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domingo, 20 de octubre de 2019

CUÁNDO HACES ORACIÓN TE DISTRAES MUCHO? ESTO ES PARA TI


¿Cuándo haces oración te distraes mucho? 
Esto es para ti
La Iglesia nos comparte algunos consejos para poder combatir nuestras distracciones


Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org




En muchas ocasiones me ha pasado que cuando estoy haciendo oración me distraigo mucho, mi mente comienza a pensar en otras cosas y dejo de prestarle atención a lo que estoy haciendo en ese momento. Incluso, he pensado que es mejor no seguir y abandonar la oración. ¿Te ha pasado? ¿Qué debemos hacer? Vamos a ver.

Primero habrá que distinguir si nuestras distracciones son voluntarias o involuntarias. Las últimas llegan solas, nacen en nuestra mente en cualquier momento; ya sea cuando hacemos oración, al rezar el rosario o al participar de la Eucaristía. Éstas no se pueden evitar y experimentarlas no significa pecar. Por otro lado, las voluntarias, son aquellas a las que nosotros les abrimos las puertas, queremos experimentarlas y las buscamos. No llegan por sí solas y como tal sí nos apartan de Dios, por lo que llevan consigo una falta.

La Iglesia, a través del Catecismo en el número 2729, nos comparte algunos consejos para poder combatir nuestras distracciones:

1.-No las persigas: Dice textual: “Dedicarse a perseguir las distracciones es caer en sus redes”. Si nos proponemos analizar el porqué de su presencia y profundizamos más y más en su origen, sin darnos cuenta habremos caído en la trampa, pues nuestra mente terminará por centrarse totalmente en la distracción y no en Dios.

2.-Vuelve a tu oración: Si caímos presas de la distracción será suficiente con re direccionar nuestra mente y nuestro corazón a nuestra oración, a ese momento de encuentro con el Señor.

El artículo que citamos del Catecismo también dice: “La distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado”. Será bueno entonces preguntarnos, cuando hacemos oración, ¿la hacemos con el corazón y la mente puestos en el Señor o sólo tenemos la mente más no el corazón? Podemos caer en el error de que nuestra oración sea solamente repetir y repetir palabras como si fuera un monólogo aprendido. Debemos también reconocer que en muchas ocasiones damos más importancia a las cosas del mundo que a las de Dios.

Propongámonos fortalecer nuestro amor por Dios, que se encuentre libre de toda preocupación o pensamiento que pueda apartarnos del encuentro con Él. Antes de comenzar a orar, pidamos con humildad que nos ayude a centrarnos en su presencia con la mente y el corazón. Con nuestras propias palabras, las palabras del alma.

San Alfonso María de Ligorio escribe que “si tienes muchas distracciones durante la oración, puede ser que al diablo le moleste mucho esa oración”, y ya lo creo, pues la intención del enemigo es que nuestro encuentro con el Señor no se lleve a cabo, que por las distracciones y pendientes del mundo nos olvidemos de nutrir nuestra alma de Dios.

San Juan XXIII decía: “el peor rosario es el que no se reza”. Aunque las distracciones siempre lleguen a tu puerta y te hagan perder por un momento la concentración en tu oración, no decaigas, vuelve a comenzar tu diálogo y aprovéchalas. Si quizás te distraes por alguna situación de dolor o tristeza que estás viviendo, pídele con mayor intención al Señor, que te haga experimentar la paz que tu corazón necesita.


miércoles, 21 de marzo de 2018

REZA POR MI


Reza por mi
Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida


Por: Miguel Ángel Robles | Fuente: Religión en Libertad 




Rezar es una conversación con los que ya no están, el recuerdo de los que te antecedieron y la oración para seguir su ejemplo. Rezar es pedir por ellos. Y también pedirles a ellos por los que estamos aquí. Es el momento de más calma del día, y, en mi caso, el de primera hora de la mañana, poco más de las seis, y el agua de la ducha caliente cayendo despacio sobre los hombros. Rezar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Es pasar por la Iglesia de San Pedro, de camino al colegio, y rezarle al Cristo de Burgos un Padre Nuestro para que te ayude en los exámenes. Es el refugio del frío, y el silencio acogedor. Rezar es tener memoria.

Rezar es lo que va antes del trabajo o después del trabajo, y lo que nunca lo suplanta, porque ya lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es lo único que puedes hacer cuando ya no puedes hacer más, y es la forma de comprometerse de quien no tiene otro medio de hacerlo, como cuando rezamos por un enfermo que se va a operar y ya está todo en manos del cirujano (y de Dios). Rezar no hace milagros, o sí los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que reza y a aquel por quien se reza. Rezar nunca es inútil, porque siempre conforta.

Rezar es decir rezaré por ti y, también, reza por mí. Y es, por tanto, lo contrario a la vanidad. Rezar es la aceptación de tus limitaciones. Es aprender a resignarse cuando lo que pudo ser no ha sido. Es vivir sin rencor, aprender a olvidar, aceptar la derrota con dignidad y celebrar el triunfo con humildad. Rezar es resignación cuando procede, pero también arrebato y pundonor cuando toca. Es buscar las fuerzas si no se tienen y confiar en que las cosas van a ser como deberían ser. Rezar es optimismo, no dar nada por perdido, luchar y resistir, como en la canción, erguido frente a todo, y es mi padre antes de morir. Rezar es fragilidad y entereza.

Rezar es curar las heridas, restañar los arañazos, superar el daño que te han hecho. Pasar página y empezar de cero. Perdonar las ofensas y también pedir perdón. Y sobre todo tener gratitud. Rezar es dar las gracias por vivir y por lo que la vida te ha dado. Es despertarse con las ilusiones renovadas. Aferrarse desesperadamente a lo inmaterial. Acordarse de lo que de verdad importa, y relativizar todo lo demás. Es establecer las prioridades, poner en orden los papeles de tu mesa, buscar la trascendencia, pensar a lo grande.

Rezar es desconectar y apagar el móvil. Es introspección en la sociedad del exhibicionismo. Es relajarse y calmar los nervios. Y prepararse mentalmente para lo que ha de venir. No es solo buscar el coraje, sino también la inspiración, la idea, el enfoque, la luz, el claro en medio de la espesura. Rezar es razonar, aunque parezca lo más irracional que haya. Es la mente funcionando como cuando juegas un partido de tenis. Es planificar y anticipar las jugadas. Es abstracción en los tiempos de lo concreto y lo material. Es pausa en un mundo excitado. Es calma cuando todo es ansiedad. Y es aburrido en la dictadura de lo divertido.

