Fiesta en el cielo y la tierra: El Papa canonizó a 5 nuevos santos
Redacción ACI Prensa
Crédito: Captura de Youtube
El Cardenal Newman ya es santo. San John Henry Newman fue inscrito en el libro de los santos en una multitudinaria Misa celebrada este domingo 13 de octubre en la Plaza de San Pedro del Vaticano presidida por el Papa Francisco en la que también se canonizó a Santa Giuseppina Vanni, Santa Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, Santa Dulce Lopes Pontes y a Santa Marguerite Bays.
Ante decenas de miles de fieles, el Santo Padre escuchó la biografía de los cinco nuevos santos. A continuación, el prefecto de la Congregación para la Cuasa de los Santos, Cardenal Giovanni Angelo Becciu, acompañado de los postuladores que defendieron la causa de canonización, leyó la petición para que procediera a la canonización de los beatos.
“Beatísimo Padre, la Santa Madre iglesia pide que vuestra Santidad inscriba a los Beatos John Henry Newman, Giuseppina Vannini, Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes y Marguerite Bays en el Libro de los Santos y, como tales, sean invocados por todos los cristianos”.
Después, el coro cantó las letanías de los santos en latín: “Sancta Maria, Mater Dei: Ora pro nobis; Sancte Michael: Ora pro nobis; Sancti Angeli Dei: Ora pro nobis…”.
Luego, el Papa Francisco leyó la siguiente fórmula para declarar santos al Cardenal Newman y a las cuatro beatas:
“En honor a la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocando muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos a los Beatos John Henry Newman, Giuseppina Vannini, Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes y Marguerite Bays y los inscribimos en el Libro de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrada entre los Santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.
La Misa de canonización se celebró en el exterior de la Basílica de San Pedro del Vaticano. Junto al altar, situado en lo alto de las escaleras de acceso a la Basílica, había una imagen de la Virgen a cuyos pies se situaron cinco relicarios con las reliquias de los nuevos santos.
Homilía del Papa Francisco en la canonización del Cardenal Newman y 4 nuevas santas
Redacción ACI Prensa
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Este domingo 13 de octubre el Papa Francisco celebró la canonización del Cardenal John Henry Newman, las religiosas Dulce Lopes Pontes, Giuseppina Vannini y María Teresa Chiramel Mankidiyan, y la laica Marguerite Bays.
A continuación la homilía pronunciada por el Santo Padre:
«Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Es el punto de llegada del evangelio de hoy, que nos muestra el camino de la fe. En este itinerario de fe vemos tres etapas, señaladas por los leprosos curados, que invocan, caminan y agradecen.
En primer lugar, invocar. Los leprosos se encontraban en una condición terrible, no sólo por sufrir la enfermedad que, incluso en la actualidad, se combate con mucho esfuerzo, sino por la exclusión social. En tiempos de Jesús eran considerados inmundos y en cuanto tales debían estar aislados, al margen (cf. Lv 13,46). De hecho, vemos que, cuando acuden a Jesús, “se detienen a lo lejos” (cf. Lc 17,12). Pero, aun cuando su situación los deja a un lado, dice el evangelio que invocan a Jesús «a gritos» (v. 13). No se dejan paralizar por las exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie. Es así como se acortan las distancias, como se vence la soledad: no encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo.
Como esos leprosos, también nosotros necesitamos ser curados, todos. Necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al juicio de los demás. El Señor libera y cura el corazón, si lo invocamos, si le decimos: “Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones, libérame del mal y del miedo, Jesús”. Los leprosos son los primeros, en este evangelio, en invocar el nombre de Jesús. Después lo harán también un ciego y un malhechor en la cruz: gente necesitada invoca el nombre de Jesús, que significa Dios salva. Llaman a Dios por su nombre, de modo directo, espontáneo. Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. La fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias. Invoquemos con confianza cada día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo; es rezar. La oración es la puerta de la fe, la oración es la medicina del corazón.
La segunda etapa es caminar. En el breve evangelio de hoy aparece una decena de verbos de movimiento. Pero, sobre todo, impacta el hecho de que los leprosos no se curan cuando están delante de Jesús, sino después, al caminar: «Mientras iban de camino, quedaron limpios», dice el texto (v. 14). Se curan al ir a Jerusalén, es decir, cuando afrontan un camino en subida. Somos purificados en el camino de la vida, un camino que a menudo es en subida, porque conduce hacia lo alto. La fe requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La fe aumenta con el don y crece con el riesgo. La fe avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios. La fe se abre camino a través de pasos humildes y concretos, como humildes y concretos fueron el camino de los leprosos y el baño en el río Jordán de Naamán, en la primera lectura (cf. 2 Re 5,14-17). También es así para nosotros: avanzamos en la fe con el amor humilde y concreto, con la paciencia cotidiana, invocando a Jesús y siguiendo hacia adelante.
