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domingo, 26 de septiembre de 2021

¿DÓNDE DICE LA BIBLIA QUE MARÍA FUE ASUNTA AL CIELO O QUE FUE CONCEBIDA SIN PECADO ORIGINAL?



¿Dónde dice la Biblia que María fue asunta al cielo o que fue concebida sin pecado original?

El magisterio, según las necesidades de los tiempos y la maduración teológica ha proclamado de modo solemne que, tal o cual verdad, ha sido revelada por Dios

Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org



Pregunta:

¿Adónde dice la Biblia que María fue subida al cielo o que fue concebida sin pecado original y los demás dogmas católicos?


Respuesta:

Ya he dicho reiteradamente, que sostenemos, los católicos, con fundamento, que las fuentes de la Revelación son dos: la Palabra de Dios escrita y oral; Biblia y Tradición. Ya lo hemos probado. Me remito a los argumentos sentados más arriba. En base a ellos, el magisterio, según las necesidades de los tiempos, (en muchos casos las diversas herejías que fueron surgiendo) y la maduración teológica, ha proclamado de modo solemne que tal o cual verdad ha sido revelada por Dios y se encuentra contenida en ciertas afirmaciones bíblicas, y han sido siempre entendidas en este sentido por la Iglesia (la tradición).

Teniendo esto en cuenta, podemos decir que el fundamento para sostener las verdades que en este punto se consideran, ha sido expuesto por los Papas en los documentos en que se han proclamado los referidos dogmas.


En cuanto a la inmunidad de pecado original (inmaculada concepción de María), existen dos puntos de apoyo en la Sagrada Escritura.


El primer texto, es el pasaje clásico de Gn 3,15, (Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: …Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar); si se entiende el pasaje de Cristo –el linaje de la mujer contra el cual se alzará el linaje de la serpiente– entonces hay que ver en la mujer de la cual procede este linaje no sólo a Eva, sino de modo inmediato a María, madre de Jesús. Si la enemistad es total, debe excluir (así lo ha entendido la tradición) toda connivencia con el pecado, puesto que “quien comete pecado es esclavo”, como dice Jesús (cf. Jn 8,34); por tanto, no sólo el linaje de la mujer sino la misma mujer que es madre de ese linaje, debe estar exenta de todo pecado. Esto no lo puede cumplir Eva, pero sí María.

En el Nuevo Testamento, el fundamento es el pasaje de la Anunciación, en la que el ángel llama a María con la palabra griega “kejaritôménê” (Lc 1,28). Esta palabra significa, como indica C. Pozo [1], que María tiene, de modo estable, la gracia que corresponde a su dignidad de Madre de Dios. La reflexión de la fe, sigue diciendo el mismo teólogo, descubrió que esa gracia es una “plenitud de gracia”. Más aun, que la única plenitud que verdaderamente corresponde a la dignidad de Madre de Dios, es aquélla que se tiene desde el primer instante de la existencia, es decir, una santidad total que abarque toda la existencia de María.

Éstos son los fundamentos; evidentemente no bastan por sí solos, ni la Iglesia pretende que así sea; está además la interpretación de toda la tradición de la Iglesia y del magisterio en particular.

Ya desde el siglo II aparecen fórmulas que indican la íntima asociación de María y Cristo, el Redentor, en la lucha contra el diablo. La idea se expresa en el paralelismo Eva-María, asociada al nuevo Adán (que ningún protestante piense que, si el paralelismo es entre Eva y María/Nueva Eva, entonces se está insinuando su pecado por cuanto Eva pecó, pues el mismo paralelismo pone en el otro término a Adán-Cristo; por tanto si Adán es figura de Cristo, pero no en cuanto a su pecado sino en cuanto a ser principio, lo mismo vale para Eva como figura de María, en cuanto madre de los vivientes “en la gracia”). Tenemos textos al respecto ya en el siglo II, de san Justino, san Ireneo, etc. En el siglo IV se cultiva más el tema de la plenitud de gracia en María, con hermosos textos de San Ambrosio, San Agustín, San Máximo de Turín (quien dice, por ejemplo, “María, habitación plenamente idónea para Cristo, no por la cualidad del cuerpo sino por la gracia original”), etc. A medida que pasan los siglos, la conciencia se va haciendo más clara al respecto. Los textos pueden verse en las obras especializadas [2]. Algo digno de consideración, es que hay testimonios de una fiesta consagrada a la Concepción de María a fines del siglo VII o comienzos del VIII.

Es muy importante la controversia entre los teólogos católicos sobre este tema, surgida en torno a los siglos XII-XIV, a raíz de teorías que consideran que la afirmación de la inmaculada concepción de María, implicaría que Nuestra Señora no habría sido redimida. Una inmaculada concepción que se oponga a la redención universal de Cristo no puede ser aceptada por la verdad católica; en razón de esto, algunos teólogos, pensando que ambas verdades eran incompatibles –a menos que el magisterio auténtico declarase el modo misterioso de esta compatibilidad– se inclinaron por negar esta verdad, diciendo que María habría sido concebida con pecado original, pero inmediatamente, en el primer instante, habría sido limpiada del mismo por el Espíritu Santo. Debemos recordar que, paralelamente a esta controversia, el pueblo sencillo, intuyendo el misterio, siguió profesando esta verdad, ajeno a las difíciles especulaciones teológicas. Desde el siglo XV en adelante, volvió a profesarse con serenidad esta verdad, incluso muchas universidades (como las de París, Colonia, Maguncia, etc.) impusieron el juramento de defender la inmaculada concepción antes de la colación de grados académicos. Destacable es también que el concilio cismático de Basiela (año 1439) definió como dogma de fe la doctrina de la Inmaculada Concepción. El Concilio de Trento manifiesta explícitamente, que su decreto admirable sobre el pecado original no intenta tocar el tema particular de María [3]. Finalmente, llega la definición dogmática por parte de Pío IX, aclarando que María es inmaculada y la primera redimida (redimida por anticipación; por aplicación anticipada de los méritos de Cristo, y que tal doctrina está revelada por Dios) [4].

En cuanto a la asunción de María, es decir, la doctrina que dice que María, después de su vida terrestre fue llevada en cuerpo y alma al cielo (sin definir si pasando por la muerte –a lo que se inclinan la mayoría de los teólogos– o por un estado de dormición), encuentra sus fundamentos bíblicos también en el texto de Gn 3,15, ya citado, pues se basa en la asociación perfectísima de María a Cristo en todos sus misterios (la encarnación, donde se pide su consentimiento; el nacimiento; su acompañamiento en la vida pública; el comienzo de sus obras en las bodas de Caná; su presencia al pie de la Cruz; su presencia en Pentecostés, etc.), que invitan a considerar su asociación al misterio de la muerte de su Hijo (para muchos teólogos, como he dicho), su posterior resurrección y ascensión a los cielos y su coronación. También suele aducirse el texto de Apocalipsis 12,1 (Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza), aunque este texto se aplica también a la Iglesia y al Israel de Dios.


Pío XII, en la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus” procedió de modo mixto, por medio de una argumentación que apelaba a: (a) que los Padres desde el siglo II afirman una especial unión de María, la Nueva Eva, con Cristo, el Nuevo Adán, en la lucha contra el diablo; (b) en Gn 3,15 la lucha de Cristo contra el diablo había de terminar en la victoria total sobre el demonio; (c) según san Pablo (cf. Ro 5-6; 1Co 15,21-26; 54-57), la victoria de Cristo contra el diablo fue victoria sobre el pecado y la muerte; (d) por tanto, hay que afirmar una especial participación de María –que debería ser plena, si su asociación con Cristo fue plena– que termine con su propia resurrección y triunfo sobre la muerte.

