lunes, 24 de enero de 2022

EL EVANGELIO DE HOY LUNES 24 DE ENERO DE 2022

 



Lunes 3 del tiempo ordinario

Lunes 24 de enero de 2022




1ª Lectura (2Sam 5,1-7.10): En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: «Hueso tuyo y carne tuya somos: ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: ‘Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tu serás el jefe de Israel’». Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel. Tenía treinta años cuando empezó a reinar, y reinó cuarenta años; en Hebrón reinó sobre Judá siete años y medio, y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre Israel y Judá.

El rey y sus hombres marcharon sobre Jerusalén, contra los jebuseos que habitaban el país. Los jebuseos dijeron a David: «No entrarás aquí. Te rechazarán los ciegos y los cojos». Era una manera de decir que David no entraría. Pero David conquistó el alcázar de Sión, o sea, la llamada Ciudad de David. David iba creciendo en poderío, y el Señor de los ejércitos estaba con él.



Salmo responsorial: 88

R/. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán.

Un dia hablaste en visión a tus amigos: «He ceñido la corona a un héroe, he levantado a un soldado sobre el pueblo».


«Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso».


«Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder: extenderé su izquierda hasta el mar, y su derecha hasta el Gran Río».

Versículo antes del Evangelio (2Tim 1,10): Aleluya. Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte y sacó a la luz la vida por el Evangelio. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mc 3,22-30): En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».



«El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca»

Rev. D. Vicenç GUINOT i Gómez

(Sant Feliu de Llobregat, España)



Hoy, al leer el Evangelio del día, uno no sale de su asombro —“alucina”, como se dice en el lenguaje de la calle—. «Los escribas que habían bajado de Jerusalén» ven la compasión de Jesús por las gentes y su poder que obra en favor de los oprimidos, y —a pesar de todo— le dicen que «está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). Realmente uno queda sorprendido de hasta dónde pueden llegar la ceguera y la malicia humanas, en este caso de unos letrados. Tienen delante la Bondad en persona, Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se enteran. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no sólo no lo reconocen sino que lo acusan de diabólico.

Con este panorama es como para darse media vuelta y decir: «¡Ahí os quedáis!». Pero el Señor sufre con paciencia ese juicio temerario sobre su persona. Como ha afirmado San Juan Pablo II, Él «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre». Su condescendencia sin límites le lleva, incluso, a tratar de remover sus corazones argumentándoles con parábolas y consideraciones razonables. Aunque, al final, advierte con su autoridad divina que esa cerrazón de corazón, que es rebeldía ante el Espíritu Santo, quedará sin perdón (cf. Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser perdonado, primero, uno ha de reconocer su pecado.

Como anunció el Maestro, es larga la lista de discípulos que también han sufrido la incomprensión cuando obraban con toda la buena intención. Pensemos, por ejemplo, en santa Teresa de Jesús cuando intentaba llevar a más perfección a sus hermanas.

No nos extrañe, por tanto, si en nuestro caminar aparecen esas contradicciones. Serán indicio de que vamos por buen camino. Recemos por esas personas y pidamos al Señor que nos dé aguante.

SAN FRANCISCO DE SALES, 24 DE ENERO




San Francisco de Sales es el patrono de los escritores, editores y periodistas católicos.

POR CARLOS VILLA ROIZ



Desde 1923, san Francisco de Sales es el patrono de los comunicadores católicos, por disposición del Papa Pío XI, y hay razones de peso para ello, pues además de ser ejemplo de santidad, también fue un asiduo escritor, pletórico de análisis y reflexiones. A continuación, todo lo que debes saber de San Francisco de Sales.


¿Quién fue San Francisco de Sales?

San Francisco de Sales fue un obispo francés, considerado como uno de los santos más influyentes de la Iglesia Católica, por obras literarias como Introducción a la vida devota y Tratado sobre el amor de Dios. Aunque fue nombrado Obispo de Ginebra, nunca pudo tomar posesión.


