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sábado, 22 de febrero de 2020

OJOS DE MADRE


Ojos de Madre
(Anécdota Misionera)

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 



A la vista está, el Icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es una síntesis preciosa del Misterio de la Redención. Unos, la llaman Odigitría; por aquello de ser la que nos lleva a Cristo, la que nos indica el camino. Otros, la llaman Eleusa, por esa infinita ternura que tiene e irradia. Y todos, Perpetuo Socorro. Yo, prefiero llamarla Madre. Simplemente. Es que, la Santísima Virgen María es, ante todo, Madre. 

En el Icono del Perpetuo Socorro sobresale, sobre todo, este aspecto fundamental en María: ser Madre. Y el pueblo cristiano ha buscado siempre en ella, primordialmente, su cualidad de Madre. 

Asociada a Cristo en la Redención, el pueblo cristiano la venera y la eleva a la categoría que el mismo Dios le ha dado: ser una Reina. La Reina de cielos y tierra. Y, efectivamente, así aparece en el Icono: majestuosa y maternal. Su mirada es dulce; y al mismo tiempo, trasluce un deje de tristeza. Es la Theotókos, la Madre de Dios como la definió el Concilio de Éfeso el año 431. Espléndida de majestad. Rica de simbología, por ejemplo en sus vestimentas. Es ropa de Reina, Madre y Soberana. Los colores azul, verde y rojo, nos remiten a las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor. 

María del Perpetuo Socorro es la Virgen gloriosa y glorificada. Lleva aureola de honor. Y una estrella en la frente, dándonos a entender que nos va guiando, como antaño la estrella polar a los navegantes, a buen puerto. Y en todo su porte, al seguridad firme de la Madre.

Cuántas anécdotas se podrían contar en referencia a María del Perpetuo Socorro. Me referiré a una en concreto.

Una tarde de tantas, entré a rezar al Santuario que lleva su nombre, y que los misioneros Redentoristas regentan en Torreón, Coahuila, al norte de México. Hermoso santuario. A todas horas del día se ve gente rezando. Según entraba, se me acerca una señora, bastante joven. Vi que quería hablarme. Me detuve. Sin más, me dice:

—Yo no soy católica. Mire, soy protestante.
—Bien, ¿y en qué puedo servirle?
—Pues..., resulta que tengo dos niños estudiando en ese colegio que está ahí cerquita, ahí no más. El otro día, al regresar de dejarlos en el colegio, se me ocurrió entrar en el santuario, donde nunca había entrado. Me llamó la atención ese hermoso cuadro.

Efectivamente, en el altar hay un cuadro grande y hermoso pintado al óleo que ocupa gran parte del retablo.

—¡Qué hermoso cuadro! Pero lo que me fascinó de verdad fueron los ojos de la Virgen. ¡Yo no sé qué tienen esos ojos! Me quedé mirándolos. Me llené de paz. Mucha paz. Ahora, todos los días, cuando regreso de dejar a mis niños en el colegio, entro, me quedo mirándolos un ratito y me voy llena de paz. ¡Yo no sé qué tienen esos ojos!

En mi vida de misionero he tenido varias y muy emotivas experiencias con protestantes. Pero esta sencilla conversación con aquella mujer, joven madre, me llegó muy dentro del alma. La había escuchado atentamente. Le respondí:

—¿De modo que usted no sabe qué tienen esos ojos...? Yo sí sé qué es lo que tienen. ¡Tienen que son los ojos de la Madre! ¡Por eso tienen y dan tanta paz!

Aquella joven mujer, a fin de cuentas madre también, comprendió perfectamente mi respuesta. Su rostro se iluminó con una amplia y dulce sonrisa. Expresó un muy mexicano ¡gracias! Y se fue.

Sin duda necesitaba comunicar a alguien sus sentimientos, su gozo y su alegría.

Yo me volví hacia el Icono de la Virgen y le dije: ¡Madre del Perpetuo Socorro!: ¡gracias! ¡Sigue bendiciéndonos a todos! ¡Ruega por nosotros!

¿DE DÓNDE SACAN LOS CATÓLICOS QUE PEDRO FUE EL PRIMER PAPA?