Esto está corroborado con testimonios de la tradición más antigua, tanto de los Padres como de la liturgia de la Iglesia (la fiesta de la Dormición se celebra en Jerusalén desde el siglo VI y hacia el 600 en Constantinopla), etc. Véase para todos estos testimonios, los textos indicados más arriba.

Los protestantes pueden estar en desacuerdo con estas enseñanzas, pero deberán reconocer que sus negaciones sistemáticas son más recientes en el tiempo que los testimonios de la misma tradición. Por eso, los primeros apologistas los llamaron “novadores”: los innovadores o inventores de doctrinas.

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Bibliografía:

Pozo, María en la obra de la salvación, BAC, Madrid 1974;

José de Aldama, María en la patrística de los siglos I y II, BAC, Madrid 1970;

Gregorio Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima, BAC, Madrid 1947;

B. Carrol, Mariología, BAC, Madrid 1964;

Ignace de la Potterie, La anunciación del ángel a María en la narración de San Lucas, en: “Biblia y Hermenéutica”, Actas de las Jornadas Bíblicas, San Rafael 1998, Ed. Verbo Encarnado 1998, pp. 141-166.

[1] Cf. Cándido Pozo, op. cit., p. 298.

[2] Pueden verse las citadas más arriba; por ejemplo, Pozo, pp. 298 ss. Este autor trae también muchas indicaciones bibliográficas.

[3] Cf. DS 1516.

[4] Cf. DS 2803. 

lunes, 10 de mayo de 2021

ENSEÑANZAS BÁSICAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA



ENSEÑANZAS BÁSICAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA


La Virgen María.

La Santísima Virgen María es también madre nuestra y nos lleva a Jesús. Dios la preservó libre de todo pecado desde su concepción. Por eso es La Inmaculada Concepción. Como toda criatura, ella depende de la redención de Jesucristo pero esta redención operó en ella preservándola de pecado.

La Virgen es madre siendo a la vez siempre virgen. Ella está ahora en el cielo en cuerpo y alma porque fue asunta al cielo.

Más información en el Nuevo Testamento: Lucas 1, 26-38


¿Cuáles son los Dogmas Marianos?

Los dogmas marianos son cuatro:

María es Madre de Dios

La Virginidad Perpetua de María

La Inmaculada Concepción

La Asunción de María.


En el año 431, el Concilio de Éfeso declaró a María Madre de Dios, Theotokos. Resolvió la controversia Nestoriana sobre la naturaleza de Cristo.

En el año 649 (dos siglos después) el Papa Martín I declaró la Virginidad Perpetua (antes, durante y después del parto.

Pasaron mas de mil años antes de la proclamación del próximo dogma: La Inmaculada Concepción (1854), proclamado por el Papa Pío IX ejercitando el carisma de infalibilidad. Este dogma enseña que María fue siempre libre de pecado. No tuvo pecado original. 

Un siglo después, el Papa Pio XII, también infaliblemente, definió la Asunción de María (1950): Al final de su vida terrenal, la Madre de Jesús fue llevada a la gloria del cielo en cuerpo y alma.


¿Por qué decimos que María es "Madre de Dios"?

Porque es Madre de Jesús quien es Dios y Hombre. Este dogma fue solemnemente definido por la Iglesia en el siglo V. Si negáramos su maternidad divina entonces también negaríamos que Jesucristo, su hijo, es Dios.

Más información en el Nuevo Testamento: Lucas 1, 39-45


¿Hay muchas Vírgenes María?

Sólo hay una. Pero es conocida por muchos nombres en los diferentes pueblos: Virgen de la Caridad, de la Merced, de Luján, Inmaculada, Guadalupe, Merced, Altagracia, etc. Es la misma y única Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra.


Para ser fiel hijo de la Virgen

Ser fieles a la Santísima Virgen exige: Querer ser como Jesús

Amarla como Madre, escucharla como maestra en la fe, descubrirla como modelo de vida cristiana, invocarla como mediadora de todas las gracias, ver que su único deseo es llevamos a Cristo para alabanza del Padre y en la unidad del Espíritu Santo.

La Virgen María nos hará descubrir la Iglesia, de la que es Madre, y nos hará participar de su misión redentora. Por eso la Virgen siempre nos invita a:


1) Consagrar nuestra Vida a su Corazón Inmaculado y Sagrado. En su corazón el Espíritu Santo hace sus grandes maravillas. Esta consagración tiene como fin la entrega total a Jesucristo, la renovación del bautismo.

2) Rezar siempre de corazón, especialmente el Santo Rosario y por la conversión de los pecadores.

3) Meditar la Palabra de Dios todos los días.

4) Frecuentar con devoción la confesión y la Santa Misa. Si es posible, hacer la hora santa ante el Santísimo.

5) Ser fieles a nuestro estado de vida. La santidad se logra cumpliendo nuestros deberes, siendo lo que somos, por amor a Dios y al prójimo.

6) Aceptar y ofrecer nuestros sufrimientos en unión con Cristo. Descubrir que la Humanidad está viviendo horas de extrema dificultad y esta grave purificación puede ser aliviada por nuestra oración y el sufrimiento que generosamente pongamos en su mano de Madre.

7) Hacer penitencia por nuestros pecados y por los pecados con que el Señor continuamente es ofendido; vivir en una continua actitud interior de conversión a Dios y amor al prójimo, hacer sacrificios voluntarios, por amor a Dios.

8) Ser conscientes de la batalla espiritual: Estar en continua vigilancia contra la tentación del demonio.

9) Unidad en la Iglesia con sus pastores; vivir así la vida cristiana en íntima unión con el Papa, los Obispos y los Sacerdotes portadores de la Palabra, dispensadores de la Gracia Sacramental y trabajadores de la unidad en la iglesia.

10) Ejercitarnos en vivir las virtudes cristianas: Fe - Esperanza - Caridad - Humildad -Obediencia - Fortaleza - Sobriedad -Mansedumbre - Generosidad .

11) Evangelizar: Anunciar por todas partes la Palabra de Cristo. 


(Web Católico de Javier)

domingo, 2 de mayo de 2021

MARÍA ... ¿QUIÉN ERES?



 María … ¿Quién eres?

María era humilde y pura; que era decidida y valiente para enfrentar la vida; que era capaz de callar cuando no entendía y de reflexionar y meditar; que se preocupaba de los demás y que era servicial y caritativa; que tenía fortaleza moral; que era franca


Por: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá | Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe


¿Quién es María?

María nació en Nazaret, Galilea, 15 ó 20 años antes del nacimiento de Cristo. Sus padres, según la tradición, fueron Joaquín y Ana. María era judía. Fue educada en la lectura de los libros santos y en la obediencia a la ley de Dios. Hizo voto de virginidad. Se desposó con José estando ambos de acuerdo en permanecer vírgenes por amor a Dios. Un ángel del Señor se le apareció y le comunicó que el Espíritu Santo descendería sobre ella, y que de ella nacería el Hijo de Dios (Lc. 1, 35). María aceptó tan maravilloso destino con estas palabras: «Hágase en mí según tu Palabra», y en aquel instante Jesús fue concebido en su seno. El nacimiento del Niño fue en Belén de Judea y fue acompañado de diversas circunstancias, que refieren los Evangelios de Mateo y de Lucas.


¿Qué se sabe acerca de María después del nacimiento de Jesús?

