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viernes, 9 de diciembre de 2016

BIENAVENTURANZAS DE MARÍA


Bienaventuranzas de María




BIENAVENTURADOS SI RESPONDEMOS A LA IDEA CREADORA DE DIOS
Bienaventurados nosotros si respondemos como ella con todo nuestro ser y en respuesta, va contenida una cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y socorre y una disponibilidad plena y generosa a la acción del Espíritu Santo que hace de nosotros una criatura nueva y abierta a la acción constante y maravillosa de nuestro padre y creador.  

BIENAVENTURADOS SI ABIERTOS A SU PALABRA MANTENEMOS UN DIALOGO CONSTANTE CON ÉL
Bienaventurados nosotros si sabemos que creer es "abandonarse" en la verdad misma de la palabra de Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente cuán inescrutables son sus designios e inescrutables sus caminos. Se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en su proyecto eterno de amor.

BIENAVENTURADOS SI EN LAS PRUEBAS Y DIFICULTADES SABEMOS DECIR AMÉN
Bienaventurados nosotros si como Ella, que confió plenamente en Él, en medio de las pruebas y dificultades de la vida y supo decir cada día con más hondura y radical confianza: "Hágase en mí según tu palabra". Que seamos capaces de crecer y cultivar juntos en familia, en grupo, en comunidad, esa Palabra dicha para cada uno, aceptando, descubriendo, asumiendo en toda su profundidad ese beneplácito amoroso de Dios.

BIENAVENTURADOS SI NOS ADHERIMOS A CRISTO, CAMINO Y VERDAD DE NUESTRAS VIDAS
Bienaventurados nosotros si como Ella, llena de Gracia, que está permanentemente presente en el misterio de Cristo, pegada y adherida a Él en todo su peregrinar (terrestre y celeste) y al mismo tiempo, de modo discreto, pero directo y eficaz, haciendo presente a los hombres el misterio de Jesucristo doloroso, muerto y resucitado. Quien cree en Él no muere, vive para siempre.

BIENAVENTURADOS NOSOTROS SI UNIDOS AL ESPÍRITU HACEMOS IGLESIA
Bienaventurados nosotros si estrechamos nuestra unión y abiertos a la acción fecunda del Espíritu Santo, sabemos aguardar con ánimo abierto y esperanzado, la promesa de los dones del Espíritu para hacer brotar y renacer algo nuevo e inesperado, porque las riquezas del Espíritu son inagotables. Para Dios NADA hay imposible. "Dichosa tú que has creído, porque se hará lo que Él ha dicho".

BIENAVENTURADOS SI SOMOS LIBRES Y VIVIMOS EN LA VERDAD Y LA LUZ
Bienaventurados nosotros si abiertos totalmente a la luz de Dios y orientados hacia Él, por el empuje de la fe, vemos en María, al lado de su hijo, la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia Ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión expresado en el Magnificat. ¡Eso engrandece!

BIENAVENTURADOS SI LA ACOGEMOS EN EL ESPACIO MÁS ÍNTIMO DE NUESTRO SER
Bienaventurados nosotros si como auténticos discípulos de Cristo, como Juan al pie de la Cruz, vivimos esta dimensión Mariana, mediante una entrega filial y confiada a la Madre de Dios, iniciada con el testamento del Redentor en el Calvario, "acogiéndola entre las cosas propias" e introduciéndola en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su yo humano y cristiano. Vivir en Él.

BIENAVENTURADOS SI VEMOS EN ELLA EL MODELO DE UNA PERSONA PLENA Y REALIZADA
Cultivando los más altos sentimientos de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir los más fuertes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo. El verdadero sentido de la mujer que la Iglesia descubre a la luz de María. "Tú, que para asombro de la naturaleza humana, has dado el ser humano a tu Creador.