¿De dónde sacan los católicos que Pedro fue el primer Papa?
Fundamento bíblico del primado de Pedro


Por: P. Miguel Ángel Fuentes , IVE | Fuente: Institudo del Verbo Encarnado // www.teologoresponde.com.ar




Algunas de las consultas/objeciones que he recibido sobre este tema son las siguientes:

Jesucristo le dijo a Pedro: Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, queriendo decir que sobre el fundamento de que Jesucristo era el Mesías, el salvador del mundo, se basaría la doctrina cristiana; y más adelante Jesús le dice a Pedro que nadie era mayor ni menor que los otros... entonces ¿por qué se le considera a Pedro el primer “Papa”?

Las Sagradas Escrituras afirman que nadie puede poner otro fundamento al que ya está puesto, el cual es Jesucristo; el mismo apóstol Pedro en una de sus cartas proclama que Cristo ha venido a ser piedra angular de la Iglesia. Por otra parte, en Mateo 16,18, Cristo habla con Pedro y le dice: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. En la versión de la Biblia en griego, Pedro se traduce como pequeña piedra, y a la piedra donde se edificará la Iglesia se traduce de manera diferente. ¿Es entonces Pedro la base de la Iglesia?

Quisiera saber... acerca de la veracidad de que San Pedro estuvo en Roma y fue el primer Papa y cómo podría yo decirles o demostrar que esto es cierto a quienes lo cuestionan.

Son varias preguntas muy relacionadas entre sí, y que encierran cuestiones que afectan no sólo a la exégesis de los textos bíblicos, sino también a la historia (por ejemplo, la última sobre si Pedro estuvo en Roma) y a la interpretación tradicional. Antes de responder este tipo de cuestionamientos, ha de tenerse presente la Nota Introductoria con la que empezamos cada una de nuestras respuestas, y también que en el primer capítulo hemos indicado cómo la Biblia misma nos dice que ella no es la única fuente de autoridad y revelación, enviándonos a la Tradición (con mayúsculas); por tanto, no necesariamente todo lo que creemos ha de contenerse exclusivamente en la Biblia. Pretender esto no es bíblico y sería ir contra la Biblia misma. De todos modos, podemos adelantar que las objeciones principales pueden responderse adecuadamente con la Biblia bien interpretada.


El Primado de Pedro

Para los católicos es una verdad de fe que Cristo constituyó al apóstol San Pedro como primero entre los apóstoles y como cabeza visible de toda la Iglesia, confiriéndole inmediata y personalmente el primado de jurisdicción.

El Concilio Vaticano I definió y lo repitió con fuerza el Concilio Vaticano II1; sin embargo, esta verdad fue reconocida desde los primeros tiempos, como podemos constatar apelando a la historia y a los textos de los primeros escritores cristianos (algunos de ellos llamados Padres de la Iglesia). Éstos, de acuerdo con la promesa bíblica del primado, dan testimonio de que la Iglesia está edificada sobre Pedro y reconocen la primacía de éste sobre todos los demás apóstoles. Tertuliano (fines del siglo II y comienzos del III) dice de la Iglesia: “Fue edificada sobre él”2. San Cipriano dice, refiriéndose a Mt 16,18s: “Sobre uno edifica la Iglesia”3. Clemente de Alejandría llama a San Pedro “el elegido, el escogido, el primero entre los discípulos, el único por el cual, además de por sí mismo, pagó tributo el Señor”4. San Cirilo de Jerusalén le llama “el sumo y príncipe de los apóstoles”5. Según San León Magno, “Pedro fue el único escogido entre todo el mundo para ser la cabeza de todos los pueblos llamados, de todos los apóstoles y de todos los padres de la Iglesia”6.

En su lucha contra el arrianismo, muchos padres interpretaron que la roca sobre la cual el Señor edificó su Iglesia era la fe en la divinidad de Cristo, confesada por San Pedro, pero sin excluir por eso la relación de esa fe con la persona de Pedro, relación que se indica claramente en el texto sagrado. La fe de Pedro fue la razón de que Cristo le destinara para ser fundamento sobre el cual habría de edificar su Iglesia.

No negamos –sino que es parte esencial de nuestra fe– que la cabeza invisible de la Iglesia es Cristo glorioso. Lo que sostenemos es que Pedro hace las veces de Cristo en el gobierno exterior de la Iglesia militante, y es, por tanto, vicario de Cristo en la tierra.

Se opusieron a este dogma la Iglesia ortodoxa griega y las sectas orientales, algunos adversarios medievales del papado (Marsilio de Padua y Juan de Jandun, Wicleff y Hus), todos los protestantes, los galicanos y febronianos, los viejos católicos (Altkatholiken) y los modernistas7.