Al cabo de algún tiempo, vemos a María, a José y al Niño instalados en Nazaret. Allí hay un solo episodio notorio: la pérdida y hallazgo del Niño, a los 12 años, en Jerusalén. Fue el tiempo que llamamos de la «vida oculta» de Jesús, su vida de hogar, de familia, de trabajo. Jesús empieza su vida «pública», su vida apostólica y misionera, hacia los 30 años. María lo acompaña, a veces de cerca, a veces más lejos. El Evangelio nos la muestra en Cana asistiendo a un matrimonio, y al pie de la cruz en que Jesús está muriendo. También en varias otras oportunidades. El libro de los Hechos la menciona en el Cenáculo junto a los apóstoles, después de la Resurrección del Señor. La Tradición sugiere que murió en Efeso -en el Asia Menor- en casa de Juan el Evangelista.


¿Cómo era María?

Del Evangelio se desprende que María era humilde y pura; que era decidida y valiente para enfrentar la vida; que era capaz de callar cuando no entendía y de reflexionar y meditar; que se preocupaba de los demás y que era servicial y caritativa; que tenía fortaleza moral; que era franca y sincera; que era leal y fiel. María es, como mujer, un modelo para las mujeres. Es también para los hombres el tipo ideal de mujer.


¿En qué consiste principalmente la grandeza de María?

En ser madre de Dios. Algunos han dicho que María es madre de Jesús «en cuanto hombre», pero no de Jesús «en cuanto Dios». Esta distinción es artificial y, de hecho, nunca la hacemos. Una madre es madre de su hijo tal cual es o llega a ser. No decimos que la madre de un presidente, por ejemplo, ha sido la madre de él como niño pero no como presidente o que nuestra mamá sea madre de nuestro cuerpo solamente, pero no de nuestra alma que es infundida por Dios. Nunca hacemos esta distinción; decimos simplemente que es nuestra madre. María es Madre de Jesús. Jesús es Dios. Luego, podemos decir que María es Madre de Dios y en eso consiste fundamentalmente su grandeza.


¿Tiene María alguna relación especial con la Santísima Trinidad?

Sin duda. Es la hija predilecta del Padre. Se lo dice el ángel el día de la Anunciación: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc. 1, 28). Tiene también con el Espíritu Santo una relación que se ha comparado a la de la esposa con el esposo. Lo dice el ángel: «El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será llamado Santo e Hijo de Dios» (Lc. 1, 35). «No temas María porque has encontrado gracia delante de Dios» (Lc. 1, 30).


¿Qué dice la Biblia?

Vamos por parte: Es cierto que esos privilegios no están contenidos «explícitamente» en la Biblia. La Biblia, por ejemplo, no habla de la Inmaculada Concepción ni de la Asunción. Pero están contenidos implícitamente en la Biblia. Por ejemplo, en una semilla de rosal no está la rosa. No se ve la rosa, pero ahí está en germen y poco a poco con la savia que viene de la tierra húmeda y con el calor del sol brotará el rosal y en él florecerá la rosa.

Así también todo lo que la Iglesia enseña de María ha brotado de la semilla del Evangelio, al calor del Espíritu Santo, que sigue iluminando al Pueblo de Dios y lo lleva a descubrir de a poco toda la riqueza que El mismo ha colocado, como en un germen, en la Escritura inspirada por El.

Todo lo que la Iglesia enseña acerca de María es coherente con la imagen de María que nos formamos al leer el Evangelio, con humildad y con espíritu de fe.


¿Qué dicen los evangelios acerca de las hermanas y hermanos de Jesús?

El idioma que usaba Jesús y sus discípulos no tiene muchas palabras para distinguir los distintos grados de parentesco. Para todo se usaba la palabra «hermano» y así lo vemos en Génesis 13, 8 y en Mt. 13, 55. Las palabras originales que traducimos en castellano por «hermanos» y «hermanas» significan no sólo los hermanos carnales sino también los primos y otros parientes cercanos. La Virgen María no tuvo otros hijos. Jesús es el «único hijo» de María. Esto se muestra claramente por el hecho de que al morir, Jesús entregó su madre a Juan (Jn. 19, 27).


San Pablo dice que Jesucristo es el único Redentor y ¿por qué dice la Iglesia católica que María es corredentora?

Así es. Jesús es el único Redentor, pero San Pablo enseña también que nosotros colaboramos a la redención uniendo nuestros sufrimientos a los de Cristo. «Me alegro por lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24). María sufrió durante la pasión de su Hijo como nadie jamás ha sufrido, porque tenía, más que nadie, horror al pecado, porque amaba a su Hijo más que nadie; porque amaba a los hombres por quienes su Hijo sufría y moría. Por eso ha participado tan íntimamente en la redención. No es ella la redentora; hay un solo Redentor, Jesucristo. Pero se la puede llamar corredentora con toda propiedad explicando bien el alcance de este término.

Algunos dicen que los católicos adoran a María como si fuera Dios, o creen en María más que en Dios ¿es cierto esto?

Adorar a María sería una idolatría, un pecado contra el primer mandamiento de la Ley de Dios. «Sólo a Dios adorarás» (Lc. 4, 8). Jamás la Iglesia ha enseñado cosa semejante. María es una mujer, una creatura, la más santa de todas las creaturas, pero solamente una creatura.

A María la queremos, la veneramos, conversamos con ella en la oración, le damos culto no de adoración que está reservado sólo a Dios, sino un culto de veneración como se lo damos a los santos que, como ella, son seres humanos, simples creaturas; y le pedimos que nos haga conocer, amar y seguir a Jesús como ella lo conoció, lo amó y lo siguió.


¿No será que el culto a María distrae del culto a Cristo?

No distrae de él, sino que conduce a él. María presintió el culto que le sería dado a lo largo de los siglos, cuando exclamó: «Desde ahora me proclamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc. 1, 42). Ya Isabel, su prima, se lo había anunciado: «Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lc. 1, 48). Los millares de iglesias dedicadas a María, las multitudes de personas que acuden a sus santuarios, los millones de Avemarías que se rezan diariamente en el mundo, han confirmado ese presentimiento y ese anuncio. El que conoce a María la ama, y se esfuerza por darla a conocer y por conocer y amar a Cristo. Se alimenta de su Palabra. Se integra en la vida de la Iglesia, cumple los mandamientos y participa de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía.


¿Cuál será la relación de María con Cristo?

María es madre. Es también discípula, su más perfecta discípula, su primera y fidelísima seguidora y su inseparable colaboradora. María es un reflejo de la santidad de su Hijo Jesús. Se la ha comparado a la luna que nos ilumina de noche con una luz más suave que la del día y que no es sino un reflejo de la luz deslumbrante del sol.


 ¿Cuál es la relación de María con la Iglesia?

Siendo madre «de Cristo» y, siendo nosotros por adopción, hermanos de Cristo, María es también Madre «nuestra». Así lo dijo también expresamente Cristo en la cruz cuando le dijo a Juan: «He ahí a tu madre» (Jn. 19, 27). María, siendo discípula y seguidora de Cristo, es nuestro modelo, la que va delante en nuestra peregrinación hacia Cristo, la que nos muestra el camino y nos anima a seguirlo: modelo de fe, de esperanza y de amor. Estando María ahora en el cielo, intercediendo por nosotros, nos encomendamos a ella para que nos ayude a vivir aquí en la tierra como cristianos y alcanzar nuestro destino final que es el cielo.


Los títulos de la Virgen

¿Por qué hablan algunos de la Virgen «del Carmen» y otros de la Virgen «de la Tirana» o de «Lourdes»? ¿Por qué hay tantas imágenes y advocaciones distintas de la Virgen? ¿Son acaso muchas las Vírgenes?

