viernes, 13 de agosto de 2021

EL EVANGELIO DE HOY VIERNES 13 DE AGOSTO DE 2021

 



Viernes 19 del tiempo ordinario

Viernes 13 de agosto de 2021



1ª Lectura (Jos 24,1-13): En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: «Así dice el Señor, Dios de Israel: ‘Al otro lado del río Éufrates vivieron antaño vuestros padres, Teraj, padre de Abrahán y de Najor, sirviendo a otros dioses. Tomé a Abrahán, vuestro padre, del otro lado del río, lo conduje por todo el país de Canaán y multipliqué su descendencia dándole a Isaac. A Isaac le di Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié a Moisés y Aarón para castigar a Egipto con los portentos que hice, y después os saqué de allí. Saqué de Egipto a vuestros padres; y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con caballería y carros hasta el mar Rojo. Pero gritaron al Señor, y él puso una nube oscura entre vosotros y los egipcios; después desplomó sobre ellos el mar, anegándolos.

»Vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después vivisteis en el desierto muchos años. Os llevé al país de los amorreos, que vivían en Transjordania; os atacaron, y os los entregué. Tomasteis posesión de sus tierras, y yo los exterminé ante vosotros. Entonces Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, atacó a Israel; mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijera; pero yo no quise oír a Balaán, que no tuvo más remedio que bendeciros, y os libré de sus manos. Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó. Los jefes de Jericó os atacaron: los amorreos, fereceos, cananeos, hititas, guirgaseos, heveos y jebuseos; pero yo os los entregué; sembré el pánico ante vosotros, y expulsasteis a los dos reyes amorreos, no con tu espada ni con tu arco. Y os di una tierra por la que no habíais sudado, ciudades que no habíais construido, y en las que ahora vivís, viñedos y olivares que no habíais plantado, y de los que ahora coméis’».



Salmo responsorial: 135

R/. Porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor porque es bueno.


Dad gracias al Dios de los dioses.


Dad gracias al Señor de los señores.


Guió por el desierto a su pueblo.


Él hirió a reyes famosos.


Dio muerte a reyes poderosos.


Les dio su tierra en heredad.


En heredad a Israel, su siervo.


Y nos libró de nuestros opresores.

Versículo antes del Evangelio (1Tes 2,13): Aleluya. Recibid la palabra de Dios, no como palabra humana, sino como palabra divina, tal como es en realidad. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 19,3-12): En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?». Él respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre».

Dícenle: «Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?». Díceles: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio».

Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse». Pero Él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda».



«Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre»

Fr. Roger J. LANDRY

(Hyannis, Massachusetts, Estados Unidos)



Hoy, Jesús contesta a las preguntas de sus contemporáneos acerca del verdadero significado del matrimonio, subrayando la indisolubilidad del mismo.

Su respuesta, sin embargo, también proporciona la base adecuada para que los cristianos podamos responder a aquellos que intentan buscar la ampliación de la definición de matrimonio para las parejas homosexuales.

Al hacer retroceder el matrimonio al plan original de Dios, Jesús subraya cuatro aspectos relevantes por los cuales sólo pueden ser unidos en matrimonio un hombre y una mujer:

1) «El Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra» (Mt 19,4). Jesús nos enseña que, en el plan divino, la masculinidad y la feminidad tienen un gran significado. Ignorarlo, pues, es ignorar lo que somos.

2) «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer» (Mt 19,5). El plan de Dios no es que el hombre abandone a sus padres y se vaya con quien desee, sino con una esposa.

3) «De manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19,6). Esta unión corporal va más allá de la poco duradera unión física que ocurre en el acto conyugal. Se refiere a la unión duradera que se presenta cuando un hombre y una mujer, a través de su amor, conciben una nueva vida que es el matrimonio perdurable o unión de sus cuerpos. Es obvio que un hombre con otro hombre, o una mujer con otra mujer, no pueden considerarse un único cuerpo de esa forma.

4) «Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mt 19,6). Dios mismo ha unido en matrimonio al hombre y a la mujer, y siempre que intentemos separar lo que Él ha unido, lo estaremos haciendo por nuestra cuenta y a expensas de la sociedad.

En su catequesis sobre el Génesis, el Papa San Juan Pablo II dijo: «En su respuesta a los fariseos, Jesucristo plantea a sus interlocutores la visión total del hombre, sin la cual no es posible ofrecer una respuesta adecuada a las preguntas relacionadas con el matrimonio».

Cada uno de nosotros está llamado a ser el “eco” de esta Palabra de Dios en nuestro momento.

