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miércoles, 17 de febrero de 2021
AÑO DE SAN JOSÉ, DÍA 17 DE FEBRERO
MIÉRCOLES DE CENIZA Y LA CUARESMA
Miércoles de Ceniza y la Cuaresma.
Una breve explicación de qué significa esta fecha y cómo se puede hacer para aprovecharla al máximo.
Por: Ignacio Romero Carranza | Fuente: Catholic.net
Hoy arranca un nuevo tiempo del calendario litúrgico. Una breve explicación de qué significa esta fecha y cómo se puede hacer para aprovecharla al máximo.
Hoy es el silbato de salida. Todos los católicos estamos llamados a vivir los próximos cuarenta días en profunda reflexión sobre los acontecimientos ocurridos en la Semana Santa. Con el Miércoles de Ceniza, los fieles comenzamos a vivir en un clima penitente para arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos de corazón. Esas son las dos palabras clave de este tiempo: arrepentimiento y conversión.
Ahora bien. La celebración del miércoles, que marca el inicio del tiempo cuaresmal, es una que tiene una particularidad comparada con el resto de las liturgias: la imposición de las cenizas. ¿De dónde surge esta práctica? Antes de Cristo, judíos y Ninibitas utilizaban la ceniza como un símbolo de penitencia. Años más tarde, los fieles católicos comenzaron esta práctica para prepararse para la celebración de la Semana Santa y, ya en el siglo XI, se agrega al misal el rito del Miércoles de Ceniza.
Acostumbrados a vivir en la rutina, es muy fácil tratar al inicio de la cuaresma (y al resto de este tiempo) cómo un día más del año. Sin embargo, es necesario considerar algunas cuestiones antes de hacer caso omiso de la fecha.
El hecho de recibir cenizas tiene como objetivo recordarle al fiel su origen. “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Con un sentido simbólico de muerte, caducidad, humildad y penitencia, la ceniza ayuda a que mires en tu interior y descubras esas cosas que necesitan de la misericordia de Dios. Ayuda a reconocer que somos débiles, que vamos a tener un final y que necesitamos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús para poder llegar a vivir junto a Él en el Reino de los Cielos. Esta mirada a la interioridad de uno, de reconocer las fayas y querer arreglarlas, entran en la dinámica de las dos palabras claves de la cuaresma. Al reconocer nuestros pecados, nos arrepentimos y al querer cambiarlos nos convertimos.
Para vivir este tiempo de la mejor manera posible, la Iglesia propone tres actividades clave, destinadas a fomentar un crecimiento espiritual y cierta mortificación exterior: la oración, el ayuno y la limosna. Estas tres formas de penitencia demuestran una intención de reconciliarse con Dios, uno mismo y los demás.
Contrario a lo que muchos sostienen, la oración no fortalece nuestra relación con Dios. La oración ES nuestra relación con Dios. El constante diálogo con nuestro Padre, la meditación a conciencia de su palabra, es la relación personal que todo cristiano debe aspirar. Se va haciendo más fuerte, fruto de esa relación que se entabla en el hablar con Él. Es decir: la oración no va a hacer que, como por arte de magia, tu relación con Dios mejora.
La oración ES tu relación con Dios y, por tanto, debes preocuparte por hacerla cada vez mejor. Se podría considerar para algunos una mortificación por lo que exige: tiempo. Hay que renunciar a ese tiempo que le dedicaríamos a la serie, el deporte o simplemente dormir, para poder hablar con Dios. En Mt 6, Jesús nos enseña la oración de oraciones: el Padrenuestro. En esas frases, Cristo describe cómo ha de ser nuestro trato con el Padre.
Por otra parte, está el ayuno, apunta a que el fiel adquiera dominio sobre sus instintos y libere su corazón (CIC 2043). Como dijo Jesús: “No solo de pan vive el hombre sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Aprender a dejar de lado eso que queremos comer o tomar, para darle lugar a Dios en nuestra vida, es otra excelente manera de vivir la cuaresma.