La Virgen María es una sola. La que conocemos en el Evangelio, con la fe de la Iglesia, es María de Nazaret, la Madre de Jesús. Los diversos nombres y las distintas imágenes aluden a las circunstancias o misterios de su vida. La Mater Dolorosa al pie de la cruz es una mujer madura, traspasada de dolor. La Virgen del Tránsito o de la Asunción es una mujer transfigurada, entrando en la gloria.

Otros nombres se refieren a los distintos lugares en que se celebra su culto: Virgen de Lourdes, de Guadalupe... Pero la Santísima Virgen es una sola. Los miles de artistas que han querido pintarla y esculpirla se la han imaginado cada cual a su manera, buscando, sin embargo, su inspiración en el Evangelio y en la fe de la Iglesia.


¿Qué se debe entender por apariciones de la Virgen?

La Santísima Virgen puede, si quiere, intervenir desde el cielo en asuntos humanos por amor a los hombres. Puede «aparecerse» a tal o cual persona, habitualmente a niños o personas humildes, y entregarles un mensaje para que los hombres se conviertan y vuelvan a Dios.


¿Cree la Iglesia, así no más, a cualquiera que dice que se le apareció la Virgen?

La Iglesia tiene mucha prudencia y sabiduría y es muy lenta en reconocer una aparición. Primero estudia, averigua y comprueba, a fin de no inducir a nadie a engaño. Y hechas las averiguaciones y después de varios años se pronuncia y reconoce con su autoridad si la aparición es real o ficticia. En algún caso la Iglesia se ha convencido de la autenticidad de una aparición por la santidad de vida del vidente, por la pureza del mensaje entregado o por los hechos ocurridos en el lugar de la aparición: curaciones, conversiones, etc. Esto es lo que ocurrió en Lourdes, Francia, en 1858 y en Fátima, Portugal, en el año 1917. En otros casos la Iglesia ha rechazado las supuestas apariciones o simplemente no se pronuncia esperando que el tiempo establezca la verdad.


¿Cuál es la mejor manera de orar a la Santísima Virgen?

La oración principal es la del Ave María que consta de dos partes: la primera parte está tomada del Evangelio, del relato de la Anunciación y de la Visitación: «Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo» (Lc. 1, 28). «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lc. 1, 42).

La segunda parte ha sido agregada por la Iglesia: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».


¿Qué es el santo rosario?

Es una manera de unirnos a la Santísima Virgen María rezando cinco veces un Padre nuestro, diez Avemarías y un gloria, y recordando cada vez un misterio de la vida del Señor. Hay 5 misterios gozosos, que se rezan los lunes y sábado, 5 misterios dolorosos, que se rezan los martes y viernes, 5 misterios luminosos que se rezan los jueves y 5 misterios gloriosos que se rezan los miércoles y domingos. Otras hermosas oraciones a la Virgen son la «Dios te salve Reina y Madre»; el «Bendita sea tu pureza», etc.


Cuestionario

¿Qué sabemos de María? ¿Dónde radica su grandeza? ¿Podemos llamar a María «Madre de Dios»? ¿Por qué? ¿De qué nos acusan algunas sectas? ¿Adoramos los católicos a María? ¿Qué significa que le damos culto de veneración? ¿Qué anunció María en lo referente a su memoria? ¿Cómo la recuerda la historia a través de los siglos? ¿Se ha aparecido la Virgen María? ¿Dónde y cuándo? ¿Cuál ha sido su mensaje. ¿Qué es el Santo Rosario? ¿Es bíblica?

viernes, 18 de mayo de 2018

LOS ORÍGENES DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN MARÍA

Los orígenes de la devoción a la Virgen
La Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios desde los albores del cristianismo


Por: n/a | Fuente: PrimerosCristianos.com 




“Los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del Cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el Niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!” (San Josemaría)

Hablamos sobre los orígenes de la devoción mariana en los primeros cristianos

“Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48)

Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo. En los tres primeros siglos la veneración a María está incluida fundamentalmente dentro del culto a su Hijo.

Un Padre de la Iglesia resume el sentir de este primigenio culto mariano refiriéndose a María con estas palabras: «Los profetas te anunciaron y los apóstoles te celebraron con las más altas alabanzas». De estos primeros siglos sólo pueden recogerse testimonios indirectos del culto mariano. Entre ellos se encuentran algunos restos arqueológicos en las catacumbas, que demuestran el culto y la veneración, que los primeros cristianos tuvieron por María.

Tal es el caso de las pinturas marianas de las catacumbas de Priscila: en una de ellas se muestra a la Virgen nimbada con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado; las otras dos representan la Anunciación y la Epifanía.

Todas ellas son de finales del siglo II. En las catacumbas de San Pedro y San Marceliano se admira también una pintura del siglo III/IV que representa a María en medio de S. Pedro y S. Pablo, con las manos extendidas y orando. Una magnífica muestra del culto mariano es la oración “Sub tuum praesidium” (Bajo tu amparo nos acogemos)  que se remonta al siglo III-IV, en la que se acude a la intercesión a María.

Los Padres del siglo IV alaban de muchas y diversas maneras a la Madre de Dios. San Epifanio, combatiendo el error de una secta de Arabia que tributaba culto de latría a María, después de rechazar tal culto, escribe: «¡Sea honrada María! !Sea adorado el Señor!».

La misma distinción se aprecia en San Ambrosio quien tras alabar a la « Madre de todas las vírgenes» es claro y rotundo, a la vez, cuando dice que «María es templo de Dios y no es el Dios del templo» , para poner en su justa medida el culto mariano, distinguiéndolo del profesado a Dios.

Hay constancia de que en tiempo del papa San Silvestre, en los Foros, donde se había levantado anteriormente un templo a Vesta, se construyó uno cuya advocación era Santa María de la Antigua. Igualmente el obispo Alejandro de Alejandría consagró una Iglesia en honor de la Madre de Dios. Se sabe, además, que en la iglesia de la Natividad en Palestina, que se remonta a la época de Constantino, junto al culto al Señor, se honraba a María recordando la milagrosa concepción de Cristo.

En la liturgia eucarística hay datos fidedignos mostrando que la mención venerativa de María en la plegaria eucarística se remonta al año 225 y que en las fiestas del Señor -Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.- se honraba también a su Madre. Suele señalarse que hacia el año 380 se instituyó la primera festividad mariana, denominada indistintamente «Memoria de la Madre de Dios», «Fiesta de la Santísima Virgen», o «Fiesta de la gloriosa Madre».

El testimonio de los Padres de la Iglesia
El primer Padre de la Iglesia que escribe sobre María es San Ignacio de Antioquía (+ c. 110), quien contra los docetas, defiende la realidad humana de Cristo al afirmar que pertenece a la estirpe de David, por nacer verdaderamente de María Virgen.

Fue concebido y engendrado por Santa María; esta concepción fue virginal, y esta virginidad pertenece a uno de esos misterios ocultos en el silencio de Dios.

En San Justino (+ c. 167) la reflexión mariana aparece remitida a Gen 3, 15 y ligada al paralelismo antitético de Eva-María.

En el Diálogo con Trifón, Justino insiste en la verdad de la naturaleza humana de Cristo y, en consecuencia, en la realidad de la maternidad de Santa María sobre Jesús y, al igual que San Ignacio de Antioquía, recalca la verdad de la concepción virginal, e incorpora el paralelismo Eva-María a su argumentación teológica.

Se trata de un paralelismo que servirá de hilo conductor a la más rica y  constante teología mariana de los Padres.