© Web católico de Javier

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS, 9 DE DICIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Diciembre 9


La perfección de las cosas no está en hacerlas, sino en hacerlas bien; y para hacerlas bien es preciso fijarse en los detalles. Los detalles de la vida, que son múltiples y minúsculos, pero que son los que hacen que la vida sea agradable y recta.
Cerrar bien la puerta de un armario, sin estruendos ni violencias; dejar en orden y en su debido lugar las prendas de vestir; ser puntual en acudir a su debido tiempo a una reunión, sin hacer esperar a los demás; no fumar cuando el humo del cigarrillo molesta el vecino, teniendo con él esa mínima atención; ser responsable en todas las pequeñas cosas que se nos han encomendado.
Detalles... detalles... pero detalles que van configurando las cosas, las van perfeccionando, las van elevando.
Fijarse en esos detalles no es vulgaridad, sino delicada perfección, ansia de mejoramiento.
“Nosotros llamamos felices a los que sufrieron con paciencia. Ustedes oyeron hablar de la paciencia de Job, y saben lo que hizo el Señor con él; porque el Señor es compasivo y misericordioso” (Sant 5,11). Se necesitará no poca paciencia para ser fiel en los detalles, pero ahí se manifiesta la verdadera perfección.


* P. Alfonso Milagro

LA CONCEPCIÓN INMACULADA DE MARÍA ES OBRA DE LA TRINIDAD SANTA


La Concepción Inmaculada de María es obra de la Trinidad Santa 
Dios que preservó a María de todo pecado, nos conceda por su intercesión llegar a Él limpios de todas nuestras culpas


Por: SERGIO MORA / Santa Sede | Fuente: ZENIT – Roma / 8 Diciembre 2016 




ZENIT – Roma).- En el día de la Inmaculada Concepción citamos un texto del arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo Pelegrina, parte de una carta pastoral de 2011 enviada a sus fieles.
***

“La Concepción Inmaculada de María es obra de toda la Trinidad Santa. Ante el extravío de los hombres, alejados de Dios por el pecado, en la plenitud de los tiempos, el Hijo unigénito de Dios se ofrece al Padre para venir al mundo y llevar a cabo la obra saludable de nuestra salvación. Dios Padre prepara una madre para su Hijo, que se encarna por obra del Espíritu Santo para nuestra salvación. Y elige una madre santa, pura y limpia, no manchada por el pecado original e inmune de pecados personales.

La Concepción Inmaculada de María deriva de su maternidad divina. Por ser Dios, Jesús pudo dibujar el retrato físico y espiritual de su madre y, en consecuencia, pudo hacerla santa, hermosa y “llena de gracia” (Lc 1,18). Este privilegio singular es el primer fruto de su muerte redentora. Mientras los demás hombres y mujeres somos limpiados del pecado original en el bautismo por el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, María es preservada del pecado aplicándosele anticipadamente los méritos de su sacrificio redentor. Por ello, posee la plenitud de gracia y no hay en ella el menor atisbo de pecados personales. Aquí se fundamentan los demás privilegios marianos, entre ellos su Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

El sentido de la fe del pueblo cristiano, ya en los primeros siglos de la Iglesia, percibe a la Santísima Virgen como “la Purísima”, “la sin pecado”, convicción que se traslada a la liturgia y a las enseñanzas de los Padres y de los teólogos. En el camino hacia la definición, pocas naciones han contraído tantos méritos como España. En el siglo XVI son muchas las instituciones, que hacen suyo el “voto de la Inmaculada”. Universidades, gremios y cabildos e incluso ayuntamientos juran solemnemente defender “hasta el derramamiento de su sangre” los privilegios marianos, especialmente el de la Inmaculada Concepción.

La conciencia de que María fue concebida sin pecado crece en la época barroca, en la pluma de nuestros más eximios poetas, en los lienzos de nuestros más inspirados pintores, en las tallas de nuestros más esclarecidos escultores e imagineros y, sobre todo, en la devoción de nuestro pueblo. Por ello, no es extraño que en España se viviera con singular regocijo y alegría la definición dogmática por el papa Pío IX. Destaca entre las diversas regiones Andalucía, la “tierra de María Santísima”. Nuestra Archidiócesis no queda a la zaga en la defensa del privilegio de la Concepción Inmaculada de María.



