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domingo, 26 de noviembre de 2017

SALVE REGINA


Salve Regina
Una oración de saludo, petición y súplica.


Por: P. José Luis Richard | Fuente: Corazones.org 




Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra: Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce Virgen María!

V. Ruega por nosotros santa Madre de Dios,

R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.


Una oración antigua siempre nueva.

En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.

Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones.

Una de estas oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.

La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración "esencial". En ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Esta única súplica va precedida de un saludo (Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve) y de una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii Evae; ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina con una brevísima "coda": O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.

El adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos...


Saludo

El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen. Los latinos dirían que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar todo buen discurso.

- Salve es el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y ciertamente, no tan solemne como la traducción española: "Dios te salve". Es simplemente un augurio de buena salud.

- Regina: es el primer piropo de la oración. Es verdad que María es Reina, pero no es normal que un hijo llame así a su madre: nosotros no nos dirigimos a nuestras madres recordándoles sus títulos: <"doctora o licenciada"... Si alguna vez lo hacemos está claro que hay de por medio una intención bien concreta: queremos llegar a nuestra madre por el lado femenino -toda mamá guarda siempre algo de la coquetería femenina- para obtener mejor lo que deseamos. Por otra parte, este título también nos recuerda -a María y a nosotros- que Ella, por ser reina, es poderosa y puede concedernos lo que le pedimos.

- Mater misericordiae: inmediatamente después la oración pasa al título más querido por nosotros: Mater. Y además, con un matiz especial: misericordiae. El que suplica quiere salir al paso, cuanto antes, de una posible objeción: es cierto que él no se presenta con méritos y que no tiene ningún derecho para obtener lo que pide. Su único argumento es que Ella, María, es misericordiosa. También el Mater misericordiae se podría traducir, aunque no es el sentido de esta oración, como "Madre de la Misericordia", es decir, Madre de Cristo, de Jesús, que es la misericordia infinita, como diciendo: "Tu hijo no tendría ningún problema en que me concedieras esto que te pido... Él es la misericordia misma".

- Vita, dulcedo: apelativos muy tiernos y cariñosos. Creo que no hay oración mariana en la que le dirijamos nombres más dulces: "mi vida... dulzura...". Spes nostra: el adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos. Si ya de por sí es difícil a una madre resistirse cuando su hijo le pide algo, ¿qué será cuándo se le presentan todos al mismo tiempo?

... a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos.


Presentación de la súplica

Antes de entrar de lleno en su única petición, el suplicante se presenta a sí mismo y describe el estado en el que se encuentra:

- Clamamus: la traducción exacta es más fuerte que la que ordinariamente se usa en castellano. No sería "llamamos" sino más bien "gritamos" o "clamamos". Suspiramus: indica esa dificultad para respirar propia de aquél al que le asaltan las lágrimas o una pena muy grande. Gementes et flentes: describe dos formas de llorar: ruidosa y violenta una, suave y mansa la otra. No hace falta más introducción para expresar que el suplicante no es feliz y que se encuentra en una situación de necesidad. Exsules filii Hevae: sin concretar sus penas, las resume todas ellas en su condición de pecador (hijo de Eva), desterrado de un Paraíso maravilloso que podría haber sido suyo. Esta nostalgia del Paraíso perdido se hace más acuciante todavía en esos momentos de abatimiento y de tristeza que la vida tiene y que están maravillosamente sintetizados con la alusión a las lágrimas y con la imagen geografica del valle: in hac lacrimarum valle. Mientras la montaña sugiere sentimientos de exaltación, luminosidad y fuerza, al valle, por el contrario, le acompaña la niebla, la oscuridad, la incertidumbre.


Petición

Antes de hacer la petición, una última alabanza, precedida de una expresión sumamente coloquial: eia: ea, venga!, orsù dirian los italianos.

