amor lo sostiene.

Los santos despiertan en nuestro corazón el deseo de aspirar a grandes cosas. Los ídolos no nos llevan a Dios, se agotan en ellos mismos. Pasan y se olvidan con el paso del tiempo. Sus gestas quedan en los libros de records, en las estadísticas. Pero no han cambiado el mundo con su paso.

Todos necesitamos ídolos a los que admirar. Y santos a los que seguir. La calidad de nuestros ídolos determina nuestra propia calidad humana. ¿Quién es mi ídolo? ¿A quién admiro? El ídolo refleja algo de esa belleza que anhelo.

Pero al mismo tiempo necesito santos a los que seguir. Santos que sean una ventana humana abierta al cielo. Una ventana de aire fresco en mi vida que me empuje a realizar grandes gestas, a soñar alto. Santos vivos que me ayuden a cambiar mi forma de vivir y de amar.

¿A quién sigo? ¿A quién busco? ¿Cuáles son mis santos preferidos? Esos santos me abren el corazón de Dios. Me muestran con sus vidas algo de la belleza de Jesús. Pero no nos detenemos en ellos. Vamos más allá.

Dice un aforismo: “Cuando el sabio apunta al cielo, el necio mira el dedo”. Miro a los santos. Miro el dedo apuntando al cielo. Y voy más allá de sus límites humanos.

Busco al Dios que late en el corazón de la Madre Teresa. Al Jesús que cautivó hondamente su corazón de hija. Busco a ese Dios que me ama a mí. Que late también en mí.

Porque sé que necesito la conversión del alma para vivir en plenitud. Necesito escuchar que el cielo se alegra cuando yo me convierta de verdad.

Quiero ser santo. No para ser canonizado. No para ser recordado. No para hacerlo todo bien. Sino para vivir en esa ventana abierta, en esa puerta a la que Él llega a darme un abrazo diario. A decirme que me quiere y acoge. Para recordarme todo lo que valgo.

Quiero ser santo para ser yo puente, ventana, puerta. Y no barrera que no deje ver el rostro de Dios. Quiero ser trasparente de Dios. Fuente de la que otros puedan beber esa agua que viene de Dios.

Santidad no es perfección, ni hacer bien todo lo que me proponga. Un santo es un héroe mortal y pecador, que siempre que cae se levanta de nuevo. Que se conoce y pone a disposición de Dios las pasiones de su alma.

Como decía el padre José Kentenich, es necesario “abordar la tarea de descubrir nuestro mundo interior. Y hacerlo de la manera más plena posible. Nuestro mundo interior que es más insondable que el mar. Las pasiones son las que nos pueden convertir en canallas y también, cuando sabemos administrarlas rectamente, las que nos pueden convertir en santos o al menos en apóstoles útiles”.

La santidad consiste entonces más bien en dejarme hacer por Dios. Desde el barro de mi alma, desde esas pasiones mías que me pueden llevar por un camino o por otro.

Se trata de no querer yo retener las riendas de mi vida. ¡Cuánto me cuesta dejar a Dios el sitio desde el que gobierno mi vida! Me cuesta hacerme a un lado para que mi vida sea la suya, en la que Él brille y yo esté oculto. En mi carne, su luz. En mi vida, su fuego.

Veo a la Madre Teresa canonizada y me dan ganas de ser más generoso, de buscar más a Dios, de mirar con misericordia a los desamparados, a los abandonados.

No quiero pasar de largo por la vida de los hombres. Quiero ser un signo del amor de Dios para los que son más despreciados. No quiero esconderme en mi burbuja y pensar que todo está bien, tranquilo. Hay tanta sed. Tienen tanta sed. Y yo no tengo agua, pero el agua me viene de Jesús. Él, que también tiene sed, tiene el agua viva que sacia mi sed. Lo miro a Él. Me dejo hacer por Él.


*Aleteia

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 21 DE SEPTIEMBRE

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Setiembre 21


Hay una persona a la que no es conveniente perdonarle nada; esa persona eres tú y nadie más que tú.

