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jueves, 16 de agosto de 2018

QUÉ ES EL DOGMA DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS


Cuarto Dogma: La Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos
El cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, también triunfó sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su Hijo.


Por: Madre Adela Galindo SCTJM | Fuente: Catholic.net 




De la constitución apostólica Munificentíssimus Deus del Papa Pío XII
Con esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950.

Tomado de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501, 760-762. 767-769)

Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y -lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su Hijo único, Jesucristo.

Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:

"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios."

Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:

"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la vida perfecta."

Otro antiquísimo escritor afirma:

"La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia si mismo, del modo que él solo conoce."

Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido absorbida en la victoria."

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.

La Asunción de María. 
Audiencia General del Santo Padre Juan Pablo II: del 9 de julio de 1997.

La tradición de la Iglesia muestra que este misterio "forma parte del plan divino, y está enraizado en la singular participación de María en la misión de su Hijo".

"La misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. (...) Se puede afirmar, por tanto, que la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la residencia inmaculada del Señor, funda su destino glorioso".

Juan Pablo II destacó que "según algunos Padres de la Iglesia, otro argumento que fundamenta el privilegio de la Asunción se deduce de la participación de María en la obra de la Redención".

"El Concilio Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), hace hincapié en el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque ha sido ´preservada libre de toda mancha de pecado original´, María no podía permanecer, como los otros hombres, en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia de pecado original y la santidad, perfecta desde el primer momento de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo".

El Papa señaló que "en la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. De manera análoga con lo que había sucedido en el origen del género humano y de la historia de la salvación, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse no en un individuo, sino en una pareja. Por eso, en la gloria celeste, junto a Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva".

Para concluir, el Papa aseguró que "ante las profanaciones y el envilecimiento al que la sociedad moderna somete a menudo al cuerpo, especialmente al femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano".

Adaptado de: Vatican Information Services VIS 970709 (350)

Dogma
Los dogmas marianos, hasta ahora, son cuatro:

María, Madre de Dios
La Virginidad Perpetua de María
La Inmaculada Concepción
La Asunción de María.
El Papa Pío XII bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de escuchar el sentir de los fieles, el primero de Nov. de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María. Este fue promulgado en la Constitución "Munificentissimus Deus":

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

¿Cual es el fundamento para este dogma?

El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma:

La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.
Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo, que le dio vida, llegase a la corrupción.
Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.
Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.
La Asunción es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas.

sábado, 3 de marzo de 2018

PAPA FRANCISCO ESTABLECE LA MEMORIA DE MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA


El Papa Francisco establece la memoria de “María, Madre de la Iglesia"
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




A través de un Decreto de la Congregación para el Culto Divino, el Vaticano ha establecido que la memoria de la “Virgen María, Madre de la Iglesia” se celebre cada año el lunes siguiente a Pentecostés.

“El Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año”, dice el documento.

En el decreto, la misma Congregación señala que “esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos”.

“Tal memoria deberá aparecer en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y de la Liturgia de las Horas: los respectivos textos litúrgicos se adjuntan a este decreto y sus traducciones, aprobadas por las Conferencias Episcopales, serán publicadas después de ser confirmadas por este Dicasterio. Donde la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, ya se celebra en un día diverso con un grado litúrgico más elevado, según el derecho particular aprobado, puede seguir celebrándose en el futuro del mismo modo”.

A continuación, el texto completo del Decreto:

CONGREGATIO DE CULTO DIVINO ET DISCIPLINA SACRAMENTORUM


DECRETO

sobre la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, en el Calendario Romano General

La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Gál 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia.

Esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno. El primero dice que María es madre de los miembros de Cristo, porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia; el otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo, indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia. Estas consideraciones derivan de la maternidad divina de María y de su íntima unión a la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.

En efecto, la Madre, que estaba junto a la cruz (cf. Jn 19, 25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos los hombres, personificados en el discípulo amado, como hijos para regenerar a la vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo ha engendrado en la cruz, entregando el Espíritu. A su vez, en el discípulo amado, Cristo elige a todos los discípulos como herederos de su amor hacia la Madre, confiándosela para que la recibieran con afecto filial.

María, solícita guía de la Iglesia naciente, inició la propia misión materna ya en el cenáculo, orando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Con este sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos, con los títulos, de alguna manera equivalentes, de Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también «Madre de la Iglesia», como aparece en textos de algunos autores espirituales e incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León XIII.

De todo esto resulta claro en qué se fundamentó el beato Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, como conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, para declarar va la bienaventurada Virgen María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa», y estableció que «de ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título».

Por lo tanto, la Sede Apostólica, especialmente después de haber propuesto una misa votiva en honor de la bienaventurada María, Madre de la Iglesia, con ocasión del Año Santo de la Redención (1975), incluida posteriormente en el Misal Romano, concedió también la facultad de añadir la invocación de este título en las Letanías Lauretanas (1980) y publicó otros formularios en el compendio de las misas de la bienaventurada Virgen María (1986); y concedió añadir esta celebración en el calendario particular de algunas naciones, diócesis y familias religiosas que lo pedían.

El Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año.


Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos.

Por tanto, tal memoria deberá aparecer en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y de la Liturgia de las Horas: los respectivos textos litúrgicos se adjuntan a este decreto y sus traducciones, aprobadas por las Conferencias Episcopales, serán publicadas después de ser confirmadas por este Dicasterio.

Donde la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, ya se celebra en un día diverso con un grado litúrgico más elevado, según el derecho particular aprobado, puede seguir celebrándose en el futuro del mismo modo.

Sin que obste nada en contrario.

En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 11 de febrero de 2018, memoria de la bienaventurada Virgen María de Lourdes.

Robert Card. Sarah Prefecto

domingo, 17 de noviembre de 2013

EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN QUE TRANSFORMÓ A LA IGLESIA


El dogma de la Inmaculada transformó a la Iglesia


La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción es un hecho providencial que revigorizó, a mediados del siglo XIX, a «una Iglesia exhausta y contra las cuerdas, al recordar la existencia del pecado original y la redención de Cristo». 
Vincenzo Sansonetti, que ha trabajado trece años, de 1976 a 1989, en el diario «Avvenire», de la Conferencia Episcopal Italiana, relata en la entrevista los pasos más llamativos de su libro recién publicado en Italia «La Inmaculada concepción. Del dogma de Pío IX a Medjugorje») («L'immacolata concezione. Dal dogma di Pio IX a Medjugorje», Editorial, Piemme).

ROMA, miércoles, 8 diciembre 2004 (ZENIT.org). 


¿Cuándo y por qué, de repente, la Santa Sede da un giro en su postura ante este misterio de fe, objeto de devoción desde los primerísimos años de la Iglesia? 

Más que un giro, se puede hablar de una progresiva maduración a través de los siglos que llevó a los Papas a «acompañar», con discreción pero atención, la devoción popular y la fiesta litúrgica, ya presentes en la Iglesia desde hace siglos. Los Papas fueron como árbitros en las contiendas, a menudo ásperas, entre «maculistas» e «inmaculistas», guiados por dominicos y franciscanos. 

De todos modos, queriendo señalar un punto crucial, hay que buscarlo en el exilio forzado del Papa Pío IX, obligado a huir a Gaeta, fortaleza situada en el Reino de las Dos Sicilias, para sustraerse a la feroz persecución anticatólica y antipontificia de la República Romana, liderada por el masón Giuseppe Mazzini. 

El libro se abre con una escena casi cinematográfica, en una fría mañana de enero de 1849, el Papa Mastai Ferretti se asoma al balcón del palacio que le ha dado hospitalidad, y ve el mar tempestuoso. Preocupado, a su lado el cardenal Lambruschini le dice: «Su Santidad sólo curará al mundo de los males que lo oprimen... proclamando el dogma de la Inmaculada. Sólo esta definición doctrinal restablecerá el sentido de las verdades cristianas». 

Pocos días después, Pío IX publica, desde Gaeta, la encíclica «Ubi Primum» en la que pide a todos los obispos del mundo que se definan sobre el dogma de la Inmaculada. El resultado será casi plebiscitario y, el 8 de diciembre de 1854, el Papa hace la solemne declaración de que «la beatísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, por especial gracia y privilegio de Dios y en vista de los méritos de Jesucristo, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original». 

La promulgación de este dogma se da en una época hija del Siglo de las Luces, que en Italia hará decir a Giuseppe Mazzini: «Surge una nueva época que no admite el cristianismo» y que está, como usted afirma, marcada por una cierta decadencia de la vida de la Iglesia. ¿Cree que este acontecimiento histórico y eclesial tenga alguna afinidad con lo que ha sucedido, por ejemplo, con la aparición de la Virgen de Guadalupe, y que, por tanto, haya que interpretarla como la respuesta de la Gracia a una situación humana sin salida? 

La aparición de Guadalupe, en México, completa, en el siglo XVI, la evangelización de América Latina. La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción devuelve vigor, a mediados del siglo XIX, a una Iglesia exhausta y contra las cuerdas, recordando la existencia del pecado original y la Redención de Cristo. 

Son hechos providenciales, que corresponden a un misterioso designio divino. Y es sorprendente que cuatro años después de la proclamación del dogma, el 11 de febrero de 1858, Nuestra Señora se aparezca en Lourdes llamándose a sí misma la Inmaculada Concepción, confirmando el dogma. 

Podía haberlo hecho antes (ha habido decenas, si no centenares, de apariciones marianas que han precedido a Lourdes), pero la Virgen respeta el camino humano, los pasos de la Iglesia. Y se definió «La Inmaculada» sólo «después» de la Bula de Pío IX, de 8 de diciembre de 1854. 

¿Nos puede contar algo sobre los acontecimientos sobrenaturales que los cronistas del tiempo escribieron respecto a la promulgación de la Bula «Ineffabilis Deus»? 

