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domingo, 10 de marzo de 2024

NICODEMOS ACUDE A HABLAR CON JESÚS

 



Nicodemo acude a hablar con Jesús

Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente.

Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net




Entre los más conmovidos por los sucesos de aquellos días estaba un fariseo, magistrado del Sanedrín, -llamado Nicodemo-, que acudió a ver a Jesús de noche por temor a sus compañeros que se habían opuesto a Jesús.

"Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie hace los prodigios que tú haces si Dios no está con él"(Jn).

El clima de la conversación es afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente. Sus compañeros fariseos se han declarado pronto contrarios a Jesús, a pesar de hechos patentes como los milagros y la autoridad con que Él hablaba. Se imponía la necesidad de una conversación sincera, sin discusiones apasionadas, con buena voluntad, y llegando al fondo, para aclarar la cuestión.


¿Es el Mesías?

El dilema era clave, y no admitía dilación ¿era Jesús realmente el Mesías, o no? Admite que es Maestro, pues lo ha oído; también acepta que ha venido de parte de Dios, pues ha visto los milagros; pero, ¿es posible llegar más lejos? Ahí radica su duda y su búsqueda cautelosa. La introducción está llena de respeto y delicadeza, pero Jesús supera de inmediato las amabilidades corteses, y va a lo hondo; necesita golpear con fortaleza para ver si sus palabras son sinceras, o son suaves por fuera, y falsas por dentro. Jesús contestará a Nicodemo en dos niveles: primero hablando de una vida nueva, luego, cuando ve que no entiende, eleva su mirada haciéndole comprender que su ciencia era muy poca y que necesita humildad para entender las verdades divinas.


La respuesta de Jesús

Así fue la respuesta del Señor: "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios". Jesús centra su respuesta en la salvación que ha venido a traer. La nueva vida es una victoria sobre el pecado y un participar en la misma vida de Dios. Ante un sabio se puede expresar con profundidad. No se trata sólo de cumplir la ley, sino de vivir una nueva vida, que viene de lo alto y que -a la vez permite cumplir la ley- elevando a la vida divina. Es lo que luego los cristianos llamaremos la filiación divina, que nos consigue la gracia santificante y realiza una auténtica participación en la vida divina de una manera soberana.


Nicodemo no entiende y Jesús le aclara

Nicodemo no entiende la respuesta del Señor pues responde: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?". Es patente la dificultad de Nicodemo para entender las palabras espirituales de Jesús; su interpretación es humana. Quizá, pensaba en las objeciones a la reencarnación defendida por los hindúes en el lejano Oriente y por los órficos, los pitagóricos y casi todos los grandes filósofos griegos en Occidente. La intervención parece la típica de un intelectual acostumbrado a la discusión y defensor de la unidad del ser humano. Lo seguro, es que no entiende que se pueda dar un nuevo nacimiento eterno y espiritual.


La prefiguración del Bautismo

Jesús se lo aclara a través de ejemplos. "En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te he dicho que es preciso nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va, así es todo nacido del Espíritu"(Jn). Cristo habla a Nicodemo de algo que él conocía bien: el bautismo de Juan realizado con agua. Este bautismo era un símbolo a través del cual movía a penitencia a los que se acercaban a él; les movía a arrepentirse de sus pecados. Pero el Maestro añade algo nuevo: la acción de Espíritu. Dios concederá con el nuevo bautismo el perdón pedido, y lo hace al modo divino, ya que no sólo perdona el pecado, sino que, además, eleva al hombre a la vida divina. La respuesta va precisando lo que quiere decir Jesús con la imagen del nuevo nacimiento.

Pero Nicodemo continúa sin entender "¿Cómo puede ser esto?". Entonces Jesús emplea unas palabras aparentemente duras. Le dice "¿Tú eres maestro de Israel y lo ignoras?". Es como decirle: ya ves que no basta toda tu ciencia de maestro de Israel, ni siquiera tu buena voluntad; es necesario superar una barrera nueva. Jesús está llamando ignorante a uno de los sabios del momento. Estas palabras podían ser recibidas mal por Nicodemo; y hubiera podido contestar con arrogancia que él era sabio oficial, mientras que Jesús era un artesano sin estudios que no ha frecuentado ninguna de las grandes escuelas de Israel: sería la reacción del orgullo. Pero Nicodemo no incurre en ella, porque busca sinceramente la verdad; le pesa demasiado el fardo de las interpretaciones sin vida, muy eruditas quizás, pero muertas, o poco espirituales; sabe que ese modo de pensar le frena para poder entender.


El anuncio de la cruz

Jesús le aclarará que ahí está la raíz del rechazo de sus amigos fariseos y del conjunto del Sanedrín. Necesitan convertirse con humildad y rechazar el pecado: "En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él" (Jn). Así, veladamente Cristo le señala el sacrificio que se realizará en la cruz, pero Nicodemo ahora no puede entender estas cosas.

Las dificultades con las que se va a enfrentar Jesús son más fuertes que las cuestiones de dinero o de poder; se trata de cuestiones de fe, que toca las más hondas caras del pecado. De momento, Nicodemo escucha.