Biografía

San Francisco de Sales nació el 21 de agosto de 1567 en el Castillo de Sales, ubicado en el ducado de Saboya y fue bautizado el 28 de agosto del mismo año.

Su padre, el marqués de Sales, deseaba que su hijo tuviera una alta posición social como todos los integrantes de su noble familia; por ello, Francisco inició sus estudios en humanidades con los jesuitas en el Colegio de Clermont, luego en Paris donde estudió Derecho Canónico y Civil y en la Universidad de Padua obtuvo un doctorado.

Dios le hizo un llamado y él respondió. Renunció a los títulos de nobleza que le correspondían y decidió ser sacerdote; tomó los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y fue consagrado por el obispo de Ginebra en 1583.

Después de haber sido rector del cabildo catedralicio y catedrático en distintos planteles universitarios, el obispo le encomendó que fuera a trabajar en la conversión de los seguidores de Juan Calvino, en Chablais, tarea a la que se dedicó entre 1594 y 1598.


Un hombre culto

Francisco de Sales era un hombre muy culto y hablaba francés, latín, hebreo y griego antiguo, y siempre mostró un especial interés por la obra de San Agustín y Santo Tomás de Aquino quien promovía el diálogo entre la fe y la razón.

Fueron años muy difíciles para la Iglesia. Lutero, por un lado, causaba un cisma en la Iglesia; Calvino seguía los mismos pasos, pero era más severo y con mayor rigor, y sus ideas comenzaban a extenderse en el ducado de Saboya; además, Enrique VIII se proclamaba Jefe de la Iglesia en Inglaterra y ante estos conflictos, el Papa Clemente VIII, hacía esfuerzos por mantener la fe de los creyentes en medio de una auténtica persecución de cristianos.

Francisco de Sales llegó a tener un atentado contra su vida; los protestantes habían prohibido escuchar sus sermones y lo difamaron, por eso, sus sermones los imprimía en hojas sueltas que echaba por debajo de las puertas de las casas y con esta táctica logró algunas conversiones e incluso, se reunió en secreto para dialogar con algunos seguidores de Calvino.

Él y su obispo eran considerados como de poca importancia porque tenía muy pocos fieles católicos, e incluso, Enrique IV de Francia le ofreció a Francisco de Sales una mejor plaza en su territorio, pero él rechazó argumentado que no se debía repudiar a una esposa pobre y cambiarla por una rica, sin embargo, también predicó en Chambrey, en Dijon, en Grenoble y en Paris, sobresaliendo en los ministerios como guía espiritual y predicador, y entre las personas a las que tocó el corazón con sus sermones durante la cuaresma, estuvo la baronesa Juana de Chantal, con quien fundó el Instituto de las visitadoras.

Después de tres años de trabajo entre los calvinistas, el obispo de Ginebra lo designó su coadjutor y más tarde, con el permiso del Papa, su sucesor, siendo su consagración episcopal el 8 de diciembre de 1602.

Él falleció en Lyón, Francia el 28 de diciembre de 1622. Fue beatificado por el Papa Alejandro VII en 1665 quien también lo canonizó el 19 de abril de 1665; luego, el papa Pío IX lo declaró Doctor de la Iglesia en 1877 y fijó su fiesta litúrgica para el 24 de enero.

La Iglesia celebra a San Francisco de Sales el 24 de enero.


Libros de san Francisco de Sales

Francisco de Sales fue uno de los mejores escritores de su tiempo siendo su obra maestra “Introducción a la vida devota”.  Entre las obras que se conocen de Francisco de Sales están:

Son los folletos que repartía refutando las ideas calvinistas y que fueron publicadas en 1672.

Virtud de la Señal de la Cruz. Cómo debe ser honrada la cruz de 1597. Consideración sobre el Credo de los Apóstoles, de 1598.

Defensa del estandarte de la cruz. Obra publicada en el año 1600.

Instrucción de los confesores.

Introducción a la vida devota. Se trata de un compendio de una serie de cartas.

Tratado del amor de Dios, de 1616.

Ensayo sobre la ética cristiana.

Tratado sobre la Eucaristía.

Dos tratados sobre la virginidad de la Virgen María.

Tratado sobre demonomanía.

Conferencias espirituales.

Sermones.

Cartas a Santa Juana de Chantal.

Opúsculos.


Frases de San Francisco de Sales

Hay algunas frases de este santo que se han vuelto muy famosas por la sabiduría que en cierran:

“No debemos corregir nunca dejándonos llevar de nuestros sentimientos, sino únicamente de nuestra caridad”

“Ten paciencia con todas las cosas, pero, sobre todo, contigo mismo.”

“Entretenerse en rebuscar defectos ajenos es indicio de no preocuparse de los propios”.

“Se aprende a hablar, hablando. A estudiar, estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando.”  

26 DE ENERO: ÚNETE AL PAPA FRANCISCO EN ORACIÓN POR LA PAZ EN UCRANIA



26 de enero: Únete al Papa Francisco en oración por la Paz en Ucrania

Ante la amenaza de guerra, el Papa convoca a participar por la paz y el entendimiento.

Foto: AFP




Preocupado por las amenazas de una nueva guerra en Europa, el Papa Francisco convocó a todos hombres de buena voluntad a sumarse este 26 de enero a una Jornada de Oración por la Paz en Ucrania.

Leer: Papa Francisco: Las homilías deben mover el corazón y ayudar https://desdelafe.mx/noticias/la-voz-del-papa/papa-francisco-las-homilias-deben-mover-el-corazon-y-ayudar/

Este domingo, al finalizar el rezo del Ángelus, el Santo Padre expresó su temor por las amenazas a la paz que viven los habitantes de ese país, y que “ponen en entredicho la seguridad del continente europeo, con repercusiones aún más vastas”.

“Hago un llamado sincero a todas las personas de buena voluntad para que recen a Dios Todopoderoso para que todas las acciones e iniciativas políticas estén al servicio de la fraternidad humana y no de los intereses partidistas”.


Obispos: “Hay un gran peligro para Europa”

En las últimas semanas ha ido en aumento las tensiones entre Ucrania y la Federación Rusa, luego de que éste último desplegara en los últimos días a más de 10 mil soldados en la frontera entre ambos países.

En un comunicado, los obispos de Ucrania y Polonia hicieron un llamado al diálogo y al entendimiento, para alejar el peligro de una acción militar.

“La situación actual representa para los países de Europa Central y Oriental y para todo el continente europeo un gran peligro, que puede destruir los progresos realizados hasta ahora por muchas generaciones en la construcción de un orden pacífico y de la unidad en Europa”, alertaron.  

CONOCE LA HISTORIA DE ESTAS PERSONAS NEGRAS QUE LLEGARON A LOS ALTARES



Conoce la historia de estas personas negras que llegaron a los altares

Redacción ACI Prensa




Cada 24 de enero, el mundo celebra el Día Mundial de la Cultura Africana y de los Afrodescendientes, que fue adoptada por la UNESCO en 2019 y recuerda la importancia de la cultura negra para la humanidad.

En la Iglesia destacan algunas personas de procedencia afrodescendiente que, en su lucha por alcanzar la vocación a la santidad, llegaron a los altares. Te presentamos la historia de algunos santos y beatos que muestran que la santidad no tiene color de piel ni nacionalidad.


1. San Martín de Porres

San Martín de Porres nació en Lima (Perú) en 1579, fue hijo de un noble español de origen burgalés, Juan de Porres, y una negra liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá. Desde niño, se preocupaba por el sufrimiento de la gente, especialmente por los enfermos y los pobres.

Aprendió el oficio de barbero y adquirió algunos conocimientos de medicina. A los quince años pidió ser admitido como “donado”, es decir, como terciario, en el convento de los Dominicos de la Ciudad de Lima.

