martes, 23 de enero de 2018

EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA


Espíritu Santo y María
El Padre Nicolás nos invita a reflexionar sobre la relación entre el Espíritu Santo y la Virgen María.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer 




Quisiera meditar con Uds. algunos momentos en la vida de María.

La Encarnación. No hay duda de que la vida de la Sma. Virgen estaba, desde su inicio, bajo la fuerte influencia del Espíritu de Dios. La Virgen es la “Todasanta” porque desde el primer momento de su existencia fue “sagrario del Espíritu Santo”.

Pero su gran encuentro con el Espíritu fue la Anunciación del ángel que culminó con la encarnación. Allí María tuvo su primer Pentecostés: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). A partir de ese acontecimiento, Ella es llamada sagrario, tabernáculo, santuario del Espíritu. Con ello se indica la inhabitación del Espíritu Santo en María de un modo del todo singular y superior al de los demás cristianos. Como en todo ser humano, el Espíritu de santidad quiere actuar en la Virgen y a través de Ella.

Pero aquí hay algo más, algo nuevo y único: el Espíritu Santo quiere actuar junto con la Virgen. ¿Y para qué? Quiere unirse y atarse a María para que de Ella nazca Jesucristo, el Hijo de Dios. Y quiere que la Sma. Virgen diga su Sí totalmente voluntario y libre, para entregarse al Espíritu de Dios, para convertirse en Madre de Dios.

Su crecer en el orden del Espíritu. No debemos pensar que la Virgen haya entendido todo desde el primer momento. Evidentemente comprendió mucho más que nosotros. Porque tenía, como dice Santo Tomas de Aquino, la luz profética que le regaló un conocimiento mayor de las cosas de Dios.

Sin embargo, como ser humano, Ella crecía en sabiduría y desarrollaba su entendimiento a lo largo de la vida. Por eso dice el Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, que María iba adentrándose crecientemente en el orden del Espíritu.

¿Y que quiere decir eso? María tenía que ir comprendiendo, paso a paso, lo que quería Jesús y lo que debía hacer Ella a su lado. Tenía que entrar progresivamente en ese mundo de su Hijo Divino, en el que sólo el Espíritu Santo podía introducirla.

En diálogo con el Espíritu de Dios, tenía que recorrer su propio camino de fe. Pensemos en la pérdida de Jesús, al cumplir los doce años. Cuan difícil fue para Ella cuando su Hijo los abandonó y después les dijo:

“¿No saben que tengo que preocuparme de los asuntos de mi padre?” (Lc 2, 49). Como agrega el texto, María no entendió lo que Jesús acababa de decirles. Pero seguramente se dio cuenta de que su Hijo llevaba en su interior otro mundo, el mundo del Padre, en el cual también Ella tenía que adentrarse de un modo más perfecto.

Otro momento difícil surgió en las bodas de Cana. “Mujer, Tú no piensas como yo: todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2.4). El pensar de María es todavía muy humana: quiere ayudar a los novios en su necesidad. Jesús mira más allá, piensa en su gran Hora, la hora de la Cruz. Y, sin embargo, cumple el deseo de su Madre.

Y cuando llegó la gran Hora, sobre el monte Calvario, ya callan en Ella los deseos y necesidades naturales. Todo queda sujeto a la voluntad del Padre. Ya no quiere otra cosa que cumplir perfectamente con su rol en el plan de salvación.

Cumbre de ese insertarse en el orden del Espíritu fue la espera de Pentecostés. Allí María se convirtió en instrumento perfecto del Espíritu Santo. Condujo a los apóstoles y discípulos a la sala del Cenáculo. Les transmitió su anhelo profundo por el Espíritu Divino. E imploró con ellos la fuerza de lo alto sobre toda la Iglesia reunida.

En Pentecostés se colmó su ansia por el Espíritu de Dios. Allí quedó completamente compenetrada y transformada por El. Ya en su vida tuvo un cuerpo espiritualizado, es decir, transformado por el Espíritu, de modo que no podía ser destruido. Y así ya quedó preparada para su último y definitivo paso: la asunción en cuerpo y alma al cielo.

Creo que también en nuestra propia vida debe existir un insertarnos paulatinamente en el orden del Espíritu.

Preguntas para la reflexión
1. ¿ Cómo cultivo mi relación con el ES?
2. ¿Sentimos cómo el Espíritu Santo nos capta e introduce en el mundo de Dios?
3. ¿Es la Virgen mi compañera en la oración?

