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lunes, 29 de junio de 2020

¡FELIZ DÍA DEL PAPA! 29 DE JUNIO,OREMOS POR EL PAPA FRANCISCO


Día del Papa
29 de junio



El día 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, celebramos el Día del Papa y la colecta llamada desde los primeros siglos Óbolo de San Pedro.

En esta Jornada del Papa estamos invitados, de manera especial, a meditar en el ministerio del Sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI, a orar por él y a contribuir con nuestras limosnas y donativos a su misión evangelizadora y de caridad. 

El Romano Pontífice, como Sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles. Es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal. Es el Vicario de Cristo. 

Ya en la primera hora de la Iglesia, cuando Pedro estaba en la cárcel, toda la comunidad oraba insistentemente a Dios por él (cfr. Hc 12, 59). Hoy toda la Iglesia tiene el deber de orar por el Papa Benedicto XVI. Cuando oramos por el Sucesor de Pedro, que “preside la caridad de todas las Iglesias”, como afirmó San Ignacio de Antioquia, pedimos que la Iglesia se mantenga fiel a su magisterio, para que, como los primeros cristianos, vivamos como hermanos arraigados firmemente en el amor y en la caridad. 

Junto con la oración y el agradecimiento, esta Jornada es una llamada a colaborar con nuestras limosnas y donativos a la colecta especial. A través de ella ayudamos al Papa para que pueda realizar su misión a favor de la Iglesia Universal y de los más pobres de la tierra. 

Desde esta carta pastoral doy las gracias a todos los fieles y pido un año más la generosa y amplia colaboración económica de todos los diocesanos, para que el Santo Padre pueda cumplir su ministerio. Que el Señor os lo premie y que vuestro comportamiento exprese el cariño, la obediencia y el amor que sentís por el Papa.


Autor: Mons. Vicente Jiménez Zamora, Obispo de Santander

HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO EN LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, 29 DE JUNIO


Homilía del Papa Francisco en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Redacción ACI Prensa
 Foto: Captura YouTube




El Papa Francisco presidió este 29 de junio la Misa en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo en la Basílica Vaticana y bendijo los palios de los 54 arzobispos metropolitanos nombrados durante el año pasado.

En su homilía, el Santo Padre destacó la importancia de la unidad y la profecía y advirtió que en la primera comunidad cristiana “nadie decía: ‘Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación’. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino a Dios. Hoy podemos preguntarnos: ‘¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros?’. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?”.

“No neceistamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, sino la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes, sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados”, exhortó el Santo Padre.

A continuación, el texto de la homilía del Papa Francisco:

En la fiesta de los dos apóstoles de esta ciudad, me gustaría compartir con ustedes dos palabras clave: unidad y profecía.

Unidad. Celebramos juntos dos figuras muy diferentes: Pedro era un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, Pablo un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Y cuando sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente y Pablo no se avergonzó de relatarlo en una carta (cf. Ga 2,11ss.). Eran, en fin, dos personas muy diferentes entre sí, pero se sentían hermanos, como en una familia unida, donde a menudo se discute, aunque realmente se aman. Pero la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor. Él no nos ordenó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos. Es Él quien nos une, sin uniformarnos, nos dice en las diferencias.


La primera lectura de hoy nos lleva a la fuente de esta unidad. Nos dice que la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por una fase crítica: Herodes arreciaba su cólera, la persecución era violenta, el apóstol Santiago había sido asesinado. Y entonces también Pedro fue arrestado. La comunidad parecía decapitada, todos temían por su propia vida. Sin embargo, en este trágico momento nadie escapó, nadie pensaba en salir sano y salvo, ninguno abandonó a los demás, sino que todos rezaban juntos. De la oración obtuvieron valentía, de la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza. El texto dice que «mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5).

La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades.