La conversión

http://catholic.net/file/ver.php?id=9922Jesús le aclara en qué consiste la conversión y la salvación que ha venido a traer: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Este es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, ya que sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios"(Jn)

Ante Nicodemo, Jesús se manifiesta como Maestro que habla con autoridad. Dialoga, pero desde el que sabe que posee toda la verdad y la manifiesta poniéndose a su nivel de su interlocutor. Jesús es doctor de una nueva verdad que puede ser aceptada por los hombres de buena voluntad se encuentre en el nivel que se encuentren. Jesús, con Nicodemo, puede hablar con profundidad y decir que lo que viene a traer es más que una reforma moral, se trata de un descendimiento de la vida de Dios a los hombres. Dios ama tanto a los hombres que quiere liberarlos del pecado e incorporarlos a una unión viva con Él. Jesús ha desvelado un poco el modo de realizar esa gran obra, al hablar de la serpiente elevada en el desierto, la cruz se apunta pero aún no se palpa ese exceso de amor de Dios por los hombres. Sin embargo, Nicodemo puede captar, mejor que la mayoría de los suyos, la grandeza de lo que está sucediendo ante sus ojos. Creer en ello es un obsequio de su libertad. 

martes, 20 de febrero de 2024

SANTA JACINTO Y FRANCISCO MARTO, VIDENTES DE FÁTIMA - 20 DE FEBRERO

 


 

Hoy la Iglesia celebra a San Francisco y Santa Jacinta Marto, los pastorcitos de Fátima




Cada 20 de febrero, la Iglesia Católica celebra a los hermanos San Francisco y Santa Jacinta Marto, dos de los pequeños pastorcitos videntes de Fátima. Ambos nacieron en Aljustrel, un pequeño pueblo situado a menos de 1 km de la localidad de Fátima (Portugal).

Francisco nació en 1908 y Jacinta dos años después. Desde pequeños, los hermanos aprendieron a cuidarse el uno al otro y a acompañar a su prima Lucía dos Santos, quien solía hablarles de Jesús.

Los tres cuidaban ovejas en los hermosos campos de su región natal. Como muchos niños de su edad, pasaban gran parte del día intercalando el trabajo -indispensable para el sustento de sus empobrecidas familias- con el juego. Cuando no, también había tiempo para alguna oración. Y fue a estos tres que la Madre de Dios se les apareció y les dijo: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".

Francisco y Jacinta murieron muy jóvenes, poco después de producidas las apariciones; mientras que Lucía les sobrevivió por muchos años, convirtiéndose en carmelita descalza. 

Sor Lucía dos Santos falleció el 13 de febrero de 2005 a los 97 años en el convento del carmelo de Santa Teresa, en Coímbra.

Del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, María, Madre de Dios, se apareció en varias ocasiones a Francisco, Jacinta y Lucía, en Cova de Iría, Portugal. Fueron meses en los que abundó la gracia y la presencia de Dios, pero también un periodo en el que los corazones de los tres niños fueron puestos a prueba. Ellos soportaron con valentía calumnias, injurias, incomprensiones, e incluso la prisión. Sin embargo, nada de esto parecía perturbarlos demasiado. De vez en cuando se les oía decir: “Si nos matan, no importa; vamos al cielo”.

Después de las apariciones, Jacinta y Francisco retomaron sus vidas sencillas, al igual que Lucía. A esta última, la Virgen le pidió explícitamente que asistiera a la escuela. Lo propio hicieron Jacinta y Francisco cuando tuvieron edad para hacerlo.

Todos los días, de camino a la escuelita del pueblo, pasaban por la Iglesia y se detenían para saludar a Jesús Eucaristía, hincados de rodillas. Muchos solían acompañarlos con gozo, muy conscientes de quiénes eran: los niños que Dios eligió para hacer llegar su mensaje a la humanidad.


Tan solo tres niños

Francisco, a sabiendas de que no viviría mucho tiempo porque así le fue anunciado, le dijo un día a Lucía: “Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús escondido”. Desde ese día, a la salida de la escuela, las niñas lo encontraban siempre en el templo, rezando en el lugar más cercano al Tabernáculo, en profundo recogimiento.

De los tres, el pequeño Francisco era el más dado a la oración pues quería, con sus rezos, consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de los hombres.

En una ocasión Lucía le preguntó: "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?". Él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor… ¿no viste qué triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor". Al rato prosiguió: "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora".

Jacinta, por su lado, participaba diariamente de la Santa Misa. Su deseo era recibir la Eucaristía cuantas veces fuera posible. Todo lo ofrecía por la conversión de los pecadores y para reparar las ofensas hechas a Dios. Le atraía mucho estar con Jesús Sacramentado. "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús", repetía.


Dolor redentor

Poco después de la cuarta aparición, Jacinta encontró una cuerda. Los niños acordaron cortarla en tres y ceñírsela a la cintura, sobre la piel, como expresión de sacrificio y mortificación. Esto les causaba un gran dolor, según contaría Lucía muchos años después. La Virgen entonces los consoló diciéndoles que Jesús estaba muy contento con sus sacrificios, pero que no quería que durmieran más con la cuerda. Y así lo hicieron.

