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lunes, 8 de junio de 2020

¿QUÉ HACER CUANDO PERDEMOS LA VOLUNTAD DE REZAR?


¿Qué hacer cuando perdemos la voluntad de rezar?
A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos de rezar, pero porque sé que es preciso voy a Su encuentro a través de la oración


Por: n/a | Fuente: DiocesisdeCelayaMX.blogspot.com




Hay momentos en que no siento la menor voluntad de dialogar con algunas personas, pero, porque es necesario, acabo dejando de lado mi voluntad y voy a su encuentro, converso, trabajo, convivo y sigo frente a ellas. Con Dios no es diferente. A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos de hablar con Él, es decir, de rezar, pero porque sé que es preciso, y además dependo de Su gracia, voy a Su encuentro a través de la oración.

Claro que ello exige compromiso y perseverancia porque, en realidad, la vida de oración es una conquista diaria; y como toda conquista no está exenta de luchas, es necesario luchar para ser orante.

En este sentido, santa Teresa de Jesús afirma, en su autobiografía, que oración y vida cómoda no combinan en nada; ella recuerda que una de las mayores victorias del demonio es convencer a alguien de que no es necesario rezar.

O sea, cuando se trata de la vida de oración es necesario tener conciencia de que se trata de una lucha espiritual, y para vencer el único camino es rezar con o sin voluntad. Si escojo guiarme sólo por mi querer, corro el riesgo de ser una persona vacía, sin sentido.

Sé que, con el paso del tiempo y el cúmulo de actividades, corremos el serio riesgo de, poco a poco, ir dejando la oración de lado o rezar de cualquier manera hasta llegar a un “desierto espiritual” y sentir una cierta apatía respecto a la oración. Pero es justamente en ese momento cuando necesitamos ir más allá de los sentimientos y considerar que el “desierto también es fecundo” cuando se vive en Dios, ¡y por su misericordia en nuestra vida todo es gracia!

Consolaciones y desolaciones, alegría y tristeza, pérdidas y ganancias, todo es fruto del amor de Dios, quien permite que vivamos las pruebas mientras nos llama a crecer y a fructificar en toda y cualquier circunstancia. Por tanto, en el punto en que te encuentras ahora, vuelve a fijar tu alma en Dios y permite que Él la devuelva a Sí mismo, por la fuerza de la oración.

Al absorber tanta agitación y estímulos en nuestros días, acabamos perdiendo el contacto con nuestra verdadera esencia, y quedamos tan distraídos y preocupados con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, que acabamos fragmentados, confusos e inseguros, sin acordarnos de dónde venimos, dónde estamos y menos aún, a dónde vamos. Sólo Dios puede reorientarnos.

Jesús tenía conciencia de ello cuando dijo a sus discípulos: “Velen y oren para no caer en la tentación” (Mateo 26,41); yo diría, principalmente, la tentación de olvidar quién eres y cuál es tu papel en este mundo.

Dejo aquí algunas pistas que pueden servir para abrir camino en tu relación con Dios. Cuando encuentres tu propio camino, caminarás libremente y cada vez más experimentarás la alegría que se encuentra en la presencia de Dios por medio de la oración.

1- Escoge el horario y el tiempo que quieres dedicar a tu oración y procura ser fiel a ese propósito. Así como nos alimentamos diariamente, la oración tiene que ser el alimento diario del alma, pase lo que pase.


2- Fundamenta tu oración en la Palabra de Dios y en Su verdad. Habla con Él con confianza y sin reservas, como quien habla con un amigo. Así encontrarás la paz y la armonía interior que tanto buscas, pues, como enseña san Juan de la Cruz, “el conocimiento de uno mismo es fruto de la intimidad con Dios, y es el medio esencial para la libertad interior”.

3- Reza con humildad, deteniéndote siempre en la palabra “Hágase tu voluntad”. Acuérdate de que tu oración no puede estar motivada simplemente por gusto o exigencia, sino, por encima de todo, por gratuidad y confianza en la misericordia de Dios.

4- Practica lo que rezas y no desvincules tus obras de la oración, pues una cosa está totalmente relacionada con la otra. Caridad, perdón, alegría, confianza, fraternidad y paciencia son características de quien reza.

