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miércoles, 9 de diciembre de 2020

LA EUCARISTÍA NOS PREPARA PARA IR AL CIELO

 


La Eucaristía nos prepara para ir al cielo

Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo.



Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net



El Cielo es nuestra patria.

En el día de la Ascensión, Cristo subió al Cielo para tomar posesión de su gloria y prepararnos un lugar. Con Él, la humanidad redimida podrá penetrar en el Cielo. Consciente de que el Cielo no nos está jamás cerrado, vivimos en la expectativa del día en que sus puertas se abrirán de para en par para que en él entremos. Esperanza esta que nos anima y por sí bastaría para obligarnos a llevar una vida cristiana digna y sobrellevar con paciencia todas las contrariedades con tal de alcanzar ese Cielo prometido.

Sin embargo, Cristo, como muestra de amor, para sostener esa esperanza del Cielo creó el lindo Cielo eucarístico, pues la Eucaristía es un Cielo anticipado. ¿Acaso en la Eucaristía no viene Jesús, bajando a la tierra y trayéndonos ese Cielo consigo? ¿Acaso donde está Jesús no está el Cielo? Si Jesús está sacramentalmente en la Eucaristía, trae consigo también el Cielo.

Su estado, aunque velado a nuestros sentidos exteriores, es un estado de gloria, de triunfo, de felicidad, exento de las miserias de la vida.

Al comulgar a Jesús en la Eucaristía, júbilo y gloria del Paraíso, recibimos igualmente el Cielo. Se nos da para mantener viva en nosotros el recuerdo de la verdadera patria y no desfallecer al pensar en ella. Se da y permanece corporalmente en nuestros corazones en cuanto subsisten las especies sacramentales. Una vez destruidas éstas, vuelve nuevamente al Cielo, pero permanece en nosotros por su gracia y por su presencia amorosa. Nos deja los efectos de su presencia: amor, pureza, fuerza, alegría y gozo.

¿Por qué es tan rápida su visita? Porque la condición indispensable a su presencia corporal resucitada está en la integridad de las Santas Especies.

Jesús, viniendo a nosotros en la Eucaristía, trae consigo los frutos y las flores del Paraíso. ¿Cuáles son éstas? Lo ignoro. No los podemos ver, pero sentimos su suave perfume.

¿Cuáles son los bienes celestes que nos vienen con Jesús, cuando lo recibimos en la Eucaristía?

En primer lugar, la gloria. Es verdad que la gloria de los Santos es una flor que sólo se abre ante el sol del Paraíso, gloria ésta que no nos es dada en la tierra. Pero recibimos el germen oculto, que la contiene toda entera, como la semilla que contiene la espiga. La Eucaristía deposita en nosotros el fermento de la resurrección, a causa de una gloria especial y más brillante que, sembrada en la carne corruptible, brotará sobre nuestro cuerpo resucitado e inmortal.

En segundo lugar, la felicidad. Nuestra alma, al entrar en el Cielo, se verá en plena posesión de la felicidad del propio Dios, sin miedo a perderla o de verla disminuir. ¿Y en la comunión no recibimos alguna parcelita de esa real felicidad? No nos es dada en su totalidad, pues entonces nos olvidaríamos del Cielo. Pero, ¡cuánta paz, cuánta dulce alegría no acompaña en la comunión! Cuanto más el alma se desapega de las afecciones terrenas, tanto más ha de disfrutar de esa felicidad al punto de que el mismo cuerpo se resiente y desea ya el Cielo. Es aquello de santa Teresa: “Muero porque no muero”.

En tercer lugar, el poder. Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. El águila para enseñar a sus crías a volar hasta las alturas les presenta la comida y se coloca arriba de ellos, elevándose siempre más y más a medida que sus crías se acercan, hasta hacerlos subir insensiblemente a los astros.

Así también hace Jesús, Águila divina. Viene a nuestro encuentro, trayéndonos el alimento que necesitamos. Y luego en seguida se eleva, invitándonos a seguir el vuelo. Nos llena de dulzura para hacernos desear la felicidad celestial y nos conquista con la idea del Cielo.

En la Comunión, por tanto, tenemos la preparación para el Cielo. ¡Qué grande será la gracia de morir después de haber recibido el Santo Viático! Poder partir bien reconfortados para este último viaje.

Pidamos muchas veces esta gracia para nosotros. El Santo Viático, recibido al morir, será la prenda de nuestra felicidad eterna. Llegaremos a los pies del Trono de Dios. Y allí disfrutaremos eternamente de la presencia y del amor de Dios. Que eso es el Cielo.

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 9 DE NOVIEMBRE DEL 2020

 


Lecturas de hoy Miércoles de la 2ª semana de Adviento

Hoy, miércoles, 9 de diciembre de 2020



Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (40,25-31):

«¿CON quién podréis compararme,

quién es semejante a mi?», dice el Santo.

Alzad los ojos a lo alto y mirad:

¿Quién creó esto?