Ya en el convento, trabajó como enfermero, donde atendía a cualquiera que se presentase a la enfermería, e intercedió ante Dios para que se realizaran numerosos milagros, especialmente curaciones.

San Martín de Porres murió en 1639, fue canonizado por San Juan XXIII en 1962 y ha sido siempre representado con la escoba en la mano, símbolo de su humilde servicio. Fue nombrado “Santo Patrono de la Justicia Social” y “Patrón Universal de la Paz” y su fiesta se celebra cada 3 de noviembre.


2. Santa Josefina Bakhita

Santa Josefina Bakhita nació en Sudán (África), de muy pequeña fue capturada en el bosque y vendida como esclava, donde pasó por la propiedad de cinco amos, siendo el cuarto con el que más sufrió de humillaciones y torturas.

Josefina ingresó al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, junto con Minnina, su amiga e hija de su nuevo amo, Augusto Michieli. Es ahí que conoce a Dios, quién siempre “había permanecido en su corazón” y le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud, “pero recién en ese momento sabía quién era”.

El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación. Desde ese momento tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada, y el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad, se convirtió en una de las hermanas de la orden.

Bakhita falleció en 1947 en Schio (Italia), San Juan Pablo II la beatificó en 1992 y declaró su día de culto el 8 de febrero. Finalmente, el mismo pontífice la canonizó en el año 2000.

“Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa”, son las recordadas palabras de la santa que se convirtió en un ícono de la historia de África.


3. San Benito de Palermo

San Benito Manassari nació en San Fratello en Messina (Italia) en 1526, fue hijo de descendientes de esclavos africanos y por su color de piel es conocido como el Moro.

A los 21 años ingresó en una comunidad de ermitaños y vivió en el Monte Pellegrino en Palermo. Sin embargo, cuando el Papa Pío IV disolvió la comunidad pasó a ser parte de los Frailes Menores.

Por 24 años su hogar fue el convento de Santa Maria di Gesù, donde ejerció la labor de cocinero, superior y maestro de novicios, fue conocido por su humildad y por vivir lleno de fe en la divina providencia,

Murió en 1589, fue beatificado por el Papa Benedicto XIV en 1743 y el Papa Pío VII lo canonizó el 24 de mayo de 1807. Su festividad se celebra el 4 de abril y es copatrón de Palermo junto con Santa Rosalía.


4. San Carlos Lwanga y compañeros mártires de Uganda

Carlos Lwanga, José Mkasa, junto a 20 compañeros, fueron martirizados entre 1885 y 1887 en Uganda por haber formado parte de la sociedad de los Misioneros de África, conocida como los Padres Blancos, que se encargó de la evangelización de ese continente durante el siglo XIX.

El líder de la comunidad católica, que para entonces tenía unos 200 miembros, era un joven de 25 años llamado José Mkasa (Mukasa) que trabajaba como mayordomo de la corte del rey Muanga.

José fue quemado el 15 de noviembre de 1885 por confrontar una decisión del soberano. Antes de fallecer, el joven dijo a sus verdugos: “un cristiano que entrega su vida por Dios no tiene miedo de morir”.

En mayo del año siguiente, los cristianos, ahora a cargo de Carlos Lwanga fueron capturados y llevados ante el rey, que les preguntó si tenían la intención de seguir profesando su fe, a lo que respondieron “¡Hasta la muerte!”.

El 3 de junio de 1886 doce de ellos fueron quemados vivos y otros 10 cristianos fueron descuartizados. Los 22 mártires fueron beatificados el 6 de junio de 1920 por el Papa Benito XV. Posteriormente fueron canonizados por Pablo VI el 18 de octubre de 1964.


5. Beato Cyprian Michael Iwene Tansi

Cyprian Michael Iwene Tansi nació en 1903 en Igboezunu al sur de Nigeria. A pesar de la desaprobación de sus padres, ingresó al seminario de Igbarian en 1925 y se consagró sacerdote en 1956.