EXPLICACIÓN Y IMÁGENES DE LOS 7 SACRAMENTOS


 

 ¿Cuáles son los 7 Sacramentos de la Iglesia? Te los explicamos con caricaturas

Escrito por: Mauricio Montoya


Los Sacramentos son acciones de la Iglesia, que por medio de la acción de Cristo, edifican a la misma. El carácter sacramental es un sello espiritual conferido tanto por el bautismo como por la confirmación y el orden sacerdotal.

Por medio de este sello, el cristiano queda configurado con Cristo, participando de diversos modos en su sacerdocio y formando parte de la Iglesia. El carácter sacramental es indeleble, por lo cual solo se puede recibir una vez en la vida.

Los siete Sacramentos, no solo suponen la fe sino que la alimentan, fortalecen y expresan. En ellos, la Iglesia recibe un anticipo de la vida eterna. Hoy quisimos explicarte cada uno a través de caricaturas:





1. El bautismo

Es el primer sacramento de la iniciación cristiana. En razón de su nombre el rito central de este sacramento consiste en «sumergir» en el agua a quien se bautiza. Este sumergir en el agua es también un sumergir en la vida en Cristo, es decir que durante el bautismo la persona se une a la muerte y resurrección de Cristo y así se hace una nueva criatura. Esto es lo más importante de este sacramento, pues nos hacemos hijos de Dios por adopción en Cristo.

El bautismo se celebra en la Iglesia desde Pentecostés, llevando así la salvación a todos aquellos que han recibido el anuncio del Evangelio. Además este sacramento constituye el fundamento de la comunión con los demás cristianos, otorgando los dones del Espíritu Santo.

«Y acercándose Jesús les dijo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». (Mt 28, 18-19)



2. La confesión

También conocido como el sacramento de la penitencia o reconciliación, es necesario ya que la vida nueva recibida en el bautismo, no suprimió la debilidad de la naturaleza humana ni la inclinación al pecado. Por esto Cristo ha instituido este sacramento, para la conversión de los bautizados que se han alejado de Él por el pecado.

Jesús instituye este sacramento cuando en la tarde de Pascua se muestra a sus apóstoles y les dice: «Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les serán perdonados, a quien se los retuviereis, les serán retenidos». (Juan 20, 22-23)

Este sacramento consiste en la curación del alma que se encuentra enferma a causa del pecado, y se compone de dos elementos esenciales que son: los actos que lleva a cabo el hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu y la absolución del sacerdote.



3. La Eucaristía

Es el sacrificio mismo del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Fui instituida por Él mismo en la noche de la Última Cena con sus apóstoles, para perpetuar en los siglos el sacrificio de la cruz, confiando a la Iglesia, en memoria de su Muerte y Resurrección.

La Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida cristiana, pues en ella está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo. La celebración eucarística se compone de dos momentos: la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía.

«Tomando pan se los dio diciendo: este es mi cuerpo que es entregado por vosotros, haced esto en memoria mía. Así mismo tomo el cáliz diciendo: este es el cáliz de la nueva Alianza en mi sangre que será derramada por vosotros». (Lucas 22, 19-20)



4. La confirmación

En Pentecostés, los apóstoles reciben el Espíritu Santo y anuncian las maravillas de Dios, luego comunican a los bautizados este mismo Espíritu, mediante la imposición de las manos. La Iglesia a lo largo de los siglos ha seguido viviendo de la fuerza del Espíritu y sigue comunicándolo a sus hijos.

Llamamos confirmación al sacramento por el cual se confirma y refuerza la gracia bautismal. Debe conducir al cristiano a una unión más íntima con Cristo, una familiaridad con el Espíritu Santo, su acción, sus dones y llamadas.

La parte fundamental del rito de este sacramento es la «Crismación», que es la unción con el Santo Crisma. Los efectos de este sacramento son: la especial efusión del Espíritu Santo, que otorga el crecimiento de la gracia bautismal, une más fuertemente con Cristo y su Iglesia, y fortaleciendo los dones del Espíritu en el corazón del hombre, le concede una fuerza especial para dar testimonio de la fe cristiana.

«Cuando los apóstoles oyeron cómo había recibido Samaria la Palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan, los cuales bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, pues aún no había venido sobre ninguno de ellos. Solo habían sido bautizados en el nombre del señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo». (Hechos 8, 14-17)





5. El matrimonio

La celebración de este sacramento por el cual se bendice la unión de un hombre y una mujer, se da por medio de una celebración pública en presencia del sacerdote o diácono, y los testigos. El momento central de este sacramento es el consentimiento de los novios, donde reconocen su amor y prometen su fidelidad, donde se crea un vínculo perpetuo y exclusivo.

