María, una mujer de fe
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra...” (Lc 1,35).
“En todos los nacimientos milagrosos del Antiguo Testamento, en los momentos decisivos de la historia de salvación... el sentido del acontecimiento es siempre el mismo: la salvación del mundo no viene del hombre, ni de su propia fuerza. Es necesario que el hombre la acoja como don ofrecido, sólo lo puede recibir como don gratuito” (Introducción al cristianismo, Card. Joseph Ratzinger).
El nacimiento virginal de Cristo es, ante todo, un mensaje sobre la manera de la llegada de la salvación hasta nosotros: en la simplicidad de la acogida, como don absolutamente gratuito del amor que rescata al mundo. “Canta de alegría, estéril, tú que no dabas a luz, rompe a cantar de júbilo, tú que no conocías los dolores de parto, porque serán más los hijos de la abandonada que los hijos de la casada, dice el Señor” (Is 54,1).
Considerando, que cada persona humana constituye ya una novedad inefable, siendo una criatura de Dios, única en la historia, Jesús es la novedad verdadera. No procede del “humus” de la humanidad sino del Espíritu de Dios. Por esto es llamado el “nuevo Adán” (1Cor 15,47); en él da comienzo una nueva humanidad... La fe cristiana confiesa que Dios no es prisionero de su eternidad, limitado a la esfera puramente espiritual. Al contrario, él puede actuar aquí, hoy, en medio de mi universo. En efecto, él ha actuado en Jesús, el nuevo Adán, nacido de María Virgen por el poder creador de Dios, cuyo Espíritu, en el comienzo, “aleteaba sobre las aguas” (Gn 1,1), creando el ser de la nada.
Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela “romántica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o “lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado... y, sin embargo, dice que “Sí”.
Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará embarazada. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. El sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.
María se dejó guiar por la fe. Esta la llevó a creer a pesar de que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar.
Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar. Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe.
Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de la fiesta de la Pascua. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Pascua a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?
No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.
Fuente: sanantoniodepadua.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario