ORACIONES A LA VIRGEN MARÍA


































































































































































































































Magnificat
Santísima Virgen María


Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.

Su nombre es Santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo,
dispersa a los soberbios de corazón.
Derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes.


A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos despide vacíos.

 
Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de su santa alianza
según lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Amén.



ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA 

Madre mía: Desde que amanece el día, bendíceme;
en lo rudo del trabajo, ayúdame;
si vacilo en mis buenas decisiones, fortaléceme;
en las tentaciones y peligros, defiéndeme;
si desfallezco, sálvame y al cielo llévame.
Amén.




Oración de María
San Alfonso María de Ligorio

Nadie en la tierra ha practicado con tanta perfección como la Virgen la gran enseñanza de nuestro Salvador: "Hay que rezar siempre y no cansarse de rezar" (Lc 18,1). Nadie como María, dice san Buenaventura, nos da ejemplo de cómo tenemos necesidad de perseverar en la oración; es que, como atestigua san Alberto Magno, la Madre de Dios, después de Jesucristo, fue el más perfecto modelo de oración de cuantos han sido y serán. Primero, porque su oración fue continua y perseverante. Desde el primer momento en que con la vida gozó del uso perfecto de la razón, como ya dijimos en el discurso de la natividad de nuestra Señora, comenzó a rezar. Para meditar mejor los sufrimientos de Cristo, dice Odilón, visitaba frecuentemente los santos lugares de la natividad del Señor, de la Pasión, de la sepultura. Su oración fue siempre de sumo recogimiento, libre de cualquier distracción o de sentimientos impropios. Escribe Dionisio Cartujano: Ningún afecto desordenado ni distracción de la mente pudo apartar a la Virgen de la luz de la contemplación, ni tampoco las ocupaciones.

La santísima Virgen, por el amor que tenía a la oración, amó la soledad. Comentando san Jerónimo las palabras del profeta: "He aquí que la Virgen está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel" (Is 7,14), dice que, en hebreo, la palabra virgen significa propiamente virgen retirada, de modo que el profeta predijo el amor de María por la soledad. Dice Ricardo que el ángel le dijo las palabras "el Señor está contigo" por el mérito de la soledad que ella tanto amaba. Por eso afirma san Vicente Ferrer que la Madre de Dios no salía de casa sino para ir al templo; y entonces iba con toda modestia, con los ojos bajos. Por eso, yendo a visitar a Isabel se fue con premura.

De aquí, dice san Gregorio, deben aprender las vírgenes a huir de andar en público. Afirma san Bernardo que María, por el amor a la oración y a la soledad evitaba las conversaciones con los hombres. Así es que el Espíritu Santo la llamó tortolilla: "Hermosas son tus mejillas como de paloma" (Ct 1,9). Comenta Vergelio que la paloma es amiga de la soledad y símbolo de la vida unitiva. La Virgen vivió siempre solitaria en este mundo como en un desierto, que por eso se dijo de ella: "¿Quién es ésta que sube por el desierto como columnita de humo?" (Ct 3,6). Así sube por el desierto, comenta Ruperto abad, el alma que vive en soledad.

Dice Filón que Dios no habla al alma sino en la soledad. Y Dios mismo lo declaró: "La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón" (Os 2,16). Exclama san Jerónimo: ¡Oh soledad en la que Dios habla y conversa familiarmente! Sí, dice san Bernardo, porque la soledad y el silencio que en la soledad se goza fuerzan al alma a dejar los pensamientos terrenos y a meditar en los bienes del cielo.

Virgen santísima, consíguenos el amor a la oración y a la soledad para que desprendiéndonos del amor desordenado a las criaturas podamos aspirar sólo a Dios y al paraíso en el que esperamos vernos un día para siempre, alabando y amando juntos contigo a tu Hijo Jesús por los siglos de los siglos. Amén.
"Venid a mí todos los que me deseáis y hartaos de mis frutos" (Ecclo 24,19). Los frutos de María son sus virtudes. No se ha visto otra semejante a ti ni otra que se te iguale. Tú sola has agradado a Dios más que todas las demás criaturas.