Constatamos algo más: en esas situaciones dramáticas, nadie se quejaba del mal, de las persecuciones, de Herodes. Ninguno insulta a Herodes -y nosotros estamos tan acostumbrados a insultar a los responsables-. Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Recordemos que las quejas son la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo. Como les dije el día de Pentecostés: la primera es el narcisismo, la segunda el desaliento, la tercera el pesimismo. El narcisismo te lleva al espejo, a mirarte continuamente; el desaliento a las quejas; el pesimismo, al obscuro, a la obscuridad. Estas tres actitudes cierran la puertal Espíritu Santo. Esos cristianos no culpaban a los demás, sino que oraban.

En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. Ninguno. Pedro, humanmente, tenía muchos motivos para ser criticado, pero ninguno lo criticaba. No hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino a Dios. Y nosotros hoy podemos preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros?”.

¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos? Como le sucedió a Pedro en la cárcel: se abrirían muchas puertas que separan, se romperían muchas cadenas que aprisionan, tantas cadenas que paralizan caerían. Y nosotros nos sorprendemos, como aquella chica que, viendo a Pedro en la puerta, no conseguía abrirle, sino que corrió dentro, asombrada por la alegría por ver a Pedro (cf. At 12, 10-17).

Pidamos la gracia de saber cómo rezar unos por otros. San Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos y, en primer lugar, por los que gobiernan (cf. 1 Tm 2,1-3). “Pero este gobernante es…”, y los calificativos son muchos; yo no los diré, porque este no es el momento ni el lugar para decir los calificativos que se escuchan en contra de los gobernantes. Que los juzque Dios, pero recemos por los gobernantes.  Es una tarea que el Señor nos confía. ¿Lo hacemos, o sólo hablamos, simulamos y basta?

Dios espera que cuando recemos también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que nos han dado con la puerta en las narices, de los que nos cuesta perdonar. Sólo la oración rompe las cadenas, sólo la oración allana el camino hacia la unidad.

Hoy se bendicen los palios, que se entregan al Decano del Colegio cardenalicio y a los Arzobispos metropolitanos nombrados en el último año. El palio recuerda la unidad entre las ovejas y el Pastor que, como Jesús, carga la ovejita sobre sus hombros para no separarse jamás.

Hoy, además, siguiendo una hermosa tradición, nos unimos de manera especial al Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Pedro y Andrés eran hermanos y nosotros, cuando es posible, intercambiamos visitas fraternas en los respectivos días festivos: no tanto por amabilidad, sino para caminar juntos hacia la meta que el Señor nos indica: la unidad plena. Hoy, ellos no consiguieron venir, por el problema de los viajes con el motivo del coronavirus, pero cuando bajé a venerar los restos de Pedro, en el corazón sentía a mi lado a mi amado hermano Barolomé. Ellos están aquí, con nosotros.


La segunda palabra, profecía. Nuestros apóstoles fueron provocados por Jesús. Pedro oyó que le preguntaba: “¿Quién dices que soy yo?” (cf. Mt 16,15). En ese momento entendió que al Señor no le interesan las opiniones generales, sino la elección personal de seguirlo. También la vida de Pablo cambió después de una provocación de Jesús: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4). El Señor lo sacudió en su interior; más que hacerlo caer al suelo en el camino hacia Damasco, hizo caer su presunción de hombre religioso y recto. Entonces el orgulloso Saúl se convirtió en Pablo, que significa “pequeño”. Después de estas provocaciones, de estos reveses de la vida, vienen las profecías: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18); y a Pablo: «Es un instrumento elegido por mí, para llevar mi nombre a pueblos» (Hch 9,15). 

Por lo tanto, la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta. Y aquí están Pedro y Pablo, profetas que ven más allá: Pedro es el primero que proclama que Jesús es «el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16); Pablo anticipa el final de su vida: «Me está reservada la corona de la justicia, que el Señor [...] me dará» (2 Tm 4,8).

Hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No se necesitan manifestaciones milagrosas. Siento dolor cuando escucho decir: ‘Queremos una Iglesia profética’. Bien. ¿Qué haces para que la Iglesia sea profética? Se necesitan vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios. No el poder, sino la coherencia. No las palabras, sino la oración. No las declamaciones, sino el servicio. ¿Tú quieres una Iglesia profética? Comienza a servir y a estar callado. No teoría, sino testimonio.