El P. Tansi fue una persona cercana al pueblo, estuvo principalmente atento a la pastoral de la familia, donde trabajó para asegurarse que las parejas llegaran bien preparadas al Matrimonio y promovió la castidad.

El sacerdote también luchó por el acceso a la educación de las mujeres jóvenes, animó a las personas a recibir el Sacramento de la Reconciliación y nutrir sus vidas por la Palabra de Dios y la Sagrada Comunión.

Fue enviado a la abadía cisterciense de Mount Saint Bernard (Inglaterra) para seguir la vocación monástica y así devolver la vida contemplativa a África. En 1964, cerca de regresar a Camerún para formar la nueva comunidad, falleció de un aneurisma aórtico.

Fue beatificado por San Juan Pablo II el 22 de marzo de 1998 y es el primer beato de Nigeria.


6. Beato Tshimangadzo Samuel Benedict Daswa

Tshimangadzo Samuel Daswa nació el 16 de junio de 1946 en la tribu Lemba en la diócesis de Tzaneen, fue bautizado el 21 de abril de 1963, a los 16 años de edad con el nombre de Benedict.

Daswa fue director de la escuela primaria del pueblo de Nweli, catequista, promotor de obras de caridad y reconocido por su vida de oración, su generosidad y bondad; rasgos que también demostró con su esposa, Shadi Eveline Monyai, una luterana que se convirtió al catolicismo, y sus ocho hijos.

El 2 de febrero de 1990, fue emboscado cuando viajaba en su automóvil, como represalia por negarse a pagar dinero al consejo de ancianos que pensaba acudir a un brujo por una serie de fuertes temporales en la aldea.

Daswa escapó, pero ante la amenaza de matar a la mujer que lo escondía, se entregó a sus asesinos diciendo: “Padre recibe mi espíritu”. Fue asesinado cruelmente, momento en que él oró de rodillas.

Daswa fue beatificado por el Papa Francisco el 13 de septiembre de 2015 y es el primer beato de Sudáfrica.  

FELIZ FIN DE SEMANA





  

domingo, 23 de enero de 2022

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS 2022



Homilía del Papa Francisco en el Domingo de la Palabra de Dios 2022

Redacción ACI Prensa

Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco presidió este 23 de enero una Misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano por el Domingo de la Palabra de Dios, instituida por el mismo Pontífice en el Motu Proprio Aperuit Illis del 30 de septiembre de 2019.

En su homilía, el Santo Padre invitó volver a colocar la Palabra de Dios “en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia” a escucharla, a rezar con ella para ponerla en práctica.

“Hermanas y hermanos, la Palabra de Dios nos cambia. La rigidez no nos cambia, nos esconde. Y la Palabra de Dios nos cambia penetrando en el alma como una espada. Porque, si por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, por otra parte, provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones. Nos mete en crisis. No nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles. Siempre pagan los más débiles”, advirtió el Papa.


A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

En la primera Lectura y en el Evangelio encontramos dos gestos paralelos: el sacerdote Esdras tomó el libro de la ley de Dios, lo abrió y lo proclamó delante de todo el pueblo; Jesús, en la sinagoga de Nazaret, abrió el volumen de la Sagrada Escritura y leyó un pasaje del profeta Isaías delante de todos. Son dos escenas que nos comunican una realidad fundamental: en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe no estamos nosotros, con nuestras palabras; en el centro está Dios con su Palabra.

Todo comenzó con la Palabra que Dios nos dirigió. En Cristo, su Palabra eterna, el Padre «nos eligió antes de la creación del mundo» (Ef 1,4). Con su Palabra creó el universo: «Él lo dijo y así sucedió» (Sal 33,9). Desde la antigüedad nos habló por medio de los profetas (cf. Hb 1,1); por último, en la plenitud del tiempo, nos envió su misma Palabra, el Hijo unigénito (cf. Ga 4,4). Por esto, al finalizar la lectura de Isaías, Jesús en el Evangelio anuncia algo inaudito: «Esta lectura se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). Se ha cumplido; la Palabra de Dios ya no es una promesa, sino que se ha realizado. En Jesús se hizo carne. Por obra del Espíritu Santo habitó entre nosotros y quiere hacernos su morada, para colmar nuestras expectativas y sanar nuestras heridas.