A partir del Renacimiento, en su honor se erigen cofradías, se celebran fiestas religiosas y salen a la luz numerosas publicaciones que defienden la limpia Concepción. A mediados del siglo XVII, son muchas las instituciones sevillanas, civiles, religiosas y académicas, que se imponen la obligación de jurar la defensa de esta hermosa doctrina en los actos de toma de posesión de sus cargos. Otro tanto hacen desde entonces numerosísimas Hermandades en sus funciones principales. Fruto de este fervor mariano son los cientos y cientos de cuadros y tallas bellísimos dedicados a la Inmaculada en nuestra Catedral y en todas las iglesias de la Archidiócesis, aspecto éste que llama poderosamente la atención de quienes venimos de otras latitudes geográficas.

(…) Vivid con toda intensidad la novena de la Inmaculada. Contemplad en estos días las maravillas obradas por Dios en nuestra Madre. Alabad a la Santísima Trinidad por María, la obra más perfecta salida de sus manos. Felicitad y honrad a la Virgen y, sobre todo, imitadla luchando contra el pecado y tratando de vivir siempre en gracia de Dios. Pedid a Dios, con la oración colecta de esta fiesta que Él que preservó a María de todo pecado, “nos conceda por su intercesión llegar a Él limpios de todas nuestras culpas”.

175 AÑOS LA FAMILIA SALESIANA SURGIÓ DE LA MANO DE LA INMACULADA


Hace 175 años la Familia Salesiana surgió de la mano de la Inmaculada


 (ACI).- El día de la Inmaculada de 1841 San Juan Bosco conoció en la sacristía del templo San Francisco de Asís de Turín a su primer alumno, un joven huérfano y analfabeto. Ese encuentro constituyó el inicio de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, centrada en una profunda devoción a la Virgen y una pedagogía para sacar de la calle a los niños más necesitados enseñándoles “sin golpes y con amor”.

San Juan Bosco se preparaba para celebrar la misa de la Inmaculada en 1841, cuando vio cómo el sacristán de la iglesia de San Francisco de Asís de Turín golpeaba a un joven porque no sabía ayudar en Misa. Don Bosco se conmovió y atendió al chico, que se llamaba Bartolomé Garelli, tenía 16 años, era huérfano y analfabeto.

Bastó que el sacerdote le preguntara si sabía silbar para que surgiera una amistad y para que el fundador de los Salesianos empezase a poner en práctica una nueva pedagogía educativa: no con golpes, sino con amor. Juntos rezaron un Avemaría.

Ese momento, del 8 de diciembre de 1841 marca el inicio de la Congregación Salesiana en la que se subraya la importancia del sistema preventivo, es decir, una pedagogía de la enseñanza en la que se pretende sacar a los jóvenes más necesitados de las calles y enseñarles un oficio, un sistema que la congregación aplica desde hace 175 años.


A pesar de la dificultad del joven para ser monaguillo, San Juan Bosco le animó a volver el domingo siguiente y así aprender a ayudar mejor en la Misa.

Analfabeto y abandonado, el joven se sintió cautivado por la cercanía del futuro santo y regresó el domingo siguiente acompañado de una decena de chicos como él.

Fue el comienzo del Oratorio Festivo Salesiano, un espacio de encuentro y aprendizaje, y también del Sistema Preventivo que tantos buenos resultados sigue dando en la educación.

Actualmente la Congregación Salesiana tiene escuelas en los cinco continentes y es la segunda congregación religiosa más numerosa de la Iglesia Católica después de la Compañía de Jesús.

Devoción a María Inmaculada y Auxiliadora

Don Bosco, como se conoce a San Juan Bosco, tenía una enorme devoción a la Virgen Inmaculada, cuyo dogma se proclamó en 1854.

Por eso en la fundación también quiso honrarla junto al título de Auxiliadora, por tener ambas que ver con el carisma y la misión que quería para la nueva congregación religiosa. De hecho, en la cúpula del santuario de Turín hay una Inmaculada y la Auxiliadora preside el templo.

En sus Memorias Biográficas, San Juan Bosco recuerda que “todas las bendiciones que nos han llovido del cielo son fruto del avemaría rezada con fervor y recta intención al lado del joven Bartolomé Garelli”.

Muestra de ese gran amor a la Virgen, el santo fundador manifestó en la fiesta de la Inmaculada del 8 de diciembre 1855 que “de todo somos deudores a María porque todas nuestras cosas más grandes tuvieron principio y cumplimiento el día de la Inmaculada”.