No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no el consenso del mundo, aquel ‘estar bien con todos’. Se dice: ‘estar bien con Dios y con el diablo; estar bien con todos… No, esto no es profecía.

Necesitamos la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes, sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados. Pedro ―antes de ser colocado en la cruz― no pensó en sí mismo, sino en su Señor y, al considerarse indigno de morir como él, pidió ser crucificado cabeza abajo. Pablo ―antes de ser decapitado― sólo pensó en dar su vida y escribió que quería ser «derramado en libación» (2 Tm 4,6). Esta es profecía. No palabras. Esta es profecía, la profecía que cambia la historia.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús profetizó a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Hay también una profecía parecida para nosotros. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús prometió a sus testigos fieles: «una piedrecita blanca, y he escrito en ella un nuevo nombre» (Ap 2,17). Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta: “¿Quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?”. Dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: “¡Sí, lo quiero!”.

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 29 DE JUNIO DE 2020 - SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO


Decimotercera semana del Tiempo Ordinario - Año Par
Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Lunes 29 de junio de 2020


 Hoy es: Santos Pedro y Pablo (29 de Junio)
“ Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo ”



Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11

EN aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.
Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua.
Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel.
De repente; se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo:
«Date prisa, levántate».
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:
«Ponte el cinturón y las sandalias».
Así lo hizo, y el ángel le dijo:
«Envuélvete en el manto y sígueme».
Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel.
Pedro volvió en sí y dijo:
«Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».


Salmo
Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R/.
 El Señor me libró de todas mis ansias.


Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor, él lo escuchó
y lo salvó de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa
en torno a quienes lo temen y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.


Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18


Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19


En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».





Reflexión del Evangelio de hoy

La mochila
Hoy la liturgia nos presenta un texto con un profundo significado simbólico, más allá de que el contexto histórico nos deja clara la postura de un rey Herodes chaquetero, con la mochila del corazón vacía de contenido. Para Herodes el poder significaba su lucha diaria; de hecho, apresa a Pedro porque eso le confería prestigio: “al ver que esto agradaba a los judíos”…

El contexto de Herodes no es muy lejano del nuestro. Quedar bien nos deja expuestos a nuestros propios miedos. Por otro lado, tenemos a Pedro, el cobarde testigo de Cristo que le negó tres veces “por miedo a los judíos”. Dos imágenes idénticas de una misma realidad, el ser humano con la mochila de la vida cargada ¿de qué? ¡de nada! Porque donde se aloja, el poder, el prestigio, el miedo y la falta de fe, no queda nada.   

Pero la fuerza de la Palabra nos lleva mucho más lejos, la Palabra ilumina para romper cadenas, nunca para oscurecer ni destruir. Y esa es la gran diferencia entre Pedro y Herodes. Este último manda prender a Pedro, meterlo en la cárcel y rodearlo de soldados. Son imágenes de alguien que está atrapado por el miedo a perder; en realidad Herodes se encarceló a sí mismo.

La belleza y esencia de este texto nos lo muestra la realidad que envuelve a Pedro en la cárcel. Éste aparece atado con cadenas (las cadenas de la traición y la negación: “no le conozco”). La iglesia ora y lo acompaña desde el dolor de la persecución, pero con la firmeza de la fe, y la celda de Pedro se ilumina con la fuerza de la presencia, “date prisa levántate”, es la llamada a salir a la luz, ¡ven! La llamada a ser, esa llamada que todo ser humano hemos escuchado en nuestra propia esencia cuando fuimos creados. Y ocurre el milagro, “se le caen las cadenas de las manos”.

La escena es increíblemente bella: es invitado a ponerse el cinturón y las sandalias, a echarse el manto y a seguir al Ángel, todo un simbolismo de alianza que nos recuerda al Padre bueno que caminó con el pueblo infiel de Israel y le amó como se ama a un hijo desde las entrañas. Aquí Pedro queda redimido y revestido de Cristo, liberado de sí mismo, se le caen las cadenas del miedo. Y al final de la calle, lo dejó el Ángel, con la mochila de la vida preparada para dar razón de su fe con la propia vida.  