Rezar es una forma extrema de independencia, una actividad casi contracultural, lo más punki que se puede hacer una tarde de domingo. Es la forma más radical de practicar mindfullness, tan pasada de moda que cualquier día se volverá extraordinariamente cool. Rezar podría computar como horas de trabajo para los empleados públicos, pero no sirve porque es una práctica “antisistema”, sin reconocimiento alguno del establishment. Tan políticamente incorrecta que la gente oculta que reza como esconde la tripa para la foto. Rezar es un placer oculto, que se reserva para la intimidad. Un acto privado, y casi a escondidas, que, cuando se hace acompañado, necesita cierta oscuridad y mucha, mucha, confianza.

Rezar es desnudarse y abrir tu alma a la persona con la que rezas. Y es una declaración de amor por la persona que tienes en tus rezos. Es derramar tu cariño sobre los que más quieres y sentir el cariño de los que rezan por ti. Rezar es tener a otros en tus oraciones y estar en las oraciones de otros, que es mucho más que estar solo en su memoria. Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida. Un privilegio inmenso. Es querer tanto a alguien como para rezar por él, y que alguien te quiera tanto como para rezar por ti. ¿Cabe mayor orgullo? ¿Existe mayor plenitud que la de saber que hay una madre, un hermano, un hijo o un amigo que quiere que Dios te proteja, y te dé salud, y te ilumine, y te ayude, y te acompañe, y esté siempre contigo?

Rezar es tener fe. Tener fe en la vida, en las personas, en tus amigos, en tus hijos, en tus padres, en Dios. Rezar es la maestría de niños y abuelos. Y es un súper poder que nos predispone al bien. Rezar es creer y ser practicante de un mundo mejor.

sábado, 23 de septiembre de 2017

LA ORACIÓN


LA ORACIÓN


♡ Un día, los hombres del pueblo decidieron orar para pedir que lloviera. El día de la oración, toda la gente se reunió, pero solo un niño llegó con paraguas. Eso es FE.
♡ Cuando levantas a un bebé en el aire y se ríe es porque sabe que lo atraparás de nuevo. Eso es CONFIANZA
♡ Cada noche nos vamos a dormir, sin la seguridad de que estaremos vivos a la mañana siguiente y, sin embargo, ponemos la alarma para levantarnos. Eso es ESPERANZA
♡ Hacemos grandes planes para mañana a pesar de que no conocemos el futuro en lo absoluto. Eso es SEGURIDAD
♡ Vemos el sufrimiento en el mundo y, a pesar de ello, nos casamos y tenemos hijos. Eso es AMOR
♡ Había un anciano con la siguiente leyenda escrita en su camiseta: “No tengo 70 años… Tengo 16 con 54 años de experiencia”. Eso es ACTITUD
¡Vive tu vida así, con Fe, Confianza, Esperanza, Seguridad, Amor y Actitud!!!

jueves, 25 de mayo de 2017

LOS TELÉFONO DE EMERGENCIA


Los teléfonos de emergencia



1)  Para saber
En el primer domingo de Cuaresma, el Papa Francisco explicó cómo Jesús vence al demonio al ser tentado en el desierto y aseguró que el cristiano también debe luchar cada día contra el mal. El Papa nos recomienda un arma eficaz para vencer esas tentaciones: tener una “familiaridad” con la Biblia.

Francisco explicó que “como cristianos somos invitados a seguir los pasos de Jesús y afrontar el combate espiritual contra el Maligno con la fuerza de la Palabra de Dios, que es siempre actual y eficaz”.

Dijo el Papa: “Alguno ha dicho, '¿qué pasaría si tratásemos la Biblia como a nuestro teléfono celular?'. Si la llevásemos siempre con nosotros; si volviésemos por ella cuando la olvidáramos; si la abriésemos varias veces al día; si leyésemos los mensajes de Dios contenidos en la Biblia como leemos los mensajes del celular”. Así como regalamos un celular, podríamos dar una Biblia para su seguridad y estar mejor comunicados con el Señor.
Pero para tener esa familiaridad con la Biblia, tanta como con el celular, se precisa leerla a menudo, meditarla, asimilarla.


2) Para pensar
Al ser la Biblia Palabra de Dios, contiene una gran sabiduría y nos proporciona luces para las diferentes situaciones. Alguien seleccionó algunos textos que nos ayudan en situaciones difíciles. A continuación los…TELÉFONOS DE EMERGENCIA:

* Cuando estés triste, marca Juan 14.
* Cuando las personas hablen de ti, marca Salmo 27.
* Cuando estés preocupado, marca Mateo 6:19-34.
* Cuando estés en peligro, marca Salmo 91.
* Cuando Dios parece estar lejos, marca Salmo 63.
* Cuando quieras arrepentirte, marca Salmo 51.
* Cuando estés solitario y con miedo, marca Salmo 23.
* Cuando estés duro y crítico, marca 1 Corintios 13.
* Para saber el secreto de la felicidad, Colosenses 3:12-17.
* Cuando te sientas triste y solo, marca Romanos 8:31-39.
* Cuando desees paz y descanso, marca Mateo 11:25-30.
* Si el mundo parece más grande que Dios, marca Salmo 90.

Aunque no son los únicos “números telefónicos”, sería bueno tener a la mano esta lista, para algún momento difícil o para proporcionarlo a quien lo requiera. Con varias ventajas: Nos podemos conectar con la Biblia en cualquier lugar; nunca se queda sin señal; no precisamos preocuparnos por la falta de crédito porque Jesús ya pagó la cuenta, y los créditos no tienen fin. Y lo mejor de todo: no se corta la comunicación y la carga de batería espera toda la vida.

3) Para vivir
Aunque solo es una comparación entre el uso de la Biblia y del celular, puede hacernos reflexionar, pues si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo nos podría hacer desviar del camino del bien; sabríamos vencer las cotidianas sugestiones del mal; seríamos más capaces de vivir una vida resucitada según el Espíritu, acogiendo y amando a nuestros hermanos, especialmente a aquellos más débiles y necesitados, también a nuestros enemigos.
Un buen comienzo para leer la Biblia es empezar por los Santos Evangelios, y entre ellos, por el de San Lucas.


Pbro. José Martínez Colín

lunes, 3 de abril de 2017

CÓMO ORAR EN MOMENTOS DE DEPRESIÓN?

