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domingo, 6 de agosto de 2023
TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
El evangelio de Mateo sitúa esta escena en un momento delicado para los apóstoles. Justo antes, Jesús les había manifestado claramente “que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho por causa de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día” (Mt 16,21). A la vez, les había dicho, también con toda crudeza, que “si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,24-25). Es comprensible el desconcierto y temor de sus discípulos ante advertencias tan graves.
Por eso, ahora quiere alimentar su esperanza, manifestando su gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Sube a un monte alto, acompañado en primer lugar por tres discípulos, de modo análogo a como Moisés subió al monte Sinaí acompañado por Aarón, Nadab y Abihú, seguidos por los ancianos del pueblo (Ex 24,9). Estos mismos tres apóstoles serían aquellos a los que llamaría en Getsemaní para que lo acompañasen más de cerca, mientras los demás quedaban algo más retirados del lugar donde Jesús rezaba en agonía (Mc 14,33). Contrastan las escenas de esplendor gozoso y sufrimiento angustiado en las que Pedro, Santiago y Juan lo acompañan, pero, a la vez, ambas están inseparablemente relacionadas. No hay gloria sin cruz.
Moisés y Elías, que habían contemplado la gloria de Dios y recibido su revelación en el monte llamado Horeb o Sinaí (cf. Ex 24,15-16 y 1 R 19,8), acompañaban a Jesús en este monte alto cuando “se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz” (v. 2). Ahora contemplan la gloria y hablan con aquel que es la revelación de Dios en persona.
Pedro no puede acallar su alegría y exclama: “Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (v. 4). Su petición expresa el deseo de todo corazón humano de permanecer para siempre contemplando con gozo la gloria de Dios. A eso hemos sido llamados, a la bienaventuranza.
Desde la nube de luz que los envuelve se oyen unas palabras llenas de significado: “Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle”. En la escena de la Transfiguración la Iglesia ha visto una preparación de los apóstoles para sobrellevar el escándalo de la Cruz. Por su parte, el añadido “escuchadle” tiene resonancias claras de las palabras que el Señor dirige a Moisés en el Deuteronomio: “el Señor, tu Dios, suscitará de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo; a él habéis de escuchar” (Dt 18,15). Aquel que es el Hijo al que su padre Dios entrega a la muerte, Jesús, es a la vez aquel profeta como Moisés al que hay que escuchar.
“De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos –decía el Papa Francisco–, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a ‘bajar de la montaña’ y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida”.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 6 DE AGOSTO DE 2023 - LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
6 de agosto: La Transfiguración del Señor (A)
Domingo 6 de agosto de 2023
1ª Lectura (Dan 7,9-10.13-14): Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Salmo responsorial: 96
R/. El Señor reina altísimo sobre toda la tierra.
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono.
Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.
Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses.
2ª Lectura (2Pe 1,16-19): Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.
Versículo antes del Evangelio (Mt 17,5): Aleluya. Este es mi Hijo muy amado, dice el Señor, en quien tengo puestas todas mis complacencias; escuchadlo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 17,1-9): En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
«Este es mi Hijo amado»
Rev. D. Joan SERRA i Fontanet
(Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor. Jesús, después de la confesión de Pedro, empezó a mostrar la necesidad de que el Hijo del hombre fuera condenado a muerte, y anunció también su resurrección al tercer día. En este contexto debemos situar el episodio de la Transfiguración de Jesús. San Anastasio Sinaíta escribe que «Él se había revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el vestido divino, y la luz le ha envuelto como un manto». El mensaje que Jesús transfigurado nos trae son las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo amado; (…) escuchadle» (Mt 17,5). Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo.
Con el fin de evitar equívocos y malas interpretaciones, Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos (cf. Mt 17,9). Los tres apóstoles contemplan a Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero el Salvador no quiere que lo difundan hasta después de su resurrección, entonces se podrá comprender el alcance de este episodio. Cristo nos habla en el Evangelio y en nuestra oración; podemos repetir entonces las palabras de Pedro: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» (Mt 17,4), sobre todo después de ir a comulgar.
El prefacio de la misa de hoy nos ofrece un bello resumen de la Transfiguración de Jesús. Dice así: «Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección». Una lección que los cristianos no debemos olvidar nunca.