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martes, 29 de junio de 2021

DÍA DEL PAPA - OREMOS POR EL PAPA FRANCISCO - 29 DE JUNIO

 



 Día del Papa


Como cada 29 de junio, la Iglesia Católica celebra en este día en todo el mundo el Día del Papa, solemnidad conjunta de los apóstoles Simón Pedro y Pablo de Tarso.

Es una de las mayores celebraciones religiosas para los cristianos católicos, y en el Santoral, es celebrado como "solemnidad". En esta fecha, que coincide la celebración de San Pedro, el primer Papa, y San Pablo, también llamado "el Apóstol", ambos considerados grandes pilares de la Iglesia. El 29 de junio es el aniversario de sus muertes.

El papa es el obispo de Roma, cabeza de la Iglesia católica y del Colegio Episcopal, además de poseer el título de soberano en el Estado de la Ciudad del Vaticano. 

El cargo de papa es de tipo electivo, a través de un cónclave (reunión de cardenales con derecho a voto). El papa actual es Francisco, de nombre secular Jorge Mario Bergoglio, cardenal argentino elegido sumo pontífice el 13 de marzo de 2013 luego de la renuncia de su antecesor el papa Benedicto XVI. Su cargo se corresponde al antiguo patriarca de Occidente de la Iglesia ecuménica, previa al Cisma de Oriente.

El papa tiene otros títulos, como ‘santo padre’, ‘sumo pontífice’, ‘romano pontífice’, ‘pontífice máximo’, ‘vicario de Cristo’, ‘sucesor de Pedro’ y ‘siervo de los siervos de Dios’. A nivel internacional, el papa recibe el trato de jefe de Estado y el tratamiento honorífico y protocolario de ‘su santidad’. Igualmente, es el representante por excelencia de la Santa Sede, la cual tiene personalidad jurídica propia, canónica1e internacional. Asimismo, el pontífice posee inmunidad diplomática, es decir, no puede ser acusado en tribunales, ya que más de 170 países lo reconocen como soberano del Vaticano. 

Conforme a la tradición católica, el papado tiene su origen en Pedro, apóstol de Jesús, que fue constituido como primer papa y a quien se le otorgó la dirección de la Iglesia y el primado apostólico. Hasta el pontífice presente, la Iglesia católica enumera una lista de 266 papas en los dos milenios de historia de dicha institución.

El Romano Pontífice, como Sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles. Es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal.

Ya en la primera hora de la Iglesia, cuando Pedro estaba en la cárcel, toda la comunidad oraba insistentemente a Dios por él (cfr. Hc 12, 59). Hoy toda la Iglesia tiene el deber de orar por el Papa. Cuando oramos por el Sucesor de Pedro, que “preside la caridad de todas las Iglesias”, como afirmó San Ignacio de Antioquia, pedimos que la Iglesia se mantenga fiel a su magisterio, para que, como los primeros cristianos, vivamos como hermanos arraigados firmemente en el amor y en la caridad.

Junto con la oración y el agradecimiento, esta Jornada es una llamada a colaborar con nuestras limosnas y donativos a la colecta especial. A través de ella ayudamos al Papa para que pueda realizar su misión a favor de la Iglesia Universal y de los más pobres de la tierra.

Como jefe supremo de la Iglesia tiene las facultades de cualquier obispo, y además aquellas exclusivas e inherentes a la cátedra petrina, como la declaración universal de santidad (canonización), el nombramiento de cardenales y la potestad de declarar dogmas. Esta última es una de la más controvertidas, ya que implica la llamada infalibilidad papal, por la cual, conforme al dogma católico, el pontífice está exento de cometer errores en materias de fe y moral, pero únicamente si habla ex cathedra.

En la teología de la Iglesia católica, la infalibilidad pontificia constituye un dogma, según el cual el papa está preservado de cometer un error cuando él promulga a la Iglesia una enseñanza dogmática en temas de fe y moral bajo el rango de «solemne definición pontificia» o declaración ex cathedra. Como se considera una verdad de fe, ninguna discusión se permite dentro de la Iglesia católica y se debe acatar y obedecer incondicionalmente.

En este día del papa unamos nuestras oraciones pidiendo que el Espíritu Santo ilumine al papa Francisco para que pueda llevar adelante a la Iglesia en medio de un mundo tormentoso e incluso con fuertes crujidos divisionistas dentro de la propia institución.