«En cuanto a los casados, el precepto no es mío sino del Señor, que la mujer no se separe del marido y si se separa que no vuelva a casarse, y el marido que no repudie a la mujer». (1 Corintios 7, 10-11)



6. Orden sacerdotal

Es el sacramento por el cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles continua siendo ejercida hasta el fin de los tiempos. Este sacramento, confiere por un don singular del Espíritu Santo la potestad sagrada al servicio del pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo.

Este sacramento se confiere por la imposición de manos sobre la cabeza del ordenado por parte del obispo, quien pronuncia la solemne oración consagratoria. «Les constituyeron presbíteros en cada iglesia por la imposición de las manos, orando y ayunando y los encomendaron al Señor». (Hechos 14, 23)



7. La unción de los enfermos

Este sacramento junto con la penitencia, conforman el grupo de los sacramentos de curación o sanación. La Iglesia ha recibido de Cristo el mandato de curar a los enfermos y es por esto que con la oración de intercesión y con la unción con el óleo, les acompaña y asiste en el sufrimiento.

Este sacramento lo puede recibir cualquier fiel que comienza a encontrarse en peligro de muerte por enfermedad o vejez. El momento esencial del rito de este sacramento es la unción con el óleo de los enfermos por un sacerdote.

«¿Alguno entre vosotros está enfermo? Que haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con el óleo en el nombre del Señor». (Santiago 5,14)

IMÁGENES DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS, 15 DE AGOSTO

 

















miércoles, 11 de agosto de 2021

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 11 DE AGOSTO DE 2021

  


Miércoles 19 del tiempo ordinario

Miércoles 11 de agosto de 2021



1ª Lectura (Dt 34,1-12): En aquellos días, Moisés subió del valle de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, que mira hacia Jericó. Desde ahí le mostró el Señor todo el país: la región de Galaad hasta Dan; el territorio de Neftalí, de Efraín y de Manasés; todo el territorio de Judá hasta el mar Mediterráneo; las tierras del sur; el amplio valle que circunda a Jericó, la ciudad de las palmeras, hasta Soar, y le dijo: «Esta es la tierra que les prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciéndoles que se la daría a sus descendientes. A ti te la he dejado ver con tus propios ojos, pero tú no entrarás en ella».

Y Moisés, siervo del Señor, murió ahí, en Moab, como había dicho el Señor. Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor, pero hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años y no había perdido la vista ni las fuerzas. Los israelitas estuvieron llorando a Moisés en el valle de Moab treinta días, tiempo señalado para el duelo de Moisés.

Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. Los israelitas lo obedecieron, como el Señor se lo había ordenado a Moisés. No ha vuelto a surgir en Israel ningún profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en las señales y prodigios que el Señor le mandó realizar en Egipto, contra el faraón, su corte y su país; ni por su poder y los grandes portentos que hizo en presencia de todo el pueblo de Israel.



Salmo responsorial: 65

R/. Bendito sea el Señor.

Que aclame al Señor toda la tierra. Celebremos su gloria y su poder, cantemos un himno de alabanza, digamos al Señor: «¡Tu obra es admirable!».

Admiremos las obras del Señor, los prodigios que ha hecho por los hombres. Naciones, bendigan a nuestro Dios, hagan resonar sus alabanzas.

Cuantos temen a Dios, vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por mí. A él dirigí mis oraciones y mi lengua le cantó alabanzas.

Versículo antes del Evangelio (2Cor 5,19): Aleluya. Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mt 18,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».



«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él (...) donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»

Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz

(El Montanyà, Barcelona, España)


Hoy, en este breve fragmento evangélico, el Señor nos enseña tres importantes formas de proceder, que frecuentemente se ignoran.

Comprensión y advertencia al amigo o al colega. Hacerle ver, en discreta intimidad («a solas tú con él»), con claridad («repréndele»), su equivocado proceder para que enderece el camino de su vida. Acudir a la colaboración de un amigo, si la primera gestión no ha dado resultado. Si ni aun con este obrar se logra su conversión y si su pecar escandaliza, no hay que dudar en ejercer la denuncia profética y pública, que hoy puede ser una carta al director de una publicación, una manifestación, una pancarta. Esta manera de obrar deviene exigencia para el mismo que la practica, y frecuentemente es ingrata e incómoda. Por todo ello es más fácil escoger lo que llamamos equivocadamente “caridad cristiana”, que acostumbra a ser puro escapismo, comodidad, cobardía, falsa tolerancia. De hecho, «está reservada la misma pena para los que hacen el mal y para los que lo consienten» (San Bernardo).

Todo cristiano tiene el derecho a solicitar de nosotros los presbíteros el perdón de Dios y de su Iglesia. El psicólogo, en un momento determinado, puede apaciguar su estado de ánimo; el psiquiatra en acto médico puede conseguir vencer un trastorno endógeno. Ambas cosas son muy útiles, pero no suficientes en determinadas ocasiones. Sólo Dios es capaz de perdonar, borrar, olvidar, pulverizar destruyendo, el pecado personal. Y su Iglesia atar o desatar comportamientos, trascendiendo la sentencia en el Cielo. Y con ello gozar de la paz interior y empezar a ser feliz.

En las manos y palabras del presbítero está el privilegio de tomar el pan y que Jesús-Eucaristía realmente sea presencia y alimento. Cualquier discípulo del Reino puede unirse a otro, o mejor a muchos, y con fervor, Fe, coraje y Esperanza, sumergirse en el mundo y convertirlo en el verdadero cuerpo del Jesús-Místico. Y en su compañía acudir a Dios Padre que escuchará las súplicas, pues su Hijo se comprometió a ello, «porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).

5 COSAS QUE DEBES SABER SOBRE SANTA CLARA DE ASÍS

 



 5 cosas que debes saber sobre Santa Clara de Asís

Redacción ACI Prensa




El 11 de agosto se celebra la fiesta de la confundadora de las Hermanas Clarisas pobres y primera abadesa de San Damián, Santa Clara de Asís. Aquí te presentamos 5 cosas que todo católico debe saber sobre la vida de esta gran santa.


1. Es patrona de la televisión y las telecomunicaciones

A finales de los años 50, la televisión se estaba convirtiendo en una de las formas de comunicación más importantes de la sociedad moderna.

Por ello, el Papa Pío XII quiso ofrecer la bendición y protección de la Iglesia para esta nueva tecnología. Así, en 1958 publicó la Carta Apostólica proclamando a Santa Clara Patrona de la Televisión.

En esta se proclama que la Iglesia apoya la innovación tecnológica, el avance y recomienda el uso de la tecnología moderna para la proclamación del Evangelio. Reconoce que la televisión es capaz tanto del bien como del mal, por lo que quiere que tenga un santo patrono para la protección espiritual.

El Santo Padre eligió a Santa Clara de Asís (del siglo XIII) por el siguiente motivo: Cuenta la historia de que en una Navidad, Santa Clara estaba enferma y no podía salir de su cama para asistir a la Misa.

Sin embargo, milagrosamente, Dios le dio una visión de la Eucaristía en su convento en tiempo real, algo parecido a una “televisión espiritual”.


2. Fue gran amiga de San Francisco de Asís

En la Audiencia General del 15 de septiembre de 2010, el Papa Benedicto XVI afirmó que “para Clara, sobre todo al principio de su experiencia religiosa, Francisco de Asís no solo fue un maestro cuyas enseñanzas seguir, sino también un amigo fraterno”.

Cuando Clara tenía 18 años, San Francisco acudió a la iglesia de San Giorgio de Asís para predicar durante la Cuaresma. Clara, después de escucharlo, sintió en su interior una llama que encendió su corazón y pronto le hizo suplicar a San Francisco que la ayudara a vivir también “según el modo del Santo Evangelio”.

San Francisco, que enseguida reconoció en Clara una de esas almas escogidas destinadas por Dios para grandes cosas, prometió ayudarla y se convirtió en su guía espiritual.

En 1212, Clara huyó de su casa y se encaminó a la Porciúncula (Italia), donde entró a formar parte de la Orden de los Hermanos Menores. Clara prometió obedecer a San Francisco en todo. Tiempo más tarde ella y sus seguidoras se trasladaron al convento de San Damián, donde la santa permaneció 41 años hasta el día de su muerte.

Ese mismo año, Santa Clara y San Francisco de Asís fundaron la segunda orden franciscana o de hermanas clarisas.


3. Es la primera y única mujer en escribir una regla de vida religiosa para mujeres

Benedicto XVI indicó que “Clara fue la primera mujer en la historia de la Iglesia que compuso una Regla escrita, sometida a la aprobación del Papa, para que el carisma de Francisco de Asís se conservara en todas las comunidades femeninas que ya se iban fundando en gran número en su tiempo y que deseaban inspirarse en el ejemplo de Francisco y de Clara”.

Su decisión de escribir una regla fue una desviación radical de las normas religiosas de su tiempo. Solo después de insistir, el Papa Inocencio IV lo aprobó dos días antes de la muerte de Clara, el 11 de agosto de 1253.


4. Hizo sorprendentes milagros con panes

Cierto día, tenían un solo pan para 50 hermanas clarisas. Santa Clara lo bendijo y rezando todas juntas el Padre Nuestro, multiplicó el pan y lo repartió a sus hermanas.

Luego envió la otra mitad a los hermanos menores. Ante esto, dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?".

En otra ocasión, en una de las visitas del Papa Inocencio III al convento, Santa Clara hizo preparar las mesas y poner el pan en ellas para que el Santo Padre bendijera.