- Advocata: "si tú, que eres nuestra defensora, no nos ayudas, ¿a quién vamos a recurrir?". Es una invocación que pone a María entre la espada y la pared... Illos tuos misericordes oculos ad nos converte: el suplicante, antes de pedirle a la Santísima Virgen la gracia que necesita, le pide que le mire: ¿cómo va a negar algo una madre cuando su hijo le está mirando a los ojos? Por eso, el hijo le pide a María que, por favor, le mire. Pero, obviamente, no lo dice así, sino con un giro poético y finísimo: "dirige hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos". De nuevo, otro piropo a María como mujer: y concretamente a sus ojos, cuya belleza natural se ve potenciada por el amor y la misericordia que en ellos se reflejan.

Finalmente, llegamos a la petición. En latín, por el hipérbaton característico, que pone normalmente el verbo al final, la construcción de la frase tiene un encanto especial: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Refleja muy bien el titubeo, la indecisión, los anacolutos del que quiere hacer una petición difícil y no sabe cómo comenzar. Una traducción literal sería ésta: "y a Jesús, que es el fruto bendito de tu vientre... a nosotros, después de este exilio... muéstranoslo".

¡Qué bien dicho! La idea es que nos deje entrar en el cielo, que nos alcance esa gracia. Pero no lo dice de modo tan directo y burdo, pues podría parecer una petición interesada. El suplicante quiere expresar que lo de menos es el cielo; lo que a él le interesa es... ver a Jesús. Obviamente, es lo mismo, pero dicho de modo más fino, más elegante. Esto me recuerda una anécdota de mi infancia: cuando era pequeño en mi barrio existía la costumbre de invitar a todos los amigos de los hermanos a una pequeña merienda cuando nacía un nuevo niño.

Pues bien, cuando mis amigos y yo nos enterábamos de que en tal casa se estaba festejando un nuevo nacimiento, acudíamos a la casa aunque no tuviéramos nada que ver con la familia, y le preguntábamos a la señora: "Disculpe, señora, ¿nos deja ver al niño?". La señora, emocionada y contenta de ver niños tan modositos, nos hacía pasar de mil amores y nos mostraba a la criatura. Después de esto, obviamente, no nos iba a echar de la fiesta con las manos vacías...

Los momentos de abatimiento y de tristeza de esta vida están sintetizados con la alusión a las lágrimas.


Coda final

La coda, que algunos atribuyen a san Bernardo, es el broche final y la despedida de esta hermosísima oración: · O clemens: invoca la clemencia de María y muy discretamente hace referencia a nuestra condición de pecadores. O pia alude a nuestra triste condición de hombres que sufren. O dulcis Virgo sintetiza todos los cariñosos apelativos que se le han dirigido a la Virgen a lo largo de la oración. Y concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de María: Maria. El último recurso para alcanzar de la Virgen la gracia de las gracias: pronunciar su nombre con un hilo de voz, con amor y mirándola confiadamente a los ojos.

ORACIONES A CRISTO REY


ORACIÓN PARA PEDIR EL REINADO DE CRISTO


¡Oh Jesús! Te reconozco por Rey Universal. Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado. Ejerce sobre mí todos tus derechos. Renuevo las promesas de mi bautismo, renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus obras; y prometo vivir como buen cristiano. Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios, el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia. Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza, y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.
Amén.





ORACIÓN A CRISTO REY


¡Oh Cristo, Tú eres mi Rey!
Dame un corazón caballeroso para contigo.

Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.

Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías.

Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cireneo para las cruces de los demás.

Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas.

Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman.

Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina.

Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.

Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.

Amén






CONSAGRACIÓN DEL GÉNERO HUMANO 
A CRISTO REY 

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Míranos humildemente postrados delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos a Ti, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a tu Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás te han conocido; muchos, despreciado tus mandamientos, te han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadécete de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu Corazón Santísimo.

Señor, sé Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Ti, sino también de los pródigos que te han abandonado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna porque no perezcan de hambre y de miseria.

Sé Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Ti; devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Concede, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a tu Iglesia; otorga a todos los pueblos la tranquilidad en el orden, haz que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 26 NOVIEMBRE


Los cinco minutos de María
Noviembre 26





María en su adolescencia seguramente había trazado para sí un hermoso proyecto de vida, similar al de tantas jovencitas de su pueblo.

Pero Dios modificó ese proyecto y, conservando milagrosamente su virginidad, hizo que su vida y su misión personal se centraran en su maternidad divina.

