viernes, 13 de diciembre de 2013

IMÁGENES DE LA VIRGEN MARÍA Y EL NIÑO JESÚS

                       











































LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA


La Imaculada Concepción

La fiesta de la Inmaculada entona perfectamente con el espíritu del Adviento: mientras la Iglesia se prepara a la venida del Redentor, es muy justo acordarse de aquella mujer –“la Purísima”– que fue concebida sin pecado porque debía ser su madre. La misma promesa del Salvador está unida, más aún incluida en la promesa de esta Virgen singular. Después de haber maldecido a la serpiente tentadora, dijo el Señor: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo: éste te aplastará la cabeza” (Gn 3, 15). Con María comienza la lucha entre el linaje de la mujer y el linaje de la serpiente; lucha desde el primer origen de la Virgen, habiendo sido ella concebida sin mancha alguna de pecado y por lo tanto en completa oposición a Satanás. De esta manera la Virgen comenzó su existencia con una riqueza de gracia mucho más abundante y perfecta que la que los más grandes santos alcanzan al final de su vida. Si consideramos luego su absoluta fidelidad y su total disponibilidad para con Dios, se podrá intuir a cuáles alturas de amor y de comunión con el Altísimo haya llegado, precediendo “con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenales” (LG 53).

La Virgen ocupa el primer puesto en la bendición y en la elección de Dios, ya que es la única criatura santa e inmaculada en sentido pleno y absoluto. En María la bendición divina ha producido el fruto más hermoso y perfecto. Y esto no sólo porque fue bendecida y elegida “en Cristo”, en previsión de sus méritos, sino también en función de Cristo, para que fuese su madre. Hoy la Iglesia invita a sus hijos a alabar a Dios por las maravillas realizadas en esta humilde Virgen: “Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha obrado maravillas” (Salmo responsorial): la maravilla de haber roto la cadena del pecado de origen que tiene atados a todos los hijos de Adán, aplicando a María, antes que se llevase a efecto históricamente la obra de salvación de Jesús, naciendo de ella, habría de realizar.

La Virgen de Nazaret encabeza así las filas de los redimidos; con ella comienza la historia de la salvación, a la cual ella misma colabora dando al mundo Aquel por quien los hombres serán salvados. Cuantos creen en el Salvador no hacen más que seguir a María, y tras ella y no sin su mediación han sido bendecidos y elegidos por Dios “en Cristo para ser santos e inmaculados… en caridad”. Este maravilloso plan divino que se cumplió en María con una plenitud singular y privilegiada, debe realizarse también en cada uno de los creyentes según la medida establecida por el Altísimo. Para ello no tiene más que seguir cada uno en su vida el modelo de María, imitándola en su fidelidad a la gracia y en su incesante apertura y entrega a Dios. Y así como la plenitud de la gracia de María floreció en plenitud de amor a Dios y a los hombres, también en los creyentes la gracia debe madurar en frutos de caridad hacia Dios y hacia los hombres, para gloria del Altísimo y aumento de la Iglesia.

Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y que con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrificio floreció la espiga que luego nos alimentó con el Pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador. ¡Cuán diferentes son las empresas de la serpiente y las de la Virgen! De aquélla provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador; en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva con el pecado mató a su propia prole; pero ésta resucitó en María por gracia del Creador que sacó a la humana naturaleza de la esclavitud devolviéndola a la antigua libertad. Cuanto perdimos en nuestro común padre Adán, lo hemos recobrado en Cristo. (Prefacio ambrosiano).

P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.

CRECIENDO CON AUTÉNTICA ALEGRÍA


Creciendo en la auténtica alegría

Este mes debe ser para ti, de modo particular, un tiempo de alegría, pues ése es el mensaje que nos trae el Niño que ha de nacer.
Pero, además, si observas con atención, descubrirás que siempre hay algo por lo cual estar gozosos. Para descubrirlo, es necesario mantener abiertos los ojos y especialmente el corazón.