El Pontífice pidió a la santa que fuera ella quien lo hiciera, a lo que Clara se opuso rotundamente.

El Papa la instó a que hiciera la señal de la cruz sobre los panes y los bendijera en el nombre de Dios. Santa Clara, como verdadera hija de obediencia, bendijo muy devotamente aquellos panes con la señal de la cruz, y al instante apareció en todos los panes marcada la señal de la cruz.


5. Padeció enfermedad por muchos años

Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damián, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar.

El Papa la visitó dos veces y exclamó: “Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita”.

Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.

San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras agonizaba.

La santa repetía: “Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan”.

SANTA CLARA DE ASÍS, 11 DE AGOSTO

 


 

Clara de Asís, Santa

Memoria Litúrgica, 11 de agosto

Por: n/a | Fuente: Archidiócesis de Madrid



Virgen y Fundadora

Martirologio Romano: Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando una áspera vida en Asís, en la Umbría, pero, en cambio, rica en obras de caridad y de piedad. Enamorada de verdad por la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la extrema indigencia y enfermedad († 1253).


Breve Biografía

Nació en Asís el año 1193.  Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.

Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.

En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.

Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.

Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.

La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina".

Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.

Una de las monjas le preguntó:

- ¿Con quién hablas?

Ella contestó recitando el salmo.

- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.


Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas".

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.

De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte".

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO: AMOR DE JESÚS ES MÁS IMPORTANTE QUE TODOS LOS MANDAMIENTOS



 Catequesis del Papa Francisco: Amor de Jesús es más importante que todos los mandamientos

Redacción ACI Prensa

Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco continuó con su serie de catequesis sobre las Cartas de San Pablo a los Gálatas en la Audiencia General de este miércoles 11 de agosto en la que explicó que la ley y los mandamientos son los “pedagogos” hacia el encuentro con Cristo, porque el amor a Jesús “es más importante que todos los mandamientos”.

“Esto es muy importante porque la ley nos lleva a Jesús. Pero alguno de ustedes puede decirme: ‘no padre, una cosa ¿esto significa que si yo rezo el Credo no tengo que cumplir los mandamientos?’ No, los mandamientos tienen actualidad en el sentido que son pedagogos que te llevan al encuentro con Jesús. Pero si tú, dejas a un lado el encuentro con Jesús, y quieres regresar a dar más importancia a los mandamientos… Éste era el problema de aquellos misioneros fundamentalistas que se mezclaron entre los Gálatas para desorientarlos.

Que el Señor nos ayude a caminar en la vía de los mandamientos, pero, mirando el amor de Cristo, con el encuentro de Cristo, sabiendo que el amor de Jesús es más importante que todos los mandamientos”, afirmó el Santo Padre. 


A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco: 

Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

«¿Para qué la ley?» (Gal 3,19). Esta es la pregunta en la que, siguiendo a San Pablo, queremos profundizar hoy, para reconocer la novedad de la vida cristiana animada por el Espíritu Santo. Pero si existe el Espíritu Santo, está Jesús que nos ha redimido ¿para qué la ley? Y esto debemos reflexionar hoy.

El apóstol escribe: «Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gal 5,18). En cambio, los detractores de Pablo sostenían que los Gálatas tendrían que seguir la Ley para ser salvados. Iban hacia atrás, eran como, digamos, nostálgicos de otros tiempos, tiempos antes de Jesucristo. El apóstol no está en absoluto de acuerdo. No es en estos términos que se había acordado con los otros apóstoles en Jerusalén. Él recuerda bien las palabras de Pedro cuando sostenía: «¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?»

Las disposiciones que surgieron de aquel primer Concilio, el primer Concilio ecuménico fue ese de Jerusalén. Y las disposiciones eran muy claras y decían: «Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, apóstoles, no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, la idolatría, de la sangre, de los animales estrangulados y de las uniones ilegítimas. Algunas cosas que tocaban el culto a Dios, la idolatría, y que tocaban el modo de entender la vida de aquel tiempo. Cuando Pablo habla de la ley, hace referencia normalmente a la ley de Moisés, a los diez mandamientos. Esa estaba en relación, en camino, era para preparar, estaba en relación con la ley con la Alianza que Dios había establecido con su pueblo.

Según varios textos del Antiguo Testamento, la Torah – el término hebreo con el que se indica la Ley – es la recopilación de todas esas prescripciones y normas que los israelitas deben observar, en virtud de la Alianza con Dios.

Una síntesis eficaz de qué es la Torah se puede encontrar en este texto del Deuteronomio, que dice así: «Porque de nuevo se complacerá Yahveh en tu felicidad, como se complacía en la felicidad de tus padres, si tú escuchas la voz de Yahveh tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley, si te conviertes a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma» (30,9-10).

