viernes, 26 de julio de 2013

SAN JOAQUIN Y SANTA ANA, PADRES DE LA VIRGEN MARÍA

Autor: P. Jesús Martí Ballester
San Joaquín y Santa Ana
Los padres de la Virgen María: un matrimonio santo.
 
San Joaquín y Santa Ana
San Joaquín y Santa Ana
San Joaquín

Joaquín (Yahvé prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios. Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la Virgen.

Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios.

Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que levantara sospechas bastante fundadas.

No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones.

En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscrimadamente.

Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas, 3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había convertido a los ojos de la ley, a fuer de su matrimonio, en el hijo de Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos nombres Helí y Joaquín.

Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los Bollandistas, que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos rebaños.

Más interesantes son las bellas líneas en las que el Evangelio de Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia.

Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados.

Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María in Probática, Sagrada Probática y Santa Ana fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una escuela musulmana.

La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue redescubierta en 1889. San Joaquín fue honrado muy pronto por los griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario, donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de diciembre.

Asociado por Julio II [el de la capilla Sixtina] al 20 de marzo, la solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII [el de la Rerum Novarum] quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.

Santa Ana

Ana (del hebreo Hannah, gracia) es el nombre que la tradición ha señalado para la madre de la Virgen. Las fuentes son las mismas que en el caso de San Joaquín. Aunque la versión más antigua de estas fuentes apócrifas se remonta al año 150 d.C., difícilmente podemos admitir como fuera de toda duda sus variopintas afirmaciones con fundamento en su sola autoridad.

En Oriente, el Protoevangelio gozó de gran autoridad y de él se leían pasajes en las fiestas marianas entre los griegos, los coptos y los árabes. En Occidente, sin embargo, como ya te adelanté con San Joaquín, fue rechazado por los Padres de la Iglesia hasta que su contenido fue incorporado por San Jacobo de Vorágine a su Leyenda Áurea en el siglo XIII.

A partir de entonces, la historia de Santa Ana se divulgó en Occidente y tuvo un considerable desarrollo, hasta que Santa Ana llegó a convertirse en uno de los santos más populares también para los cristianos de rito latino.

El Protoevangelio aporta la siguiente relación: En Nazaret vivía una pareja rica y piadosa, Joaquín y Ana. No tenían hijos. Cuando con
ocasión de cierto día festivo Joaquín se presentó a ofrecer un sacrificio en el templo, fue arrojado de él por un tal Rubén, porque los varones sin descendencia eran indignos de ser admitidos.

Joaquín entonces, transido de dolor, no regresó a su casa, sino que se dirigió a las montañas para manifestar su sentimiento a Dios en soledad. También Ana, puesta ya al tanto de la prolongada ausencia de su marido, dirigió lastimeras súplicas a Dios para que le levantara la maldición de la esterilidad, prometiendo dedicar el hijo a su servicio.

Sus plegarias fueron oídas; un ángel se presentó ante Ana y le dijo: "Ana, el Señor ha visto tus lágrimas; concebirás y darás a luz, y el fruto de tu seno será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, que volvió al lado de su esposa. Ana dio a luz una hija, a la que llamó Miriam.

Dado que esta narración parece reproducir el relato bíblico de la concepción del profeta Samuel, cuya madre también se llamaba Hannah, la sombra de la duda se proyecta hasta en el nombre de la madre de María.

El célebre Padre John de Eck de Ingolstadt, en un sermón dedicado a Santa Ana (pronunciado en París en 1579), aparenta conocer hasta los nombres de los padres de Santa Ana. Los llama Estolano (Stollanus) y Emerencia (Emerentia).

Afirma que la santa nació después de que Estolano y Emerencia pasaran veinte años sin descendencia; que San Joaquín murió poco después de la presentación de María en el templo; que Santa Ana casó después con Cleofás, del cual tuvo a María de Cleofás; la mujer de Alfeo y madre de los apóstoles Santiago el Menor, Simón y Judas Tadeo, así como de José el Justo.

Después de la muerte de Cleofás, se dijo que casó con Salomas, de quien trajo al mundo a María Salomé (la mujer de Zebedeo y madre de los apóstoles Juan y Santiago el Mayor).

La misma leyenda espuria se halla en los textos de Gerson y en los de muchos otros. Allí surgió en el siglo XVI una animada controversia sobre los matrimonios de Santa Ana, en la que Baronio y Belarmino defendieron su monogamia.