¿Cómo orar en momentos de depresión?
¡Oren constantemente! También cuando estamos en desánimo y depresión podemos orar


Por: Padre Pedro Barrajón, L.C. | Fuente: La-Oracion.com 



La depresión es una enfermedad o una situación anímica negativa de la que se habla cada vez más. El ritmo moderno de la vida conlleva exceso en el esfuerzo que luego se puede traducir en un bajón generalizado de nuestra tonalidad anímica. ¿Cómo orar entonces en momentos de depresión, de desánimo, de desesperanzas? ¿Hay algún secreto para orar en estas circunstancias?
Una simplemente una vida competitiva y llena de exigencias múltiples en muchos sentidos hacen difícil la concentración para la oración, crean nuevas ansias y temores, conducen a altibajos emotivos y afectivos que causan si no una verdadera depresión, sí estados anímicos negativos en los que se nos hace difícil y pesada la vida.
Las personas se pueden preguntar si en estos momentos de depresión se puede rezar o el normal esfuerzo que requiere la oración es demasiado elevado para quien parece no tener fuerzas ni siquiera para llevar una vida normal.
San Pablo en la conclusión de la primera carta a los Tesalonicenses, una de las primeras comunidades cristianas europeas, exhorta a estos discípulos de Cristo en esa ciudad griega: "Oren constantemente". (1 Tes 5, 17) Aquí San Pablo pide algo que parecería casi imposible.
Hay que entender esta exhortación como: oren siempre, en toda ocasión, en toda circunstancia. Por lo tanto, también cuando el estado interior está en desánimo, oprimido por un pena o en depresión anímica. Por lo tanto está claro que también hay que orar en momentos de depresión,


¿Cómo orar ante circunstancias de desánimos?

En cada momento de la vida, nuestra oración debe acoplarse a la realidad interior o exterior que tenemos que vivir.
Se puede orar en la alegría o en la tristeza, se puede orar cuando todo marcha viento en popa o cuando todo parece ir contra lo que habíamos planeado, cuando nos sentimos queridos por los demás o abandonados por todos.
También podemos rezar cuando nuestro estado anímico es positivo o, por el contrario, cuando se ve afligido por lo que hoy se llama depresión.

¿Qué podemos orar cuando estamos en un estado negativo?

En primer lugar se puede orar pidiendo al Señor que, si es su voluntad, nos haga salir de ese estado que nos oprime. Se puede pedir que nos ayude a soportar esa prueba que no se había buscado, ni sospechado y que sin embargo hace tan duro y lento el caminar por la vida.
Quizás en estas circunstancias puede nacer espontánea del alma alguna oración parecida a la de Job que en forma dramática maldice el día de su nacimiento (Job 3, 3-4) aunque luego, esclarecido por la revelación divina reconoce: "yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos" (Job 42, 5)
Cristo oró en la cruz, invocando al Padre para que escuchara su oración y acogiera su espíritu (Lc 23, 46) Los evangelistas nos han dejado también una invocación de Jesús en la cruz que parece desgarradora: "!Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mt 26, 46) que probablemente es la recitación de un salmo (Salmo 22) que concluye luego lleno de esperanza.

Cómo orar ante la depresión

En la depresión como en cualquier circunstancia de la vida humana, podemos y debemos orar, no del mismo modo como oramos normalmente. No será una oración discursiva o racional, pero no menos intensa y verdadera.
La oración interpreta los deseos de nuestro espíritu. Y nuestro espíritu siempre busca el amor.
También en la depresión podemos amar y por ello podemos orar, podemos implorar el amor y ofrecer el sufrimiento de nuestro ser como parte de nuestra ofrenda de amor al Señor.
Cada uno encontrará las fórmulas o los métodos que más le ayuden a orar, pero no caigamos en la tentación de dejar la oración cuando más la necesitamos para nutrir nuestro espíritu de las fuerzas que le faltan a la parte emotiva y afectiva de nuestro ser.
Artículo originalmente publicado en La-Oracion.com

lunes, 27 de febrero de 2017

CÓMO PUEDO ESCUCHAR QUE DIOS ME HABLA EN LA ORACIÓN?


¿Cómo puedo escuchar que Dios me habla en la oración? 
Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía


Por: P. John Bartunek, L.C. | Fuente: www.la-oracion.com 




La frase «conversación con Dios» describe muy bien la oración cristiana. Cristo ha revelado que Dios es una persona real y que está interesado –apasionadamente interesado- en nuestras vidas, nuestra amistad, nuestra cercanía. Para los cristianos, entonces, la oración, como lo explicó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Yonkers, Nueva York en el 2007, es una expresión de nuestra «relación personal con Dios». Y esa relación, continuó diciendo el Santo Padre, «es lo que más importa».

Parámetros de la fe
Cuando oramos, Dios nos habla. Antes que nada, necesitamos recordar que nuestra relación con Dios se basa en la fe. Esta virtud nos da acceso a un conocimiento que va mas allá de lo que podemos percibir con nuestros sentidos. Por la fe, por ejemplo, sabemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, a pesar de que nuestros sentidos sólo perciban las especies del pan y del vino. Cada vez que un cristiano ora, la oración tiene lugar dentro de este ámbito de la fe.

Cuando me dirijo a Dios en la oración vocal, sé que me está escuchando, aunque no sienta su presencia con mis sentidos o mis emociones. Cuando lo alabo, le pregunto cosas, lo adoro, le doy gracias, le pido perdón...en todas estas expresiones de oración, por la fe (no necesariamente por mis sentidos o mis sentimientos) sé que Dios está escuchando, se interesa y se preocupa. Si tratamos de entender la oración cristiana fuera de esta atmósfera de fe, no vamos a llegar a ninguna parte.

Teniendo esto en mente, echemos un vistazo a las tres formas en que Dios nos habla en la oración.

El don del consuelo.
En primer lugar, Dios puede hablarnos cuando nos otorga lo que los escritores espirituales llaman consuelo. A través de él, toca el alma y le permite ser consolada y fortalecida con la sensación de percibir su amor, su presencia, su bondad, su poder y su belleza.


Este consuelo puede fluir directamente del significado de las palabras de una oración vocal. Por ejemplo, cuando rezo la famosa oración del beato Cardenal Newman «Guíame, luz amable», Dios puede aumentar mi esperanza y mi confianza, simplemente porque el significado de las palabras, nutren y revitalizan mi conciencia del poder y la bondad de Dios.