De este modo, podrás disfrutar de los pequeños y de los grandes regalos que Dios quiere darte.

Si desarrollas la capacidad de beber de las pequeñas alegrías cotidianas, notarás un gran fortalecimiento interior y los motivos para vivir alegre se multiplicarán rápidamente.

La alegría es contagiosa, porque se irradia sin necesidad de las palabras.

Por medio de ella, esparces vida a tu alrededor, y para las próximas fiestas, será el mejor regalo que puedas darle a quienes amas.

Te alegrarás durante la fiesta, junto con tu hijo y tu hija, con tu esclavo y tu esclava, y con el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que vivan en tu ciudad. Deuteronomio 16, 14.

LA CORONA DE ADVIENTO


La Corona de Adviento


La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad. La palabra ADVIENTO es de origen latín y quiere decir VENIDA. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.

Una costumbre significativa y de gran ayuda para vivir este tiempo es La corona o guirnalda de Adviento, es el primer anuncio de Navidad.

Origen:
La corona de adviento encuentra sus raíces en las costumbres pre-cristianas de los germanos (Alemania). Durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera. Pero la corona de adviento no representa una concesión al paganismo sino, al contrario, es un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. Él vino para hacer todas las cosas nuevas.

Nueva realidad:
Los cristianos supieron apreciar la enseñanza de Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.». Jn 8,12.
La luz que prendemos en la oscuridad del invierno nos recuerda a Cristo que vence la oscuridad. Nosotros, unidos a Jesús, también somos luz: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte" Mateo 5,14.

En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes utilizaban este símbolo para celebrar el adviento: Aquellas costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.

La corona de adviento se hace con follaje verde sobre el que se insertan cuatro velas. Tres velas son violeta, una es rosa. El primer domingo de adviento encendemos la primera vela y cada domingo de adviento encendemos una vela mas hasta llegar a la Navidad. La vela rosa corresponde al tercer domingo y representa el gozo. Mientras se encienden las velas se hace una oración, utilizando algún pasaje de la Biblia y se entonan cantos. Esto lo hacemos en las misas de adviento y también es recomendable hacerlo en casa, por ejemplo antes o después de la cena. Si no hay velas de esos colores aun se puede hacer la corona ya que lo mas importante es el significado: la luz que aumenta con la proximidad del nacimiento de Jesús quien es la Luz del Mundo. La corona se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por el sacerdote.

La corona de adviento encierra varios simbolismos:

• La forma circular:
El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

• Las ramas verdes:
Verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

• Las cuatro velas:
Nos hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.

• Las manzanas rojas que adornan la corona:
Representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

• El listón rojo:
Representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

Bendición de la Corona de Adviento

En algunas parroquias o colegios se hace la bendición de las Coronas de Adviento. Si no se puede asistir a estas celebraciones, se puede hacer la bendición en familia con la siguiente oración:

Señor Dios, bendice con tu poder nuestra corona de adviento para que, al encenderla, despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo practicando las buenas obras, y para que así, cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

La bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre esta Corona y sobre todos los que con ella queremos preparar la venida de Jesús.

¡Madre Inmaculada! ¡Que no nos cansemos!


¡Madre Inmaculada! ¡Que no nos cansemos!

Sí, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo…

¡Madre amada! ¡Que no nos cansemos!

Ayúdanos a estar firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos; y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, para que ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno Dios nos ha señalado, para defender a Cristo y a su Iglesia.

¡Nada de volver la cara atrás!

¡Nada de cruzarse de brazos!

¡Nada de estériles lamentos!

Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar gloria a Él y a Ti, para luchar siempre por el honor de Cristo y por el tuyo, y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos…

¡Madre nuestra, por última vez: que no nos cansemos!
Queremos descansar sólo después del último hálito de nuestra vida, deseando morir amparados junto a tu Corazón y entre tus brazos.

Tomado de “Catolicidad”
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