Los misioneros salesianos tienen un recuerdo especial hacia la Virgen Inmaculada en su día. Por eso, desde Misiones Salesianas precisan que gracias a su intercesión están presentes en más de 130 países trabajando en favor de los más desfavorecidos.

SAN JUAN DIEGO, VIDENTE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE

San Juan Diego, vidente de la Virgen de Guadalupe
El humilde hombre elegido para ser quien presente a la Virgen al pueblo de México y de América


Por: n/a | Fuente: ACI Prensa 




“¡Amado Juan Diego, ‘el águila que habla’! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo íntimo de su corazón”, dijo San Juan Pablo II en la canonización de San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, y cuya fiestase celebra cada 9 de diciembre.

Según la tradición, San Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas, y hoy territorio mexicano. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

Siendo adulto y padre de familia, se sintió atraído por la doctrina de los sacerdotes franciscanos que llegaron a México en 1524 y recibió el bautismo con su esposa María Lucía. Los dos se casaron cristianamente, pero tiempo después falleció su esposa.

El 9 de diciembre de 1531 se le apareció, en un lugar denominado Tepeyac, la Virgen María, quien se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. La Virgen le encomendó que en su nombre le pidiese al Obispo Capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una Iglesia en el lugar de la aparición.

El Obispo no aceptó la idea y la Virgen le pidió que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas del prodigio.



El martes 12 de diciembre, la Virgen se le presentó y lo consoló, invitándolo a subir a la cima de la colina del Tepeyac para que recogiera flores y se las trajera. A pesar de la estación invernal y la aridez del lugar, San Juan Diego encontró flores muy hermosas y la colocó en su “tilma”. La Virgen luego le mandó que se las presentara al Obispo.

Estando frente al Prelado, el Santo abrió su “tilma” y dejó caer las flore. En el tejido apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde ese momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México y en una de las mayores devociones marianas que permanece con fuerza hasta nuestros días.

San Juan Diego, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la “Señora del Cielo”. Limpiaba la capilla y acogía a los peregrinos que visitaban el lugar, donde hoy se eleva un gran templo.

El laico San Juan Diego partió a la Casa del Padre en 1548 y gozó de tanta estima que sus contemporáneos solían decir: “Que Dios te haga como Juan Diego”. Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1990 y canonizado por el Papa peregrino en el 2002.

EN ESTE MOMENTO DE MI VIDA, QUE ESPERO?


En este momento de mi vida...¿qué espero?
El hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza.


Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net 




¡Queridos hermanos y hermanas!

En el Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año Litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, hace memoria del acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Es precisamente desde esta doble perspectiva de donde vive el Tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a “juzgar a vivos y muertos”, como decimos en el Credo.

Sobre este sugestivo tema de la “espera” quisiera ahora detenerme brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por así decirlo, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.

La espera, el esperar es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; a la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del éxito en un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la acogida de un perdón...

Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se le reconoce por sus esperas: nuestra “estatura” moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.

Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este Tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: yo, ¿qué espero? ¿A qué, en este momento de mi vida, está dirigido mi corazón? Y esta misma pregunta se puede plantear a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos, juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones, qué las acomuna?

En el tiempo precedente al nacimiento de Jesús, era fortísima en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que habría finalmente liberado al pueblo de toda esclavitud moral y política e instaurado el Reino de Dios. Pero nadie habría nunca imaginado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría esperado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que Él pudo encontrar en ella una madre digna. Del resto, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos.

Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura “llena de gracia”, totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a gestionar los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede colmar.


Palabras del Papa Benedicto XVI pronunciadas el domingo a mediodía, durante el rezo del Ángelus, el domingo 28 de noviembre de 2010 en la Plaza de San Pedro. 

ORACIÓN A SAN JUAN DIEGO


Oración a San Juan Diego

Tú que fuiste elegido por Nuestra Señora de Guadalupe como instrumento para mostrar a tu gente y al mundo que el camino del cristiano es uno de amor, compasión, comprensión, valores, sacrificios, arrepentimiento de nuestros pecados, aprecio y respeto por la creación de Dios, y por encima de todo, uno de humildad y obediencia. Tú, quien ahora sabemos que estás en el Reino de nuestro Señor y cerca de nuestra Madre, sé nuestro ángel y protégenos, quédate con nosotros mientras luchamos en esta vida moderna sin saber, la mayor parte del tiempo, donde fijar nuestras prioridades. Ayúdanos a orar a Dios, por medio del Corazón de nuestra Señora de Guadalupe hacia el Corazón de Jesús, para obtener los dones del Espíritu Santo y usarlos para el bien de la humanidad y el bien de nuestra Iglesia.