El consuelo también puede fluir desde la reflexión y la meditación en la que nos involucramos cuando hacemos oración mental. Al leer y reflexionar lentamente, la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, puedo sentir que mi alma se conforta con la imagen del padre abrazando al hermano menor arrepentido. Esa imagen del amor de Dios viene a mi mente y me da una renovada conciencia de la misericordia y la bondad de Dios. ¡Dios es tan misericordioso!, me digo a mí mismo y siento la calidez de su misericordia en mi corazón. Esa imagen y esas ideas son mías en tanto surgen en mi mente, pero son de Dios en la medida que surgieron en respuesta a mi reflexión de la revelación de Dios, dentro de una atmósfera de fe.

O, en otra ocasión, puedo meditar el mismo pasaje bíblico y ser trasladado a una profunda experiencia de dolor por mis propios pecados: en la rebelión ingrata del hijo pródigo, veo una imagen de mis propios pecados y rebeliones y siento repulsión por esto. Una vez más, la idea de la fealdad del pecado, y el dolor por mis pecados personales son mis propias ideas y sentimientos, pero son una respuesta a la acción de Dios en mi mente en la medida en que Él va guiando mi ojo mental para que perciba ciertos aspectos de su verdad mientras lo escucho hablar a través de su Palabra revelada en la Biblia.

En cualquiera de estos casos, mi alma vuelve a ser tocada y por tanto nutrida y consolada por la verdad de quién es Dios para mí y quién soy yo para Él –es verdad que Dios le habla a mi alma. Pero la distinción entre el hablar de Dios y mis propias ideas no es tan clara como a veces nos gustaría que fuera. Él realmente habla a través de las ideas que me llegan a medida que, en la oración, yo vuelco mi atención hacia Él; habla dentro de mí a través de las palabras que surgen en mi corazón cuando contemplo su Palabra.

Nutriendo los dones del Espíritu Santo.

En segundo lugar, Dios puede respondernos en la oración incrementando los dones del Espíritu Santo en nuestra alma: sabiduría, ciencia, entendimiento, piedad, temor de Dios, fortaleza y consejo. Cada uno de estos dones nutre nuestros músculos espirituales, por así decirlo, y juntos, desarrollan nuestras facultades espirituales haciendo más fácil descubrir, apreciar y querer la voluntad de Dios en nuestra vida, y llevarla a cabo. En pocas palabras, los dones mejoran nuestra capacidad para creer, esperar y amar a Dios y a nuestro prójimo. Entonces, cuando estoy dirigiéndome a Dios en la oración vocal o tratando de conocerlo más profundamente a través de la oración mental, o adorándolo a través de la oración litúrgica, la gracia de Dios toca mi alma, nutriéndola mediante el aumento de la potencia de estos dones del Espíritu Santo.

Dado que estos dones son espirituales y no materiales, y que la gracia de Dios es espiritual, no siempre sentiré que Dios me nutre. Puedo pasar 15 minutos leyendo y reflexionando sobre la parábola del Buen Pastor sin tener ideas o sentimientos consoladores; mi oración se siente seca. Pero eso no quiere decir que la gracia de Dios no esté nutriendo mi alma y que no se estén fortaleciendo dentro de mí los dones del Espíritu Santo.

Cuando tomo vitaminas (o me alimento con brócoli) no siento que mis músculos estén creciendo, pero sé que esas vitaminas están permitiendo el crecimiento. De igual manera, cuando rezamos, sabemos que estamos entrando en contacto con la gracia de Dios, con un Dios que nos ama y nos está haciendo santos. Cuando no experimento el consuelo, puedo estar seguro que, como quiera, Dios está trabajando en mi alma, fortaleciéndola con sus dones por medio de las vitaminas espirituales que mi alma toma cada vez que, lleno de fe, entro en contacto con Él. Pero esto lo sé sólo por la fe porque Dios, al nutrirnos espiritualmente, no siempre envía consuelos sensibles. Es por esto que el crecimiento espiritual depende de manera tan significativa de nuestra perseverancia en la oración, independientemente de si sentimos o no los consuelos.

Inspiraciones directas.

En tercer lugar, Dios puede hablar a nuestra alma a través de palabras, ideas o inspiraciones que reconocemos claramente como venidas de Él. Personalmente, tengo un vívido recuerdo de la primera vez que el pensamiento del sacerdocio me vino a la mente. Ni siquiera era católico y nadie me había dicho que debería ser sacerdote. Y, sin embargo, a raíz de una poderosa experiencia espiritual, el pensamiento simplemente apareció en mi mente, completamente formado con claridad convincente. Yo sabía, sin lugar a duda, que la idea había venido directamente de Dios y que Él me hablaba dándome una inspiración.

La mayoría de nosotros, aunque sean pocas veces, hemos tenido algunas experiencias como ésta, cuando sabíamos que Dios nos estaba diciendo algo específico, aun cuando sólo escucháramos las palabras en nuestro corazón y no con nuestros oídos físicos. Dios puede hablarnos de esta manera incluso cuando no estemos en oración, pero una vida de oración madura hará nuestras almas más sensibles a estas inspiraciones directas y creará más espacio para que, si así lo desea, Dios nos hable directamente más seguido.

Jesús nos aseguró que cualquier esfuerzo que hagamos por orar traerá la gracia a nuestras almas, ya sea que lo sintamos o no: « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá .» (Mateo 7, 7-8). Pero al mismo tiempo, tenemos siempre que recordar que debemos vivir toda nuestra vida, incluyendo nuestra vida de oración, a la luz de nuestra fe, y no sólo de acuerdo con lo que percibimos o sentimos. Tal como san Pablo dijo de manera tan poderosa: «Caminamos en la fe, no en la visión...» 
(2 Corintios 5,7).

Cortesía de nuestro saliados y amigos: La Oración

domingo, 4 de diciembre de 2016

CLIMA DE ORACIÓN Y ALEGRÍA


Clima de oración y alegría


La mañana del 5 de abril de 1846, estando los jóvenes en el prado, Don Bosco, después de confesar a una buena parte, los reunió y les anunció que iban a ir a misa al convento de Ntra. Sra. del Campo, casi a dos kilómetros, camino de Lanzo.

Les dijo: “Vamos como peregrinos a honrar a María para que esta piadosa Madre nos obtenga la gracia de encontrar pronto otro lugar para nuestro Oratorio”. La propuesta fue recibida con alegría. Todos se pusieron enseguida en orden. Dado que la excursión tenía carácter de devoción y no de esparcimiento, mantuvieron una actitud más edificante que nunca y así, a lo largo del camino, fueron rezando el rosario, cantando las letanías y otras canciones piadosas.