María aceptó la voluntad de Dios que cambiaba sus planes personales, y se entregó plenamente a lo que Dios quería de ella.
Nuestra Señora de los que siguen a tu Hijo Jesús, que estemos dispuestos a ceder nuestros planes, para aceptar los planes de Dios.



* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 26 NOVIEMBRE 2017 - CRISTO REY

Lecturas del Domingo 34º del Tiempo Ordinario - Ciclo A
Domingo, 26 de noviembre de 2017
Solemnidad de Cristo Rey



Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (34,11-12.15-17):

Así dice el Señor Dios: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios–. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrio.»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 22,1-2a.2b-3.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta: 
en verdes praderas me hace recostar. R/. 

Me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas; 
me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre. R/. 

Preparas una mesa ante mí, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan 
todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor 
por años sin término. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios (15,20-26.28):

Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.

Palabra de Dios


Evangelio
Evangelio según san Mateo (25,31-46, del domingo, 26 de noviembre de 2017



Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,31-46)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»




Comentario al Evangelio del domingo, 26 de noviembre de 2017
Fernando Torres cmf


¿Quién es el juez?

      La parábola de hoy es fácil de entender. Estamos en un momento solemne: el juicio final. El momento en que se valorarán nuestras acciones, se pesará cada uno de nuestros actos. La parábola nos dice que en aquel momento Dios separará a unos de otros, a los buenos de los malos. Exactamente como un pastor separa en su rebaño a las ovejas de las cabras. ¿Quién es quién? Casi todos al escuchar la parábola no tenemos duda en identificar a las ovejas y a las cabras. A la derecha se sitúan las ovejas, los justos, los que han pasado la vida haciendo el bien. Los que se sitúan a la izquierda son las cabras, los malos, los que se han portado mal.

      Tampoco nos resulta difícil identificar a los receptores de las buenas acciones de los buenos y de las malas acciones de los malos. Jesús lo deja claro. Son los más necesitados, los últimos de la sociedad, los despreciados y dejados de lado. Son los que tienen hambre, los forasteros, los que están desnudos, los que están enfermos y en la cárcel. Es interesante observar que los buenos son buenos por lo bien que han tratado a esos, a los últimos, a los que nadie quiere ni valora. Y el rey, Dios mismo, se identifica con ellos. No dice que los buenos sean buenos porque han tratado bien a los pobres, a los enfermos y a los encarcelados. Dice que son buenos porque le han tratado bien a él mismo. Dios se identifica con los pobres. Así lo ha afirmado siempre la tradición cristiana. Lo que se hace a los pobres se hace a Dios mismo. Hay que tener buena vista para descubrir en los pobres, en los últimos, a Dios mismo. Esta ya es una importante lección para este domingo con el que termina el año litúrgico. Es la última lección, la más importante, el resumen de lo aprendido en todo el año. Nos salvaremos por el modo como tratamos a Dios mismo en la figura de los pobres, los enfermos, los encarcelados... Y pobre del que no se haya enterado de que en ellos está presente Dios mismo. Los pobres son sacramento de Dios para nosotros. 

      Un último detalle. A la hora de identificar a los personajes de la parábola, nos suele resultar fácil identificarnos con los pobres que necesitan ayuda, con los buenos que les tratan bien o con los malos que los dejan de lado. Pero reconozcamos que en la práctica con quien nos identificamos muchas veces es con el juez. Nos gusta ser jueces de nuestros hermanos y determinar quiénes deberían estar a la derecha y quienes a la izquierda, quienes son los buenos y quienes los malos. Última parte de la lección: nunca ser jueces de nadie, porque ese puesto se lo ha reservado Dios a sí mismo. Que no se nos olvide, que es muy importante.


Para la reflexión

      ¿Con qué ojos miramos a los pobres, a los necesitados, a los enfermos, a los encarcelados? ¿Vemos en ellos a Cristo o simplemente les despreciamos? ¿Cuántas veces juzgamos a nuestros hermanos? ¿Cuántas veces ocupamos el lugar de jueces, ese lugar que Dios se ha reservado a sí mismo?