En Oriente, al culto a Santa Ana se le puede seguir la pista hasta el siglo IV. Justiniano I hizo que se le dedicara una iglesia. El canon del oficio griego de Santa Ana fue compuesto por San Teófanes, pero partes aún más antiguas del oficio son atribuidas a Anatolio de Bizancio.

Su fiesta se celebra en Oriente el 25 de julio, que podría ser el día de la dedicación de su
primera iglesia en Constantinopla o el aniversario de la llegada de sus supuestas reliquias a esta ciudad (710).

Aparece ya en el más antiguo documento litúrgico de la Iglesia Griega, el Calendario de
Constantinopla (primera mitad del siglo VIII). Los griegos conservan una fiesta común de San Joaquín y Santa Ana el 9 de septiembre.

En la Iglesia Latina, Santa Ana no fue venerada, salvo, quizás, en el sur de Francia, antes del siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo
VIII y hallada más tarde en la Iglesia de Santa María la Antigua de Roma, acusa la influencia bizantina.

Su fiesta, bajo la influencia de la Leyenda Áurea, se puede ya rastrear (26 de julio) en el siglo XIII, en Douai. Fue introducida en Inglaterra por Urbano VI el 21 de noviembre de 1378, y a partir de entonces se extendió a toda la Iglesia occidental. Pasó a la Iglesia Latina universal en 1584.

Santa Ana es la patrona de Bretaña. Su imagen milagrosa (fiesta, 7 de marzo) es venerada en Notre Dame d´Auray, en la diócesis de Vannes.
También en Canadá -donde es la patrona principal de la provincia de Québec- el santuario de Santa Ana de Beaupré es muy famoso.

Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras; se la representa con la Virgen María en su regazo, que también lleva en brazos al Niño Jesús. Es además la patrona de los mineros, que comparan a Cristo con el oro y con la plata a María. 

Jesús Martí Ballester 
jmarti@ciberia.es 

BUSCAS A CRISTO Y ENCUENTRAS A MARÍA


Buscas a Cristo y encuentras a María
Padre Tomás Rodríguez Carbajo  



1.- No podemos separar a Cristo de María.

Al pensar en Cristo, inmediatamente nos viene a la mente la condición humana y divina del Hijo de Dios, que vino a salvarnos.
Partimos de la realidad, tenemos a Cristo, porque nació de María.
La historia nos confirma que cuando se ha querido precisar la naturaleza de Cristo: Una sola persona y dos naturalezas (verdadero Dios y verdadero hombre), llegamos a la conclusión que es así, porque María es verdadera Madre de Jesús, y por lo tanto Madre de Dios, Ella prestó lo que cualquier madre presta a su hijo para ser llamada verdaderamente madre.

La condición inseparable de Cristo y María nos lleva a que, cuando nos acercamos a uno de los dos, necesariamente llegamos al otro. Es verdad que con distinción de importancia, pues, Cristo es Dios y hombre; María es criatura privilegiada, pero nunca es diosa, ni de naturaleza divina; le llamamos Madre de Dios, porque su Hijo, verdadero Dios, tomó en su seno la naturaleza humana, sin dejar la divina, que tenía por ser la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Quien ama a Dios, tiene que amar lo que Dios ama, y de manera especial ama entre todas las criaturas a su Madre, por eso no ama realmente a Cristo, quien deja de lado a María. Los encontramos juntos en varios episodios evangélicos, iban buscando a Jesús y se encontraron con María, quien fue la encargada de mostrárselo, por ejemplo, si leemos a S. Lucas 2, 15 -16: "Cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado. Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre". Podemos leer también la adoración de los Magos, que nos narra San Mateo, 2, 11: "Entraron en la casa, vieron al Niño con su Madre María y, postrándose, le adoraron "

Todo hijo se encuentra orgulloso de su madre, Cristo no se avergüenza de Ella, no ha querido servirse de Ella solo para entrar en este mundo, sino que la tiene muy cerca de Sí, pues, es su colaboradora, nunca "suplente" de Jesús, por eso siempre que nos acercamos a El, nunca deja de presentarnos a su Madre.

2.- El mariano tiene que ser cristiano.

Si nos acercamos a María, Ella nos lleva a su Hijo, pues, tiene claro su misión de intercesora y medianera. Sabe que es el medio que Dios ha elegido para que nos acercásemos a El. Quien se cree devoto de María, lo será realmente, si su devoción es "santa", es decir, si de verdad ama a Cristo, pues, María no es ninguna gatera, que tenemos para salvarnos, sino que es la "Puerta del Cielo". ¿Cómo se entendería el amar a la Madre sin amar al Hijo?.
"El fin de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre", nos dice S. Luis M Grignión de Montfort en su libro "Tratado de la verdadera devoción".