5- Ten tu propio ritmo de oración. La imitación y la comparación no ayudan en nada. La vida de los santos, por ejemplo, son flechas que apuntan al cielo pero eres tú quien debe dar tus propios pasos para llegar hasta él.

Deseo que en cada amanecer y también en las “noches oscuras” experimentes por la oración que el amor es la verdadera felicidad, y que esta consiste en amar y sentirse amado. Y nadie nos ama tanto como Dios. Si alguna vez pierdes la voluntad de rezar, ya sabes lo que tienes que hacer: ¡reza igual y sé feliz!

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 8 DE JUNIO DE 2020



Lecturas de hoy Lunes de la 10ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, lunes, 8 de junio de 2020



Primera lectura
Lectura del primer libro de los Reyes (17,1-6):

En aquellos días, Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: «¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando.»
Luego el Señor le dirigió la palabra: «Vete de aquí hacia el oriente y escóndete junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Bebe del torrente y yo mandaré a los cuervos que te lleven allí la comida.»
Elías hizo lo que le mandó el Señor, y fue a vivir junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 120

R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R/.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R/.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy lunes, 8 de junio de 2020
Juan Carlos Martos, cmf



A partir de hoy, la liturgia comienza a proponernos la lectura diaria del evangelio Mateo. La inicia con el sermón de la montaña, cuyo pórtico de entrada son las bienaventuranzas: un plato dulce para unos y ácido para otros. Curiosamente, también el salterio comienza con un anuncio parecido: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos” (Sal 1,1). Se ha dicho a menudo que las bienaventuranzas son el evangelio, dentro del evangelio. Lo cual no deja de ser un poco extraño por diversas razones. Porque aluden a grupos humanos marginados, oprimidos, perseguidos, maltratados o, simplemente carentes de esperanza. Y, en particular, porque los presenta como modelos de discipulado. Los amigos de Jesús deben aspirar a ser así. Porque Jesús es también así.

¿Qué efectos pudo producir una declaración como ésta a los oyentes? Más aún, ¿qué reacción desencadena mí, al oírla de nuevo, imaginando que fuera la primera vez que la escucho?

¿Sorpresa? Eso mismo les produjo a los oprimidos, necesitados y descartados. Iban a salir de su penosa situación. Eso suponía una transformación muy, muy, muy radical del conjunto de la sociedad y de sus estructuras… Quienes han sufrido tanto, por fin van a ser consolados, compensados… y así, por las buenas. Si eso es cierto y se cumple, su alegría sería descomunal, apoteósica...
¿Perplejidad? Eso fue lo que produjo en los poderosos. Si el reino de Dios iba a pasar a manos de los últimos, ¿qué podría acarrear eso para quienes tenían el dinero y el poder? ¿Qué suerte les esperaría en el nuevo estado de cosas? Además, ¿sería posible una transformación tan radical sin violencia? ¿Con qué costos?
¿Incomodidad? Esas afirmaciones podían desatar también un frío silencio de incomodidad. Porque los colectivos que Jesús señala como dichosos hoy siguen siendo recusados: los pobres son considerados como vagos, maleantes, sospechosos, indeseables; ni siquiera la expresión “pobres de espíritu” se salva, porque no nos aclaramos sobre lo que Jesús intentaba proponer con esa fórmula; la mansedumbre es no es nada popular porque hoy lo que fascina es ser agresivos; una persona misericordiosa, si no humilla con su compasión, es injusta, porque ya se sabe: “el que la hace, la debe pagar”; trabajar por la paz es tarea de ilusos porque ¿de verdad que es posible crear la paz en una familia rota, en un lugar de trabajo o en un país dividido en partidos e ideologías…? Y alegrarse por meterse en persecuciones y complicaciones es de necios o de insensatos.

No es fácil entender estas propuestas. No lo es. Ni siquiera suponiendo una compensación futura para sus seguidores. Pero, Jesús mantiene su invitación a encarnar estas virtudes en el presente. Al hacerlo nos convertimos en las personas que él pretende que seamos, participamos en su reino y nos hacemos sus discípulos. Y así somos dichosos. Pero, no explica cómo sucederá eso. Solo pide confianza y probar.