San Ireneo de Lyon (+ c. 202), en un ambiente polémico contra los gnósticos y docetas, insiste en la realidad corporal de Cristo, y en la verdad de su generación en las entrañas de María. Hace, además, de la maternidad divina una de las bases de su cristología: es la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios en el seno de María la que hace posible que la muerte redentora de Jesús alcance a todo el género humano. Destaca también el papel maternal de Santa María en su relación con el nuevo Adán, y en su cooperación con el Redentor.

En el Norte de África Tertuliano (+ c. 222), en su controversia con el gnóstico Marción), afirma que María es Madre de Cristo porque ha sido engendrado en su seno virginal.

En el siglo III se comienza a utilizar el título Theotókos (Madre de Dios). Orígenes (+ c. 254) es el primer testigo conocido de este título. En forma de súplica aparece por primera vez en la oración Sub tuum praesidium. que –como hemos dicho anteriormente- es la plegaria mariana más antigua conocida. Ya en el siglo IV el mismo título se utiliza en la profesión de fe de Alejandro de Alejandría contra Arrio.

A partir de aquí cobra universalidad y son muchos los Santos Padres que se detienen a explicar la dimensión teológica de esta verdad –San Efrén, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San Agustín, Proclo de Constantinopla, etc.-, hasta el punto de que el título de Madre de Dios se convierte en el más usado a la hora de hablar de Santa María.

La verdad de la maternidad divina quedó definida como dogma de fe en el Concilio de Efeso del año 431.

Las Prerrogativas o Privilegios Marianos
La descripción de loscomienzos de la devoción mariana quedaría incompleta si no se mencionase un tercer elemento básico en su elaboración: la firme convicción de la excepcionalidad de la persona de Santa María -excepcionalidad que forma parte de su misterio- y que se sintetiza en la afirmación de su total santidad, de lo que se conoce con el calificativo de “privilegios” marianos.

Se trata de unos “privilegios” que encuentran su razón en la relación maternal de Santa María con Cristo y con el misterio de la salvación, pero que están realmente en Ella dotándola sobreabundantemente de las gracias convenientes para desempeñar su misión única y universal.

Estos privilegios o prerrogativas marianas no se entienden como algo accidental o superfluo, sino como algo necesario para mantener la integridad de la fe.

San Ignacio, San Justino y Tertuliano hablan de la virginidad. También lo hace San Ireneo. En Egipto, Orígenes defiende la perpetua virginidad de María, y considera a la Madre del Mesías como modelo y auxilio de los cristianos.

En el siglo IV, se acuña el término aeiparthenos —siempre virgen—, que S. Epifanio lo introduce en su símbolo de fe y posteriormente el II Concilio Ecuménico de Constantinopla lo recogió en su declaración dogmática.

Junto a esta afirmación de la virginidad de Santa María, que se va haciendo cada vez más frecuente y universal, va destacándose con el paso del tiempo la afirmación de la total santidad de la Virgen. Rechazada siempre la existencia, de pecado en la Virgen, se aceptó primero que pudieron existir en Ella algunas imperfecciones.

Así aparece en San Ireneo, Tertuliano, Orígenes, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Efrén, San Cirilo de Alejandría, mientras que San Ambrosio y San Agustín rechazan que se diesen imperfecciones en la Virgen.

Después de la definición dogmática de la maternidad divina en el Concilio de Efeso (431), la prerrogativa de santidad plena se va consolidando y se generaliza el título de “toda santa” –panaguía-. En el Akathistos se canta “el Señor te hizo toda santa y gloriosa” (canto 23).

A partir del siglo VI, y en conexión con el desarrollo de la afirmación de la maternidad divina y de la total santidad de Santa María, se aprecia también un evidente desarrollo de la afirmación de las prerrogativas marianas.

Así sucede concretamente en temas relativos a la Dormición, a la Asunción de la Virgen, a la total ausencia de pecado (incluido el pecado original) en Ella, o a su cometido de Mediadora y Reina. Debemos citar especialmente a S. Modesto de Jerusalén, a S. Andrés de Creta, a S. Germán de Constantinopla y a S. Juan Damasceno como a los Padres de estos últimos siglos del periodo patrístico que más profundizaron en las prerrogativas marianas.

jueves, 29 de septiembre de 2016

8 RAZONES POR QUE HONRAMOS Y VENERAMOS A LA VIRGEN MARÍA



8 razones por las que los Católicos honramos y veneramos a la 
La Sagrada Escritura no nos dice directamente que debemos honrar a la Virgen María ¿Por qué los católicos la honramos y la veneramos?


Por: Qriswell J. Quero | Fuente: PildorasDeFe.net 




Todos los que nos hacemos llamar seguidores de Jesús, estamos llamados a amar lo que Jesús amó y también a aborrecer lo que Jesús aborreció (el pecado).

La Sagrada Escritura no nos dice directamente que debemos honrar a la Virgen María ¿Por qué los católicos la honramos y la veneramos?

Estamos llamados a imitar a Jesús porque Él es el Camino, la Verdad, y la Vida. María fue la primera imitadora y seguidora de Jesús. También estamos llamados honrar a quienes son dignos de admiración y respeto y han vivido bajo la ley de Dios con amor y entrega plena. Jesús honró a su Madre, de lo contrario habría roto el cuarto mandamiento (honrarás a padre y madre).

El Papa Francisco consagró su papado a la Virgen María, bajo el título de Nuestra Señora de Fátima, y de la misma manera invitó a todo el pueblo católico a consagrarse a su tierno y amoroso cuidado, pues ella es nuestra Madre también, por lo que debe ser natural para nosotros, que María interceda por cada uno de sus hijos.

"Del mismo modo que un niño se dirige a su madre buscando consuelo y protección, así también nos dirigimos nosotros a María, con total confianza, pensando que, con seguridad, ella presentará nuestras oraciones al Señor".



Aquí, hay 8 razones por las que los Católicos honramos y veneramos a la Santísima Virgen María:

1.- Jesús honró a María
Honramos a María porque Jesús la honró. Jesús dijo: "Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre", y además: "El que maldiga al padre o a la madre, morirá. (Mateo 15,4) Sí José y María eran fieles cumplidores de la Ley (Lucas 2,39) y Jesús vivía sujeto a ellos (Lucas 2,51), entonces ¿crees que Jesús rompería algún mandamiento, sobre todo el de "Honrar a Padre y Madre?

2.- Bienaventurada por siempre
Según el Evangelio de Lucas, María dijo: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada (Lucas 1,48). Los católicos estamos cumpliendo con este versículo venerando a la Santísima Virgen, dando gracias a Dios por ser pieza clave en la obra salvadora de Dios

3.- La nueva Eva
María es la madre de todos los hombres. Jesús la llamó "mujer", que significa "la madre de todos los que tienen la vida en Jesucristo". Eva fue llamada mujer, porque ella era la madre de todos los vivientes. María, la nueva Eva, se convirtió así, en la madre de todos los que son salvados por Jesús.

4.- El "Sí" de María
Honramos a María porque sin aquel "Sí", sin esa entrega absoluta y definitiva de todo su ser a la voluntad de Dios, no tendríamos a Jesús, no hubiésemos tenido al amor de los amores pisando nuestro mundo, aún estuviésemos inmersos en una oscuridad.

5.- María nos trajo la Luz
Honramos a María porque ella es la madre de la Luz, una Luz que es el Camino, la Verdad y la Vida. Una Luz única que disipa toda tormenta y oscuridad

6.- Madre de Dios
Ninguna otra mujer había sido, fue, ni nunca será la madre de Dios, excepto este pequeña Virgen que quedó grabada en la historia de la eternidad. Si decimos menos de María, entonces estaremos diciendo menos de Jesús. Si no estamos dispuestos a confesar que ella es la madre de Dios, entonces ¿Cómo prodríamos confesar que Jesús es Dios?