La íntima unión de Jesús y María la encontramos expresada en los siguientes asertos:
. Con María busco a Jesús.
. Por María llego a Jesús.
. A Jesús por María.
. Todo a María para Jesús.

. El amor ardiente a María llega siempre a Jesús.
. A María no se le puede separar de Jesús.
. Junto a la cruz de Jesús encontramos a María.
. Jesucristo es el último fin de la devoción mariana.
. María nunca puede ser "suplente" de Jesús, sino la colaboradora.
. María no es la fuente de la gracia, sino el canal por el que llega.
. María no nos salva, sino que nos presenta a Cristo, el Mesías, el Salvador.

. Todo el interés de María es llevarnos a Cristo.

ORACIÓN POR LAS VICTIMAS DEL ABORTO


ORACIÓN  POR LAS VICTIMAS DEL ABORTO

Santa Madre, rogamos a tu Inmaculado Corazón por todas las madres y todos los niños aún no nacidos para que ellos puedan tener vida aquí en la tierra y por la tan Preciosa Sangre derramada por tu Hijo que puedan tener vida eterna con El en los cielos. También oramos a tu Inmaculado Corazón por todos los que realizan los abortos y los que los apoyan, para que se conviertan y acepten a tu Hijo, Jesucristo, como su Señor y Salvador. Defiende a todos tus hijos en la batalla contra Satanás y todos los malos espíritus en estos tiempos de oscuridad.

Deseamos que los inocentes niños aún no nacidos y que mueren sin el Bautismo pudieran ser bautizados y salvados. Te pedimos que obtengas esta gracia para ellos y el arrepentimiento, reconciliación y el perdón de Dios para sus padres y sus asesinos.

Que sea revelado una vez mas en el mundo el poder del Amor. Que él ponga fin al mal. Que transforme conciencias. Que tu Inmaculado Corazón revele para todos la luz de la esperanza. Que Cristo Rey reine sobre todos nosotros, nuestras familias, ciudades, estados, países y la humanidad completa.

O clemente, O llena de amor, O dulce Virgen María, escucha nuestras plegarias y acepta este clamor desde nuestros corazones!

Nuestra Señora de Guadalupe, Protectora de los aún no nacidos, Ruega por nosotros!

ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE EN CASO DE UNA NECESIDAD GRAVE


ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE EN CASO DE UNA NECESIDAD GRAVE


Virgen Santísima de Guadalupe, Madre de Dios, Señora y Madre nuestra! Venos aquí postrados ante tu santa imagen, que nos dejaste estampada en la tilma de Juan Diego, como prenda de amor, bondad y misericordia.

Aún siguen resonando las palabras que dijiste a Juan con inefable ternura: "Hijo mío queridísimo, Juan a quien amo como a un pequeñito y delicado," cuando radiante de hermosura te presentaste ante su vista en el cerro del Tepeyac.

Haz que merezcamos oír en el fondo del alma esas mismas palabras.
Sí, eres nuestra Madre; la Madre de Dios es nuestra Madre, la mas tierna, la mas compasiva. Y para ser nuestra Madre y cobijarnos bajo el manto de tu protección te quedaste en tu imagen de Guadalupe.

Virgen Santísima de Guadalupe, muestra que eres nuestra Madre. Defiéndenos en las tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras necesidades. En los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las amarguras, en los abandonos, en la hora de nuestra muerte, míranos con ojos compasivos y no te separes jamás de nosotros.

Un Padre Nuestro, Ave María y Gloria...en agradecimiento por el milagroso Retrato, milagro y continuo testimonio.

INTERCESIÓN DE MARÍA PARA NUESTRA SALVACIÓN


Las Glorias de María
Necesidad que tenemos de la intercesión de María para salvarnos . 
San Alfonso María de Ligorio

Dice san Bernardo que, conforme un hombre y una mujer cooperaron a nuestra ruina, así un hombre y una mujer debían cooperar a nuestra reparación, y éstos fueron Jesús y su Madre María. "No hay duda -dice el santo- de que Jesucristo él solo se basta para redimirnos, pero fue más congruente que a la hora de nuestra reparación estuvieran presentes los dos sexos que lo habían estado cuando la caída". Por eso san Alberto Magno llama con razón a María colaboradora en la redención. Y ella misma reveló a santa Brígida que como Adán y Eva por la fruta prohibida vendieron al mundo, ella con su Hijo con un solo corazón rescataron al mundo. Bien pudo Dios crear el mundo de la nada dice san Anselmo; pero habiéndose perdido el mundo por la culpa, no ha querido Dios repararlo sin la cooperación de María. "El que pudo hacerlo todo de la nada no quiso repararlo sin María".