Hay una persona con la que debes ser en extremo exigente; esa persona eres tú, pero nadie más que tú.

Hay una persona con la que debes mostrarte rígido y duro; pero no te confundas: esa persona eres tú, pero nadie más que tú.

Hay una persona con la que nunca debes mostrarte indulgente; esa persona eres tú y nadie más que tú.

¿No alteras con frecuencia los términos, siendo indulgente contigo y duro con los demás, suave y complaciente contigo y violento y áspero con los demás?

En este caso el orden de factores sí que altera el producto y lo altera fundamentalmente.

“Si no me escuchan y no cumplen todos estos mandamientos; si desprecian mis preceptos y muestran aversión por mis leyes, si dejan de practicar mis mandamientos y quebrantan mi alianza, yo, a mi vez, los trataré de la misma manera” (Lv 26,14-46). Hay un compromiso entre tú y Diois; si tú no eres fiel, no esperes que el Señor lo sea contigo: todo depende de ti: ya que Dios nunca te fallará.


* P. Alfonso Milagro



LOS CINCO MINUTOS DE DIOS 
Setiembre 20


Tu vida es muy variada; a veces hasta divertida.

Unas veces te rodearán de atenciones, otras se olvidarán de ti.

Unas veces oirás a tu lado alabanzas hasta inmerecidas y otras veces llegarán a tus oídos críticas y murmuraciones de tu modo de proceder.

Un día apreciarán tus valores y al día siguiente no tendrán en cuenta tus méritos. Un día serás el preferido y al día siguiente habrás caído en desgracia de todos.

No debes dejarte engreír los primeros días ni debes dejarte aplastar los segundos. No te auto-valorices ni tampoco te subestimes.

Sonríe a todo y a todos; y sonríe siempre, todos los días, tanto los días de triunfo como los de fracaso.

Todo puede y debe servirte para tu perfeccionamiento.

“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos hizo renacer por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva” (1 Pe 1,3). Nuestra esperanza está en Cristo; así como Él venció al mundo, así también nosotros lo venceremos.


* P. Alfonso Milagro

POR QUÉ ORAR?


¿Por qué orar?
Si tuviera que desearte el don más bello, y pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración.



Sólo del encuentro diario con Dios, el creyente puede hallar la fuerza para vivir y aprender a amar a los demás.

"Si tuviera que desearte el don más bello, si quisiera pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración."

Orando se vive. Orando se ama. Orando se alaba.

Como la planta que no hace brotar su fruto si no es alcanzada por los rayos del sol, así el corazón humano no se entreabre a la vida verdadera y plena si no es tocado por el amor.

Y es que, quien ora vive, en el tiempo y en la eternidad.

Me preguntas: ¿por qué orar? Te respondo: para vivir. De aquí nace la exigencia de indicar el camino para una oración hecha de cotidianeidad: fija tú mismo un tiempo para dar cada día al Señor, de intimidad: recógete en silencio, lleva a Dios tu corazón y de confidencia: no tengas miedo de decirle todo.

Así, cuando vayas a orar con el corazón en alboroto, si perseveras, te darás cuenta de que después de haber orado largamente tus interrogantes se habrán disuelto como nieve al sol.

Un efecto que muchos buscan por otras vías, a menudo bajo la insignia de la ausencia de obstáculos y empeño. La paz que nace de la oración, en cambio, es distinta: «Que sepas, que no faltarán las dificultades. Llegará la hora de la “noche oscura”, en la que todo te parecerá árido y hasta absurdo en las cosas de Dios: no temas. Es esa hora en la que para luchar está Dios mismo contigo».

Pero los momentos oscuros no negarán los frutos de una oración vivida en el corazón: «Un don particular que la fidelidad en la oración te dará es el amor a los demás», y es que «la oración es la escuela del amor».




Por: Monseñor Bruno Forte arzobispo de Chieti-Vasto 
Fuente: Comisión Teológica Internacional