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jueves, 17 de noviembre de 2016

DETRÁS DE UNA MONEDA


Detrás de una moneda…



El egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación generosa a los demás, encuentra su madurez y plenitud. Si te preocupas demasiado por ti mismo y tu propio entorno, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido para ti, porque la vida sin amor no vale nada. 

Conversaba un hombre rico y alejado de la fe con un sacerdote, que no era otro que el futuro Cardenal Newman, ya convertido del anglicanismo a Roma. El rico se ufanaba de sus riquezas y de su indiferencia religiosa. Newman tomó una hoja de papel y escribió: «Dios».
 — ¿Ve lo que he escrito en la hoja? El avaro contestó afirmativamente. Entonces el sacerdote tomó una moneda de oro, la acomodó sobre la palabra escrita y preguntó de nuevo: 
— ¿Ve usted ahora lo que he escrito hace un momento? 
— No, ahora sólo veo el dinero. 
— En efecto, la riqueza ciega, impide ver a Dios, ¿no le parece?

Cada día puedes ser generoso en acciones pequeñas. Este propósito abre el corazón poco a poco, y descubres admirado que nunca pierdes. Por el contrario te fortaleces y puedes superar el temor de ser vulnerable. Practicar la generosidad ejercita al corazón: cuanto más se da, más se fortalece. Recuerda que Jesús dijo: “Hay más alegría en dar que en recibir”.


* Enviado por el P. Natalio 

ORACIÓN POR NUESTROS SACERDOTES


Oración por los sacerdotes
Autor: Su Santidad Pio XII



Oh Jesús, Pontífice Eterno, Buen Pastor,
Fuente de vida, que por singular generosidad
de tu dulcísimo Corazón nos has dado nuestros
sacerdotes para que podamos cumplir plenamente
los designios de santificación que tu gracia
inspira en nuestras almas; te suplicamos: ven
y ayúdalos con tu asistencia misericordiosa.

Sé en ellos, oh Jesús, fe viva en sus obras,
esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad
ardiente en sus propósitos. Que tu palabra, rayo
de la eterna Sabiduría, sea, por la constante
meditación, el alimento diario de su vida interior.
Que el ejemplo de tu vida y Pasión se renueve en su
conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra,
y alivio y sostén en nuestras penas.

Concédeles, oh Señor, desprendimiento de todo interés
terreno y que sólo busquen tu mayor gloria. Concédeles
ser fieles a sus obligaciones con pura conciencia
hasta el postrer aliento. Y cuando con la muerte del
cuerpo entreguen en tus manos la tarea bien cumplida,
dales, Jesús, Tú que fuiste su Maestro en la tierra,
la recompensa eterna: la corona de justicia en el
esplendor de los santos.
Amén.

DAR DE BEBER AL SEDIENTO, LA TERCERA OBRA DE MISERICORDIA CORPORAL


3. Dar de beber al sediento
Obras de misericordia corporales

La tercera obra de misericordia es una oportunidad para dar de beber a Cristo hoy en aquel hombre o mujer que tiene sed


Por: H. Andrés Poblete, L.C. | Fuente: Catholic.net 




Al mirar el planeta Tierra desde el espacio es fácil ver las diferencias físicas que crea el agua dulce. Se observan las zonas en donde abunda el agua dulce, ya que son zonas verdes de intensa vegetación donde predomina la vida. Sin embargo, también se pueden observar zonas carentes de agua, en las cuales la sequedad devasta.

Hoy muchos hombres sufren de sed en el mundo. Personas que no tienen al alcance alguna gota de agua con la que saciar su sed. Es verdad que se habla hoy en día también de la sed espiritual que muchos hombres llevan dentro, de la sed de sentido en la vida, pero esto no quita que se sufra también en varios lugares de nuestro planeta una fuerte sed física. El Papa Francisco, en la encíclica Laudato Si’ habla sobre cómo la violencia en el corazón del hombre se manifiesta en los síntomas de contaminación del agua y que afecta su disponibilidad.

Dar de beber al sediento implica un trabajo a largo plazo para permitir que futuras generaciones tengan agua para vivir, pero también es una oportunidad para dar de beber a Cristo hoy en aquel hombre o mujer que tiene sed. Cristo dijo que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos, y uno se podría preguntar: ¿dónde está Él en este año 2015? La respuesta es que el Señor se ha querido quedar presente en los pobres y necesitados, por eso nos dijo también “pobres los tendréis siempre, a mí no” (Jn 12,8). Lo que le hicimos a uno de estos necesitados se lo hicimos a Él.