De tres maneras, dice Suárez, ha cooperado la Madre de Dios a nuestra salvación: primero, habiendo merecido con mérito de congruo la encarnación del Verbo; segundo, habiendo rogado mucho por nosotros, y tercero, habiendo ofrecido de todo corazón la vida de su Hijo por nuestra salvación. Y por eso ha establecido justamente el Señor que habiendo cooperado María con tanto amor al bien de los hombres y con tanta gloria a la salvación de todos, todos obtengan por su medio la salvación.

María es llamada la cooperadora de nuestra justificación porque a ella le ha confiado Dios todas las gracias que se nos dispensan. Por lo que, afirma san Bernardo, todos los hombres, pasados, presentes y por venir, deben ver en María como el medio de lograr la salvación y el negocio de la misma durante todos los siglos.

Dice Jesucristo que nadie puede encontrarlo si antes su eterno Padre no lo atrae con su divina gracia. "Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae". "Así ahora -según Ricardo de San Víctor- dice Jesús de su Madre: Ninguno viene a mí si mi Madre no lo atrae con sus plegarias". Jesús es el fruto de María como lo dijo Isabel: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,42). Y el que quiere el fruto tiene que ir al árbol. El que quiere a Jesús debe ir a María, y el que encuentra a María también encuentra con toda certeza a Jesús. Santa Isabel, cuando vio que la santísima Virgen llegaba a visitarla a su casa, no sabiendo cómo agradecer tanta humildad, exclamó: "¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?" (Lc 1,43). ¿Cuándo merecí yo que viniera a verme la Madre de mi Dios? Pero ¡cómo! ¿No sabía Isabel que a su casa habían llegado no sólo la santísima Virgen, sino Jesús también? Y entonces, ¿por qué se declara indigna de recibir a la Madre y no más bien de que viniera el Hijo a visitarla? ¡Qué bien comprendía la santa que cuando venía María llevaba también a Jesús! Y por eso le bastó con agradecer a la Madre sin tener que nombrar al Hijo.

"Viene a ser como nave de mercader que trae de lejos el pan" (Pr 31,14). María es aquella nave afortunada que nos trajo del cielo a la tierra a Jesucristo, pan vivo, que vino del cielo para darnos la vida eterna, como él mismo lo dice: "Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6,51). Por eso dice Ricardo de San Lorenzo que en el mar del mundo se pierden todos los años los que no se encuentran dentro de esta nave protegidos por María. Y añade: "En cuanto veamos que se encrespan las olas de este mar, debemos gritar a María: ¡Señora! ¡Sálvanos, que perecemos! Siempre que nos veamos en peligro de perdernos por las tentaciones y malas pasiones, debemos recurrir a María, gritando: "Pronto, María, ayúdanos, sálvanos si no quieres vernos perdidos". Adviértase que este autor no tiene escrúpulo en decir a María: "Sálvanos, que perecemos", como tiene dificultad en hacerlo el autor tantas veces refutado, que pretende prohibir que digamos a la Virgen que nos salve, pues dice que el salvar es sólo cosa de Dios. Pero si un condenado a muerte puede pedir a un favorito del rey que le salve la vida intercediendo ante el príncipe, ¿por qué no hemos de poder decir a la Madre de Dios que nos salve impetrándonos la gracia de la vida eterna? San Juan Damasceno no tenía dificultad en decir a la Virgen: "Reina inmaculada y pura, sálvame, líbrame de la eterna condenación". San Buenaventura llamaba así a María: "¡Oh salvación de los que te invocan!" La santa Iglesia aprueba que la llamemos "salud de los enfermos". ¿Y vamos a tener escrúpulo en pedirle que nos salve, siendo así que, como dice un autor, a nadie sino por ella se le abren las puertas de la salvación? Antes lo había dicho san Germán: "Nadie se salva sino por ti"; y se refería a María.