Es él, que despliega su ejército al completo

y a cada uno convoca por su nombre.

Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza,

ninguno falta a su llamada.

¿Por qué andas diciendo, Jacob,

y por qué murmuras, Israel:

«Al Señor no le importa mi destino,

mi Dios pasa por alto mis derechos»?

¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?

El Señor es un Dios eterno

que ha creado los confines de la tierra.

No se cansa, no se fatiga,

es insondable su inteligencia.

Fortalece a quien está cansado,

acrecienta el vigor del exhausto.

Se cansan los muchachos, se fatigan,

los jóvenes tropiezan y vacilan;

pero los que esperan en el Señor

renuevan sus fuerzas,

echan alas como las águilas,

corren y no se fatigan,

caminan y no se cansan.


Palabra de Dios



Salmo

Sal 102,1-2.3-4.8.10


R/. Bendice, alma mía, al Señor


V/. Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R/.


V/. Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa,

y te colma de gracia y de ternura. R/.


V/. El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia.

No nos trata como merecen nuestro pecados

ni nos paga según nuestras culpas. R/.


Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,28-30):


EN aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:

«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».


Palabra del Señor




«Mi yugo es suave y mi carga ligera»


P. Jacques PHILIPPE

(Cordes sur Ciel, Francia)

Hoy, Jesús nos conduce al reposo en Dios. Él es, ciertamente, un Padre exigente, porque nos ama y nos invita a darle todo, pero no es un verdugo. Cuando nos exige algo es para hacernos crecer en su amor. El único mandato es el de amar. Se puede sufrir por amor, pero también se puede gozar y descansar por amor…

La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Por eso, Jesús, que nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y seguirle, nos dice: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). Aunque en ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo: «Haz que vaya por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco» (Sal 119,35).

Me gustaría contar un hecho. A veces, cuando después de un día bastante agotador me voy a dormir, percibo una ligera sensación interior que me dice: —¿No entrarías un momento en la capilla para hacerme compañía? Tras algunos instantes de desconcierto y resistencia, termino por consentir y pasar unos momentos con Jesús. Después, me voy a dormir en paz y tan contento, y al día siguiente no me despierto más cansado que de costumbre.

No obstante, a veces me sucede lo contrario. Ante un problema grave que me preocupa, me digo: —Esta noche rezaré durante una hora en la capilla para que se resuelva. Y al dirigirme a dicha capilla, una voz me dice en el fondo de mi corazón: —¿Sabes?, me complacería más que te fueras a acostar inmediatamente y confiaras en mí; yo me ocupo de tu problema. Y recordando mi feliz condición de "servidor inútil", me voy a dormir en paz, abandonando todo en las manos del Señor…

Todo ello viene a decir que la voluntad de Dios está donde existe el máximo amor, pero no forzosamente donde esté el máximo sufrimiento… ¡Hay más amor en descansar gracias a la confianza que en angustiarse por la inquietud!

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados (...) y hallaréis descanso»


HOY LA IGLESIA CELEBRA LA FIESTA DE SAN JUAN DIEGO, EL VIDENTE DE LA VIRGEN DE GUADALUPE

 


 Hoy la Iglesia celebra la Fiesta de San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe

Redacción ACI Prensa




“¡Amado Juan Diego, ‘el águila que habla’! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo íntimo de su corazón”; con estas palabras, pronunciadas en la homilía de la misa de canonización de San Juan Diego, el Papa San Juan Pablo II le pedía al vidente de la Virgen de Guadalupe que nos muestre el camino de la piedad a nuestra madre María, y que la amemos como él la amó.

De acuerdo a la tradición, San Juan Diego nació en 1474, en Cuautitlán, entonces reino de Texcoco (hoy territorio mexicano), una región habitada por las etnias chichimecas. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que significa “Águila que habla” o “El que habla con un águila”.

Siendo adulto y con una familia a cuestas, empezó a sentirse atraído por las enseñanzas de los sacerdotes franciscanos, llegados a territorio mexicano en 1524. Juan Diego recibió el bautismo junto con su esposa, María Lucía. Posteriormente se casarían cristianamente, aunque el matrimonio no duraría mucho debido a la intempestiva muerte de María Lucía.

El 9 de diciembre de 1531, estando Juan Diego de camino por el monte del Tepeyac, se le apareció la Virgen María. La “Señora”, quien se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”, se dirigió a él y le encomendó que se presente ante el Obispo Capitalino, el franciscano Fray Juan de Zumárraga, para pedirle en nombre de ella que se construya una Iglesia en aquel lugar.

Juan Diego aceptó llevarle la petición de la Señora al Obispo, pero este no le creyó y se negó al pedido. La Virgen se le apareció de nuevo a Juan Diego y le pidió que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a encontrarse con el Prelado, quien, escéptico, lo interrogó sobre la doctrina cristiana y le pidió pruebas del prodigio que relataba.