A Jacinta se le concedió la visión de los sufrimientos del Sumo Pontífice. "Yo lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas", contó ella.

Los niños tenían presente al Papa continuamente y ofrecían tres Avemarías por él después de cada Rosario. Su cercanía con la Madre de Dios había fortalecido inmensamente el poder intercesor de sus oraciones. Muchas personas -a veces familias enteras- acudían a ellos para que llevaran sus intenciones a la Virgen, y Ella obraba.

En una ocasión, una madre de familia le rogó a Jacinta que rece por un hijo que se había ido de casa cual hijo pródigo. Días después, el joven regresó, pidió perdón y le contó a su familia que después de haber gastado todo lo que tenía, robado y estado en la cárcel, algo inexplicable le tocó el corazón y decidió apartarse de todo, corriendo una noche rumbo al bosque para pensar. Sintiéndose perdido en ese momento, con la vida arruinada, se arrodilló llorando y rezó. En eso, tuvo una visión: Jacinta estaba frente a él, le tomó de la mano y lo condujo hasta un sendero.

Ese habría de ser el inicio del retorno a casa del muchacho. La historia llegaría a oídos de todos en el pueblo, hasta que alguien se atrevió a preguntarle a Jacinta si realmente se había encontrado con el muchacho, pero ella respondió que no, y que tampoco lo conocía. Eso sí -admitió la niña- había estado rogando y rogando a la Virgen para que regrese, tal y como aquella madre desconsolada se lo pidió.

De la tierra al cielo: “Yo me voy al Paraíso” (Francisco Marto)

El 23 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta enfermaron gravemente de bronconeumonía. Por entonces una epidemia asolaba muchas partes de Europa.

El buen Francisco se fue deteriorando poco a poco en las semanas siguientes. Pidió recibir la Primera Comunión para la que se preparó con ahínco. Aún enfermo guardó el ayuno con diligencia y se alistó para confesarse. La paz que irradiaba el día de su primera confesión contagió a todos a su alrededor.

“Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba”, le dijo Francisco a Lucía y Jacinta. Al día siguiente, el 4 de abril de 1919, el niño partió a la casa del Padre.


De la tierra al cielo: “Pidan la paz al Inmaculado Corazón” (Jacinta Marto)

Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Mientras tanto, su propia enfermedad se iba agravando. Llegó el día en que tuvo que ser llevada al hospital de Vila Nova. De aquel lugar volvería a casa con una “llaga en el pecho”. En medio de los dolores le confiaría a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María".

Como no mejoraba, la niña sería trasladada al hospital de Lisboa. Antes de partir alcanzó a decirle a su prima Lucía: “Ya falta poco para irme al cielo… Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios le confió a Ella”.

A Jacinta se le aplicó un procedimiento quirúrgico en el que le quitaron dos costillas del lado izquierdo. En ese punto le quedó una llaga ancha del tamaño de una mano. Los dolores que sentía eran espantosos, pero aun así no cesaba de invocar a la Virgen y de ofrecerle su dolor por la salvación de los pecadores.

El 20 de febrero de 1920 pidió los últimos sacramentos, se confesó y rogó que le llevaran la comunión. Minutos después expiró -Jacinta solo tenía diez años de edad-.


El mensaje de Fátima: “Haced penitencia”

Antes de morir, la pequeña Jacinta, alcanzó a decir algunas cosas que fueron escritas por su madrina, con quien vivía:

“Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne. Las guerras son consecuencia del pecado del mundo. Es preciso hacer penitencias para que se detengan.

No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal.

Tener mucha paciencia porque la paciencia nos lleva al cielo”.


Dos niños santos, tesoros de la Iglesia

Los cuerpos de Francisco y Jacinta fueron trasladados al Santuario de Fátima, donde se encuentran sepultados sus restos. Años más tarde, se producirían las exhumaciones.

Cuando se abrió el sepulcro de Francisco, se podía apreciar que el Rosario que le colocaron sobre el pecho el día de su entierro estaba enredado entre los dedos de sus manos. El cuerpo de Jacinta, exhumado quince años después de su muerte, fue hallado incorrupto.

"Contemplar como Francisco y amar como Jacinta", fue el lema con el que estos dos videntes de la Virgen de Fátima fueron beatificados por San Juan Pablo II, el 13 de mayo del año 2000. El Papa Francisco los canonizó el 13 de mayo de 2017 en Fátima, en el marco de las celebraciones por el centésimo aniversario de las apariciones de la Virgen.

¡Francisco y Jacinta, rogad por nosotros, pecadores!



martes, 6 de febrero de 2024

IMÁGENES DE CUARESMA 2024 - DISEÑOS FANO













































 Familia, os comparto los dibujos de CUARESMA. Una idea preciosa de Malu de Mies.

Este año iremos de oficio en oficio hasta llegar a LOS OFICIOS… Jesús será el Maestro y nosotros sus Aprendices. La palabra de Dios nos situará en una profesión.

Unai Quirós ha hecho una canción preciosa » Jesús mi Maestro», que ya esta grabando y pronto nos compartirá.


Fano


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