Pero veamos lo que dicen otros santos de la necesidad que tenemos de la intercesión de la Madre de Dios. Decía el glorioso san Cayetano que podemos buscar la gracia, pero que no la obtendremos sin la intercesión de María. Y lo confirma san Antonino diciendo con bella expresión: "El que pide sin ella, intenta volar sin alas". El que pide y pretende conseguir las gracias sin la intercesión de María pretende volar sin alas; porque, como el faraón dijo a José: "En tu mano está la tierra de Egipto" (Gn 47,6); y como a todos los que a él recurrían en demanda de auxilio les decía: "Id a José", así Dios cuando le pedimos la gracia nos manda a María: "Id a María". Y es que él ha decretado, dice san Bernardo, no conceder ninguna gracia sino por mano de María. Por lo que dice Ricardo de San Lorenzo: "Nuestra salvación está en manos de María para que nosotros los cristianos le podamos decir mucho mejor que los egipcios decían a José: Nuestra salvación está en su mano". Lo mismo dice el venerable Idiota: "Nuestra salvación está en su mano". Y lo mismo, aún con más vigor, Casiano: "Toda la salvación del mundo depende de los innumerables favores de María". El protegido por María se salva; el que no es protegido se pierde. San Bernardino de Siena le dice: "Señora, ya que eres la dispensadora de todas las gracias y la gracia de la salvación sólo puede venirnos de tu mano, quiere esto decir que de ti depende nuestra salvación".

Por esto, razón tuvo en decir Ricardo de San Lorenzo que como una piedra cae al instante si se le quita la tierra que la sostiene, así un alma, quitada la ayuda de María, caerá primero en el pecado y después en el infierno. Añade san Buenaventura que Dios no nos salvará sin la intercesión de María, y que así como un niño no puede vivir si le falta la nodriza, así cada uno, si María deja de protegerlo, no puede salvarse. Por eso exhorta: "Procura que tu alma tenga sed de la devoción a María, consérvala siempre y no la dejes, para que al fin llegues a recibir en el cielo su maternal bendición". Y dice san Germán: ¿Quién conocería a Dios sino por ti, oh María santísima? ¿Quién se vería libre de peligros? ¿Quién recibiría ninguna gracia si no fuese por ti, Madre de Dios, Virgen y Madre y llena de gracia? Estas son sus hermosas palabras: "No existe nadie, oh santísima, que llegue a tener noticia de Dios sino por ti; nadie que llegue a salvarse sino por ti, Madre de Dios; nadie que se libre de los peligros sino por ti, Virgen y Madre; nadie recibe un don de Dios sino por ti, la llena de gracia". Si tú no despejas el camino nadie se verá libre de las mordeduras de las pasiones y del pecado.

Así como no tenemos acceso al Padre eterno sino por medio de Jesucristo, así, dice san Bernardo, no tenemos acceso a Jesucristo sino por medio de María. Y ésta es la hermosa razón por la que, dice san Bernardo, ha determinado el Señor que todos se salven por intercesión de María: para que por medio de María nos reciba el Salvador que se nos ha dado por medio de María. Por eso la llama la Madre de la gracia y de nuestra salvación. ¿Qué sería de nosotros -pregunta san Germán-, qué gracia nos quedaría para salvarnos, si nos abandonases, oh María, que eres la vida de los cristianos?

Pero replica el autor que refutamos: Si todas las gracias pasan por María, al implorar la intercesión de los santos, ¿tendrán que recurrir ellos a María para obtenernos por su intercesión las gracias? Pero esto, dice, nadie lo cree ni lo ha soñado jamás. En cuanto a creerlo, respondo yo, no veo ningún error ni inconveniente. ¿Qué inconveniente hay en decir que Dios, para honrar a su Madre habiéndola constituido reina de todos los santos y queriendo que todas las gracias se distribuyan a través de sus manos, quiera también que los santos recurran siempre a ella para obtener las gracias a sus devotos? En cuanto a decir que nadie lo ha soñado, yo encuentro que lo han afirmado expresamente san Bernardo, san Anselmo, san Buenaventura y, con ellos, Suárez, y tantos y tantos. "En vano -dice san Bernardo- se rezaría a los santos si ella no ayudara". Sería inútil buscar en otros santos alguna gracia si María no se interpusiese para obtenerla. En este sentido explica un autor aquel pasaje de David: "Suplicarán mirando a tu rostro todos los ricos de la tierra". Los ricos de ese gran pueblo de Dios son los santos, quienes cuando quieren impetrar cualquier gracia para algún devoto suyo, todos se encomiendan a María para que se la obtenga. Por eso, dice con razón el P. Suárez: Nosotros rogamos a los santos que sean nuestros intercesores ante María como Señora y Reina que es. Entre los santos no solemos utilizar a alguno como intercesor ante otro, porque todos son del mismo orden. Pero los demás santos sí utilizan la intercesión de María como Reina y Señora.