Al llegar al sendero flanqueado de árboles que lleva de la carretera al convento, con gran maravilla de todos, empezaron a sonar a vuelo las campanas de la iglesia. He dicho con maravilla de todos; porque, aunque habían ido allí otras veces, nunca se había celebrado su llegada al son de los bronces sagrados. La demostración fue tenida por tan extraña y fuera de costumbre que se corrió la voz de que las campanas se habían puesto a tocar por sí mismas. Lo cierto es que el padre Fulgencio, prior del convento, aseguró que ni él ni ninguno de la Comunidad había dado orden de que se tocaran las campanas en tal ocasión y que, por cuanto hizo para saber quién las había tocado, no le fue posible descubrirlo.


* Enviado por el P. Natalio 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

CÓMO ORAR CUANDO SIENTES MIEDO?


¿Cómo orar cuando sientes miedo?
Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él.


Por: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com 




Todos queremos seguridad y buscamos seguridades. Nos da miedo cuando no hay seguridad, cuando perdemos nuestras seguridades o cuando se ven amenazadas o reducidas.

Te da seguridad un buen empleo, la aceptación de los demás, las cosas que posees, los amigos que te respaldan, un entorno conocido, tus habilidades, tu formación profesional, tus títulos, el dinero, recibir reconocimientos y dignidades, ser consultado, recibir atenciones, tu hogar, una buena salud, etc.

Cuando se ponen en riesgo nuestras seguridades nos entra miedo. Se derrumban o disminuyen nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos. Cuando esto sucede nos encontramos en la posición del pobre, del que nunca ha tenido nada o del que lo ha perdido todo y depende totalmente de la gratuidad del amor de Dios.

Es humano tener miedo. No nos extraña que hasta los Papas sientan miedo cuando son elegidos. Tengo a la mano una oración del Cardenal Eduardo Pironio, argentino, en que se presenta ante Dios con mucho miedo. Tuve la gracia de tratar mucho con él y hablaba con frecuencia de la confianza, de la virtud de la esperanza; tal vez por el miedo que sentía. Extraigo partes de una de sus oraciones:

Señor,
Hoy necesito hablar contigo con sencillez de pobre, con corazón quebrantado pero enteramente fiel.

Sufro, Señor, porque tengo miedo,
mucho miedo, más que nunca.
Yo no sé por qué, o mejor, sí se por qué:
porque Tú, Señor, adorablemente lo quieres.
Y yo lo acepto.
Pero también escucho tu voz de amigo:
"No tengas miedo, no se turbe tu corazón.
Soy yo. Yo estaré contigo hasta el final."
Repítemelo siempre Señor,
y en los momentos más difíciles,
suscita a mi alrededor almas muy simples
que me lo digan en tu nombre.

Tengo miedo, Señor, mucho miedo.
Miedo de no comprender a mis hermanos
y decirles las palabras que necesitan.
Miedo de no saber dialogar,
de no saber elegir bien a mis colaboradores,
de no saber organizar la diócesis,
de no saber planear,
de dejarme presionar por un grupo o por el otro,
de no ser suficientemente firme
como corresponde a un Buen Pastor,
de no saber corregir a tiempo,
de no saber sufrir en silencio,
de preocuparme excesivamente por las cosas al modo humano,
y entonces, estoy seguro de que me irá mal.
Por eso, Señor, te pido que me ayudes.

Me hace bien sentirme pobre,
muy pobre, muy inútil y pecador.
Ahora siento profundamente mis pecados.
He pecado mucho en mi vida
y tú me sigues buscando y amando.
Pero te repito, sigo teniendo miedo, mucho miedo.
No lo tendría si fuera más humilde.
Yo creo que me asusta la posibilidad del fracaso.
Temo fracasar, sobre todo, después de que me esperaron tanto.
Pero no pienso que Tú también fracasaste,
que no todos aceptaron tu enseñanza.
Hubo muchos que te dejaron porque "les resultaba dura" y absurda tu doctrina.

Nunca te fue bien, Señor:
te criticaron siempre y quisieron despeñarte.
Si no te mataron antes fue por miedo al pueblo que te seguía.
Pero te rechazaron los sacerdotes; te traicionó Judas; te negó Pedro;
te abandonaron todos tus discípulos
¿y no sufrías entonces?
Y yo, ¿quiero ser más que el Maestro y tener más fortuna que mi Señor?
Jesús, enséñame a decir que sí y a no dejarme aplastar por el miedo.

El Cardenal Pironio sabía ver en el sufrimiento la mano providente de Dios Padre. En su testamento espiritual escribe: Que nadie se sienta culpable de haberme hecho sufrir, porque han sido instrumento providencial de un Padre que me amó mucho.

Lo que más aprendo de esta oración es la humildad y la confianza con que se dirige a Dios. Cuando un hijo se dirige a su padre con humildad y absoluta confianza, lo obtiene todo de él. El padre es protector y proveedor. Si el hijo expone a su padre su debilidad, su miseria, sus faltas, su condición vulnerable, y se dirige a él pidiendo ayuda con absoluta confianza, un buen padre siempre responde.

Cuando sentimos miedo al perder nuestras seguridades o al no tener seguridad alguna, podemos tener la certeza de que si lo aceptamos con humildad y acudimos con confianza a Dios Padre, el amor de Dios vendrá en nuestro auxilio. La confianza filial lo obtiene todo de Dios.

Cuando sentimos miedo también podemos orar con la ayuda del Salmo 23: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan y del Salmo 30 En ti, Señor, me cobijo, nunca quede defraudado. Sé mi roca de refugio, alcázar donde me salve; pues tú eres mi peña y mi alcázar.

Cuando sentimos miedo, la roca firme del amor misericordioso de Dios es nuestra seguridad.

lunes, 17 de octubre de 2016

SEAMOS PERSEVERANTES EN LA ORACIÓN


Seamos perseverantes en la oración



Un periodista describe la colección de recuerdos que tiene en su desván.  Son de las guerras que ha reportado por más de treinta y cinco años.  Una caja tiene los apuntes de su visita a un campamento de refugiados en el África.  Allá quedaron algunos tutsis después del genocidio intentado en Ruando.  Otra caja es de fotos y apuntes de Irlanda Norte.  Allí el ejército inglés reprimió brutalmente la lucha, también a veces violenta, de los católicos para sus derechos civiles.  En otro recipiente hay un dibujo hecho por una niña de Camboya.  Muestra un guillotine portátil usado por los jemeres rojos para ejecutar a los niños por huir de los campamentos de labor.  En otra caja se encuentra la cinta de una entrevista con un sobreviviente del bombardeo de Hiroshima.  Dice el sobreviviente que estaba en escuela al momento de la explosión.  Cuando miró arriba por un hoyo en el techo, vio nubes con fuegos en el medio.