7.- María es la Reina del Cielo:
"Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas". (Apocalipsis 12,1)

8.- María, modelo de escucha de la «Palabra»
Cuando el arcángel Gabriel se apareció a María para decirle que llegaría a ser la madre del Mesías, ella respondió: "He aquí, yo soy la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra". (Lucas 1,38). Ella no puso adelante una serie de argumentos racionales contra algo que parecía realmente difícil de creer, Ella simplemente reconoció su lugar como sirviente del Señor. Ella sabe que Dios no puede mentir a través de un mensajero celestial, así que cualquier cosa que promete es digno de confianza, aunque le parezca absolutamente irracional a la mente humana.

María es un modelo oyente de la Palabra de Dios. Ella nos muestra cómo hemos de recibir el mensaje divino. Dios habla, oímos, creemos, confesamos con María: "Soy un servidor del Señor; hágase en mí según tu palabra".

¿Adoradores de María?
Algunos, nos acusan de ser adoradores de María, que cometemos un pecado grave al honrarla que sólo Dios debe ser adorado y hasta utilizan la Escritura para afirmar falsamente esa acusación: "No habrá para ti otros dioses fuera de mí" (Éxodo 20,3) Pero muy lejos de Adorarla, cuando oramos, cantamos, o hablamos de María, no la estamos adorando, ni creemos que es una diosa, por el contrario, la honramos según las razones que ya hemos dado, porque también es nuestra Madre espiritual.


Oración de Confianza a María
Cuando somos apartados o segregados por seguir fiel a la Palabra de Dios. María está allí con nosotros. Cuando somos perseguidos y azotados a causa de la Fe, María permanece fiel para fortalecernos. Cuando nos sentimos deprimidos, tristes o solos, María está allí para consolarnos, para aliviarnos el dolor. Cuando todo el mundo nos abandona y estamos a merced del enemigo malo, María está allí, a los pies de la cruz de nuestro Señor, rogando por nosotros para rescatarnos y no dejarnos caer.

Oh amada Madre, ven y mira la pequeñéz de este humilde hijo tuyo y condúceme a los brazos de Jesús, sé mi auxilio divino en las tormentas de mi vida y ayúdame a nunca perder la calma, por el contrario, que pueda verme fortalecido por tu presencia que me rescata y me lleva a la fuente de salvación.
Amén



"Si surgen los vientos de las tentaciones... mira a su estrella, invoca a María... En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María". (San Bernardo)

viernes, 9 de septiembre de 2016

EL LUGAR DE MARÍA EN LA OBRA DE SALVACIÓN


El lugar de María en la obra de la Salvación
Demos a María el lugar que los insondables designios de Dios le han otorgado; ¿osará alguien objetarle que haya elegido a María y le haya dado el lugar que le dio?


Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org 



He recibido varias objeciones sobre este tema que apuntan contra esta verdad; por ejemplo:
Lee el nuevo testamento, ¿dónde dice el papel de María?, ¿desde cuándo es mediadora? En una revista católica leo que “si con razón podemos decir que Jesús es camino que nos lleva al Padre, también es el camino que nos lleva a María”. Confieso que esta afirmación me ha llenado de estupor. Uno está acostumbrado a que en el seno del catolicismo se ensalce, sin fundamento bíblico, la figura de María y de los Santos. Así, pues, uno ha oído muchas veces que es Mediadora (aunque Jesús dijo “Yo soy el Camino… nadie va al Padre si no es por Mí”), Corredentora (como si la Sangre de Cristo no fuera de valor infinito, y suficiente para redimirnos). Pero uno no había leído todavía que Cristo quedara rebajado a mediador entre nosotros y la Virgen. Tantas connotaciones idolátricas en la Iglesia Católica, hacen que uno a veces empiece a no entender nada. Entre el Papa, la Virgen, los Santos, ¿queda algún lugar para Jesús? Francamente, leyendo las Escrituras, uno llega antes a Lutero que al Vaticano.
No entiendo por qué en la Iglesia Católica, se insiste en poner a María como mediadora de los hombres y mujeres con Dios, cuando Jesús mismo nos dice que él es el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino es por él. Este mensaje es claro.

Respuesta:

Junto al de su perpetua virginidad, el más difícil para los protestantes es el “lugar” que ocupa María en la doctrina católica de la salvación, es decir, su función mediadora o intercesora. Algo de esto hemos insinuado al hablar del “culto a los santos”. Hemos ya dejado sentado que no se trata de adoración, acto que, en caso de dirigirse a una criatura distinta de Dios, está condenado por la doctrina católica como pecado gravísimo.
Esto lo han reconocido convertidos al catolicismo: “la doctrina católica que más me costó aceptar era el papel de María en la Iglesia (…) Siempre había creído que pedirle a María que intercediera por nosotros, era contrario a la enseñanza de la Biblia de que Cristo es el ‘solo mediador entre Dios y los hombres’ (cf. 1Tim 2,5)”, dice por ejemplo Tim Staples[1].