Por último, la limosna. Renunciar a un bien propio para darlo a un hermano que lo necesita. Hoy en día, la gente vive muy apegada a lo que le pertenece, a lo que tiene. Algunas personas hasta se definen por eso que está bajo su posesión. Saber dejar de lado todo eso para poner al prójimo por encima de las cosas materiales, devuelve el orden natural de las cosas a nuestro interior. Ese diseño que Dios pensó de poner a todas las cosas al servicio de los hombres, los cuales son todos iguales ante Dios y peregrinan para llegar a Él.
Una vez que ese orden se restaura, se hace más fácil reconciliarse con uno mismo (ya que se aceptó la verdad de que no es más ni menos que nadie) y con Dios (objetivo de toda alma que verdaderamente persigue la santidad).
Datos sobre el Miércoles de Ceniza:
- No es precepto. No hay obligación de participar en la Santa Misa ese día, aunque es realmente recomendable.
- Es día de ayuno y abstinencia. El primero aplica desde los 18 hasta los 75 años como obligatorio. La abstinencia (de carne o cualquier cosa que nos parezca apetecible y que nos saque del clima de penitencia) es aplicable desde los 14 años en adelante.
- Al imponer las cenizas, el celebrante puede decir dos frases:
o Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.
o Conviértete y cree en el evangelio.
o Las cenizas están hechas con las palmas del Domingo de Ramos del año anterior, mezclado con agua bendita e incienso.
PAPA FRANCISCO EN MIÉRCOLES DE CENIZA 2021 - LA CUARESMA ES UN VIAJE DE REGRESO A DIOS
Papa Francisco en Miércoles de Ceniza: La Cuaresma es un viaje de regreso a Dios
Redacción ACI Prensa
Durante la celebración de la Misa en este Miércoles de Ceniza, el Papa Francisco recordó que “la Cuaresma es un viaje de regreso a Dios” por lo que animó a dejarse reconciliar por Dios para aprender de la Cruz de Jesús que es la “cátedra silenciosa de Dios”.
Este año, el Santo Padre presidió la Eucaristía con el rito de la bendición e imposición de las cenizas en una ceremonia con pocas personas en la Basílica de San Pedro, y no en la Basílica de Santa Sabina en el Aventino con la tradicional procesión previa, debido a las restricciones sanitarias causadas por el COVID-19.
En su homilía, el Papa destacó que iniciamos el camino de la cuaresma con las palabras del profeta Joel que indican la dirección a seguir “vuelvan a mí con todo corazón” por lo que advirtió: “Cuántas veces, ocupados o indiferentes, le hemos dicho: ‘Señor, volveré a Ti después... Espera. Hoy no puedo, pero mañana quizá empezaré a rezar y a hacer algo por los demás’. Y así un día tras otro ¿no? Ahora Dios llama a nuestro corazón. En la vida tendremos siempre cosas que hacer y excusas para dar, pero hermanos y hermanas, ahora es tiempo de regresar a Dios”.
En esta línea, el Santo Padre señaló que “la cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos” porque “es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo”.
“La cuaresma no es una recolección de florecillas, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Este es el centro de la cuaresma: hacia dónde está orientado mi corazón”, afirmó.
Por ello, el Papa invitó a preguntarse: “¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, en primer lugar? ¿Tengo un corazón ‘bailarín’, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?”.
En este sentido, el Pontífice subrayó que la cuaresma es también “un éxodo de la esclavitud a la libertad” porque “son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen”.
Sin embargo, el Papa reconoció que durante el camino “estaba la tentación de añorar las cebollas, de volver atrás, de atarse a los recuerdos del pasado, a algún ídolo” por lo que añadió que “también para nosotros es así: el viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza”.
De este modo, el Santo Padre sugirió que “para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones” y para eso ayudan “los viajes de regreso que nos relata la Palabra de Dios”.