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 23 ENERO 2018

Lecturas de hoy Martes de la 3ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, martes, 23 de enero de 2018



Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (6,12b-15.17-19):

En aquellos días, fue David y llevó el arca de Dios desde la casa de Obededom a la Ciudad de David, haciendo fiesta. Cuando los portadores del arca del Señor avanzaron seis pasos, sacrificó un toro y un ternero cebado. E iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un roquete de lino. Así iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre vítores y al sonido de las trompetas. Metieron el arca del Señor y la instalaron en su sitio, en el centro de la tienda que David le había preparado. David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al Señor y, cuando terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en el nombre del Señor de los ejércitos; luego repartió a todos, hombres y mujeres de la multitud israelita, un bollo de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas pasas a cada uno. Después se marcharon todos, cada cual a su casa.

Palabra de Dios

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Salmo
Sal 23,7.8.9.10

R/. ¿Quién es ese Rey de la gloria?
Es el Señor en persona

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R/.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R/.

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Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,31-35):

En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.»
Les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?»
Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»

Palabra del Señor

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Comentario al Evangelio de hoy martes, 23 de enero de 2018
Severiano Blanco, cmf


Queridos hermanos:

En la época de Jesús no se estilaba la emancipación de los hijos solteros, tan típica de las sociedades occidentales modernas (si las crisis económicas no lo impiden). Por eso, este desaire de Jesús hacia su familia tuvo que resultar llamativo, quizá escandaloso. Sus oyentes conocían bien el mandamiento “honra a tu padre y a tu madre”, y pertenecían a una cultura en la que los lazos familiares eran mucho más fuerte que en la nuestra. Jesús tuvo que desconcertar. Y tal vez el evangelista Marcos quiso acentuar el desconcierto: en un párrafo tan breve, afirma hasta dos veces que los parientes de Jesús “están fuera”. ¿Querrá insinuar que están “fuera de órbita”, que en relación con Jesús no se enteran de la misa la media, que el parentesco carnal no ayuda? Algo muy extraño en ese momento.

Existe toda una veta de la tradición evangélica que carga las tintas contra la familia de Jesús. En este mismo evangelio, un par de páginas más atrás, escribe el autor que “los suyos salieron a llevárselo porque decían: está fuera de sí” (Mc 2,20). ¿Se sentirían quizá avergonzados de él, de su extraño estilo de vida? Y el cuarto evangelio nos informa sin tapujos de que “ni sus hermanos creían en él” (Jn 7,5) [no entramos ahora en el espinoso asunto del parentesco de estos “hermanos” con Jesús, asunto quizá carente de interés para los evangelistas, que no se molestaron en aclarárnoslo].

En Jesús todo resulta novedoso. Su convicción de que entramos en una nueva época de la historia le lleva a relativizar tradiciones e instituciones. No descalifica el pasado religioso de su pueblo, y menos aún el Decálogo, pero afirma que el Reino es una fuerza tan poderosa que, si se lo acoge, puede hacer estallar los modelos “de siempre”, abriendo a otras posibilidades. “Si uno está en Cristo es una criatura nueva” (2Co 5,17).

Jesús tuvo la amarga experiencia de familias carnales que entorpecieron a algunos el alistarse en su seguimiento. Uno lo pospuso con este simple pretexto: “déjame antes despedirme de los de mi casa” (Lc 9,61); a otros tuvo que decirles: “no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23,9).

Jesús quiso que sus seguidores viviesen realmente como hermanos, formando una nueva familia, manifestada particularmente en el compartir la mesa, figura proléptica del Reino que veía despuntar: un banquete abierto, sin exclusiones por motivo de desprestigio social o de “impureza” legal (publicanos, prostitutas…). Y esa “nueva” familia ofrecería correctivos a la tradicional: nadie sería el “padre”, el que exige ser servido, sino que todos serían los criados de todos: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).

¿Podremos nosotros, desde nuestras comunidades parroquiales o religiosas, ofrecer a creyentes o no creyentes de hoy una forma de “familia” más atrayente, interpelante, capaz  de enriquecer a la “normal” experiencia familiar? La contemplación de Jesús con los suyos, la escucha de su palabra, ¿podrán ser hoy una medicina para tantas familias frustradas, desestructuradas o en peligro de ruptura?

Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf

BUENOS DÍAS


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