Esto es precisamente lo que ofreció san Benito a santa Francisca Romana, como se lee en el P. Marchese. Se le apareció el santo y, tomándola bajo su protección, le prometió ser su abogado ante la Madre de Dios. En confirmación de todo esto, añade san Anselmo hablando con la Virgen: "Señora, todo lo que puede obtener la intercesión de todos los santos unidos a ti, también lo puede obtener tu intercesión sin su ayuda. ¿Por qué lo puedes? ¿Por qué eres tan poderosa? Porque nada más que tú eres la Madre de nuestro Salvador, tú la esposa de Dios, tú la Reina del cielo y de la tierra. Si tú no hablas en favor nuestro, ningún santo rogará por nosotros ni nos ayudará. Si tú te callas, ninguno ayudará, ninguno invocará. Pero si tú te mueves a rezar por nosotros, todos se pondrán a rezar y a ayudar". Todos los santos se empeñarán en suplicar por nosotros y socorrernos. El P. Séñeri, en su libro El devoto de María, aplicando con la santa Iglesia a María las palabras de la Sabiduría, "yo sola hice todo el giro del cielo" (Ecclo 24,5), dice que como la primera esfera con su movimiento hace que giren todas las demás, así cuando María se mueve a rezar por un alma hace que todo el paraíso se ponga a rezar con ella. También dice san Buenaventura que ahora manda, como Reina que es, a todos los ángeles y santos que la acompañen y se unan a ella en sus plegarias.

Así se comprende por qué la santa Iglesia nos manda invocar y saludar a la Madre de Dios con el nombre de esperanza nuestra: ¡Dios te salve, esperanza nuestra! El rebelde Lutero decía que no podía aguantar que la Iglesia de Roma llamase a María, una criatura, la esperanza nuestra y vida nuestra, porque, decía, sólo Dios, y Jesucristo como nuestro mediador, son la esperanza nuestra; pero en cambio Dios maldice al que pone su confianza en las criaturas, como dice Jeremías: "Maldito el hombre que pone su confianza en otro hombre" (Jr 17,5). Pero la santa Iglesia nos enseña a invocar en toda ocasión a María y a llamarla nuestra esperanza. ¡Dios te salve, esperanza nuestra!

El que pone su confianza en la criatura independientemente de Dios, ciertamente que es maldito de Dios porque él es la fuente y el dispensador de todo bien, y la criatura, sin Dios, nada tiene ni nada puede dar. Pero si el Señor ha dispuesto, como ya hemos demostrado, que todas las gracias pasen por María como por un canal de misericordia, entonces podemos y debemos afirmar que María es nuestra esperanza, pues por medio de ella recibimos las gracias de Dios. Y por esto san Bernardo la llamaba toda la razón de nuestra esperanza. Lo mismo afirmaba san Juan Damasceno cuando hablando con la Virgen le decía: "En ti he colocado mi esperanza completa y de ti dependo, puestos en ti mis ojos". Señora, en ti he colocado toda mi esperanza y espero con todo interés de ti mi salvación. Santo Tomás dice en el opúsculo octavo que María es toda la esperanza de nuestra salvación, toda esperanza de vida. San Efrén profesa que: "No hay en nosotros otra confianza más que en ti, oh Virgen sincerísima. Protégenos y guárdanos bajo las alas de tu piedad". Acógenos, viene a decirle, bajo tu protección si quieres vernos salvados, ya que no tenemos otra esperanza de alcanzar la vida eterna sino por tu medio.

Concluyamos diciendo con san Bernardo: "Procuremos venerar con todo el amor de nuestro corazón a esta Madre de Dios, María, ya que esta es la voluntad del Señor, quien ha querido que todos los beneficios los recibamos de su mano". Por eso nos exhorta el santo para que siempre que queramos alguna gracia tratemos de encomendarnos a María y confiemos conseguirla por su medio: "Busquemos la gracia, pero busquémosla por medio de María", porque, dice el santo, si tú no mereces la gracia que pides, sí merece obtenerla María, que la cederá en favor tuyo. Y advierte a cada uno el mismo san Bernardo que todo lo que ofrezcamos a Dios con obras o con oraciones, procuremos todo confiarlo a María si queremos que el Señor lo acepte.
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