Hay otro aspecto interesante en el camino de los leprosos: avanzan juntos. «Iban» y «quedaron limpios», dice el evangelio (v. 14), siempre en plural: la fe es caminar juntos, nunca solos. Pero, una vez curados, nueve se van y sólo uno vuelve a agradecer. Entonces Jesús expresa toda su amargura: «Los otros nueve, ¿dónde están?» (v. 17). Casi parece que pide cuenta de los otros nueve al único que regresó. Es verdad, es nuestra tarea —de nosotros que estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer—, es nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido el rumbo: somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a responder y preocuparnos por ellos. ¿Quieres crecer en la fe? Hazte cargo de un hermano alejado, de una hermana alejada.
Invocar, caminar y agradecer: es la última etapa. Sólo al que agradece Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado» (v. 19). No sólo está sano, sino también salvado. Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para estar en forma, es ir a la fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa. Cuando encontramos a Jesús, el “gracias” nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al Señor de la vida. Y esto es lo más importante de la vida: abrazar al Señor de la vida.
Es hermoso ver que ese hombre sanado, que era un samaritano, expresa la alegría con todo su ser: alaba a Dios a grandes gritos, se postra, agradece (cf. vv. 15-16). El culmen del camino de fe es vivir dando gracias. Podemos preguntarnos: nosotros, que tenemos fe, ¿vivimos la jornada como un peso a soportar o como una alabanza para ofrecer? ¿Permanecemos centrados en nosotros mismos a la espera de pedir la próxima gracia o encontramos nuestra alegría en la acción de gracias? Cuando agradecemos, el Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo. Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un corazón que agradece se mantiene joven. Decir: “Gracias, Señor” al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es el antídoto al envejecimiento del corazón. Así también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa.
Invocar, caminar, agradecer. Hoy damos gracias al Señor por los nuevos santos, que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores. Tres son religiosas y nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del mundo. Santa Margarita Bays, en cambio, era una costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia paciente, la entrega silenciosa. A través de estas cosas, el Señor ha hecho revivir en ella el esplendor de la Pascua, en su humildad. Es la santidad de lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman cuando dice: «El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve. […] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente» (Parochial and Plain Sermons, V,5). Pidamos ser así, “luces amables” en medio de la oscuridad del mundo. Jesús, «quédate con nosotros y así comenzaremos a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás» (Meditations on Christian Doctrine, VII, 3). Amén.
El Papa invita a ser como los 5 nuevos santos: “Luces amables” en la oscuridad del mundo
Redacción ACI Prensa
Crédito: Daniel Ibáñez (ACI)
El Papa Francisco celebró este 13 de octubre la Misa de canonización del Cardenal John Henry Newman, Giuseppina Vannini, María Teresa Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes y Margarita Bays; e invitó a los fieles a ser como los cinco nuevos santos: “‘Luces amables’ en medio de la oscuridad del mundo”.
Ante los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice agradeció por los cinco santos “que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores”.
En la homilía, el Papa Francisco aseguró que las tres religiosas hoy canonizadas “nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las periferias existenciales del mundo”.
Mientras que la laica Santa Margarita Bays, “una costurera, nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia paciente, la entrega silenciosa. (…) Es la santidad de lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman”.
Y animó a pedir al Señor ser como estos nuevos santos, “’luces amables’ en medio de la oscuridad del mundo”.
Tomando el Evangelio de este domingo, el Papa recordó que los leprosos del Evangelio que piden a Jesús ser curados y explicó que no se dejaron paralizar” por las exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie”.
“Es así como se acortan las distancias, como se vence la soledad: no encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito del que está solo”.
El Papa Francisco también hizo referencia a otros enfermos y necesitados que llamaron a Jesús por su nombre para ser salvados. “Llaman a Dios por su nombre, de modo directo, espontáneo. Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. La fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias”, precisó.
Y animó a invocar “con confianza cada día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo; es rezar. La oración es la puerta de la fe, la oración es la medicina del corazón”.
El Papa también explicó que los leprosos del Evangelio quedan curados “después de caminar”, “se curan al ir a Jerusalén, es decir, cuando afrontan un camino en subida”.
“Somos purificados en el camino de la vida, un camino que a menudo es en subida, porque conduce hacia lo alto. La fe requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La fe aumenta con el don y crece con el riesgo. La fe avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios”, aseguró.
También explicó que “la fe se abre camino a través de pasos humildes y concretos, como humildes y concretos fueron el camino de los leprosos”.
De los 10 leprosos que fueron curados en el Evangelio, tan sólo uno volvió para agradecer a Jesús.