Las atrocidades de guerra no cesan.  Ni paran las lágrimas de la gente victimizada.  Hoy en día una guerra civil en Siria ha creado más de diez millones de refugiados.  En Colombia hace días el pueblo votó no terminar la guerra con los revolucionarios que ha durado por más de cincuenta años.  Hay también las guerras entre los carteles en México y las pandillas en Chicago que matan a inocentes.

Enfrentados por este tipo de barbaridad levantamos nuestras voces a Dios.  Rezamos: “Por favor, Señor, pon fin al derramamiento de sangre”.  Como si no nos escuchara, seguimos con la súplica: “¿Cuándo vas a actuar, Señor?”  No estamos pidiendo por nuestras tropas como Moisés en la primera lectura.  Queremos un alto en todas las hostilidades.  Anhelamos escuchar de los niños del mundo creciendo en la paz, de sus madres liberadas de la preocupación inexorable, y de sus hermanos mayores desistiendo creer que la guerra traiga la prosperidad.  Sin embargo, parece que no vayamos a realizar nuestra petición.  Siempre en una parte del mundo u otra, si no en todas, ha existido la lucha violenta.

Del evangelio hoy sacamos un hilo de la esperanza.  La parábola del juez corrupto nos enseña que sí Dios oye nuestras oraciones y actuará.  Sin embargo, tenemos que seguir rezando por días si no por meses, años, o aun corporalmente milenios.  Un predicador negro, ciertamente veterano de la campaña larga para los derechos civiles en los Estados Unidos, una vez resumió bien la lección aquí.  Dijo: “Hasta que hayas estado delante de una puerta cerrada tocando por años con tus nudillos sangrando, no sabrás lo que es la oración”.

La oración forma una parte imprescindible de nuestra campaña para la paz.  Pues, Dios es el autor de la paz con Jesucristo sirviendo como el camino para alcanzarla.  También vivimos la paz por sacar de nuestras entrañas todo aspecto de rencor y venganza.  Un corazón puro no quiere hacer la violencia.  Finalmente, instruimos a nuestros hijos en los modos de la paz.  La segunda lectura hoy exhorta a Timoteo que se aproveche de las Escrituras para “educar en la virtud”.  Ciertamente es virtuoso sembrar semillas de buena voluntad.

Dijo el papa San Juan Pablo II que la paz es como una catedral.  Hay que construirla lentamente, pieza por pieza, hasta que se haga una construcción digna de Dios.  Aún más es como una catedral porque envuelve la oración.  Sin la oración la catedral se hace primero un museo y después un parque de recreo.  Sin la oración la paz disuelve en el rencor, el rencor en la hostilidad, la hostilidad en la guerra.  Por eso, oremos para que se entrañe el mundo con la paz.


* P. Carmelo Mele O.P.

miércoles, 12 de octubre de 2016

LA SOLUCIÓN ES LA ORACIÓN


La solución es la oración



La solución para todos nuestros problemas y necesidades es la oración, porque quien reza pone en movimiento al mismo Dios, a la Virgen, a innumerables Ángeles y Santos, y también a las Almas del Purgatorio, todos los cuales intervienen a su debido tiempo para arreglar nuestras cosas de la mejor manera.

No perdamos más tiempo engañados por el diablo, que nos distrae de la oración con vanos pretextos, incluso aparentemente justos, porque nuestra vida y la vida de muchas personas dependen de nuestra oración confiada.

La misma Santísima Virgen ha dicho en uno de sus mensajes que la oración es más poderosa que las reacciones atómicas en cadena, porque una oración elevada al Cielo moviliza todos los reinos, espiritual, corporal, mental, etc., de modo que sólo en el Cielo entenderemos la grandiosidad de lo que obramos con nuestra oración perseverante.

Si nos ponemos a pensar un poco en nuestra vida, y en que quizás de un tiempo a esta parte se nos ha complicado nuestra existencia y quizás también la vida y existencia de aquellos que amamos, nos daremos cuenta de que probablemente hemos aflojado en la oración. O la hemos dejado para la última hora del día, y el último lugar en nuestra vida. Sí. Hemos dejado de lado la oración, o al menos no le hemos dado el puesto que se merece: el primero.

Estamos tan acostumbrados a creer que todo se hace con las solas fuerzas humanas y de la ciencia, que fuimos conducidos por el Maligno a creer que la oración es una pérdida de tiempo, y que hay que hacer, hacer y hacer.

Sin embargo nosotros debemos responderle al diablo con lo siguiente: Hay que rezar, rezar y rezar. Los santos convertían muchas almas porque el centro de su jornada era la oración, y empleaban el mayor tiempo en rezar. ¡Qué diferentes de nosotros, que dedicamos tan poco a la oración, quizás porque hemos sido un poco engañados por el Mal, o también porque nadie nos abrió los ojos y no hemos caído en la cuenta de que la oración es lo principal en la vida cristiana!

Con la oración se consiguen toda clase de bienes, se evitan toda clase de males, y nadie que rece con perseverancia se verá vencido por la desgracia y el mal. Es promesa de la Virgen para quien reza todos los días el Rosario. Y también se puede extender esta promesa a toda oración hecha con el corazón y con amor.

Estamos a tiempo todavía. Dios nos está llamando a que retomemos la saludable costumbre de rezar mucho, como quizás lo hacíamos antes, para colmarnos de gracias y dones maravillosos y encauzar toda nuestra vida, y las vidas de quienes amamos, por el camino del bien.

Y para terminar viene muy bien citar la frase magistral de San Padre Pío de Pietrelcina: “Reza, ten fe y no te preocupes”.

¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebida!


   * Sitio Santísima Virgen

lunes, 10 de octubre de 2016

ORAR DESDE LA ADVERSIDAD


Orar desde la adversidad
Cristo Sufrió y asumió el sufrimiento como instrumento de salvación ¿Podremos seguir su ejemplo?


Por: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: eusebiogomeznavarro.org 




Un rayó cayó en un frutal y rompió la mayor parte de las ramas. Sin embargo, una de ellas quedaba sujeta al tronco por unas pocas fibras y por la corteza, gracias a lo cual daba todavía frutos. 