Fundamento bíblico

No puede negarse esta verdad si tenemos ante los ojos los Evangelios y el resto de los escritos del Nuevo Testamento (salvo que tengamos partido tomado de antemano en contra del primado de Pedro y forcemos los textos o les hagamos callar lo que dicen a voces).

Cristo distinguió desde un principio al apóstol San Pedro entre todos los demás apóstoles. Cuando le encontró por primera vez, le anunció que cambiaría su nombre de Simón por el de Cefas, que significa “roca”: Tú eres Simón, el hijo de Juan [Jonás]; tú serás llamado Cefas (Jn 1,42; cf. Mc 3,16). El nombre de Cefas indica claramente el oficio para el cual le ha destinado el Señor (cf. Mt 16,18). En todas las menciones de los apóstoles, siempre se cita en primer lugar a Pedro. En Mateo se le llama expresamente “el primero” (Mt 10,2). Como, según el tiempo de la elección, Andrés precedía a Pedro, el hecho de aparecer Pedro en primer lugar indica su oficio de primado. Pedro, juntamente con Santiago y Juan, pudo ser testigo de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la transfiguración (Mt 17,1) y de la agonía del Huerto (Mt 26,37). El Señor predica a la multitud desde la barca de Pedro (Lc 5,3), paga por sí mismo y por él el tributo del templo (Mt 17,27), le exhorta a que, después de su propia conversión, corrobore en la fe a sus hermanos (Lc 22,32); después de la resurrección se le aparece a él solo antes que a los demás apóstoles (Lc 24,34; 1Co 15,5).

A San Pedro se le prometió el primado después que hubo confesado solemnemente, en Cesarea de Filipo, la mesianidad de Cristo. Le dijo el Señor: Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no es la carne ni la sangre (Mt 16,17-19).

Estas palabras se dirigen inmediata y exclusivamente a Pedro. Ponen ante su vista en tres imágenes la idea del poder supremo en la nueva sociedad que Cristo va a fundar. Pedro dará a esta sociedad la unidad y firmeza inquebrantable que da a una casa el estar asentada sobre roca viva (cf. Mt 7,24 y siguientes). Pedro ha de ser también el poseedor de las llaves, es decir, el administrador del reino de Dios en la tierra (cf. Is 22,22; Apoc 1,18; 3,7: las llaves son el símbolo del poder y la soberanía). A él le incumbe finalmente atar y desatar, es decir (según la terminología rabínica): lanzar la excomunión o levantarla, o también interpretar la ley en el sentido de que una cosa está permitida (desatada) o no (atada).

De acuerdo con Mt 18,18, donde se concede a todos los apóstoles el poder de atar y desatar en el sentido de excomulgar o recibir en la comunidad a los fieles, y teniendo en cuenta la expresión universal (cuanto atares... cuanto desatares), no es lícito entender que el pleno poder concedido a Pedro se limita al poder de enseñar, sino que resulta necesario extenderlo a todo el ámbito del poder de jurisdicción. Dios confirmará en los cielos todas las obligaciones que imponga o suprima San Pedro en la tierra.

Algunos han tratado de interpretar este pasaje en el sentido de que Cristo habría dicho: tú eres Pedro y (señalando ahora no a Pedro sino a sí mismo) sobre esta Piedra (Jesucristo) edificaré mi Iglesia. Según éstos, esta interpretación se deduce de que en el texto griego la palabra usada para Pedro es Petros y la palabra usada para piedra es petra. Quisiera responder a esto usando las palabras de un protestante convertido, James Akin:

"Según la regla de interpretación anticatólica, petros significa ‘piedra pequeña’ mientras que petra significa ‘piedra grande’. La declaración: ‘Tú eres Pedro [Petros]’ debería ser interpretada como una frase que subraya la insignificancia de Pedro"