“Nuestra tarea, de nosotros que estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer, es nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido el rumbo: somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a responder y preocuparnos por ellos”.
“¿Quieres crecer en la fe? Hazte cargo de un hermano alejado, de una hermana alejada”, aseguró el Papa
En ese sentido el Papa explicó que “sólo al que agradece Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado” No sólo está sano, sino también salvado”.
“Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para estar en forma, es ir a la fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa”, precisó.
Además explicó que “cuando encontramos a Jesús, el ‘gracias’ nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al Señor de la vida”.
Y precisó que cuando somos agradecidos “el Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo”.
“Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un corazón que agradece se mantiene joven. Decir: ‘Gracias, Señor’ al despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es el antídoto al envejecimiento del corazón. Así también en la familia, entre los esposos: acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa”.
Emocionado Cardenal propone a Newman para alentar unidad entre cristianos
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
El Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación de los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, se emocionó al presentar a John Henry Newman, que será proclamado santo este domingo, como ejemplo para alentar la unidad de los cristianos.
El Cardenal Newman, que se convirtió al catolicismo tras haber sido criado como anglicano y que será canonizado el domingo 13 de octubre, constituye un aliento “para el nuevo ímpetu ecuménico hacia la reconciliación y la reconstitución de la unidad católica”, dijo el Prefecto en un evento realizado este sábado en el Vaticano.
“Esta falta de unidad afecta la comunión de los individuos y las Iglesias, y apunta también a la falta de integración de las riquezas doctrinal y espiritual de las Iglesias hermanas y las comunidades eclesiales que siguen separadas de Roma”
“Cardenal Newman: Una celebración” es el nombre del evento en el que participó el Cardenal Ouellet en la Casina Pío IV en el Vaticano.
El Cardenal señaló en su intervención que “considero que el maestro inglés se encuentra a la altura de Doctores de la Fe como Atanasio y Agustín, cuyas vidas fueron confesiones de fe a costa de grandes sacrificios, y que proporcionaron ideas decisivas tanto por sus contenidos como por sus actos”.
Tras resaltar “la profundidad de este hombre de Dios” y “el lugar que ahora ocupa en el catolicismo”, el Purpurado de origen canadiense dijo que “la contribución de Newman, que nos ofrece las cualidades típicas de la cultura inglesa, además de la tradición, nos permite tener una evaluación de lo que se ha perdido durante siglos de separación”.
“El tiempo ha llegado, a pesar de las dificultades en el camino, para promover entre nosotros iniciativas que impulsen el diálogo y la reconciliación para lograr la plena unidad entre los cristianos”, continuó.
La vida y la teología de John Henry Newman, resaltó el Cardenal Ouellet, “nos desafían para examinar atentamente las dificultades internas para la reconciliación, y tomar un mayor interés en otros cristianos para movernos juntos”.
“Esto requiere una conversión de todas las confesiones, comenzando por la Iglesia Romana”, prosiguió el Cardenal y destacó que “Newman le dio un lugar importante a la teología en la Iglesia”.
De hecho, subrayó, “la teología es parte del ministerio profético como la inteligencia de la fe que nos nutre, renueva la predicación y nos da las herramientas para un dialogo evangelizador con el mundo”.
El Cardenal Newman, resaltó el Prefecto de la Congregación de los Obispos “fue un pionero de la teología histórica” y “un profeta del humanismo por su apasionada búsqueda de la verdad”.
En el evento también participó el Cardenal Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, quien destacó “la extraordinaria personalidad humana, teológica y social” de John Henry Newman, “un ilustre hijo de Gran Bretaña”.
“El 19 de septiembre de 2010 tuve el privilegio de participar de la ceremonia de beatificación con el Papa Benedicto XVI. Mañana seré feliz de poder ser testigo de su canonización que concluye un camino en el que se ha evidenciado su extraordinaria cualidad como hombre de Dios y hombre de Iglesia”, afirmó.
“Según el pensamiento de Pablo VI, Newman se encontraba invisiblemente en el centro del (Concilio) Vaticano II. De hecho, él estuvo fielmente presente con su enseñanza, algo que se percibe en algunos documentos. Recuerdo aquí principalmente la declaración Dignitatis humanae, donde se acoge el primado de la conciencia en la búsqueda de la verdad”, prosiguió.
El Concilio Vaticano II fue el evento eclesial y mundial más importante del siglo XX. Lo impulsó el Papa San Juan XXIII para buscar el “aggiornamento”, es decir la actualización de la Iglesia para acercarla al mundo actual. Comenzó en 1962 y se dividió en cuatro etapas. Participaron en alrededor de dos mil padres conciliares de todo el mundo.
“Hoy la Iglesia Católica reconoce no solo la importancia de su pensamiento eclesiológico sino también la importancia de su santidad de vida”, concluyó el Cardenal Filoni.