La niña que quería ojos azules
Emy era una linda niña de 5 años de edad. Vivía en los Estados Unidos de América, frente al mar. Su familia era muy cristiana. Ella amaba a su familia y admiraba los ojos azules de su padre, de su madre y de sus hermanos... Todos en la casa de Emy tenían ojos azules... Todos... ¡Menos Emy! El sueño de Emy era tener ojos azules como el mar. ¡Cómo deseaba Emy eso!
Un día, oyó a su profesora decir que Dios responde a todas las oraciones. Emy pasó todo el día pensando en eso. “¡Seguro que Dios me escuchará!” Y a la hora de dormir, se arrodilló al lado de su cama y oró: "Papá del Cielo… ¡Muchas gracias porque creaste el mar que es tan hermoso! Muchas gracias por mi familia y mi vida. ¡Me gusta mucho todas las cosas que hiciste! Pero... Me gustaría pedirte un favor... cuando me despierte mañana… ¡Quiero tener ojos azules como los de mi mamá! En el nombre de Jesús, amén”.
Ella tuvo mucha fe esa noche. La fe pura y verdadera de una niña. Y, al despertar, al día siguiente, corrió al espejo. Miró y… ¿Cuál era el color de sus ojos ?... Continuaban siendo color castaño muy oscuro.
Emy se entristeció y lloró. Se preguntaba: “¿Acaso Dios no me oyó? ¿Por qué no atendió lo que le pedí? ¿Acaso no me porto bien y Dios puede concedérmelo? ¿O es que mis hermanos son mejores que yo? ¿Sirve de algo rezar? Aquel día, Emy tuvo que aceptar que ese “No” era la respuesta. Y aunque al principio renegó, y no entendía, acabó por aceptarlo, confiando en Dios.
No obstante, Emy siguió rezando y era muy generosa. Por eso, años después, cuando la invitaron a ir como misionera a la India, aceptó encantada.
Ya en la India, su labor consistía en "comprar niños para Dios". Es decir, había familias muy pobres que pasaban mucha hambre, y que al no tener nada, vendían a sus hijos a otras personas que las sacrificaban en el templo. La tarea de Emy era "comprarlos", para luego salvarlos de ese sacrificio. Pero, para poder entrar en los "templos" de la India, sin ser reconocida como extranjera, debía disfrazarse de indiana. Para ello se ponía polvo de café en la piel, cubría sus cabellos, se vestía como las mujeres del lugar y entraba libremente en los locales de venta de niños sin despertar ninguna sospecha. Emy podía caminar tranquila en todo el "mercado infantil", pues aparentaba ser una indiana.
Un día, una amiga misionera la miró disfrazada y dijo: “¡Caray, Emy! Estás perfecta… ¿Ya pensaste que no sería posible disfrazarte si tuvieses ojos de azul claro como todos los de tu familia? ¡No cabe duda que servimos a un Dios inteligente que ha pensado en todo! Él te dio ojos muy oscuros, pues sabía que eso sería esencial para tu misión y poder salvar muchos niños.”
Esa amiga no sabía cuánto había llorado Emy en su infancia por no tener ojos azules... Pero Emy pudo, finalmente, entenderlo. ¡Y le dio alegremente gracias a Dios por no tener ojos azules!
La moraleja es clara: todo está en el plan de Dios. Él conoce cada oración que sale de nuestros labios, y cada lágrima que sale de nuestros ojos; Él sabe el por qué nos suceden las cosas; conoce todas nuestra necesidades y podría resolverlas... pero las responde de manera sabia, a su momento. No podemos perder la paz si no nos gusta el color de nuestros ojos o cualquier otra cualidad. Nunca podemos perder esta seguridad, solo hay que confiar plenamente en Él.