El Rosario
Autor: Norberto Rivera C.
Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (Cf Efesios 5,27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes.
La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María, que habiendo entrado íntimamente en la historia de la Salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 65).
Sobre el culto a la Santísima Virgen, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que "La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano" (Pablo VI, Marialis Cultus 56). La Santísima Virgen "es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos se venera a la Santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades... Este culto... aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente" (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 66); encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (Cf Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 103) y en la oración mariana como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (Cf Pablo VI, Marialis Cultus 42) (Catecismo de la Iglesia Católica 971).
Efectivamente, el Rosario es una síntesis del Evangelio, es una de las oraciones más bellas del cristiano. Es un diálogo continuo con nuestra Madre en el que se suceden los padrenuestros, los avemarías y los glorias, al mismo tiempo que se contemplan los misterios principales de la vida de Jesucristo y de María Santísima y se renueva el amor a Dios. Es seguramente la forma de oración más importante dedicada a la Santísima Virgen, una escuela de vida espiritual centrada en el Evangelio (Cf Pio XII, Carta Philippinas Insulas de 1946 y Pablo VI, Exhortación apostólica Marialis Cultus, 2 de febrero de 1974, 44).
El Rosario enriquece nuestra vida cristiana con cinco frutos fundamentales:
a. Nos lleva a conocer en profundidad el Misterio de Cristo a través de la persona humana que lo vivió más de cerca, la Santísima Virgen María. Cristo nace de ella y la asocia a su obra redentora. Por ello, la Iglesia tiene en María un modelo continuo del cual extraer enseñanzas para su vida y misión.
b. El Rosario nos enseña a amar a la Santísima Virgen compartiendo con Ella sus alegrías y sus dolores y a expresar nuestro amor en una entrega más generosa a Dios y a los demás siguiendo su ejemplo. El Rosario nos va guiando suavemente, a través de la contemplación y el diálogo amoroso con María, a una relación personal más profunda con Ella. De aquí nace la alegría y la gratitud que compartimos con nuestra Madre del Cielo por los dones de salvación recibidos; comenzamos a apreciar el sacrificio de Cristo y su obra redentora con la misma sensibilidad espiritual de la "llena de gracia".
c. El Rosario es una invitación constante a imitar a María en todas sus virtudes y, especialmente, en la raíz de todas ellas: su fidelidad a la Palabra, a la voluntad de Dios, a la acción del Espíritu Santo (Cf Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 64-67).
d. El Rosario se convierte en una invocación constante. Ella, como Madre nuestra, es ante todo intercesora llena de afecto. Por eso, a través de su intercesión, vivimos la comunión de los santos pidiendo unos por otros y encomendándole nuestras peticiones más queridas. e. El Rosario es una celebración gozosa del Misterio de Cristo y de su obra redentora en María. El rezo del Rosario celebra el triunfo de Jesucristo muerto y resucitado, vencedor sobre el pecado y la muerte. El Rosario conjuga la contemplación, la alabanza y la súplica, siguiendo una línea de continuidad en la sucesión de los eventos fundamentales del misterio de la redención realizado por el Verbo y sus efectos en la Iglesia (Pentecostés, la Asunción). La contemplación es muy importante porque, tal y como dice el Papa Pablo VI en el número 49 de la Exhortación apostólica Marialis Cultus, es el alma del Rosario; sin ella, el Rosario se convierte en mecánica repetición de oraciones que contradicen el consejo de Jesucristo: "al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados" (Mateo 6, 7), y fácilmente se cae en la rutina. La contemplación del Rosario une amor, serenidad y reflexión en un recorrido por todos los hechos salvíficos de la vida de Cristo, desde su Concepción Virginal hasta los momentos culminantes de su pasión, muerte y resurrección, viéndolos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca de Él. El Rosario combina esta contemplación de los misterios con la alabanza en el paso de las Avemarías, la adoración en los Glorias, la admiración y la petición humilde en las letanías; todo dentro de un marco de amor y confianza filial hacia nuestra Madre, poniendo en sus manos las intenciones que tenemos en el corazón.
La forma del rezo del Rosario quedó establecida de forma definitiva por San Pio V en la Carta Apostólica Consueverunt Romani Pontifices, del 7 de octubre de 1569. Son 15 misterios divididos en tres grupos que siguen el esquema fundamental de Filipenses 2, 6-11: los misterios del rebajamiento de Cristo (gozosos), los de la muerte (dolorosos) y los de la exaltación (gloriosos). Cada misterio se compone de un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, que cierra cada misterio.