Es decir, la observancia de la Ley garantizaba al pueblo los beneficios de la Alianza y garantizaba el vínculo particular con Dios. Este pueblo, esta gente, esta persona están vinculados con Dios y hacen ver esta unión con Dios en el cumplimiento de la Ley. Estrechando la Alianza con Israel, Dios le había ofrecido la Torah para que pudiera comprender su voluntad y vivir en la justicia.

Pensemos que en aquel tiempo existía la necesidad de una Ley así, fue un gran don que Dios dio a su pueblo. ¿Por qué? Porque en aquel tiempo existía el paganismo en todos lados, la idolatría en todos lados, y las conductas humanas que derivan de la idolatría. Y por eso, el gran don que deriva de su don al pueblo es la ley, ir hacia adelante.

En más de una ocasión, sobre todo en los libros de los profetas, se constata que la no observancia de los preceptos de la Ley constituía una verdadera traición a la Alianza, provocando la reacción de la ira de Dios. El vínculo entre Alianza y Ley era tan estrecho que las dos realidades eran inseparables. La Ley es la expresión, que una persona, un pueblo, está en Alianza con Dios.  

A la luz de todo esto es fácil entender el buen juego que tendrían esos misioneros que se habían infiltrado entre los Gálatas para sostener que la adhesión a la Alianza conllevaba también la observancia de la Ley mosaica. Así como era en aquel tiempo. Sin embargo, precisamente sobre este punto podemos descubrir la inteligencia espiritual de San Pablo y las grandes intuiciones que él ha expresado, sostenido por la gracia recibida para su misión evangelizadora.

El Apóstol explica a los Gálatas que, en realidad, la Alianza y la Ley no están vinculadas de forma indisoluble. La Alianza con Dios y la Ley mosaica. El primer elemento sobre el que se apoya es que la Alianza establecida por Dios con Abraham se basó en la fe en el cumplimiento de la promesa y no en la observancia de la Ley, que todavía no estaba. Abraham empezó a caminar siglos antes de la Ley. Escribe el Apóstol: «Y digo yo: Un testamento ya hecho por Dios en debida forma [con Abraham], no puede ser anulado por la ley, que llega cuatrocientos treinta años más tarde [con Moisés], de tal modo que la promesa quede anulada. Esta palabra es muy importante, el pueblo de Dios, el cristiano, caminamos en la vida mirando una promesa, la promesa es precisamente lo que nos atrae, nos atrae para ir hacia adelante en el encuentro con el Señor.

Pues si la herencia dependiera de la Ley, ya no procedería de la promesa, que estaba antes de la ley, la promesa a Abraham, y sin embargo Dios otorgó a Abraham su favor en forma de promesa» (Gal 3,17-18) después vino la ley cuatrocientos treinta años más tarde.


Con este razonamiento, Pablo alcanza un primer objetivo: la Ley no es la base de la Alianza porque llegó sucesivamente. Era necesaria, es justa, pero antes estaba la promesa, la alianza. Un argumento como este pone en evidencia a los que sostienen que la Ley mosaica sea parte constitutiva de la Alianza, no, la Alianza está antes, es la llamada a Abraham. La Torah, la ley de hecho, no está incluida en la promesa hecha a Abraham.

Dicho esto, no se debe pensar que San Pablo fuera contrario a la Ley mosaica, no, la observaba. Más de una vez, en sus Cartas, defiende su origen divino y sostiene que esta posee un rol bien preciso en la historia de la salvación. Pero la Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa, porque no está en la condición de poder realizarla. La ley es un camino, es uno que te lleva hacia adelante hacia el encuentro. Pablo usa una palabra, no sé si está en el texto, una palabra muy importante: la ley es el pedagogo hacia Cristo, el pedagogo hacia la fe en Cristo, es decir, el maestro que te lleva de la mano hacia el encuentro. Quien busca la vida necesita mirar a la promesa y a su realización en Cristo.

Queridos, esta primera exposición del apóstol a los Gálatas presenta la novedad radical de la vida cristiana: todos los que tienen fe en Jesucristo están llamados a vivir en el Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento según el mandamiento del amor.

Esto es muy importante porque la ley nos lleva a Jesús. Pero alguno de ustedes puede decirme: ‘no padre, una cosa ¿esto significa que si yo rezo el Credo no tengo que cumplir los mandamientos?’ No, los mandamientos tienen actualidad en el sentido que son pedagogos que te llevan al encuentro con Jesús. Pero si tú, dejas a un lado el encuentro con Jesús, y quieres regresar a dar más importancia a los mandamientos… Éste era el problema de aquellos misioneros fundamentalistas que se mezclaron entre los Gálatas para desorientarlos.