El papel mediador de María Santísima está atestiguado por su actitud en el Evangelio, particularmente en las Bodas de Caná, como se puede leer en el evangelio de San Juan (2,1-11). Allí, y nadie puede negarlo, María intercede, es decir, pide a su Hijo Jesucristo que ayude a los novios que están en una situación muy comprometida en su fiesta de bodas. Y Jesucristo, comenzando con una misteriosa frase que pareciera insinuar una especie de resistencia inicial, hace finalmente su primer milagro a pedido de María.
En pocos otros episodios del Evangelio aparece tan magnífico el papel mediador de la Virgen junto a su relación intrínseca con Jesucristo. Ella misma dice a los sirvientes de la fiesta: haced lo que él [Jesús] os dirá. Con su mediación Ella no desplaza a Jesús, sino que lleva a los hombres a Jesús. En una oportunidad, una persona me escribió unas líneas contra esta interpretación del episodio, diciendo que “En la boda de Caná, no fue intercesión, fue una preocupación de María hacia sus amigos que se estaban casando. Y no se puede hacer doctrina de un solo pasaje Bíblico. Los hermanos separados, como usted les llama, están en lo cierto, pues la única base de la fe es la Biblia y allí es poco lo que se dice de María, ¿no es cierto? Sólo aparece en algunos pasajes, y los católicos (hermanos sin Cristo) le dan mucha importancia a María, y la Biblia no. Ustedes son mariólogos no cristianos; y creen más en la tradición que en la Biblia”. A esta persona habría que decirle unas cuantas cosas respecto de su doctrina, como por ejemplo, ¿en qué lugar de la Biblia (que es, según ella “la única base de la fe”) dice la Biblia que “no se puede hacer doctrina de un solo pasaje Bíblico”? O simplemente, ¿dónde dice que haya una distinción entre intercesión y preocupación, o que la preocupación no sea parte de la intercesión? ¡Todo esto es doctrina no-bíblica, sin fundamento bíblico! ¿Por qué tengo que creerlo, si la Biblia no lo dice? Pero, ya hemos hablado de esto. Cito la carta para que se vea la debilidad de los argumentos. Lo que esta persona llama “preocupación” no es otra cosa que intercesión; además, en el evangelio de San Juan, éste no dice que María solamente se haya preocupado, sino que dice que habló a Jesús, pidió a Jesús y mandó a los sirvientes que actuasen según las indicaciones de su Hijo. Que un solo pasaje no baste para hacer doctrina, ¿qué fundamento teológico tiene? ¿Acaso no dice en un solo lugar de toda la Escritura: Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14)? ¿Habría que quitar el valor a todos los textos bíblicos que no tienen paralelos? Evidentemente, la persona que me escribió eso no lo cree ni ella misma. Escribe por hacer perder el tiempo a los demás.
En la Cruz, Jesús encomendó a María el cuidado de Juan, así como encomendó el cuidado de María a Juan (cf. Jn 19). Nosotros vemos en este pasaje la “proclamación” de la maternidad espiritual de María sobre todos los hombres (no el comienzo de su maternidad espiritual sino su declaración, pues el comienzo coincide con el de su maternidad divina, ya que al comenzar a ser madre de la Cabeza del cuerpo de Cristo, como llama San Pablo a la Iglesia, empezó a ser madre de todo el cuerpo). Tal vez, muchos protestantes no acepten esta verdad, pero no podrán negar el encargo. El encargo de cuidar a Juan, de velar por él y de protegerlo… eso es lo que consideramos parte de esta intercesión. Jesús sobre la Cruz, seguía siendo Dios, y en la muerte, su divinidad no se separa ni de su cuerpo ni de su alma (sólo se separan el cuerpo y el alma entre sí). ¿Por qué este encargo? ¿Acaso no podía ya Jesús encargarse de este cuidado? La muerte ¿lo privaba de su poder? ¿Disminuyó su poder sobre los discípulos porque María comenzase a hacerse cargo de Juan (y con Juan, también de los demás apóstoles y discípulos, como vemos que dice San Lucas en los Hechos 1,14)?
El Apóstol Santiago, hablando sobre la intercesión, dice: La oración del justo tiene mucho poder (St 5,16). ¿Por qué se ha de negar este poder a la oración de María? Y si no se niega, entonces ¿por qué se niega su poder intercesor? Si no es para interceder pidiendo y obteniendo algo para sí mismo o para otros, ¿para qué tiene poder la oración? Y San Pablo, en Ef 6,18 nos manda: Orad unos por otrosintercediendo por todos los santos (la traducción de Reina-Valera no altera la idea: “orando en todo tiempo con toda deprecación y súplica… por todos los santos”). Si todos podemos y debemos orar unos por otros, ¿por qué María no puede orar por nosotros? Y si San Pablo manda que recemos, es porque la oración tiene eficacia; pero si nuestra oración es eficaz ante Dios, ¿no es eso “interceder”? En 2Tes 3,1, San Pablo pide a los tesalonicenses: Finalmente, hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros, y para que nos veamos libres de los hombres perversos y malignos; si Pablo puede esperar en la oración de los hombres, para ser librado de los perversos y para que la Palabra de Dios se propague, ¿por qué no puede hacer esto la oración de María? Y si María lo hizo durante su vida terrena en este mundo, ¿por qué no puede hacerlo ahora que está en el cielo? Hay una incoherencia en la doctrina protestante, que se debe a un prejuicio doctrinal y no a un sereno estudio de los mismos textos bíblicos.
El texto más fuerte que aducen los protestantes contra la mediación de María (y de cualquier santo), es el pasaje de 1Tim 2,5: hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también. Pero el pasaje no está bien interpretado, si se lo entiende como una exclusión de otros intercesores. San Pablo dice allí que la salvación nos viene sólo por medio de Cristo: de Dios a todos los hombres –sin excepción– la salvación viene por Cristo, por su humanidad, es decir, por su encarnación, por ser verdadero hombre y verdadero Dios al mismo tiempo, Pontífice supremo. Esto significa que no hay salvación que pueda obtenerse fuera de Cristo. Pero no quiere decir que, en la obtención de esa salvación, no haya lugar para las oraciones de los justos, las penitencias que unos hacemos por otros, y en particular las oraciones de María. María no es autora de la gracia que salva sino intercesora, para que el corazón de Dios nos mire benévolamente y se apiade de nosotros.
Una sola palabra para la interlocutora que se escandalizaba de la expresión “Jesús nos lleva a María”. Nosotros, los católicos, no entendemos esto –cuando usamos esta expresión– como una subordinación de Jesús a María; significa simplemente que Élquiere que acudamos a su Mediación (la de Jesús) por medio de María. Esto no lo inventó un católico piadoso sino el mismo Cristo. Él fue quien dijo a Juan: He ahí a tu madre; ¿no es eso llevar a los hombres (al menos a Juan) a María? Todo cuanto hemos dicho, puede aplicarse también a la llamada corredención mariana y a los dogmas católicos que asocian a María en la obra de nuestra salvación.
Creo que puede ser ilustrativa la doctrina de uno de los santos más devotos de María, en una de las obras que más ha influido en la piedad mariana: San Luis María Grignion de Montfort y su Tratado de la verdadera devoción a María. Allí el santo, al mismo tiempo que defiende con energía la mediación (subordinada, entiéndase) de María y su rol en la obra de la salvación, dice con toda claridad, hablando de “la necesidad del culto a María”:
“Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple criatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo Él es El que es (Ex 3,14). Por consiguiente, este gran Señor, siempre independiente y suficiente a sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo. Afirmo, sin embargo, que dadas las cosas como son, habiendo querido Dios comenzar y culminar sus mayores obras por medio de la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará jamás de proceder; es Dios, y no cambia ni en sus sentimientos ni en su manera de obrar (Ml 3,6; Rm 11,29; Hb 1,12)”[2].
Más adelante, el santo llamará a esta necesidad de María: “necesidad hipotética”, es decir, fundada no en una necesidad absoluta o de naturaleza sino en los insondables designios de Dios, que así ha querido realizar su obra. ¿Se lo objetaremos nosotros a Dios? Si nosotros mismos no somos absolutamente necesarios y sin embargo existimos y Dios quiere obrar en nosotros y por nosotros, ¿osará alguien objetarle que haya elegido a María y le haya dado el lugar que le dio?
____________________________________________
[1] Tim Staples, La Biblia me convenció, en: Patrick Madrid, Asombrado por la verdad,op. cit., pp. 267.
[2] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a María, nn. 14 y 39.

miércoles, 17 de agosto de 2016

DÓNDE DICE LA BIBLIA QUE MARÍA FUE ASUNTA AL CIELO O QUE FUE CONCEBIDA SIN PECADO ORIGINAL?

¿Dónde dice la Biblia que María fue asunta al cielo o que fue concebida sin pecado original?
El magisterio, según las necesidades de los tiempos y la maduración teológica ha proclamado de modo solemne que, tal o cual verdad, ha sido revelada por Dios


Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org 



Pregunta:

¿Adónde dice la Biblia que María fue subida al cielo o que fue concebida sin pecado original y los demás dogmas católicos?

Respuesta:

Ya he dicho reiteradamente, que sostenemos, los católicos, con fundamento, que las fuentes de la Revelación son dos: la Palabra de Dios escrita y oral; Biblia y Tradición. Ya lo hemos probado. Me remito a los argumentos sentados más arriba. En base a ellos, el magisterio, según las necesidades de los tiempos, (en muchos casos las diversas herejías que fueron surgiendo) y la maduración teológica, ha proclamado de modo solemne que tal o cual verdad ha sido revelada por Dios y se encuentra contenida en ciertas afirmaciones bíblicas, y han sido siempre entendidas en este sentido por la Iglesia (la tradición).
Teniendo esto en cuenta, podemos decir que el fundamento para sostener las verdades que en este punto se consideran, ha sido expuesto por los Papas en los documentos en que se han proclamado los referidos dogmas.
En cuanto a la inmunidad de pecado original (inmaculada concepción de María), existen dos puntos de apoyo en la Sagrada Escritura.
El primer texto, es el pasaje clásico de Gn 3,15, (Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: …Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar); si se entiende el pasaje de Cristo –el linaje de la mujer contra el cual se alzará el linaje de la serpiente– entonces hay que ver en la mujer de la cual procede este linaje no sólo a Eva, sino de modo inmediato a María, madre de Jesús. Si la enemistad es total, debe excluir (así lo ha entendido la tradición) toda connivencia con el pecado, puesto que “quien comete pecado es esclavo”, como dice Jesús (cf. Jn 8,34); por tanto, no sólo el linaje de la mujer sino la misma mujer que es madre de ese linaje, debe estar exenta de todo pecado. Esto no lo puede cumplir Eva, pero sí María.