NARDOS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚ: DÍA 29 DE JUNIO

 



 Nardo del día 29 de Junio

¡Oh Sagrado Corazón, Potestad Sublime!


Fiesta de San Pedro y San Pablo


Meditación: Oh Jesús, Mí Buen Pastor, que nos buscas como a ovejas en la tierra desierta, que nos cuidas y nos proteges, y Tu cayado levantas para evitar que el maligno hiera a Tus corderitos. Señor, que me buscas en la noche oscura y me libras de toda amargura. Amando siento Tu Presencia, y todo lo demás desaparece; es Tu Gran Poder el que me marca el camino y me guía como a un niño. Esa Luz dorada que de Ti se desprende, y cual luciérnagas hermosas, como estrellas fugaces veo las luces de Tus Angeles. Entonces siento que Tú, Mi Dios, todo eres, todo puedes, pues eres el Rey. Señor, que a pesar de mi pequeñez a mi casa vienes, para llevarme a Ti.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Comulguemos agradeciendo a Jesús por todas las gracias que derrama a través de Su Sagrado Corazón.


Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 29 DE JUNIO DE 2021 - SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

 



 29 de Junio: San Pedro y san Pablo, apóstoles

Martes, 29 de junio de 2021



1ª Lectura (Hch 12,1-11): En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.

La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: «Date prisa, levántate». Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias». Obedeció y el ángel le dijo: «Échate el manto y sígueme». Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: «Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos».



Salmo responsorial: 33

R/. El Señor me libró de todas mis ansias.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.


2ª Lectura (2Tim 4,6-8.17-18): Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Versículo antes del Evangelio (Mt 16,18): Aleluya. Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».



«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»

Mons. Jaume PUJOL i Balcells, Arzobispo Emérito de Tarragona

(Tarragona, España)


Hoy celebramos la solemnidad de San Pedro y San Pablo, los cuales fueron fundamentos de la Iglesia primitiva y, por tanto, de nuestra fe cristiana. Apóstoles del Señor, testigos de la primera hora, vivieron aquellos momentos iniciales de expansión de la Iglesia y sellaron con su sangre la fidelidad a Jesús. Ojalá que nosotros, cristianos del siglo XXI, sepamos ser testigos creíbles del amor de Dios en medio de los hombres tal como lo fueron los dos Apóstoles y como lo han sido tantos y tantos de nuestros conciudadanos.

En una de las primeras intervenciones del Papa Francisco, dirigiéndose a los cardenales, les dijo que hemos de «caminar, edificar y confesar». Es decir, hemos de avanzar en nuestro camino de la vida, edificando a la Iglesia y confesando al Señor. El Papa advirtió: «Podemos caminar tanto como queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, alguna cosa no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, esposa del Señor».

Hemos escuchado en el Evangelio de la misa un hecho central para la vida de Pedro y de la Iglesia. Jesús pide a aquel pescador de Galilea un acto de fe en su condición divina y Pedro no duda en afirmar: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Inmediatamente, Jesús instituye el Primado, diciendo a Pedro que será la roca firme sobre la cual se edificará la Iglesia a lo largo de los tiempos (cf. Mt 16,18) y dándole el poder de las llaves, la potestad suprema.

Aunque Pedro y sus sucesores están asistidos por la fuerza del Espíritu Santo, necesitan igualmente de nuestra oración, porque la misión que tienen es de gran trascendencia para la vida de la Iglesia: han de ser fundamento seguro para todos los cristianos a lo largo de los tiempos; por tanto, cada día nosotros hemos de rezar también por el Santo Padre, por su persona y por sus intenciones.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA POR LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

  


Homilía del Papa Francisco en la Misa por la Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Redacción ACI Prensa

 Foto: Captura Youtube



El Papa Francisco celebró este martes 29 de junio en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Misa por la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, patronos de Roma. A la ceremonia asistieron los miembros de la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y se bendijeron los palios que se les impondrán a los Arzobispos Metropolitanos nombrados en el transcurso del año.


A continuación, la homilía 

Hoy celebramos a dos grandes Apóstoles del Evangelio y columnas de la Iglesia: Pedro y Pablo. Observemos de cerca a estos dos testigos de la fe. En el centro de su historia no están sus capacidades, sino el encuentro con Cristo que cambió sus vidas. Experimentaron un amor que los sanó y los liberó y, por ello, se convirtieron en apóstoles y ministros de liberación para los demás.