El martes 12 de diciembre, la Virgen se presentó nuevamente a Juan Diego y lo consoló, invitándole a subir a la cima de la colina del Tepeyac para que recogiera flores y se las trajera. A pesar de lo agreste del lugar y de que era invierno, San Juan Diego accedió al pedido de la Virgen. Cuando llegó a la cima encontró un brote de flores muy hermosas y las colocó envueltas en su “tilma” (el manto típico con el que se revestían los indios). La Virgen luego le pidió que se las llevara al Obispo.

Estando frente al Prelado, el Santo abrió su “tilma” y dejó caer las flores, dejando expuesta sobre el tejido la imagen de nuestra “Señora”, la Virgen de Guadalupe. Desde ese momento, aquella prodigiosa imagen se convertiría en el corazón espiritual de la Iglesia en México y en una de las mayores devociones marianas del mundo. La Virgen de Guadalupe habría de cambiar el rumbo de la Evangelización de los pueblos americanos y sellaría para siempre la unión entre la cultura hispánica y los pueblos originarios de América.

Con la autorización del Obispo, el templo consagrado a la Virgen de Guadalupe se empezó a construir en el Tepeyac, y San Juan Diego sería el primer custodio del santuario. El Santo, por su lado, construyó una humilde casita para vivir al costado de la Iglesia. Allí permaneció hasta el final de sus días, dedicado al servicio de la “Señora del Cielo”. San Juan Diego limpiaba la capilla y acogía a los peregrinos que visitaban el lugar.

Incontables bendiciones enriquecen la historia de la Virgen de Guadalupe. En ella, San Juan Diego ocupa un lugar primordial: fue un hombre sencillo, indio, laico y devoto de la Madre de Dios. Es una historia que invita a renovar el esfuerzo evangelizador en América y en el resto del mundo. Por Juan Diego, María le regaló a todos sus hijos una prueba más, fehaciente, de su cercanía con todos los pueblos.

San Juan Diego murió en 1548. Hoy, como en aquellos días, sigue siendo pertinente decir, cuando encontramos a un buen hijo: “Que Dios te haga como Juan Diego”.

San Juan Pablo II beatificó a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1990 y lo canonizó en el año 2002. Su fiesta se celebra cada 9 de diciembre.

EL PAPA FRANCISCO PUBLICA UNA CARTA APOSTÓLICA PARA CRECER EN EL AMOR POR SAN JOSÉ

 



 El Papa publica una Carta Apostólica para crecer en el amor por San José

Redacción ACI Prensa

Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




Con motivo del 150 aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal, el Papa Francisco aprobó este martes 8 de diciembre la Carta Apostólica Patris corde, con el objetivo de “que crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución”

El Santo Padre ofrece en este documento algunas reflexiones personales sobre la “figura extraordinaria” de San José, “tan cercana a nuestra condición humana”.

En la Carta Apostólica, el Pontífice destaca que San José estuvo “siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley y a través de los cuatro sueños que tuvo”.

Subraya también que “tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel”.

Recuerda que “para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero. De regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo”.

“Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo”, hace hincapié el Santo Padre.

El Papa Francisco ofrece en su Carta Apostólica una reflexión sobre San José como padre amado, padre en la ternura, padre en la obediencia, padre en la acogida, padre de la valentía creativa, padre trabajador y padre en la sombra.


Padre amado

Francisco subraya que “la grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús”.

“Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano”. También recuerda que “como descendiente de David, de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán, y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento”.


Padre de la ternura

Según enseña francisco en esta Carta Apostólica, “Jesús vio la ternura de Dios en José”. “José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia”.


Padre de la obediencia

El Papa señala que “así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad”.

“José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María”, recuerda el Obispo de Roma, pero “con la obediencia superó su drama y salvó a María”.

Tras huir a Egipto para salvar a la Sagrada Familia de la maldad de Herodes, “José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país”.

“Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel, él una vez más obedeció sin vacilar”.

De esa manera, “en la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre”.


Padre en la acogida

“José acogió a María sin poner condiciones previas”, afirma el Pontífice. “Confió en las palabras del ángel”.

“José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia”.

En ese sentido, “la acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil”.


Padre de la valentía creativa

La valentía creativa, explica Francisco, “surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajarlos brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener”.

Por eso, aunque “el Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo”.

“No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre”.

“A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria”.


Padre trabajador

Hay un aspecto de San José que tradicionalmente se ha destacado, y es “su relación con el trabajo”.

“San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo”.

Esa identificación de San José con el trabajo digno se hace hoy más necesaria que nunca: “En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar”.


Padre en la sombra

El Papa destaca que José es para Jesús “la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos”.

“Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él”.

Francisco explica que “en la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres”.

En ese ámbito, el Papa recuerda otro apelativo que recibe José, el de “castísimo”.

“No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todoslos ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz”.

José “fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentralizarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”.

Puede leer el texto completo de la Carta Apostólica AQUÍ.