La adversidad, el sufrimiento, forma parte de nuestra existencia. Una infinita gama de dolor, de sufrimiento acosan al ser humano. El mal, el sufrimiento, no entraba en los planes de Dios, el pecado nos lo trajo y desde entonces se pasea entre nosotros. Para el cristiano la enfermedad, el dolor, tiene que ser una escuela de santificación, “signo de predilección divina”, oportunidad de crecimiento.

“¿Puede engendrar felicidad la adversidad?”, pregunta José Luis Martín Descalzo. Él mismo da esta respuesta: “Puede engendrar, al menos, muchas cosas: Hondura de alma, plenitud de condición humana, nuevos caminos para descubrir más luz, para acercarnos a Dios. Por eso no hay que tenerle miedo al dolor. Lo mismo que no le tenemos miedo a la noche. Sabemos que el sol sigue saliendo aunque no lo veamos. Sabemos que volverá. Dios no desaparece cuando sufrimos. Esta ahí, de otro modo, como está el sol, cuando se ha ido de nuestros ojos”.

Cristo sintió el amargor del cáliz y el abandono del Padre. Sufrió y asumió el sufrimiento como instrumento de salvación. El vino para salvar siempre. “Decidle a Juan lo que habéis visto y oído; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Lc 7, 22). Según el Evangelio, Cristo recorría toda Galilea enseñando y curando toda enfermedad y dolencia…Y se extendía su fama. y le traían a todos los que padecían algún mal: a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los curaba (Mt 40, 23-25).

Cristo se acerca al que sufre y con él usa gestos de amor: palabras, silencios... A él le oye, le ve, le toca, le toma de la mano y camina con él (Jn 9, 1). Como siente compasión por el que sufre, a todos sana. Cristo sigue acercándose a cada uno de los que sufren. Será bueno tener fe en él y poner los ojos en él, no estar sin su presencia y amistad.



El Dios que se nos revela en Jesús es un Dios que comparte con el ser humano su situación, la de caminante y peregrino, la de un ser débil como el barro. Sentirse débil, cansado, perdido y rezar a Dios, es disipar dudas, temores, reponer fuerzas para seguir en el camino. 

En los momentos de dificultad, hay que doblar la rodilla y levantar el corazón y la mirada al cielo. Louis Veuillot, tras la muerte de su mujer y de sus tres hijos, pasaba mucho tiempo orando. A un amigo que le miraba, le dijo: “No estoy derribado en tierra; estoy sencillamente de rodillas”.

Ramón Font cuenta cómo a una joven le ayudó la oración durante 9 horas que estuvo encaramada en un árbol en medio del río Segre. Aquella mucha rezaba continuamente. “Me impresionó comprobar que en momentos difíciles, aquél en concreto para la chica, lo único que la sostenía y daba fuerzas era ese Dios que está al lado de quienes sufren, de quienes le reclaman y de quienes le quieren”.

Leonard Cohen, escritor, compositor y cantante, nacido en Montreal, Canadá, que ha actuado en casi todos los países del mundo, afirma: “Si me siento flácido, hago ejercicio. Si me siento perezoso mentalmente, procuro meditar. Si me siento perdido, rezo”.

“A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia” (Sal 141, 2).

El itinerario de la oración pasa por noches que son pruebas de angustia y desesperación. “Cuando nos veamos cubiertos de tinieblas, sobre todo si no somos nosotros la causa, no temblemos. Considera que estas tinieblas que te cubren te las ha enviado la providencia de Dios, por razones que solo él conoce, pues nuestra alma, a veces se ahoga y es engullida por las olas. Entonces, aunque nos dediquemos a la lectura de las Escrituras o a la oración, hagamos lo que hagamos nos encerramos cada vez más en las tinieblas (…). Son unos momentos llenos de desesperación y temor, porque la esperanza en Dios y el consuelo de la fe han abandonado totalmente al alma, que está llena de dudas y angustia.

Aquellos a quienes la confusión ha puesto a prueba, en un momento determinado, sabrán que al final se producirá un cambio. Dios no nos abandona jamás en ese estado, pues eso destruiría la esperanza (…) sino que la permite salir rápidamente de esta situación.

Bienaventurado el que soporte estas tentaciones... Después de la gracia viene la prueba. Hay un tiempo para la prueba. Y hay también un tiempo para el consuelo” (Isaac El Sirio)

El sufrimiento purifica. Ante cualquier tragedia o cruz, sobran todas las explicaciones. Sólo la fe, el silencio y el misterio tienen la respuesta acertada. Cuando el dolor aprieta, cuando las calamidades públicas azotan sin compasión, en momentos de dificultad la gente eleva los ojos a Dios. Así rezan estos versos:

“En un pueblo de la costa, cuando el mar da poca pesca, a la iglesia van los hombres. Cuando mucha, a la taberna”.

El Maestro invita a ser sus discípulos, a seguirle, a cargar con la cruz, a dar la vida por los demás. En la historia ha habido testimonios elocuentes de entrega como el P. Damián, Madre Teresa, Maximiliano Kolbe... Muchos otros, sin ser tan famosos, donan órganos para que otros puedan aprovecharse de ellos.

Es bueno pedir, sin dudar. El Pastor de Hermas, decía: “Pídele sin titubear y conocerás que su gran misericordia no te abandona, sino que dará cumplimiento a la petición de tu alma”.

Es bien conocida la oración: “Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Valor para cambiar aquellas cosas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia”.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

POR QUÉ ORAR?


¿Por qué orar?
Si tuviera que desearte el don más bello, y pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración.



Sólo del encuentro diario con Dios, el creyente puede hallar la fuerza para vivir y aprender a amar a los demás.

"Si tuviera que desearte el don más bello, si quisiera pedirlo para ti a Dios, no dudaría en pedirle el don de la oración."

Orando se vive. Orando se ama. Orando se alaba.

Como la planta que no hace brotar su fruto si no es alcanzada por los rayos del sol, así el corazón humano no se entreabre a la vida verdadera y plena si no es tocado por el amor.

Y es que, quien ora vive, en el tiempo y en la eternidad.

Me preguntas: ¿por qué orar? Te respondo: para vivir. De aquí nace la exigencia de indicar el camino para una oración hecha de cotidianeidad: fija tú mismo un tiempo para dar cada día al Señor, de intimidad: recógete en silencio, lleva a Dios tu corazón y de confidencia: no tengas miedo de decirle todo.

Así, cuando vayas a orar con el corazón en alboroto, si perseveras, te darás cuenta de que después de haber orado largamente tus interrogantes se habrán disuelto como nieve al sol.