Los evangélicos creen que lo que Cristo quiso decir es: ‘Pedro, tú eres una piedrita, pero yo edificaré mi Iglesia en esta masa grande de piedra que es la revelación de mi identidad’. Un problema con esta interpretación, que muchos estudiosos protestantes de la Biblia admiten8, es que mientras que petros y petra tuvieron estos significados en la poesía griega antigua, la distinción había desaparecido ya en el primer siglo, cuando fue escrito el evangelio de Mateo. En ese momento, las dos palabras significaban lo mismo: una piedra. Otro problema es que cuando Jesús le habló a Pedro, no le habló en griego sino en arameo. En arameo no existe una diferencia entre las dos palabras que en griego se escriben petros y petra. Las dos son kêfa; es por eso que Pablo a menudo se refiere a Pedro como Cefas (cf. 1Co 15,5; Gal 2,9). Lo que Cristo dijo en realidad fue: ‘Tú eres Kêfa y sobre esta kêfa edificaré mi Iglesia’. Pero aun si las palabras petros y petra tuvieran significados diferentes, la lectura protestante de dos ‘piedras’ diferentes no encuadraría con el contexto. La segunda declaración a Pedro sería algo que lo disminuye, subrayando su insignificancia con el resultado que Jesús estaría diciendo: ‘¡Bendito eres tú Simón hijo de Jonás! Tú eres una piedrita insignificante. Aquí están las llaves del reino’. Tal serie de incongruencias hubiera sido no sólo rara sino inexplicable. (Muchos comentaristas protestantes reconocen esto y hacen todo lo posible para negar el significado evidente de este pasaje, a pesar de lo poco convincentes que puedan ser sus explicaciones).


También me di cuenta de que las tres declaraciones del Señor a Pedro estaban compuestas por dos partes, y las segundas partes explican las primeras. La razón porque Pedro es ‘bienaventurado’ fue porque ‘la carne y sangre no te han revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos’ (v. 17). El significado del cambio de nombre, ‘Tú eres Piedra’ es explicado por la promesa, ‘Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los poderes de la muerte no prevalecerán contra ella’ (v.18). El propósito de las llaves es explicado por el encargo de Jesús: ‘Lo que ates en la tierra será atado en el cielo’ (v.19). Una lectura cuidadosa de estas tres declaraciones, poniendo atención en el contexto inmediato y en interrelación, muestra claramente que Pedro fue la piedra de la cual habló Jesús. Éstas y otras consideraciones me revelaron que las interpretaciones estándar anticatólicas de este texto no podían quedar en pie después de un cuidadoso estudio bíblico.

Habían arrancado a la fuerza la segunda declaración de Pedro de su contexto. Yo ratifiqué mi interpretación, concluyendo que Pedro era verdaderamente la piedra sobre la cual Jesús edificó su Iglesia. Creo que esto es lo que un lector sin prejuicios concluiría después de un cuidadoso estudio gramatical y literario de la estructura del texto. Si Pedro era, de hecho, la piedra de que hablaba Jesús, eso quería decir que él era la cabeza de los apóstoles (...) Y si Pedro era la cabeza terrenal de la Iglesia, él reflejaba la definición más básica del Papado”. 9

Contra todos los intentos por declarar este pasaje (que aparece únicamente en San Mateo) como total o parcialmente interpolado en época posterior, resalta su autenticidad de manera que no deja lugar a duda. Hasta se halla garantizada, no sólo por la tradición unánime con que aparece en todos los códices y versiones antiguas, sino también por el colorido semítico del texto, que salta bien a la vista. No es posible negar con razones convincentes que estas palabras fueron pronunciadas por el Señor mismo. No es posible mostrar tampoco que se hallen en contradicción con otras enseñanzas y hechos referidos en el Evangelio.

El primado se lo concedió definitivamente el Señor a Pedro cuando, después de la resurrección, le preguntó tres veces si le amaba y le hizo el siguiente encargo: Apacienta mis corderos, apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17). Estas palabras, lo mismo que las de Mt 16,18s, se refieren inmediata y exclusivamente a San Pedro. Los “corderos” y las “ovejas” representan todo el rebaño de Cristo, es decir, toda la Iglesia (cf. Jn 10). “Apacentar”, referido a hombres, significa lo mismo que gobernar (cf. Hch 20,28), según la terminología de la antigüedad profana y bíblica.

Pedro, por este triple encargo de Cristo, recibió el supremo poder gubernativo sobre toda la Iglesia.

Después de la ascensión a los cielos, Pedro ejerció su primado. Desde el primer momento ocupa en la comunidad primitiva un puesto preeminente: Dispone la elección de Matías (Hch 1,15ss); es el primero en anunciar, el día de Pentecostés, el mensaje de Cristo, que es el Mesías muerto en la cruz y resucitado (2,14 ss); da testimonio del mensaje de Cristo delante del Sanedrín (4,8 ss); recibe en la Iglesia al primer gentil: el centurión Cornelio (10,1 ss); es el primero en hablar en el concilio de los apóstoles (15,17 ss); San Pablo marcha a Jerusalén “para conocer a Cefas” (Gal 1,18).




Pedro, obispo de Roma y Primer Papa

Una antigua tradición, basada en los anales de la Iglesia y de la Arqueología romana, nos indica que Pedro muere en Roma, donde fue obispo. Éste es el origen de la preeminencia del obispo de Roma sobre los demás obispos sucesores de los Apóstoles.