Cuenta la historia de que el día en que la madre de Santa Rosa de Lima reprendió a su hija por atender en la casa a pobres y enfermos, ella le contestó: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús”. Esta breve anécdota nos recuerda que en las obras de misericordia estamos sirviendo directamente a Jesús. Dar un vaso de agua al sediento no es solo un acto de amor a esa persona, es un acto de amor directo a Jesús.

Para el cristiano servir es reinar, particularmente en los pobres y en los que sufren, pues en ello descubre la imagen de su Creador pobre y sufriente (cf. Lumen Gentium, n. 36). Dar de beber al sediento es un servicio que está al alcance de muchos, y que permite reinar desde el amor.     



Una obra de misericordia que no solo saciará al sediento, sino que también saciará esa sed profunda que todos tenemos de felicidad en nuestro corazón. Porque es dando que se tiene vida, y el Padre que ve en lo secreto nos recompensará.

PAPA FRANCISCO: ESTÉN ATENTOS A SU CORAZÓN PARA SABER CUÁNDO LOS VISITA JESÚS


Papa Francisco: Estén atentos a su corazón para saber cuándo los visita Jesús
Por Miguel Pérez Pichel
 Foto: L'Osservatore Romano.




VATICANO, 17 Nov. 16 / 06:39 am (ACI).- En la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco recordó la escena del Evangelio en la que Jesús llora al contemplar la ciudad de Jerusalén, y señaló que el Señor nos visita cada día, por lo que tenemos que estar atentos para saber reconocerlo.

El Santo Padre señaló que lo que genera dolor en el corazón de Jesús es la “historia de infidelidad” de su pueblo, una “historia de no reconocer las caricias de Dios, el amor de Dios, de un Dios enamorado que te busca, que quiere que tú seas feliz”.


En aquel momento, ante la Ciudad Santa, “Jesús vio lo que le esperaba como Hijo. Y pensó: ‘Este pueblo no ha reconocido el tiempo en el que he venido a visitarlo’. Este drama no es algo que pertenezca solo a la historia, algo que terminó con Jesús. Es el drama de cada día. Incluso es mi drama. Podemos preguntarnos cada uno de nosotros: ‘¿Reconozco el tiempo en el que me han visitado? ¿Me visita Dios?’”.


“Cada uno de nosotros puede caer con frecuencia en el pecado del pueblo de Israel”, advirtió el Santo Padre. Podemos caer “en el mismo pecado de Jerusalén: no reconocer el tiempo en el cual hemos sido visitados”.

Francisco explicó que “cada día el Señor te hace una visita, cada día llama a nuestra puerta. Debemos aprender a reconocer esa llamada para no terminar en esa situación tan dolorosa”. El Papa invitó a los presentes a preguntarse si acaso “¿he sentido alguna invitación, alguna inspiración para seguir a Jesús más de cerca, para hacer una obra de caridad, para rezar un poco más?”.

“Jesús llora no solo por Jerusalén, sino por todos nosotros”, explicó, y aseguró que el Señor “da su vida para que seamos capaces de darnos cuenta de su visita”.

El Papa finalizó la homilía recordando una frase “muy fuerte” de San Agustín, quien decía “‘¡Tengo miedo de Dios, de Jesús, cuando pasa!’. Pero, ¿de qué tiene miedo San Agustín? ‘¡De no reconocerlo!’. Si no estás atento a tu corazón, nunca sabrás si Jesús te está visitando o no”.

Evangelio comentado por el Papa:

Mateo 25:31-40

31 Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria.
32 Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.
33 Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
34 Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis;
36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”.
37 Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?
38 ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?
39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”.
40 Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

LA EUCARISTÍA NOS PREPARA PARA IR AL CIELO


La Eucaristía nos prepara para ir al cielo
Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. 


Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 




El Cielo es nuestra patria.

En el día de la Ascensión, Cristo subió al Cielo para tomar posesión de su gloria y prepararnos un lugar. Con Él, la humanidad redimida podrá penetrar en el Cielo. Consciente de que el Cielo no nos está jamás cerrado, vivimos en la expectativa del día en que sus puertas se abrirán de para en par para que en él entremos. Esperanza esta que nos anima y por sí bastaría para obligarnos a llevar una vida cristiana digna y sobrellevar con paciencia todas las contrariedades con tal de alcanzar ese Cielo prometido.

Sin embargo, Cristo, como muestra de amor, para sostener esa esperanza del Cielo creó el lindo Cielo eucarístico, pues la Eucaristía es un Cielo anticipado. ¿Acaso en la Eucaristía no viene Jesús, bajando a la tierra y trayéndonos ese Cielo consigo? ¿Acaso donde está Jesús no está el Cielo? Si Jesús está sacramentalmente en la Eucaristía, trae consigo también el Cielo.