A María, en los tiempos y fiestas del año litúrgico
Autor: Andrés Pardo


Señora nuestra,
Virgen de limpia hermosura,
Reina del cielo,
Madre del que es la Vida para el hombre,
Madre de todos los hombres,
Llena de Gracia,
Templo de la Trinidad,
Imagen luminosa de la Iglesia,
por ti asciende hasta el único Señor
el cántico de alabanza
desde el nuevo milenio que empieza.

Virgen del Adviento, vestida de Inmaculada,
tú eres el feliz exordio de la Iglesia,
sin mancha ni arruga,
entra en nuestros corazones,
para que descubramos que eres Madre de la esperanza
y te imitemos vigilantes en la oración
en la espera del Nacimiento del Hijo de Dios.

Señora de Belén y Señora del silencio y de la luz,
Madre de la Navidad,
atráenos huta ti,
como atrajiste a los pastores sencillos y a los sabios Magos,
para que podamos escuchar el cántico de los ángeles
que anuncian la paz a los hombres que Dios ama.

Virgen de los Dolores
con el corazón crucificado y herido,
a los que hemos sabido cantar villancicos
ante la cuna del pesebre,
concédenos saber llorar penitentes
al pie de todas las cruces
de los calvarios de la tierra.

Virgen gloriosa de la Pascua,
que en la mañana de la Resurrección
sentiste el latido inmortal de la nueva vida,
alcanza para nuestras vidas tristes
la alegría incesante de sabernos resucitados.
Reina de Pentecostés, Cenáculo del Espíritu,
ruega a tu Hijo, el Señor,
para que el fuego del Espíritu Santo
abrase nuestra timidez
como rompió la timidez apostólica,
para que en todos los lugares y circunstancias
sepamos hablar a Dios y hablar de Dios.

Porque tú eres el orgullo de nuestra raza
y el honor de nuestro pueblo,
bendecimos a Dios en tu Natividad,
ya que fuiste escogida para dar a luz
al Sol eterno, Cristo, el Señor.
En tu presentación en el templo,
nos manifiestas que eres casa habitada por Dios
y nos invitas a la ofrenda de nuestros corazones.
Por calzadas de primavera recién estrenada,
Virgen de Nazaret,
supiste decir sí al ángel en la Anunciación
para que el Verlo se hiciera carne
y te convertiste en Tienda del Verbo,
y Arca de la Nueva Alianza
enseñándonos a aceptar la voluntad del Padre de los cielos.

Tú que caminaste por las montañas de Judea
para ayudar y visitar a tu prima Isabel,
y escuchar de sus labios el primer «Ave María»,
ayúdanos a saber llevar y hacer presente a Cristo
en todos los ámbitos de la vida,
para que podamos alabar a Dios con tu «Magnificat».
Como en Caná,
intercede para que se convierta en vino generoso
el agua disipada de nuestras vidas
y así podamos hacer «lo que él nos diga».
Nos alegramos en tu Asunción a los cielos,
porque eres la Mujer vestida de sol,
con la luna bajo tus pies,
coronada de doce estrellas
como Reina del género humano,
Tú eres signo de esperanza y de consuelo para nosotros,
que todavía peregrinamos en la tierra

Madre y Señora nuestra,
acoge benévolamente la plegaria de tus hijos,
bendice la alegría de quienes saben amarte.
Como estrella piadosa,
ilumina nuestros horizontes cerrados.
Socorre a los claudicantes,
ayuda a los pusilánimes,
conforta a los débiles,
remedia la soledad de quienes se sienten solos y tristes.
A todos concédenos
la gracia de vivir con fe nuestra existencia
tú que te hiciste camino del que es Camino, Verdad y Vida.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.

R./Amén.



SOY TODO TUYO MARÍA
San Juan Pablo II


Virgen María, Madre mía
Me consagro a ti y confío en tus manos
Toda mi existencia.