Tiene fundamento escriturístico en el texto de 1Pe 5,13: La Iglesia que está en la Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. La expresión “Babilonia” se refiere a Roma, como notan todos los exegetas: “casi todos los autores antiguos y la mayor parte de los modernos, ven designada en esta expresión a la Iglesia de Roma... El nombre de Babilonia era de uso corriente entre los judíos cristianos para designar la Roma pagana. Así es llamada también en el Apocalipsis (14,8; 16,19; 17,15; 18,2.10), en los libros apócrifos y en la literatura rabínica. La Babilonia del Éufrates, que en tiempo de San Pedro era un montón de ruinas, y la Babilonia de Egipto, pequeña estación militar, han de ser excluidas”10.

Esto lo reconocen incluso los autores protestantes serios. Por ejemplo, Keneth Scott Laturet, prestigioso historiador, escribe en su libro “Historia de la Iglesia”: “Pedro viajaba, porque sabemos estuvo en Antioquía, y lo que parece una tradición digna de confianza, sabemos que estuvo en Roma y allí murió”11.

La Enciclopedia Británica da la referencia de todos los obispos de Roma, comenzando por San Pedro y terminando por Juan Pablo II, 264 Obispos en sucesión sin interrupción12. Si ya ha sido actualizada, figurará Benedicto XVI como el número 265.

La “New American Encyclopedia” dice en su sección sobre los Papas: “Cuando San Pedro dejó Jerusalén vivió por un tiempo en Antioquía antes de viajar a Roma donde ejerció como Primado”.

Muy fuerte es también el testimonio de la tradición que manifiesta la enorme importancia que tuvieron los primeros obispos de Roma sobre la naciente Cristiandad, justamente por ser sucesores de Pedro. Así, por ejemplo, en el año 96, o sea 63 años después de la muerte de Cristo, ante un grave conflicto en la comunidad de Corinto, quien tomó cartas para poner orden fue el Obispo de Roma, el Papa Clemente, y esto a pesar de que en ese tiempo, todavía vivía el Apóstol Juan en la cercana ciudad griega de Éfeso. Sin embargo, fue una carta de Clemente la que solucionó el problema y aún doscientos años después de este hecho se leía esta carta en esa Iglesia. Esto sólo es explicable por la autoridad del sucesor de Pedro en la primitiva Iglesia.

Ireneo, obispo de Lyon, y Padre de la Iglesia de la segunda generación después de los Apóstoles, escribía pocos años después: “Pudiera darles si hubiera habido espacio las listas de obispos de todas las iglesias, mas escojo sólo la línea de la sucesión de los obispos de Roma fundada sobre Pedro y Pablo hasta el duodécimo sucesor hoy”.

Según el primer historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea (año 312), esta sucesión es una señal y una seguridad de que el Evangelio ha sido conservado y transmitido por la Iglesia Católica.

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Bibliografía: Hubert Jedin, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, tomo I; Llorca-García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I, Edad Antigua, BAC, Madrid 1976, pp. 112-122 (en las notas a pie de página puede verse una abundante bibliografía bíblica, histórica y arqueológica referida a estos hechos); Vizmanos-Riudor, Teología Fundamental, BAC, Madrid 1966, pp. 594-624; M. Schmaus, Teología dogmática, Rialp, Madrid 1962, T. IV: La Iglesia, 448-484 y 764-785; C. Journet, L´Église du Verbe incarné, T. I: La hiérarchie apostolique, 2ª ed. 1955; G. Glez, Primauté du Pape, “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 344 ss.; E. Dublanchy, Infaillibilité
du Pape, en “Dictionnaire de Théologie Catholique”, VII, col. 1638-1717; J. Madoz, El primado romano, Madrid 1936; O. Karrer, La sucesión apostólica y el Primado, en: “Panorama de la teología actual”, Madrid 1961, 225-266; G. Philipe, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona 1969, T. I, pp. 363-380; C. Fouard, Saint Pierre et les premiéres années du Christianisme, 10ª ed. París 1908; P. De Ambroggi, S. Pietro Apostolo, Rovigo 1951; A. Penna, San Pedro, Madrid 1958; R. Leconte, Pierre, en DB (Suppl.) IV,128 ss.; G. Glez, Pierre (St.), “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 247-344; E. Kirschbaum, E. Jynyent, J. Vives, La tumba de S. Pedro y las catacumbas romanas, Madrid 1954; G. Chevrot, Simón Pedro, Madrid 1970.