Amén

HOY 9 DE DICIEMBRE SE CELEBRA A SAN JUAN DIEGO, VIDENTE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE


Hoy 9 de diciembre se celebra a San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe


 (ACI).- “¡Amado Juan Diego, ‘el águila que habla’! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo íntimo de su corazón”, dijo San Juan Pablo II en la canonización de San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, y cuya fiestase celebra cada 9 de diciembre.

Según la tradición, San Juan Diego nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas, y hoy territorio mexicano. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

Siendo adulto y padre de familia, se sintió atraído por la doctrina de los sacerdotes franciscanos que llegaron a México en 1524 y recibió el bautismo con su esposa María Lucía. Los dos se casaron cristianamente, pero tiempo después falleció su esposa.


El 9 de diciembre de 1531 se le apareció, en un lugar denominado Tepeyac, la Virgen María, quien se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. La Virgen le encomendó que en su nombre le pidiese al Obispo Capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una Iglesia en el lugar de la aparición.

El Obispo no aceptó la idea y la Virgen le pidió que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas del prodigio.

El martes 12 de diciembre, la Virgen se le presentó y lo consoló, invitándolo a subir a la cima de la colina del Tepeyac para que recogiera flores y se las trajera. A pesar de la estación invernal y la aridez del lugar, San Juan Diego encontró flores muy hermosas y la colocó en su “tilma”. La Virgen luego le mandó que se las presentara al Obispo.

Estando frente al Prelado, el Santo abrió su “tilma” y dejó caer las flore. En el tejido apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde ese momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México y en una de las mayores devociones marianas que permanece con fuerza hasta nuestros días.


San Juan Diego, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la “Señora del Cielo”. Limpiaba la capilla y acogía a los peregrinos que visitaban el lugar, donde hoy se eleva un gran templo.

El laico San Juan Diego partió a la Casa del Padre en 1548 y gozó de tanta estima que sus contemporáneos solían decir: “Que Dios te haga como Juan Diego”. Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1990 y canonizado por el Papa peregrino en el 2002.




San Juan Diego
9 de Diciembre



San Juan Diego nació en 1474 en el "calpulli" de Tlayacac en Cuauhtitlán, estaba localizado a 20 kilómetros al norte de Tenochnitlán, México; establecido en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467. Cuando nació recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que quiere decir "el que habla como águila" o "águila que habla".

Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca; según el Nican Mopohua, era un "macehualli", o "pobre indio", es decir uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio, como funcionarios, sacerdotes, guerreros, mercaderes, etc., ni tampoco formaba parte de la clase de los esclavos. Hablándole a Nuestra Señora él se describe como "un hombrecillo" o un don nadie, y atribuye a esto su falta de credibilidad ante el Obispo.

Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Más adelante, contrajo matrimonio con una nativa sin llegar a tener hijos.

Opción por Jesucristo Juan Diego antes de su conversión era un hombre muy devoto y religioso, -como lo testifica las Informaciones Guadalupanas de 1666-, esto lo ayudó a poder estar mejor preparado para que, entre los años de 1524 y 1525, realice una opción total por el Señor Jesús, bautizándose junto a su esposa; él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Fueron bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios "Motolinia" o " el pobre", por su extrema gentileza y piedad y las ropas raídas que vestía. De acuerdo a la primera investigación formal realizada por la Iglesia sobre los sucesos -las Informaciones Guadalupanas de 1666-, Juan Diego parece haber sido un hombre muy devoto y religioso, aún antes de su conversión.