Los misterios gozosos se rezan los lunes y jueves y también se pueden rezar durante el Adviento y la octava de Navidad. Son los misterios de la infancia de Jesús: la Encarnación del Hijo de Dios, la Visitación de María a Santa Isabel, el Nacimiento de Jesús, la Presentación del Niño Jesús en el templo y el Niño Jesús perdido y hallado entre los doctores en el templo. En estos misterios, María es la Virgen oyente que escucha la palabra de Dios con corazón limpio, es la Virgen orante que hace del hogar de Nazaret una casa de oración, es la Virgen oferente que presenta a su Hijo en el templo como víctima de salvación. Es la Virgen que guarda todo y lo medita en su corazón (Cf Lucas 2, 51). En estos misterios, María nos enseña a escuchar con fe la palabra de Dios, a meditarla y a hacerla nuestra en la vida y en la oración que transforma nuestro corazón.
Los misterios dolorosos se rezan los martes y los viernes y se pueden rezar también durante toda la Cuaresma y la Semana Santa. Son los misterios de la Pasión de Cristo y del dolor de su Madre Santísima: la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní, La Flagelación del Señor, la Coronación de espinas, Jesús carga con la cruz y Jesús muere en la cruz. Se desarrollan en menos de 24 horas y, sin embargo, cambian la historia de cada hombre que nace. Son misterios para acompañar a Jesús en su dolor como lo acompañó María. Son misterios para dar gracias a Dios por su entrega y pedirle perdón por nuestros pecados que son la causa de su sufrimiento. Son misterios para pensar en lo que costó la salvación de nuestra alma y para ofrecer a Jesús todo el amor de nuestros corazones. La unión con María es muy intensa en estos momentos en que Ella ofrece a su Hijo al Padre. Son misterios de ofrecimiento total. Compartimos con María la cruz de Jesucristo aceptando las cruces personales que Dios permita sobre nosotros.
Los misterios gloriosos se rezan los miércoles, sábados y domingos y se pueden rezar también durante toda la Pascua, desde el Domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés y el día de la Asunción de la Santísima Virgen. Son los misterios del júbilo desbordante, del "aleluya" pascual: la Resurrección de Cristo, la Ascensión del Señor, la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, la Asunción de la Santísima Virgen María y la Coronación de María, Madre de la Iglesia, como Reina y Señora de toda la Creación. En estos misterios dejamos en el Sepulcro al hombre viejo que vive según la carne, y resucitamos con Cristo como hombres nuevos que viven según el Espíritu, en una vida de gracia y santidad. Son una invitación constante a orientar nuestra vida hacia el Cielo a donde sube Jesucristo para prepararnos un lugar, a llevar una vida regida por el Espíritu que Cristo envía a la tierra para continuar su obra. Todos estos sucesos maravillosos los vivimos con y desde María que nos guía en el camino hacia la vida eterna junto a Cristo Glorioso.
Después de los cinco misterios se suele rezar las "letanías lauretanas" o "loretanas". Estas letanías provenientes del Santuario mariano de Loreto (de ahí el nombre de lauretanas), en Italia, son invocaciones que honran a la Santísima Virgen, Madre de Dios, con símbolos y figuras tomados sobre todo de la Sagrada Escritura.
Entre las diferentes formas que encontramos para rezar el Rosario, una de las más enriquecedoras es el Rosario en familia.
Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios, la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia. Entre éstas es de recordar el rezo del Rosario: "Y ahora, en continuidad de intención con nuestros predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del Santo Rosario en familia... no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida". Así, la auténtica devoción mariana, que se expresa en la unión sincera y en el generoso seguimiento de las actitudes espirituales de la Virgen Santísima, constituye un medio privilegiado para alimentar la comunión de amor de la familia y para desarrollar la espiri-tualidad conyugal y familiar. Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia es, en efecto y de manera especial, la Madre de las familias cristianas, de las iglesias domésticas (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post-sinodal Familiaris Consortio del 22 de noviembre de 1981, 61).
En nuestro Papa actual, S. S. Juan Pablo II, tenemos a un fiel hijo de María y a un gran promotor del rezo del Rosario. En sus momentos de descanso caminando por la montaña o en el traslado de un lugar a otro, como vimos, por ejemplo, en su trayecto desde la Nunciatura hasta el Estadio Azteca durante su última estancia en nuestro país, va concentrado rezando con su Rosario en la mano. El Papa reza cada día las tres partes del Rosario, los quince misterios, y en el Ángelus del 29 de octubre de 1978, poco después de ser elegido Papa, dijo que el Rosario era su oración predilecta.