¿La misma mochila?

Pablo no andaba muy lejos de la realidad que envolvió la vida de Herodes y Pedro. Su mochila sólo contenía la letra muerta de la ley y por tanto el vacío y la muerte. El camino a Jerusalén lo ha recorrido muchas veces con cartas cobardes para encadenar y ejecutar a los cristianos, ahora lo recorre en sentido inverso, libre de las ataduras de la ley, pero encadenado por la ley del amor que le liberó hasta llevarle a perder la vida por amor. El juez justo le espera para conferirle la corona de la vida. Solo redime, libera y dignifica el amor. A Pablo y Pedro les embriagó el amor de Cristo y a nosotros, ¿quién nos ha embriagado?


Una mochila nueva

Los primeros versículos del capítulo 16 de san Mateo nos relatan la confusión de los discípulos cuando Jesús intenta avisarles del doble juego de los fariseos y saduceos y, como en tantas otras ocasiones, no le entienden. Se encamina con ellos a la región de Cesarea de Filipos, y les confronta con dos simples preguntas: ¿Quién dice la gente que soy yo y quien decís vosotros que soy yo?

Responder a la primera pregunta era fácil, sólo implicaba ponerse al corriente de los comentarios de pasillo, que son tan frecuentes cuando alguien no piensa como nosotros. Pero ¿y la segunda?, la segunda pregunta dejaba al descubierto algo mucho más profundo, ¿qué buscaban junto a él?

Pedro le responde: “Tú eres el Mesías”, una respuesta que no brota de un conocimiento razonado, sino de un enamorado conocimiento, esa fuerza del amor que descubre Jesús en el corazón del pobre Pedro, al que le confía su mismo cuerpo, la Iglesia. “Sobre tu pobreza, tu ignorancia y tu negación yo colocaré la obra de mi Padre, mi propio Cuerpo”.

La palabra clave que Jesús le confía es imprescindible para entrar en su camino de salvación, para ser liberados de nosotros mismos: “edificaré”. El cuerpo de Cristo se edifica sobre la herida de la cobardía, de la búsqueda de poder y de prestigio, todos sin excepción buscaron los primeros lugares y lucharon por conseguirlos; las mochilas de los discípulos están vacías de contenido, pero el perdón y la misericordia las llenó de audacia y compasión y nació la Iglesia como la esposa fiel que recorre el camino de la humanidad sanando y besando heridas.

¿Cómo andan nuestras mochilas? ¿Son las mochilas nuevas con las llaves del Reino para abrir los cerrojos heridos de la humanidad?


Sor Mª Ángeles Martínez, OP
Monasterio de la Inmaculada. Torrente - Valencia

SAN PEDRO Y SAN PABLO, SOLEMNIDAD, 29 DE JUNIO - DÍA DEL PAPA



Pedro y Pablo, Santos
Solemnidad Litúrgica, 29 de junio


Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net




Apóstoles y Mártires
Martirologio Romano: Solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llámado Pedro. Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio: Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración. († s. I)

Breve Biografía

Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.

Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.

El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.



San Pedro

San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.

Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.

Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:

Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.

Prensenció la Transfiguración del Señor.

Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.

Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.

Fue testigo de la Resurrección de Jesús.

Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.

Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión y permaneció fiel en la oración esperando al Espíritu Santo.

Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y con la fuerza y el valor que le entregó, comenzó su predicación del mensaje de Jesús. 

Dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos y tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas.

Realizó muchos milagros en nombre de Jesús.

En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aún así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.

Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos.

En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.

En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera “cacería” de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.

Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.

San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.



¿Qué nos enseña la vida de Pedro?

Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: “Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado” (I Pedro, 1,15)

Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.

Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.

La Institución del Papado

Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.

El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.

Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.

Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.




San Pablo

Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén.
Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.

En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.).
Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.

La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles” ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.

Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por "cambiarse de bando". En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.

Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.

Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.

¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?

Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.

Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.


Esta conversión siguió varios pasos:
1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.

2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.

3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.

4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.

Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.