En primer lugar, el Papa recordó la parábola del hijo pródigo para señalar que “también para nosotros es tiempo de volver al Padre” ya que “es el perdón del Padre que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso” por lo que recomendó a los confesores ser “como el Padre, no con el látigo, sino con el abrazo”.
Luego, el Santo Padre recordó al leproso sanado para indicar que “necesitamos volver a Jesús” ya que “todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies”. “Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: ‘Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón, sana mi lepra’”.
En tercer lugar, el Papa dijo que también “estamos llamados a volver al Espíritu Santo” por lo que animó “volvamos al Espíritu, Dador de vida, volvamos al Fuego que hace resurgir nuestras cenizas”.
“Nuestro viaje, entonces, consiste en dejarnos tomar de la mano. El Padre que nos llama a volver es Aquel que sale de casa para venir a buscarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la cruz; el Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y con dulzura sobre nuestro barro”, explicó.
Por último, el Santo Padre alentó a dejarse reconciliar con Dios porque “el camino no se basa en nuestras fuerzas” y añadió “el comienzo del regreso a Dios es reconocernos necesitados de Él, necesitados de misericordia, necesitados de su gracia. Este es el camino justo, el camino de la humildad”.
“Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse pequeños. En este camino, para no perder la dirección, pongámonos ante la cruz de Jesús: es la cátedra silenciosa de Dios”, concluyó el Santo Padre.
Después de la homilía, el Papa Francisco bendijo e impuso las cenizas a los Cardenales presentes y él las recibió por parte del arcipreste de la Basílica de San Pedro, el Cardenal Angelo Comastri.
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO ENLA MISA DE MIÉRCOLES DE CENIZA, 17 DE FEBRERO
Homilía del Papa Francisco en la Misa del Miércoles de Ceniza
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco presidió la Misa este Miércoles de Ceniza con el rito de la bendición e imposición de cenizas que se llevó a cabo en el altar de la cátedra de la Basílica de San Pedro.
En su homilía, el Santo Padre destacó que la cuaresma “es un viaje de regreso a Dios” en el que Dios dice “Vuelvan a mí con todo el corazón”.
“La cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma no es una recolección de florecillas, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Este es el centro de la cuaresma: hacia dónde está orientado mi corazón”, dijo el Papa.
A continuación, la homilía completa pronunciada por el Papa Francisco:
Iniciamos el camino de la cuaresma. Este se abre con las palabras del profeta Joel, que indican la dirección a seguir. Hay una invitación que nace del corazón de Dios, que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica: ‘Vuelvan a mí con todo corazón’ (Jl 2,12). Vuelvan a mí. La cuaresma es un viaje de regreso a Dios. Cuántas veces, ocupados o indiferentes, le hemos dicho: ‘Señor, volveré a Ti después... Espera. Hoy no puedo, pero mañana quizá empezaré a rezar y a hacer algo por los demás’. Y así un día tras otro ¿no? Ahora Dios llama a nuestro corazón. En la vida tendremos siempre cosas que hacer y excusas para dar, pero hermanos y hermanas, ahora es tiempo de regresar a Dios.
Vuelvan a mí, dice, con todo el corazón. La cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma no es una recolección de florecillas, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Este es el centro de la cuaresma: hacia dónde está orientado mi corazón.
Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, al primer lugar? ¿Tengo un corazón ‘bailarín’, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?
El viaje de la cuaresma es un éxodo, es un éxodo de la esclavitud a la libertad. Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen. Pero, ¡qué difícil es dejar Egipto! Fue más difícil dejar el Egipto en el corazón del pueblo de Dios, que dejar el Egipto cuando el pueblo huyó. Aquel Egipto que llevaban siempre dentro. Es muy difícil dejar el Egipto.
Siempre, durante el camino, estaba la tentación de añorar las cebollas, de volver atrás, de atarse a los recuerdos del pasado, a algún ídolo. También para nosotros es así: el viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza. Para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones.