Pedro y Pablo son libres sólo porque fueron liberados. Detengámonos en este punto central.

Pedro, el pescador de Galilea, fue liberado ante todo del sentimiento de inadecuación y de la amargura del fracaso, y esto ocurrió gracias al amor incondicional de Jesús. Aunque era un pescador experto, varias veces experimentó, en plena noche, el amargo sabor de la derrota por no haber pescado nada (cf. Lc 5,5; Jn 21,5) y, ante las redes vacías, tuvo la tentación de abandonarlo todo.

A pesar de ser fuerte e impetuoso, a menudo se dejó llevar por el miedo (cf. Mt 14,30). Si bien era un apasionado discípulo del Señor, siguió razonando según el mundo, sin ser capaz de entender y aceptar el significado de la cruz de Cristo (cf. Mt 16,22). Aunque decía que estaba dispuesto a dar la vida por Él, fue suficiente sentir que sospechaban que era uno de los suyos para asustarse y llegar a negar al Maestro (cf. Mc 14,66-72).

Sin embargo, Jesús lo amó gratuitamente y apostó por él. Lo animó a no rendirse, a echar de nuevo las redes al mar, a caminar sobre las aguas, a mirar con valentía su propia debilidad, a seguirlo en el camino de la cruz, a dar la vida por sus hermanos, a apacentar sus ovejas.

De este modo lo liberó del miedo, de los cálculos basados únicamente en las seguridades humanas, de las preocupaciones mundanas, infundiéndole el valor de arriesgarlo todo y la alegría de sentirse pescador de hombres. Y lo llamó precisamente a él para que confirmara a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32).

A él le dio ―como hemos escuchado en el Evangelio― las llaves para abrir las puertas que conducen al encuentro con el Señor y el poder de atar y desatar: atar los hermanos a Cristo y desatar los nudos y las cadenas de sus vidas (cf. Mt 16,19).

Todo esto fue posible sólo porque ―como nos dice la primera lectura― Pedro fue el primero en ser liberado. Se rompieron las cadenas que lo tenían prisionero y, al igual que había ocurrido en la noche que los israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto, se le pidió que se levantara rápidamente, que se pusiera el cinturón y se atara las sandalias para poder salir.

Y el Señor le abrió las puertas de par en par (cf. Hch 12,7-10). Es una nueva historia de apertura, de liberación, de cadenas rotas, de salida del cautiverio que encierra. Pedro tuvo la experiencia de la Pascua: el Señor lo liberó.

También el apóstol Pablo experimentó la liberación de Cristo. Fue liberado de la esclavitud más opresiva, la de su ego. Y de Saulo, el nombre del primer rey de Israel, pasó a ser Pablo, que significa “pequeño”. Fue librado también del celo religioso que lo había hecho encarnizado defensor de las tradiciones que había recibido (cf. Gal 1,14) y violento perseguidor de los cristianos.

La observancia formal de la religión y la defensa a capa y espada de la tradición, en lugar de abrirlo al amor de Dios y de sus hermanos, lo volvieron rígido. Era un fundamentalista. Dios lo libró de esto, pero no le ahorró, en cambio, muchas debilidades y dificultades que hicieron más fecunda su misión evangelizadora: las fatigas del apostolado, la enfermedad física (cf. Ga 4,13-14), la violencia y la persecución, los naufragios, el hambre y la sed, y —como él mismo contaba— una espina que lo atormentaba en la carne (cf. 2 Co 12,7-10).

Así, Pablo comprendió que «Dios eligió lo débil del mundo para confundir a los fuertes» (1 Co 1,27), que todo lo podemos en aquel que nos fortalece (cf. Flp 4,13), que nada puede separarnos de su amor (cf. Rm 8,35-39). Por eso, al final de su vida ―como nos dice la segunda lectura― Pablo pudo decir: «el Señor me asistió» y «me seguirá librando de toda obra mala» (2 Tm 4,17.18). Pablo tuvo la experiencia de la Pascua: el Señor lo liberó.

Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia mira a estos dos gigantes de la fe y ve a dos Apóstoles que liberaron la fuerza del Evangelio en el mundo, sólo porque antes fueron liberados por su encuentro con Cristo. Él no los juzgó, no los humilló, sino que compartió su vida con afecto y cercanía, apoyándolos con su propia oración y a veces reprendiéndolos para moverlos a que cambiaran.

A Pedro, Jesús le dice con ternura: «He rogado por ti para que no pierdas tu fe» (Lc 22,32), a Pablo le pregunta: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4). Jesús hace lo mismo con nosotros: nos asegura su cercanía rezando por nosotros e intercediendo ante el Padre, y nos reprende con dulzura cuando nos equivocamos, para que podamos encontrar la fuerza de levantarnos y reanudar el camino.

Tocados por el Señor, también nosotros somos liberados. Siempre necesitamos ser liberados, porque sólo una Iglesia libre es una Iglesia creíble. Como Pedro, estamos llamados a liberarnos de la sensación de derrota ante nuestra pesca, a veces infructuosa; a liberarnos del miedo que nos inmoviliza y nos hace temerosos, encerrándonos en nuestras seguridades y quitándonos la valentía de la profecía.

Como Pablo, estamos llamados a ser libres de las hipocresías de la exterioridad, a ser libres de la tentación de imponernos con la fuerza del mundo en lugar de hacerlo con la debilidad que da cabida a Dios, libres de una observancia religiosa que nos vuelve rígidos e inflexibles, libres de vínculos ambiguos con el poder y del miedo a ser incomprendidos y atacados.

Pedro y Pablo nos dan la imagen de una Iglesia confiada a nuestras manos, pero conducida por el Señor con fidelidad y ternura; de una Iglesia débil, pero fuerte por la presencia de Dios; de una Iglesia liberada que puede ofrecer al mundo la liberación que no puede darse a sí mismo: liberación del pecado, de la muerte, de la resignación, del sentimiento de injusticia, de la pérdida de esperanza, que envilece la vida de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.

Preguntémonos, ¿cuánta necesidad de liberación tienen nuestras ciudades, nuestras sociedades, nuestro mundo? ¡Cuántas cadenas hay que romper y cuántas puertas con barrotes hay que abrir! Podemos ser colaboradores de esta liberación, pero sólo si antes nos dejamos liberar por la novedad de Jesús y caminamos en la libertad del Espíritu Santo.

Hoy nuestros hermanos arzobispos reciben el palio. Este signo de unidad con Pedro recuerda la misión del pastor que da su vida por el rebaño. Dando su vida, el pastor, liberado de sí mismo, se convierte en instrumento de liberación para sus hermanos.

Hoy nos acompaña la Delegación del Patriarcado Ecuménico, enviada para esta ocasión por nuestro querido hermano Bartolomé: vuestra grata presencia es un precioso signo de unidad en el camino de liberación de las distancias que dividen escandalosamente a los creyentes en Cristo. Gracias por vuestra presencia.

Rezamos por vosotros, por los pastores, por la Iglesia, por todos nosotros para que, liberados por Cristo, seamos apóstoles de liberación en el mundo entero.

HOY LA IGLESIA CELEBRA LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, EL DÍA DEL PAPA - 29 DE JUNIO


Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el día del Papa

Redacción ACI Prensa



“El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo… Es que ambos eran en realidad una sola cosa aunque fueran martirizados en días diversos”; con estas contundentes palabras, se refería San Agustín, en uno de sus célebres sermones, a estos los dos pilares sobre los que descansa la Iglesia.

La celebración de San Pedro y San Pablo nos recuerda primeramente que el apóstol Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pedro es “la roca” humilde que soporta el peso del Cuerpo Místico de Cristo en la tierra. Por esta razón, el Papa, Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, es principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de fieles. El Obispo de Roma, el Papa, es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal. Por eso hoy también se festeja el día del Sumo Pontífice.

Asimismo, en armonía por lo expresado desde los primeros tiempos por los fieles, hoy celebramos a San Pablo, el Apóstol de los gentiles, antiguo perseguidor de cristianos, cuya vida dio un vuelco total y quedó transformada por Cristo, convirtiéndose en ardoroso evangelizador, entregado sin reservas al anuncio del Evangelio.

Tal como recordó el Papa Emérito Benedicto XVI en el año 2012, “la tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a San Pedro y a San Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo… Aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos. Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad”.