Acepta mi pasado con todo lo que fue.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.
Con esta total consagración
Te confío cuanto tengo y cuanto soy,
Todo lo que he recibido de Dios.

Te confío mi inteligencia,
Mi voluntad, mi corazón.
Deposito en tus manos mi libertad;
Mis ansias y mis temores;
Mis esperanzas y mis deseos;
Mis tristezas y mis alegrías.

Custodia mi vida y todos mis actos
Para que le sea más fiel al Señor
Y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío ¡Oh María! Mi cuerpo y mis sentidos
Para que se conserven puro
Y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te confío mi alma
Para que Tú la preserves del mal.
Hazme partícipe de una santidad

Igual a la tuya:
Hazme conforme a Cristo,
Ideal de mi vida.
Te confío mi entusiasmo
Y el ardor de mi juventud,

Para que Tú me ayudes a no envejecer en la fe.
Te confío mi capacidad y deseo de amar,
Enséñame y ayúdame a amar
Como Tú has amado y como Jesús quiere que se ame.
Te confío mi incertidumbres y angustias,
Para que en tu corazón yo encuentre
Seguridad, sostén y luz,
En cada instante de mi vida.

Con esta consagración
Me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios
Que esta elección comporta,
Y te prometo, con la gracia de Dios
Y con tu ayuda,
Ser fiel al compromiso asumido.

Oh María, soberana de mi vida
Y de mi conducta
Dispón de mí y de todo lo que me pertenece,
Para que camine siempre junto al Señor
Bajo tu mirada de Madre.
¡Oh María!
Soy todo tuyo
Y todo lo que poseo te pertenece
Ahora y siempre.

AMEN.



INVOCACIONES A LA VIRGEN MARÍA


Alma de María, deifícame.
Corazón de María, abrásame.
Cuerpo de María, purifícame.
Con ojos de misericordia, mírame.
Con oído atento, escúchame.
Con palabras de piedad, háblame.
Con potente brazo, sostenme.
Con mano maternal, bendíceme.
Ser todo de María, transfórmame.
Virtudes de María, transfundíos en mí.
Nombre de María, anímame.
Con tus dones, ármame.
Con tu rosario, encadéname.
Con tu Medalla, escúdame.
Con tu Escapulario, defiéndeme.
Con tu Manto, cúbreme.
A los pies de tu trono, transpórtame.
Para que de amor por Ti desfallezca, cantando tus 
alabanzas por los siglos de los siglos. Amén.



LA ORACIÓN DE LAS TRES AVEMARÍAS

La Virgen Inmaculada prometió a Santa Matilde  y a otros santos, que quien rece diariamente la  devoción de las Tres Avemarías, tendrá su auxilio durante  la vida y su especial asistencia a la hora de la muerte.

1. María, Madre mía, por el poder que te concedió  el Padre, líbrame de caer en pecado... 
“Dios te salve, María...”.

2. María, Madre mía, por la sabiduría que te concedió el Hijo, 
líbrame de caer en pecado...
 “Dios te salve, María...”.

3. María, Madre mía, por el amor que te concedió 
el Espíritu Santo, líbrame de caer en pecado... 
“Dios te salve, María...”.





SUPLICAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Dame tus ojos, Madre, para saber mirar; si miro con tus ojos jamás podré pecar.

Dame tus labios, Madre para poder rezar, si rezo con tus labios Jesús me escuchara.

Dame tu lengua, Madre, para ir a comulgar, es tu lengua, paterna de gracia y santidad.

Dame tus labios, Madre, que quiero trabajar, entonces mi trabajo valdrá una eternidad.

Dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad, cubriendo con tu manto al cielo he de llegar.

Dame tu cielo, Oh Madre, para poder gozar, ¿si tu me das Cielo, que mas puedo anhelar?.

Dame Jesús, Oh Madre, para poder amar, esta será mi dicha por una eternidad.

Amén.



ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA
 ANTE LAS TENTACIONES


Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén.





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