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lunes, 16 de julio de 2018

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 16 JULIO 2018


Lecturas de hoy Lunes de la 15ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, lunes, 16 de julio de 2018




Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (1,10-17):

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: «¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? –dice el Señor–. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 49

R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios

«No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.» R/.

«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?» R/.

«Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias, ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.» R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,34–11,1):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.» 
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy lunes, 16 de julio de 2018
 CR


El culto vacío y el culto que Dios quiere

Durante la vida del profeta Isaías el pueblo de Dios estaba amenazado por una potencia extranjera: Asiria. El pueblo vivía una época de prosperidad, el Templo mantenía su culto, sin embargo, su corazón estaba lejos de Dios, por sus alianzas con la potencia extranjera y la vaciedad de su culto, que no nacía del amor, sino de la costumbre. Isaías denuncia semejante situación y dice que Dios se siente traicionado por la infidelidad de su Pueblo, que siente celos y que ritos y leyes le tienen harto: Estoy harto de holocaustos de carneros… ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos... Novilunios, sábados… no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto…. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. 

Lo que Dios quiere es fidelidad: una fe que se traduzca, sobre todo, en justicia y compasión hacia los más desfavorecidos de la sociedad: Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.

Las palabras poéticas del salmo resuenan como una queja de Dios ante la tesitura de un pueblo que cree estar en alianza con él, pero que en realidad no escucha su mandato: al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios. Y seguir el buen camino no es hacer ritos y ritos sino ejercer el derecho y la justicia.

Con Jesús todo esto nos queda mucho más claro. Él fue el gran ejemplo de la fidelidad que Dios Padre espera de su Pueblo. Como otros profetas, Jesús no aceptó tampoco la religiosidad ritualista y legalista. Jesús impulsaba a todos a establecer relaciones auténticas con Dios, que implicaban la bondad, la misericordia y la justicia para con los hermanos.

Jesús nos enseñó a mirar la realidad con los ojos y la inteligencia de la profundidad; “puso en crisis” nuestras relaciones, nuestro sistema de valores –especialmente los religiosos-: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre…; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa… el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará… El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado… El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

Con estas palabras, que Mateo pone en boca de Jesús, nos enseña el Maestro el arte de la fidelidad, de la fe comprometida con una nueva Alianza y un nuevo orden cosas. Jesús nos hace ver que la fidelidad trae conflictos, situaciones de encrucijada en que hemos de elegir y comprometernos.

Hay, pues, una pregunta que en este día nos acompañará: ¿Soy fiel a la Alianza de Dios con nosotros? ¿Soy partícipe de una ritualidad vacía, descomprometida? ¿Son la compasión, la misericordia, las decisiones radicales, la misericordia sin medida, las características de mi fe? Pidámosle al Espíritu que anime nuestra fidelidad y la vuelva expresiva en el compromiso por una transformación de las relaciones entre nosotros y entre nosotros y Dios.

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