Notas
1 Cf. DS 3055; Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n.18; etc.
2 Tertuliano, De monog. 8.
3 San Cipriano, De unit. eccl. 4.
4 Clemente Alejandrino, Quis dives salvetur 21,4.
5 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, 2, 19.
6 San León Magno, Sermón 4,2.
7 Según la doctrina de los galicanos (E. Richer) y de los febronianos (N. Hontheim), la plenitud del poder espiritual fue concedida por Cristo inmediatamente a toda la Iglesia, y por medio de ésta pasó a San Pedro, de suerte que éste fue el primer ministro de la Iglesia, designado por la Iglesia (“caput ministeriale”). Según el modernismo, el primado no fue establecido por Cristo, sino que se ha ido formando por las circunstancias externas en la época postapostólica (DS 3452 ss).
8 El autor indica en nota: “Por ejemplo, D.A. Carson confiesa esto en su comentario sobre Mateo en: “Expositor’s Bible Commentary”, Frank Gaebelein, ed. (Grand Rapids: Zondervan, primera edición)”.
9 James Akin, Un triunfo y una tragedia, en: Patrick Madrid, op. cit., p. 77-82.
10 José Salguero, O.P., Biblia Comentada, tomo VII, BAC, Madrid 1965, p. 145.
11 Keneth Scott Laturet, Historia de la Iglesia, Ed. Casa Bautista de Publicaciones, Tomo I, p. 112.
12 Cf. Enciclopedia Británica, tomo IX.

DE BANQUILLO DE MADERA A SANTA SEDE - COMENTARIO POR LA FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO


COMENTARIO POR LA FIESTA DE LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO

De Banquillo de madera a Santa Sede

La Santa Sede en la basílica de San Pedro “cuelga” directamente debajo de la famosa imagen del Espíritu Santo.
En círculos clericales, rueda siempre a manera de broma, la pregunta, ¿cuál es la santa, que si bien tiene cuatro piernas, no podría correr? Pues bien, es la Santa Sede.
El término, no de muy fácil comprensión, es hasta hoy una usual denominación para el Papa, quien como soberano sujeto de derecho internacional, goza del reconocimiento de alrededor de 170 estados y 20 organizaciones internacionales. No pocas veces se piensa que el Papa es reconocido por otros estados y jefes de estado, como jefe del diminuto Estado Vaticano, si bien su condición especial no se fundamenta en el ser el país más pequeño del mundo. El Papa es reconocido en virtud de sus relaciones de siglos con otros estados, sobre todo a través del envío de embajadores. Si hubiera perdido el Vaticano - como fue el caso en el siglo XIX con los Estados Pontificios, de mayor extensión y no poca significancia política - la Santa Sede hubiera permanecido siendo sujeto de derecho internacional reconocido internacionalmente. El Papa, y sólo él entre todos los demás líderes religiosos, es quien goza de la autoridad de un jefe de estado, equiparada a la de los presidentes.  Y todo esto se lo debe, por así decir, al banquillo de madera sobre el que se sentó San Pedro, cuando enseñaba a la comunidad de Roma. Este pequeño asiento del príncipe de los apóstoles se encuentra hoy en el enorme altar de bronce que se levanta al final de la nave occidental de la Basílica de San Pedro. El trono de Pedro, elevado a lo alto por cuatro doctores de la iglesia, es sobrepasado en fulgor por la imagen del espíritu Santo, la única ventana colorida en la Catedral de San Pedro. 

Una silla bajo la luz del Espíritu Santo
La Iglesia celebra hoy la Fiesta de la Cátedra de San Pedro, para recordar la autoridad del primero de los apóstoles y la de sus sucesores. La Santa Sede, suyo concepto se remonta al banco de madera de un pescador, a quien el Señor nombró Pastor de su Iglesia, es la más alta autoridad moral en todo el mundo actual. También los no cristianos prestan atención a las palabras del Papa sobre la paz, migración y protección climática. Más importante que estos temas políticos es sin embargo la preservación y auténtica interpretación de la fe, que le fue confiada a Pedro y a sus sucesores.  A él le fue prometida –tal como bellamente muestra el altar en San Pedro –la especial asistencia del Espíritu Santo al explicar el Evangelio de Cristo desde la Tradición de la Iglesia y sus padres. Él, el Papa, y solamente él, tiene la potestad de las llaves, para atar y desatar. Él tiene poder directo, inmediato, limitado sólo por la Ley Divina sobre toda la Iglesia. Él es el pastor Supremo a quien le es confiado la totalidad del rebaño del Señor. La Iglesia celebra hoy este elevado servicio del servidor de los siervos de Dios. Al contrario de los Patriarcas ortodoxos organizados por iglesias nacionales y de los cientos de denominaciones protestantes, la Iglesia católica es una – gracias al Papa, a quien el Concilio Vaticano II denomina su cabeza visible. 


La piedra sobre la cual nos paramos.
La fiesta de la Cátedra de San Pedro es ocasión para agradecer por las piedras sobre las cuales Jesús quiso edificar su Iglesia. Cada Papa, hombre débil y pecador, es por cierto la base fuerte sobre la cual la enseñanza y la vida de los discípulos de Jesús se asientan firmemente.

El Papa Bendicto XVI, durante la toma de posesión de su cátedra, es decir la Basílica de San Juan de Letrán, explica muy bellamente el ministerio petrino de enseñar y dirigir: 
“Pedro fue el primero que hizo, en nombre de los Apóstoles, la profesión de fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Esta es la tarea de todos los sucesores de Pedro: ser el guía en la profesión de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. La cátedra de Roma es, ante todo, cátedra de este credo. Desde lo alto de esta cátedra, el Obispo de Roma debe repetir constantemente: Dominus Iesus, "Jesús es el Señor", como escribió san Pablo en sus cartas a los Romanos (Rm 10, 9) y a los Corintios (1 Co 12, 3). A los Corintios, con particular énfasis, les dijo: "Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, (...) para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre; (...) y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 5-6). 

La cátedra de Pedro obliga a quienes son sus titulares a decir, como ya hizo san Pedro en un momento de crisis de los discípulos, cuando muchos querían irse:  "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). Aquel que se sienta en la cátedra de Pedro debe recordar las palabras que el Señor dijo a Simón Pedro en la hora de la última Cena: "Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32). 
Aquel que es titular del ministerio petrino debe tener conciencia de que es un hombre frágil y débil, como son frágiles y débiles sus fuerzas, y necesita constantemente purificación y conversión. Pero debe tener también conciencia de que del Señor le viene la fuerza para confirmar a sus hermanos en la fe y mantenerlos unidos en la confesión de Cristo crucificado y resucitado. 

En la primera carta de san Pablo a los Corintios encontramos la narración más antigua que tenemos de la resurrección. San Pablo la recogió fielmente de los testigos. Esa narración habla primero de la muerte del Señor por nuestros pecados, de su sepultura, de su resurrección, que tuvo lugar al tercer día, y después dice: "Cristo se apareció a Cefas y luego a los Doce..." (1 Co 15, 4). Así, una vez más, se resume el significado del mandato conferido a Pedro hasta el fin de los tiempos: ser testigo de Cristo resucitado. 

El Obispo de Roma se sienta en su cátedra para dar testimonio de Cristo. Así, la cátedra es el símbolo de la potestas docendi, la potestad de enseñar, parte esencial del mandato de atar y desatar conferido por el Señor a Pedro y, después de él, a los Doce. En la Iglesia, la sagrada Escritura, cuya comprensión crece bajo la inspiración del Espíritu Santo, y el ministerio de la interpretación auténtica, conferido a los Apóstoles, se pertenecen uno al otro de modo indisoluble. 

Cuando la sagrada Escritura se separa de la voz viva de la Iglesia, pasa a ser objeto de las disputas de los expertos. Ciertamente, todo lo que los expertos tienen que decirnos es importante y valioso; el trabajo de los sabios nos ayuda en gran medida a comprender el proceso vivo con el que ha crecido la Escritura y así apreciar su riqueza histórica. Pero la ciencia por sí sola no puede proporcionarnos una interpretación definitiva y vinculante; no está en condiciones de darnos, en la interpretación, la certeza con la que podamos vivir y por la que también podamos morir. Para esto es necesario un mandato más grande, que no puede brotar única y exclusivamente de las capacidades humanas. Para esto se necesita la voz de la Iglesia viva, la Iglesia encomendada a Pedro y al Colegio de los Apóstoles hasta el final de los tiempos. 

Esta potestad de enseñanza asusta a muchos hombres, dentro y fuera de la Iglesia. Se preguntan si no constituye una amenaza para la libertad de conciencia, si no es una presunción contrapuesta a la libertad de pensamiento. No es así. El poder conferido por Cristo a Pedro y a sus sucesores es, en sentido absoluto, un mandato para servir. La potestad de enseñar, en la Iglesia, implica un compromiso al servicio de la obediencia a la fe. 