Un efecto que muchos buscan por otras vías, a menudo bajo la insignia de la ausencia de obstáculos y empeño. La paz que nace de la oración, en cambio, es distinta: «Que sepas, que no faltarán las dificultades. Llegará la hora de la “noche oscura”, en la que todo te parecerá árido y hasta absurdo en las cosas de Dios: no temas. Es esa hora en la que para luchar está Dios mismo contigo».

Pero los momentos oscuros no negarán los frutos de una oración vivida en el corazón: «Un don particular que la fidelidad en la oración te dará es el amor a los demás», y es que «la oración es la escuela del amor».




Por: Monseñor Bruno Forte arzobispo de Chieti-Vasto 
Fuente: Comisión Teológica Internacional 

miércoles, 14 de septiembre de 2016

HAY ORACIONES NO ESCUCHADAS?



¿Hay oraciones no escuchadas?
¿Es posible que Jesús nos haya enseñado que si pedimos, conseguiremos, pero luego vemos que las cosas suceden de una manera muy distinta?


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Hemos rezado, hemos suplicado, hemos invocado la ayuda de Dios. Por un familiar, por un amigo, por la Iglesia, por el párroco, por los agonizantes, por la patria, por los enemigos, por los pobres, por el mundo entero.

También hemos pedido por las propias necesidades: para vencer un pecado que nos debilita, para limpiar el corazón de rencores profundos, para conseguir un empleo, para descubrir cuál sea la Voluntad de Dios en nuestra vida.

Escuchamos o leemos casos muy hermosos de oraciones acogidas por Dios. Un enfermo que se cura desde las súplicas de familiares y de amigos. Un pecador que se convierte antes de morir gracias a las oraciones de santa Teresa del Niño Jesús y de otras almas buenas. Una victoria "política" a favor de la vida después de superar dificultades que parecían graníticas.

Pero otras veces, miles, millones de personas, sienten que sus peticiones no fueron escuchadas. No consiguen que Dios detenga una ley inicua que permitirá el aborto de miles de hijos. No logran que se supere una fuerte crisis ni que encuentren trabajo tantas personas necesitadas. No llevan a un matrimonio en conflicto a superar sus continuos choques. No alcanzan la salud de un hijo muy querido que muere ante las lágrimas de sus padres, familiares y amigos.

En el Antiguo Testamento encontramos varios relatos de oraciones "no escuchadas". Uno nos presenta al pueblo de Israel antes de una batalla con los filisteos. Tras una primera derrota militar, Israel no sabía qué hacer. Decidieron traer al campamento el Arca de la Alianza. Los filisteos temieron, pero optaron por trabar batalla, y derrotaron a los judíos. Incluso el Arca fue capturada (cf. 1Sam 4,1-11).

Otro relato es el que nos presenta cómo el rey David suplica y ayuna por la vida del niño que ha tenido tras su adulterio con Betsabé. El hijo, tras varios días de enfermedad, muere, como si Dios no hubiera atendido las oraciones del famoso rey de Israel (cf. 2Sam 12,15-23).

El Nuevo Testamento ofrece numerosos relatos de oraciones escuchadas. Cristo actúa con el dedo de Dios, y con sus curaciones y milagros atestigua la llegada del Mesías. Por eso, ante la pregunta de los enviados de Juan el Bautista que desean saber si es o no es el que tenía que llegar, Jesús responde: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!" (Lc 7,22-23).

Pero también leemos cómo la oración en el Huerto de los Olivos, en la que el Hijo pide al Padre que le libre del cáliz, parecería no haber sido escuchada (cf. Lc 22,40-46). Jesús experimenta así, en su Humanidad santa, lo que significa desear y pedir algo y no "conseguirlo".

Entonces, ¿hay oraciones que no son escuchadas? ¿Es posible que Jesús nos haya enseñado que si pedimos, conseguiremos (cf. Lc 11,1-13), pero luego vemos que las cosas suceden de una manera muy distinta?

En la carta de Santiago encontramos una pista de respuesta: "Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones" (Sant 4,3). Esta respuesta, sin embargo, sirve para aquellas peticiones que nacen no de deseos buenos, sino de la avaricia, de la esclavitud de las pasiones. ¿Cómo puede escuchar Dios la oración de quien reza para ganar la lotería para vivir holgadamente y con todos sus caprichos satisfechos?

Pero hay muchos casos en los que pedimos cosas buenas. ¿Por qué una madre y un padre que rezan para que el hijo deje la droga no perciben ningún cambio aparente? ¿Por qué unos niños que rezan un día sí y otro también no logran que sus padres se reconcilien, y tienen que llorar amargamente porque un día se divorcian? ¿Por qué un político bueno y honesto reza por la paz para su patria y ve un día que la conquistan los ejércitos de un tirano opresor?

Las situaciones de “no escucha” ante peticiones buenas son muchísimas. El corazón puede sentir, entonces, una pena profunda, un desánimo intenso, ante el silencio aparente de un Dios que no defiende a los inocentes ni da el castigo adecuado a los culpables.

Hay momentos en los que preguntamos, como el salmista: "¿Se ha agotado para siempre su amor? / ¿Se acabó la Palabra para todas las edades? / ¿Se habrá olvidado Dios de ser clemente, / habrá cerrado de ira sus entrañas?" (Sal 77,9-11).

Sin embargo, el "silencio de Dios" que permite el avance aparente del mal en el mundo, ha sido ya superado por la gran respuesta de la Pascua. Si es verdad que Cristo pasó por la Cruz mientras su Padre guardaba silencio, también es verdad que por su obediencia Cristo fue escuchado y ha vencido a la muerte, al dolor, al mal, al pecado (cf. Heb 5,7-10).

Nos cuesta entrar en ese misterio de la oración "no escuchada". Se trata de confiar hasta el heroísmo, cuando el dolor penetra en lo más hondo del alma porque vemos cómo el sufrimiento hiere nuestra vida o la vida de aquellos seres que más amamos.

En esas ocasiones necesitamos recordar que no hay lágrimas perdidas para el corazón del Padre que sabe lo que es mejor para cada uno de sus hijos. El momento del "silencio de Dios" se convierte, desde la gracia de Cristo, en el momento del sí del creyente que confía más allá de la prueba.

Entonces se produce un milagro quizá mayor que el de una curación muy deseada: el del alma que acepta la Voluntad del Padre y que repite, como Jesús, las palabras que decidieron la salvación del mundo: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42).
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