Su estado, aunque velado a nuestros sentidos exteriores, es un estado de gloria, de triunfo, de felicidad, exento de las miserias de la vida.

Al comulgar a Jesús en la Eucaristía, júbilo y gloria del Paraíso, recibimos igualmente el Cielo. Se nos da para mantener viva en nosotros el recuerdo de la verdadera patria y no desfallecer al pensar en ella. Se da y permanece corporalmente en nuestros corazones en cuanto subsisten las especies sacramentales. Una vez destruidas éstas, vuelve nuevamente al Cielo, pero permanece en nosotros por su gracia y por su presencia amorosa. Nos deja los efectos de su presencia: amor, pureza, fuerza, alegría y gozo.

¿Por qué es tan rápida su visita? Porque la condición indispensable a su presencia corporal resucitada está en la integridad de las Santas Especies.

Jesús, viniendo a nosotros en la Eucaristía, trae consigo los frutos y las flores del Paraíso. ¿Cuáles son éstas? Lo ignoro. No los podemos ver, pero sentimos su suave perfume.

¿Cuáles son los bienes celestes que nos vienen con Jesús, cuando lo recibimos en la Eucaristía?


En primer lugar, la gloria. Es verdad que la gloria de los Santos es una flor que sólo se abre ante el sol del Paraíso, gloria ésta que no nos es dada en la tierra. Pero recibimos el germen oculto, que la contiene toda entera, como la semilla que contiene la espiga. La Eucaristía deposita en nosotros el fermento de la resurrección, a causa de una gloria especial y más brillante que, sembrada en la carne corruptible, brotará sobre nuestro cuerpo resucitado e inmortal.

En segundo lugar, la felicidad. Nuestra alma, al entrar en el Cielo, se verá en plena posesión de la felicidad del propio Dios, sin miedo a perderla o de verla disminuir. ¿Y en la comunión no recibimos alguna parcelita de esa real felicidad? No nos es dada en su totalidad, pues entonces nos olvidaríamos del Cielo. Pero, ¡cuánta paz, cuánta dulce alegría no acompaña en la comunión! Cuanto más el alma se desapega de las afecciones terrenas, tanto más ha de disfrutar de esa felicidad al punto de que el mismo cuerpo se resiente y desea ya el Cielo. Es aquello de santa Teresa: “Muero porque no muero”.

En tercer lugar, el poder. Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. El águila para enseñar a sus crías a volar hasta las alturas les presenta la comida y se coloca arriba de ellos, elevándose siempre más y más a medida que sus crías se acercan, hasta hacerlos subir insensiblemente a los astros.

Así también hace Jesús, Águila divina. Viene a nuestro encuentro, trayéndonos el alimento que necesitamos. Y luego en seguida se eleva, invitándonos a seguir el vuelo. Nos llena de dulzura para hacernos desear la felicidad celestial y nos conquista con la idea del Cielo.

En la Comunión, por tanto, tenemos la preparación para el Cielo. ¡Qué grande será la gracia de morir después de haber recibido el Santo Viático! Poder partir bien reconfortados para este último viaje.

Pidamos muchas veces esta gracia para nosotros. El Santo Viático, recibido al morir, será la prenda de nuestra felicidad eterna. Llegaremos a los pies del Trono de Dios. Y allí disfrutaremos eternamente de la presencia y del amor de Dios. Que eso es el Cielo

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 17 DE NOVIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Noviembre 17



La gratitud es propia de las almas bien nacidas. Por eso es justo que demos las gracias a Dios de todo lo que nos está dando a diario con manos largas y generosas.
El sol que acaricia nuestras mejillas, el agua que refresca nuestros cuerpos, el calor que vivifica, el trino del zorzal en la enramada, la espiga del trigo candeal que se balancea por el céfiro de la tarde… Todo eso es don y regalo del buen Dios.
Las risas de los niños, el aroma de las flores, el placer de la amistad, el afecto del hogar, el amor de los esposos, la bandera de la patria, el consuelo de la fe… todo es don y regalo del buen Dios.
Los minutos que transcurren, los días que se deslizan, los años que se nos pasan, la salud y las fuerzas, el trabajo y los descansos… todo eso es don de Dios.
Motivos más que suficientes para serle agradecidos.
“Vivan en acción de gracias. Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza; instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón” (Col 3,15-16). Si comenzamos a enumerar los motivos que tenemos para estar agradecidos a Dios, no terminaríamos más; y eso que solamente somos conscientes de una mínima parte de los beneficios que recibimos del Señor; de la mayoría de ellos ni siquiera nos damos cuenta.


* P. Alfonso Milagro