Hombre de Dios

Desde el siglo XVI, existen documentos en donde se sabe de la vida y fama de santidad de Juan Diego, uno de los más importantes fue, sin lugar a dudas, las llamadas Informaciones Jurídicas de 1666, importante Proceso Canónico, aprobado después por la Santa Sede y constituido como Proceso Apostólico, cuando se pidió la aprobación para celebrar la Fiesta de la Virgen de Guadalupe los días 12 de Diciembre. Estas Informaciones están constituidas por testimonios de ancianos vecinos de Cuauhtitlán (alguno de ellos de más de cien años de edad); quienes testificaron y confirmaron la vida ejemplar de Juan Diego.

Gracias a muchas personas que lo conocieron, sabemos cómo era el joven modélico. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: "Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder"; en tanta manera que, en muchas ocasiones, le decía a este testigo su Tía: "Dios os haga como Juan Diego y su Tío", porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos"; otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que Juan Diego era un "Varón Santo"; en estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos en estas Informaciones Jurídicas, como por ejemplo: Gabriel Xuárez, doña Juana de la Concepción, don Pablo Xuárez, don Martín de San Luis, don Juan Xuárez, Catarina Mónica, etc.

Juan Diego, efectivamente, era para el pueblo "un indio bueno y cristiano", o un "varón santo"; ya sólo estos títulos bastarían para entender la fortaleza de su fama; pues los indios eran muy exigentes para atribuir a alguno de ellos el apelativo de "buen indio" y mucho menos atribuir que era tan "bueno" que llegaba a considerarse ya "santo" como para pedirle a Dios que a sus propios hijos o familiares los hiciera igual de buenos y santos como a Juan Diego.

Ardor por la santidad

San Juan Diego era muy reservado y de un místico carácter, le gustaba el silencio y realizaba frecuentes penitencias, solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa. Tras la muerte de su esposa María Lucía en 1529, Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán.

El caminaba cada sábado y domingo a la iglesia, partiendo a la mañana muy temprano, antes que amaneciera, para llegar a tiempo a la Santa Misa y a las clases de instrucción religiosa. Caminaba descalzo, como la gente de su clase macehualli, ya que sólo los miembros de las clases superiores de los aztecas usaban cactlis, o sandalias, confeccionadas con fibras vegetales o de pieles. En esas frías madrugadas usaba para protegerse del frío una manta, tilma o ayate, tejida con fibras del maguey, el cactus típico de la región. El algodón era solo usado por los aztecas más privilegiados.

Milagroso encuentro

El Sábado 9 de Diciembre de 1531, muy de mañana, durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, -recorridos que solían tomar unas tres horas y media a través de montañas y poblados-, Juan Diego se dirigía a la Misa Sabatina de la Virgen María y al catecismo, a la "doctrina" en Tlatelolco, atendida por los franciscanos del primer convento que entonces se había erigido en la Ciudad de México.

Cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, -en donde actualmente se le conoce como "Capilla del Cerrito"-, de repente escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arco iris de diversos colores.

Juan Diego quedó absorto y fuera de sí por el asombro y "se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial."

Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre, de manera muy cariñosa: "Juanito, Juan Dieguito". Sin ninguna turbación, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara.

Cuando llegó frente a Ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, "su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía: la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allá se suelen dar, parecían como esmeraldas.

Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro". Todo manifestaba la presencia divina.

Ante Ella, Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano, "le dijo: 'Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges? ' Y él le contestó: 'Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes'".

Fiel hijo de María

Así se inició el diálogo filial que Juan Diego tuvo con Nuestra Señora de Guadalupe. A partir de entonces y hasta su muerte, el santo indígena se encargó de anunciar el milagroso encuentro, viviendo y sirviendo en la ermita recién construida, según la voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe, a los pies del cerro del Tepeyac, y en donde fue colocada la sagrada Imagen, que fuera la prueba contundente para Mons. Juan de Jumárraga, Obispo de México en aquel entonces, creyera en aquel relato por el que infinidad de veces Juan Diego lo visitaba. Según cuenta la historia, el santo mexicano, insistía "por orden de un muchacho" que se le reveló como "la siempre virgen santa María".

El prudente obispo Zumárraga, se manifestó escéptico al relato del visitante. Pero el 12 de diciembre de 1531 había que creer o reventar. El indio se apareció nuevamente en el despacho de su Excelencia con su poncho repleto de rosas. Ya ahí la cosa cambió. Rosas milagrosas en pleno invierno que sellaron para la eternidad la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.