¿Cómo proceder entonces en el camino hacia Dios? Nos ayudan los viajes de regreso que nos relata la Palabra de Dios.
Miramos al hijo pródigo y comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al Padre. Como ese hijo, también nosotros hemos olvidado el perfume de casa, hemos despilfarrado bienes preciosos por cosas insignificantes y nos hemos quedado con las manos vacías y el corazón infeliz. Hemos caído: somos hijos que caen continuamente, somos como niños pequeños que intentan caminar y caen al suelo, y siempre necesitan que su papá los vuelva a levantar. Es el perdón del Padre que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso.
He dicho la confesión, recomiendo a los confesores: sean como el Padre, no con el látigo, sino con el abrazo.
Después necesitamos volver a Jesús, hacer como aquel leproso sanado que volvió a agradecerle. Diez fueron curados, pero sólo él fue también salvado, porque volvió a Jesús (cf. Lc 17,12-19). Todos, todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies. Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: “Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón, sana mi lepra”.
La Palabra de Dios nos pide volver al Padre, volver a Jesús. Además, estamos llamados a volver al Espíritu Santo. La ceniza sobre la cabeza nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Pero sobre este polvo nuestro Dios ha infundido su Espíritu de vida. Entonces, no podemos vivir persiguiendo el polvo, detrás de cosas que hoy están y mañana desaparecen. Volvamos al Espíritu, Dador de vida, volvamos al Fuego que hace resurgir nuestras cenizas. Aquel fuego que nos enseña a amar, seremos siempre polvo, pero como dice el himno litúrgico, polvo enamorado. Volvamos a rezar al Espíritu Santo, redescubramos el fuego de la alabanza, que hace arder las cenizas del lamento y la resignación.
Hermanos y hermanas: Nuestro viaje de regreso a Dios es posible sólo porque antes se produjo su viaje de ida hacia nosotros. Al contrario no habría sido posible. Antes que nosotros fuéramos hacia Él, Él descendió hacia nosotros. Nos ha precedido, ha venido a nuestro encuentro. Por nosotros descendió más abajo de cuanto podíamos imaginar: se hizo pecado, se hizo muerte. Es cuanto nos ha recordado san Pablo: ‘A quien no cometió pecado, Dios lo asemejó al pecado por nosotros’ (2 Co 5,21). Para no dejarnos solos y acompañarnos en el camino descendió hasta nuestro pecado y nuestra muerte.
Nuestro viaje, entonces, consiste en dejarnos tomar de la mano. El Padre que nos llama a volver es Aquel que sale de casa para venir a buscarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la cruz; el Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y con dulzura sobre nuestro barro.
He aquí, entonces, la súplica del Apóstol: ‘Déjense reconciliar con Dios’ (v. 20). Déjense reconciliar: el camino no se basa en nuestras fuerzas. Ninguno se puede reconciliar con Dios con sus propias fuerzas. La conversión del corazón, con los gestos y las obras que la expresan, sólo es posible si parte del primado de la acción de Dios. Lo que nos hace volver a Él no es presumir de nuestras capacidades y nuestros méritos, sino acoger su gracia. La salvación es solo gracia, solo gratuidad. Jesús nos lo ha dicho claramente en el Evangelio: lo que nos hace justos no es la justicia que practicamos ante los hombres, sino la relación sincera con el Padre. El comienzo del regreso a Dios es reconocernos necesitados de Él, necesitados de misericordia, necesitados de su gracia. Este es el camino justo, el camino de la humildad. ¿yo me siento necesitado o me siento suficiente?
Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse pequeños. En este camino, para no perder la dirección, pongámonos ante la cruz de Jesús: es la cátedra silenciosa de Dios. Miremos cada día sus llagas, llagas que ha llevado al cielo y las hace ver al Padre cada día en su oración de intercesión. Miremos sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño. Sin embargo, precisamente allí vemos que Dios no nos señala con el dedo, sino que abre los brazos de par en par. Sus llagas están abiertas por nosotros y en esas heridas hemos sido sanados (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Besémoslas y entenderemos que justamente ahí, en los vacíos más dolorosos de la vida, Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro. Y ahora nos invita a regresar a Él, para volver a encontrar la alegría de ser amados.
LECTURAS BÍBLICAS DE HOY MIÉRCOLES DE CENIZA, 17 DE FEBRERO DEL 2021
Lecturas de hoy Miércoles de Ceniza
Hoy, miércoles, 17 de febrero de 2021
Primera lectura
Lectura de la profecía de Joel (2,12-18):
AHORA —oráculo del Señor—,,
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo.
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá
dejando tras de sí la bendición,
ofrenda y libación
para el Señor, vuestro Dios!
Tocad la trompeta en Sion,
proclamad un ayuno santo,
convocad a la asamblea,
reunid a la gente,
santificad a la comunidad,
llamad a los ancianos;
congregad a los muchachos
y a los niños de pecho;
salga el esposo de la alcoba
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar
lloren los sacerdotes,
servidores del Señor,
y digan:
«Ten compasión de tu pueblo, Señor;
no entregues tu heredad al oprobio
ni a las burlas de los pueblos».
¿Por qué van a decir las gentes:
«Dónde está su Dios»?
Entonces se encendió
el celo de Dios por su tierra
y perdonó a su pueblo.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17
R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
V/. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.
V/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
V/. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,20–6,2):
HERMANOS:
Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.
Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice:
«En el tiempo favorable te escuché,
en el día de la salvación te ayudé».
Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
Palabra del Señor
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»
Rev. D. Manel VALLS i Serra
(Barcelona, España)
Hoy iniciamos la Cuaresma: «He aquí el día de la salvación» (2Cor 6,2). La imposición de la ceniza —que debiéramos recibir— es acompañada por una de estas dos fórmulas. La antigua: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás»; y la que ha introducido la liturgia renovada del Concilio: «Conviértete y cree en el Evangelio». Ambas fórmulas son una invitación a contemplar de manera diversa —normalmente tan superficial— nuestra vida. El papa san Clemente I nos recuerda que «el Señor quiere que todos los que ama se conviertan».
En el Evangelio, Jesús pide practicar la limosna, el ayuno y la oración alejados de toda hipocresía: «No lo vayas trompeteando por delante» (Mt 6,2). Los hipócritas, enérgicamente denunciados por Jesucristo, se caracterizan por la falsedad de su corazón. Pero, Jesús advierte hoy no sólo de la hipocresía subjetiva sino también de la objetiva: cumplir, incluso de buena fe, todo lo que manda la Ley de Dios y la Escritura Santa, pero realizándolo de manera que quede en la mera práctica exterior, sin la correspondiente conversión interior.
Entonces, la limosna —reducida a “propina”— deja de ser un acto fraternal y se reduce a un gesto tranquilizador que no cambia la mirada sobre el hermano ni hace sentir la caridad de prestarle la atención que se merece. El ayuno, por otra parte, queda limitado al cumplimiento formal, que ya no recuerda en ningún momento la necesidad de moderar nuestro consumismo compulsivo ni la necesidad que tenemos de ser curados de la “bulimia espiritual”. Finalmente, la oración —reducida a estéril monólogo— no llega a ser auténtica apertura espiritual, coloquio íntimo con el Padre y escucha atenta del Evangelio del Hijo.
La religión de los hipócritas es una religión triste, legalista, moralista, de una gran estrechez de espíritu. Por el contrario, la Cuaresma cristiana es la invitación que cada año nos hace la Iglesia a una profundización interior, a una conversión exigente, a una penitencia humilde, para que dando los frutos pertinentes que el Señor espera de nosotros, vivamos con la máxima plenitud de alegría y el gozo espiritual de la Pascua.