Que el Señor nos ayude a caminar en la vía de los mandamientos, pero, mirando el amor de Cristo, con el encuentro de Cristo, sabiendo que el amor de Jesús es más importante que todos los mandamientos. Gracias.

BUENOS DÍAS

 






 

domingo, 8 de agosto de 2021

¿QUÉ ES ESO DE SANTIFICAR EL TRABAJO, PUEDO HACERLO SIENDO UN SIMPLE MORTAL?



 ¿Qué es eso de santificar el trabajo, puedo hacerlo siendo un simple mortal? ¡Te lo cuento todo!

Escrito por: María Belén Andrada


Hace ya un buen tiempo escribí un artículo sobre cómo santificar el estudio. Pero ¡el mundo no termina después del colegio o la universidad!

Cuando comenzamos a trabajar, es bueno recordar que nuestra actividad diaria es nuestra ruta para hacernos santos. 

El trabajo es santificable y santificador. Es escuela de virtudes (paciencia, diligencia, honestidad, responsabilidad, etc.) y una oportunidad de hacer un inmenso apostolado.

Ya sea con quienes nos rodean, mediante la palabra o el ejemplo. O simplemente, porque por la comunión de los santos, nuestros esfuerzos diarios «ganan» gracia que tantos otros necesitan.


¿Cómo podemos santificar el trabajo?

Enrique Shaw, empresario argentino en proceso de canonización, dijo:

«La vida activa nos ofrece, si queremos, una magnífica oportunidad de vernos a nosotros mismos, de sorprender nuestras cualidades y defectos.

Sin el trabajo exterior resultaría muy difícil conocernos, ya que hay en cada uno de nosotros mucho mal escondido y disimulado bajo un exterior aparentemente calmo.

La observación de la manera de cumplir con nuestro trabajo puede ser un magnífico método de examen de conciencia».

Pero hay algunas consideraciones más que hay que tener en cuenta, para que en nuestro afán por hacer bien las cosas no caigamos en un perfeccionismo desesperado (y desesperante).

Algunas reflexiones para no quemarnos, pero también para recordar el porqué de nuestras luchas. 



1. Santificar el trabajo ≠ una lista de éxitos

Santificar el trabajo es independiente de los resultados que alcancemos. Claro que procuramos hacer todo de la mejor manera, pero como seres humanos, incluso poniendo nuestro 100%, podemos fallar. 

Puede ser que de nuestro 100% de esfuerzo, un 30% no haya salido como esperábamos. O un 20% de equivocaciones, porque aún intentando prestando atención nos despistamos o porque falló nuestro criterio. 

No es tan importante el éxito, como la rectitud de intención. ¿Te has dado cuenta de que Dios no es buen matemático? Está más contento con un 10% de logros pero un 100% de esfuerzo, que un 100% de resultados con un 0% de rectitud de intención. 

Claro que, si ponemos los medios que están a nuestro alcance, por consecuencia lógica evitaremos muchas “chapuzas” y lograremos entregar mejores resultados. 



2. Rectitud de intención («a lo humano»)

¡No somos ángeles! Nuestros buenos propósitos debemos reafirmarlos una y otra vez. Lo mismo con la rectitud de intención.

Puede que empecemos un trabajo con el corazón, la inteligencia y la voluntad «en su lugar», pero a medida que avanzamos nos desviamos de nuestra meta original. Y hay que rectificar. 

Porque en el camino nos cansamos, porque solo queremos terminar, porque hemos perdido la emoción o porque ya no nos importa y queremos «cumplir».

Es en cada uno de estos momentos —y en tantos otros que aparecen mientras trabajamos— cuando debemos rectificar la intención. 

¿Cómo se hace? Es simple. Vuelve a ofrecer a Dios eso que tienes entre manos. Cuéntale que te has cansado, pero que le entregas ese cansancio.

Dile que te has aburrido, pero que continuarás por Él. Háblale de que has perdido el entusiasmo, pero que trabajarás como si la tuvieras, porque tu única ilusión será poder tener algo que entregarle. 



3. Ora et labora

Así lo decía san Benito: «ora y trabaja». Lleva, de tanto en tanto, tu trabajo a la oración y la oración a tu trabajo. No es sinónimo de traer la computadora al templo y empezar a enviar correos, ni tampoco rezar mentalmente el rosario mientras deberías estar atendiendo una reunión. 

No. Es equivalente a que, cuando te pongas a hacer oración, le cuentes al Señor tus preocupaciones. «Hay un trabajo que no sale como me gustaría, aunque me estoy esforzando…».