La mañana del 8 de diciembre de 1854, en la basílica de San Pedro del Vaticano, en el momento de la lectura de la Bula «Ineffabilis Deus», sobre Pio IX cayó un rayo de luz. Fenómeno sorprendente, porque en ninguna estación, y mucho menos en vísperas del invierno, desde ninguna ventana de la Basílica Vaticana, podía llegar un rayo de luz al ábside donde se encontraba el Papa. Fue visto como una especie de aprobación celeste, el auspicio de un gozoso porvenir en medio de la atormentada vida de la Iglesia del momento. 

Unos meses después, el 12 de abril de 1855, el mismo Pío IX visitaba el Colegio de «Propaganda Fide», en Roma. De repente el pavimento se abrió. En ese instante, el Papa gritó: «¡Virgen Inmaculada, ayúdanos!». Todos quedaron ilesos de milagro. Durante un siglo, en aquel Colegio, siguió la costumbre entre los alumnos, en el momento de romper la fila, de repetir la jaculatoria «¡Virgen Inmaculada, ayúdanos!». 

En la «Ineffabilis Deus», Pio IX , al declarar la doctrina de la Inmaculada Concepción, afirma que está destinada «...a la exaltación de la fe católica y al incremento de la religión cristiana...». ¿Cuáles fueron los beneficios obtenidos con la definición? 

Fue otro Papa quien describió los beneficios para la vida de la Iglesia: san Pío X, en la encíclica «Ad diem illum laetissimum», publicada en 1904, a los cincuenta años de la proclamación del dogma. 

Además de «los dones ocultos de gracias» concedidos por Dios a la Iglesia por intercesión de María, el Papa Sarto recuerda: la convocatoria del Concilio Vaticano I, en 1870, con la definición dogmática de la infalibilidad pontificia; el «nuevo y nunca visto fervor de piedad con el que los fieles de toda clase y nación afluyen, desde hace tiempo, a venerar al vicario de Cristo»; la «longevidad del pontificado de Pío IX y de León XIII, sapientísimos pilotos de la Iglesia»; las «apariciones de la Inmaculada en Lourdes y el florecimiento de milagros y de piedad». 

Volvieron a florecer las misiones, la caridad, la cultura, retornó la presencia y la visibilidad de los católicos en la vida social. Un ejemplo sorprendente: el día de la Asunción de 1895, tras el valiente ejemplo de los católicos de Roubaix, en junio, se reanudan en toda Francia las procesiones eucarísticas que habían sido prohibidas. 

Durante la visita de Juan Pablo II este año a Lourdes, el día de la Asunción, el portavoz papal, Joaquín Navarro-Valls, afirmó: «El Papa ha venido para pedir una curación no sólo de una enfermedad física, sino de la enfermedad más grave que atenaza al mundo moderno: el olvido del pecado original». 

En realidad, Juan Pablo II, con su recuerdo del pecado original, no ha hecho otra cosa que repetir algo ya claro a finales del siglo XIX, el siglo de Pío IX y del dogma de la Inmaculada. Y por añadidura, en ambientes que ciertamente no eran clericales. 

Ya el poeta Baudelaire, que no era por cierto un adulador, a finales del siglo XIX, afirmaba: «¡La más grande herejía de nuestro tiempo es la negación del pecado original!». Esta herejía sigue en pie todavía, y actúa. Pensemos en la cruzada contra el ex ministro italiano Rocco Buttiglione, católico, obligado a renunciar a su candidatura a comisario europeo para la Justicia y las Libertades, por haber usado la palabra «pecado», durante una audición. 

Se niega el pecado y el pecado original porque se quiere afirmar una idea de hombre totalmente liberado de una dependencia sobrenatural, de un Creador, un hombre que no reconoce sus límites y se pone en el lugar de Dios. 

Pero el hombre, libre de esta ligazón, sin una referencia religiosa, se convierte en tirano de sí mismo, presa de utopías y totalitarismos. De un hombre sin Dios nacen el nazismo, el comunismo, y el terrorismo actual que usa la palabra «dios» para sus fines sanguinarios. 

La Inmaculada, con su sonrisa dulce y benévola, tal como ha sido representada pictóricamente, ha aplastado la cabeza de la serpiente y nos conduce de la mano hacia el Paraíso, hacia la condición inmaculada que es su privilegio, aunque prometido a todos nosotros. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

LA PERPETUA VIRGINIDAD DE LA VIRGEN MARÍA



LA PERPETUA VIRGINIDAD DE LA VIRGEN MARÍA 
Dogma Mariano

El dogma de la Perpetua Virginidad se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente después del parto.

"Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel" (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt., 1, 22-23) (Const. Dogmática Lumen Gentium, 55 - Concilio Vaticano II).

"La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la 'Aeiparthenos', la 'siempre-virgen'." (499 - catecismo de la Iglesia Católica)

EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN - 8 DE DICIEMBRE


LA INMACULADA CONCEPCIÓN - 8 DE DICIEMBRE
DOGMA MARIANO 

El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.

"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles."

LA MATERNIDAD DE LA VIRGEN MARÍA - DOGMA MARIANO


LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN MARÍA
Dogma Mariano 

 Madre de DiosEl dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:

"Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."

El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:

"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66)
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