El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo. 

Así lo hizo el Papa Juan Pablo II, cuando, ante todos los intentos, aparentemente benévolos con respecto al hombre, frente a las interpretaciones erróneas de la libertad, destacó de modo inequívoco la inviolabilidad del ser humano, la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. La libertad de matar no es una verdadera libertad, sino una tiranía que reduce al ser humano a la esclavitud. El Papa es consciente de que, en sus grandes decisiones, está unido a la gran comunidad de la fe de todos los tiempos, a las interpretaciones vinculantes surgidas a lo largo del camino de peregrinación de la Iglesia. Así, su poder no está por encima, sino al servicio de la palabra de Dios, y tiene la responsabilidad de hacer que esta Palabra siga estando presente en su grandeza y resonando en su pureza, de modo que no la alteren los continuos cambios de las modas.” […]

Un Papa, una familia
El Papa es el Padre de la familia de Cristo, que conduce a los hijos e hijas de Dios a casa. Como obispo de Roma enlaza a todos los católicos a la ciudad sobre las siete colinas. Todos, sin importar color de piel, son ciudadanos de esta ciudad, tenue imagen de aquella urbe que un día descenderá del cielo como el lugar donde habita Dios:

“Queridos romanos, ahora soy vuestro Obispo. Gracias por vuestra generosidad, gracias por vuestra simpatía, gracias por vuestra paciencia conmigo. En cuanto católicos, todos somos, de algún modo, también romanos.  Con las palabras del salmo 87, un himno de alabanza a Sión, madre de todos los pueblos, cantaba Israel y canta la Iglesia: "Se dirá de Sión: "Uno por uno todos han nacido en ella"..." (v. 5). De modo semejante, también nosotros podríamos decir: en cuanto católicos, todos hemos nacido, de algún modo, en Roma. Así, con todo mi corazón, quiero tratar de ser vuestro Obispo, el Obispo de Roma. Todos queremos tratar de ser cada vez más católicos, cada vez más hermanos y hermanas en la gran familia de Dios, la familia en la que no hay extranjeros. Amén.


Monseñor Florian Kolfhaus
Funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY SÁBADO 22 DE FEBRERO DE 2020, LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO

Lecturas de hoy La Cátedra del apóstol san Pedro
Hoy, sábado, 22 de febrero de 2020


Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (5,1-4):

A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 22,1-3.4.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara, mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-19):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy sábado, 22 de febrero de 2020
Juan Carlos Rodriguez, cmf


Queridos hermanos:

La experiencia de la fe, el encuentro y trato con el Señor nos lleva a la confesión. Claramente.

Hay un dinamismo interior que parte del regalo que ha supuesto haber sido llamados, elegidos, nombrados por el Maestro y que va llenando los huecos del corazón hasta desbordarse para brotar en los labios como confesión sentida.

La Palabra hoy nos acerca a la confesión de Pedro. Ese discípulo de la primera hora al que el Señor envuelve con una bienaventuranza especial: “dichoso tú, Simón”. Ese discípulo, generoso y torpe a la vez; entusiasta y cobarde al mismo tiempo; discípulo que ha sido agraciado con una intuición-revelación que es regalo del Padre: “eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre”.

La confesión de Pedro es el fruto de ese delicado engarce que hace el Espíritu del Señor en la realidad de nuestra humanidad limitada y pecadora, lenta a la gratuidad del don, torpe para llegar a el entendimiento de los “secretos” del Reino y para abrirse a la novedad.

En el itinerario de Pedro lo vemos plasmado y nos sentimos identificados. Siempre discípulos, siempre aprendices en la escuela del Maestro.

La confesión de Pedro es también estímulo para nosotros. En él, el Maestro estaba incluyéndonos; nombrándonos bienaventurados por haber sido alcanzados, atraídos por el Padre hacia Él. Confesar la filiación divina de Cristo viene tras un camino de profundización en la riqueza del ser de Jesús hasta identificarnos con él.

Hoy es un día precioso para agradecer al Señor la fe de aquel pescador de Galilea; para agradecer también nuestra fe, nuestro tesoro; para orar por Francisco, Obispo de Roma, para que siga confesando la fe, confirmándonos en ella y alentando nuestra confesión creyente.

Vuestro hermano.
P. Juan Carlos, cmf
jcracmf@gmail.com