miércoles, 15 de marzo de 2017

ORAS POR LOS DIFUNTOS?


¿Oras por los difuntos?




Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en su propio favor, porque con la muerte termina el tiempo de expiar y purificarse. Si los vivos no rezan por ellas, quedan abandonadas. Nosotros tenemos el inmenso poder de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos reparar el mal que hayamos hecho. Pero a menudo no le damos importancia.

San Juan Macías, hermano dominico, tenía una gran caridad con las almas del Purgatorio. ¡El obtuvo por sus oraciones (principalmente por la recitación del santo Rosario) la liberación de un millón cuatrocientas mil almas! En retribución, él consiguió para sí mismo las más abundantes y extraordinarias gracias; y esas almas vinieron a consolarlo en su lecho de muerte y a acompañarlo hasta el Cielo. Este hecho es tan cierto que fue insertado por la Iglesia en el decreto de su beatificación.

Cuando las almas benditas son liberadas de sus penas y gozan la beatitud del Cielo, no olvidan a sus amigos de la Tierra: su gratitud no conoce límites. Postradas ante Dios, no cesan de orar por sus bienhechores. Santa Catalina de Bologna dice: "He recibido muchos favores de los Santos, pero mucho más grandes de las almas del Purgatorio". Orar por los difuntos es una excelente obra de misericordia.


* Enviado por el P. Natalio

ESTA ES LA ORACIÓN POR LA PEREGRINACIÓN DEL PAPA FRANCISCO A FÁTIMA


Esta es la oración por la peregrinación del Papa Francisco a Fátima
 Foto: Martha Calderón (ACI Prensa)





LISBOA, 14 Mar. 17 / 07:08 pm (ACI).- El Santuario de Fátima, a través del sitio web oficial para la Visita Apostólica del Papa Francisco por los 100 años de las apariciones de la Virgen María, dio a conocer la oración con motivo de la visita que se realizará el Santo Padre el 12 y 13 de mayo.

Esta plegaria también es la oración de Consagración del Año Jubilar por el centenario de las apariciones de Fátima que comenzó el 27 de noviembre de 2016 y terminará el 26 de noviembre de este año.


La oración es la siguiente:

Salve Madre del Señor,
Virgen María, ¡Reina del Rosario de Fátima!
Bendita eres entre todas las mujeres,
tú eres la imagen de la Iglesia vestida de la luz Pascual,
tú eres el honor de nuestro pueblo,
tú eres el triunfo sobre la marca del mal.
Profecía del amor misericordioso del Padre,
Maestra de la Anunciación de la Buena Nueva del Hijo,
Signo del fuego ardiente del Espíritu Santo,
enséñanos, en este valle de alegrías y dolores,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeñitos.
Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Inmaculado Corazón,
sé el refugio de los pecadores
y el camino que conduce hasta Dios.
Unido(a) mis hermanos,
en la Fe, en la Esperanza, en el Amor,
a tí me entrego.
Unido(a) a mis hermanos, por ti, a Dios me consagro, oh Virgen del Rosario de
Fátima.
Y, finalmente, envuelto en la luz que viene de tus manos,
daré gloria al Señor por los siglos de los siglos.
Amén.

ABRIR NUESTRO CORAZÓN AL DON DE DIOS


Abrir nuestro corazón al don de Dios
 Pidámosle a Cristo nos conceda abrir nuestro corazón al don de Dios, y nos permita abrir el nuestro para ser don de Dios para los demás.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




Nuestra vida no es simplemente una serie de circunstancias, una serie de días que van pasando uno detrás de otro, sino que todos los días de nuestra vida son un don de Dios, no sólo para nosotros, sino sobre todo un don de Dios para los demás, para aquellos que viven con nosotros. Un don de Dios que requiere, por parte nuestra, reconocerlo y hacernos conscientes de que efectivamente es un regalo de Dios. Y permitir, como consecuencia, que en nuestro corazón haya un espíritu agradecido por el hecho de ser un don de Dios.

En la historia de la Iglesia, Dios nuestro Señor ha ido dando dones constantemente, y a veces Él se prodiga de una forma particular en algunas circunstancias, por lo demás muy normales, muy corrientes, pero que se convierten de modo muy especial en don de Dios para sus hermanos. Es Él quien decide dar hombres y mujeres a su Iglesia que ayuden a los demás a caminar, que ayuden a los demás a encontrarse más profundamente con Cristo; es Él quien decide hacer de nuestras vidas un don para los demás.