En el Nuevo Testamento, el fundamento es el pasaje de la Anunciación, en la que el ángel llama a María con la palabra griega “kejaritôménê” (Lc 1,28). Esta palabra significa, como indica C. Pozo [1], que María tiene, de modo estable, la gracia que corresponde a su dignidad de Madre de Dios. La reflexión de la fe, sigue diciendo el mismo teólogo, descubrió que esa gracia es una “plenitud de gracia”. Más aun, que la única plenitud que verdaderamente corresponde a la dignidad de Madre de Dios, es aquélla que se tiene desde el primer instante de la existencia, es decir, una santidad total que abarque toda la existencia de María.
Éstos son los fundamentos; evidentemente no bastan por sí solos, ni la Iglesia pretende que así sea; está además la interpretación de toda la tradición de la Iglesia y del magisterio en particular.
Ya desde el siglo II aparecen fórmulas que indican la íntima asociación de María y Cristo, el Redentor, en la lucha contra el diablo. La idea se expresa en el paralelismo Eva-María, asociada al nuevo Adán (que ningún protestante piense que, si el paralelismo es entre Eva y María/Nueva Eva, entonces se está insinuando su pecado por cuanto Eva pecó, pues el mismo paralelismo pone en el otro término a Adán-Cristo; por tanto si Adán es figura de Cristo, pero no en cuanto a su pecado sino en cuanto a ser principio, lo mismo vale para Eva como figura de María, en cuanto madre de los vivientes “en la gracia”). Tenemos textos al respecto ya en el siglo II, de san Justino, san Ireneo, etc. En el siglo IV se cultiva más el tema de la plenitud de gracia en María, con hermosos textos de San Ambrosio, San Agustín, San Máximo de Turín (quien dice, por ejemplo, “María, habitación plenamente idónea para Cristo, no por la cualidad del cuerpo sino por la gracia original”), etc. A medida que pasan los siglos, la conciencia se va haciendo más clara al respecto. Los textos pueden verse en las obras especializadas[2]. Algo digno de consideración, es que hay testimonios de una fiesta consagrada a la Concepción de María a fines del siglo VII o comienzos del VIII.
Es muy importante la controversia entre los teólogos católicos sobre este tema, surgida en torno a los siglos XII-XIV, a raíz de teorías que consideran que la afirmación de la inmaculada concepción de María, implicaría que Nuestra Señora no habría sido redimida. Una inmaculada concepción que se oponga a la redención universal de Cristo no puede ser aceptada por la verdad católica; en razón de esto, algunos teólogos, pensando que ambas verdades eran incompatibles –a menos que el magisterio auténtico declarase el modo misterioso de esta compatibilidad– se inclinaron por negar esta verdad, diciendo que María habría sido concebida con pecado original, pero inmediatamente, en el primer instante, habría sido limpiada del mismo por el Espíritu Santo. Debemos recordar que, paralelamente a esta controversia, el pueblo sencillo, intuyendo el misterio, siguió profesando esta verdad, ajeno a las difíciles especulaciones teológicas. Desde el siglo XV en adelante, volvió a profesarse con serenidad esta verdad, incluso muchas universidades (como las de París, Colonia, Maguncia, etc.) impusieron el juramento de defender la inmaculada concepción antes de la colación de grados académicos. Destacable es también que el concilio cismático de Basiela (año 1439) definió como dogma de fe la doctrina de la Inmaculada Concepción. El Concilio de Trento manifiesta explícitamente, que su decreto admirable sobre el pecado original no intenta tocar el tema particular de María [3]. Finalmente, llega la definición dogmática por parte de Pío IX, aclarando que María es inmaculada y la primera redimida (redimida por anticipación; por aplicación anticipada de los méritos de Cristo, y que tal doctrina está revelada por Dios) [4].
En cuanto a la asunción de María, es decir, la doctrina que dice que María, después de su vida terrestre fue llevada en cuerpo y alma al cielo (sin definir si pasando por la muerte –a lo que se inclinan la mayoría de los teólogos– o por un estado de dormición), encuentra sus fundamentos bíblicos también en el texto de Gn 3,15, ya citado, pues se basa en la asociación perfectísima de María a Cristo en todos sus misterios (la encarnación, donde se pide su consentimiento; el nacimiento; su acompañamiento en la vida pública; el comienzo de sus obras en las bodas de Caná; su presencia al pie de la Cruz; su presencia en Pentecostés, etc.), que invitan a considerar su asociación al misterio de la muerte de su Hijo (para muchos teólogos, como he dicho), su posterior resurrección y ascensión a los cielos y su coronación. También suele aducirse el texto de Apocalipsis 12,1 (Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza), aunque este texto se aplica también a la Iglesia y al Israel de Dios.
Pío XII, en la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus” procedió de modo mixto, por medio de una argumentación que apelaba a: (a) que los Padres desde el siglo II afirman una especial unión de María, la Nueva Eva, con Cristo, el Nuevo Adán, en la lucha contra el diablo; (b) en Gn 3,15 la lucha de Cristo contra el diablo había de terminar en la victoria total sobre el demonio; (c) según san Pablo (cf. Ro 5-6; 1Co 15,21-26; 54-57), la victoria de Cristo contra el diablo fue victoria sobre el pecado y la muerte; (d) por tanto, hay que afirmar una especial participación de María –que debería ser plena, si su asociación con Cristo fue plena– que termine con su propia resurrección y triunfo sobre la muerte.
Esto está corroborado con testimonios de la tradición más antigua, tanto de los Padres como de la liturgia de la Iglesia (la fiesta de la Dormición se celebra en Jerusalén desde el siglo VI y hacia el 600 en Constantinopla), etc. Véase para todos estos testimonios, los textos indicados más arriba.
Los protestantes pueden estar en desacuerdo con estas enseñanzas, pero deberán reconocer que sus negaciones sistemáticas son más recientes en el tiempo que los testimonios de la misma tradición. Por eso, los primeros apologistas los llamaron “novadores”: los innovadores o inventores de doctrinas.
___________________________________________________
Bibliografía:
Pozo, María en la obra de la salvación, BAC, Madrid 1974;
José de Aldama, María en la patrística de los siglos I y II, BAC, Madrid 1970;
Gregorio Alastruey, Tratado de la Virgen Santísima, BAC, Madrid 1947;
B. Carrol, Mariología, BAC, Madrid 1964;
Ignace de la Potterie, La anunciación del ángel a María en la narración de San Lucas, en: “Biblia y Hermenéutica”, Actas de las Jornadas Bíblicas, San Rafael 1998, Ed. Verbo Encarnado 1998, pp. 141-166.
[1] Cf. Cándido Pozo, op. cit., p. 298.
[2] Pueden verse las citadas más arriba; por ejemplo, Pozo, pp. 298 ss. Este autor trae también muchas indicaciones bibliográficas.
[3] Cf. DS 1516.
[4] Cf. DS 2803.
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