«Me han llamado la atención por esto, pero Tú sabes cuánto procuré», «ayúdame a poner buena cara cuando me toca atender a esta persona».

Él quiere escucharte, como un enamorado oye con paciencia las penas y alegrías de quien más ama. 

Y luego, cuando te toque comenzar a trabajar, ofrece esa actividad tuya haciendo un pequeño acto de presencia de Dios. Puede ser una oración introductoria, una jaculatoria, la señal de la cruz, una mirada a un Crucifijo —que te recomiendo tener a mano mientras trabajas—. 

Luego, al acabar, otra oración de acción de gracias. Y cada vez que cambias de tarea o cuando te canses, puedes pensar una breve jaculatoria, un acto de fe y de amor… y recomenzar de la mano de Dios. 

«Cuando uno ama, todo habla de amor, hasta nuestros trabajos que requieren nuestra total atención pueden ser un testimonio de nuestro amor» (Santa María Margarita).

Nuestro trabajo, hecho con pulcritud y esmero, ofrecido a Dios de comienzo a final, es una ofrenda agradable a Él. 



4. El mejor «negocio»

Como te lo dije al comienzo, Dios es perfecto, pero las matemáticas no son lo suyo, aparentemente. El buen ladrón murmuró un «acuérdate de mí…» y Él le regaló el cielo.

Un rosario nuestro puede equivaler a la conversión de un pecador empedernido. Una oración distraída se convierte en fuente inacabable de gracias. 

Pero el «negocio» divino ¡qué buen negocio es! ¡Cuánto «nos conviene» trabajar en él! Me refiero a que, en términos humanos, en una tarea profesional, se nos mide por el desempeño. Puedes cometer un error, y quedas fuera de la nómina. 

Sin embargo, como ya lo dije, Dios mira el corazón. Puede que pongas todo tu empeño en mejorar, y aún no lo logres. Pero Él se alegra igual, porque lo más importante es ese esfuerzo que haces. 



Recomendaciones prácticas

— Reza a tu Ángel Custodio: dile que te muestre tus errores antes de que los cometas y que te ayude a hacer un apostolado profesional fructífero. Pídele que te dé un empujoncito cuando te cansas y necesitas recomenzar cansado. 

— Reza jaculatorias cuando puedas y cuando lo necesites. Te ayudarán a reencauzar el corazón y ponerlo en tu trabajo. 

— Haz pequeñas mortificaciones, que te ayuden a rezar con los sentidos mientras trabajas. Por ejemplo, un rato sin música, o una taza de café menos.

Quizás no escribir o hablar a un colega sobre temas no relacionados, respetando también la concentración ajena. Evitar las redes sociales y distracciones, etc.

—Habla con Dios de tu trabajo, para que tu trabajo hable de Dios. Por tu esmero, tu pulcritud, tu atención a los detalles… ¡una heroica y cristiana lucha!

— No aparentes estar ocupado, ¡llena tu agenda de verdad! Aprovechar el tiempo te ayudará un montón, profesional y espiritualmente. 

— Trabaja sin prisa, pero sin pausa. Y aprende a colocar los paréntesis necesarios para descansar, cuando toca. 

— No «vivir para el viernes» desde el domingo por la noche. Haz que los lunes que cuestan y los miércoles que cansan también cuenten, ¡porque cada día es un don de Dios! Y un peldaño en tu camino al Cielo. 

— Pon intenciones junto a cada tarea. Así, aunque haya algo que no te ilusione hacer, pondrás cariño porque lo harás por una persona que necesita que la encomiendes. 


— Hacer las cosas con orden. Como decía san Josemaría: «Cuando tengas orden se multiplicará tu tiempo, y por tanto, podrás dar más gloria a Dios, trabajando más en su servicio».



«¿Y si no tengo trabajo?»

Antes de terminar, quizás haya personas —más aún en este tiempo— que se encuentran sin trabajo. «¿Qué significa?¿Qué no puedo ser santo? ¡Esto no es para mí!», quizás piensen mientras leen este artículo. 


Pero ¡sí tienes un trabajo! Lo que puedes santificar y en lo que puedes santificarte, en este momento es… ¡hacer lo que puedas hacer! Buscar trabajo, perfeccionar tus habilidades y aptitudes, estudiar y formarte en tu profesión. 


O tal vez sea quedarte en casa, pero no en un sofá empachándote con una maratón de series. Sino aprovechando el tiempo para lavar la ropa, limpiar, quizás hacer arreglos que se postergaban.


Como dije al comienzo, a Dios no le importa tanto el trabajo que realizamos, sino cómo nosotros nos hacemos santos en él y ayudamos a otros  —quienes nos rodean —a lograrlo también.


El trabajo es un medio, no un fin. El fin siempre es Dios.  

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