Ciertamente que esto requiere, por parte de quien toma conciencia de ser un don de Dios para los demás, una correspondencia. No basta con decir “yo me entrego a los demás”, “yo soy un don de Dios para los demás”, es necesario, también, estar conscientes de lo que por nuestra parte esto va a suponer. A veces podemos convivir con el don de Dios y no ser conscientes de que lo tenemos a nuestro lado y no ser conscientes de que Dios está junto a nosotros. Podemos estar conviviendo con el don de Dios y no reconocerlo.

Algo así les había pasado a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo. A pesar de llevar ya tiempo con nuestro Señor, no habían captado el don de Dios. Tanto es así que, justamente después que Cristo les habla de pasión, de muerte y de resurrección, acompañados de su madre, llegan y le dicen a Jesús: “Queremos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Cuando Jesús está hablando de renuncia, de entrega, de sacrificio, de redención, ellos le hablan a Cristo de dignidades, de cargos y de honores.
¡Qué misterio es el hecho de que se puede convivir con el don de Dios y, sin embargo, no reconocerlo! Nuestra vida puede ser una vida semejante a la de los hijos de Zebedeo, que tenían el don de Dios más grande —Cristo nuestro Señor—, y no lo habían reconocido.

El don de Dios, el Hijo de Dios caminaba con ellos, comía con ellos, dormía con ellos, les hablaba, les enseñaba, y ¡no lo habían reconocido! Es necesario tener los ojos abiertos y el corazón dispuesto a acoger el don de Dios, porque nos damos cuenta de que, no solamente Juan y Santiago no habían captado nada del don de Dios que era Cristo para sus vidas, tampoco nosotros mismos, muchas veces, lo hemos captado.

En este Evangelio encontramos una serie de características que tiene que tener nuestro corazón para ser capaz de reconocer el don de Dios: En primer lugar, estar dispuestos a servir a los demás; en segundo lugar, estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, y en tercer lugar, estar dispuestos a ir con Cristo, como corredentores, por el bien de los demás.

Corredentor, compañero y servidor son las características del corazón que está dispuesto a reconocer el don de Dios y del corazón que está dispuesto a ser don de Dios para nuestros hermanos. A nosotros, entonces, nos correspondería preguntarnos: ¿Soy yo también corredentor? ¿Tomo yo como mía la misión de la Iglesia, la misión de Cristo, que es salvar a los hombres? ¿Soy compañero de Cristo, es decir, lo tengo frecuentemente en mi corazón, bebo su cáliz, comparto con Él todo? ¿Su vida es mi vida, sus intereses los míos, sus inquietudes las mías? ¿Soy servidor de los demás? ¿Estoy dispuesto a ser de los que sirven, de los que ayudan, de los que colaboran, de los que cooperan, de los que se entregan, de los que dan sin esperar necesariamente una recompensa?

Así como el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos, ¿tenemos nosotros la conciencia de que éste debe ser el retrato de nuestra vida: corredentores, compañeros y servidores de Cristo? Esta conciencia, que nos convierte en don de Dios para los demás, es la que nos convierte en colaboradores, en ayuda y en camino de Dios para nuestros hermanos los hombres.

No soñemos pensando que simplemente porque los criterios del Evangelio más o menos se nos emparejen y estemos de acuerdo con ellos, ya por eso tenemos claro el don de Dios. Si no eres con Cristo corredentor, si no eres capaz de beber su cáliz y si no eres con Cristo servidor de tus hermanos, serás lo que seas, pero no me digas que has encontrado el don de Dios, porque te estás engañando.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 15 DE MARZO


Los cinco minutos de María
Marzo 15



Nada hay tan fecundo como la virginidad de María. Solemos presentar a la virginidad como algo estéril, como si la esterilidad fuera una característica de la virginidad. En cambio, en María, conciliamos la fecundidad maternal con el brillo de su límpida virginidad.

Tu vida ha de estar consagrada a Dios, al amor de Dios, en la plenitud de la entrega de una virginidad espiritual: de Dios, todo de Dios, sólo de Dios y para siempre de Dios.

Por eso tu entrega debe obligarte a gastarte por tus prójimos, desvivirte por ellos, sufrir por ellos, morir por ellos.
“Madre, ayúdanos a enseñar la verdad que ha anunciado tu Hijo y a extender el mandamiento del amor” (San Juan Pablo II)



* P. Alfonso Milagro

FELIZ MIÉRCOLES


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...