Hermanas y hermanos, tengamos la mirada fija en Jesús, como la gente en la sinagoga de Nazaret (cf. v. 20), -lo miraban, era uno de ellos, cuál novedad, qué hará este, de quien se habla mucho- y acojamos su Palabra. Meditemos hoy dos aspectos de ella que están unidos entre sí: la Palabra revela a Dios y el otro aspecto la Palabra nos lleva al hombre. Está al centro revela a Dios y nos lleva al hombre.

En primer lugar, la Palabra revela a Dios. Jesús, al comienzo de su misión, comentando ese pasaje específico del profeta Isaías, anuncia una opción concreta: ha venido para liberar a los pobres y oprimidos (cf. v. 18). De este modo, precisamente por medio de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino.

No es un tirano que se encierra en el cielo -esa imagen de Dios fea, no es así-, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable -un dios matemático, no-, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida, Dios que tiene pasión y se apasiona hasta llorar nuestras mismas lágrimas. No es un dios neutral e indiferente, sino el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor. Siempre está presente allí.

Esta es «la buena noticia» (v. 18) que Jesús proclama ante la mirada sorprendida de todos: Dios es cercano y quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Y este es el rasgo de Dios: cercanía, Él mismo se define así y dice al pueblo en el Deuteronomio ¿cuál pueblo tiene a su dios cercano a ellos como yo te soy cercano a ti? El Dios cercano. Con esta cercanía que es compasiva y tierna quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra, con la que te habla para volver a encender la esperanza en medio de las cenizas, de las cenizas de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tus tristezas, para llenar de esperanza la amargura de tus soledades. Te hace ir, pero no en un laberinto, te hace ir en el camino para encontrarlo más cada día.

Hermanos, hermanas, preguntémonos: ¿llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios -del Dios cercano, del Dios compasivo, del Dios tierno- o pensamos que sea un juez riguroso, un rígido aduanero de nuestra vida? ¿Nuestra fe genera esperanza y alegría o -me pregunto- está todavía determinada por el miedo? ¿Una fe con miedo? ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el Temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa?

Para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: de la Palabra. Ella, contándonos la historia del amor que Dios tiene por nosotros, nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él, que apagan la alegría de la fe. La Palabra derriba los falsos ídolos, desenmascara nuestras proyecciones, destruye las representaciones demasiado humanas de Dios y nos muestra su rostro verdadero, su misericordia. La Palabra de Dios nutre y renueva la fe, ¡volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual! Al centro la Palabra que nos revela cómo es Dios, la Palabra que nos hace cercanos a Dios.

Y ahora, el segundo aspecto: la Palabra nos lleva al hombre. Nos lleva a Dios y nos lleva al hombre. Justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida. Esta es idolatría, idolatría escondida, idolatría refinada, pero es idolatría. La Palabra nos impulsa a salir fuera, fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios.

En la sinagoga de Nazaret Jesús nos revela precisamente esto: Él es enviado para ir al encuentro de los pobres -que somos todos nosotros- y liberarlos. No vino a entregar una serie de normas o a oficiar alguna ceremonia religiosa, sino que descendió a las calles del mundo para encontrarse con la humanidad herida, para acariciar los rostros marcados por el sufrimiento, para sanar los corazones quebrantados, para liberarnos de las cadenas que nos aprisionan el alma. De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo. Debemos volver a esto, en un momento que en la Iglesia existen las tentaciones de la rigidez, que es una perversión, y se cree que encontrar a Dios es ser más rígido, más rígido, con más normas, las cosas correctas, las cosas claras, no es así. Cuando nosotros veamos propuestas rígidas, propuestas de rigidez, pensemos inmediatamente esto es un ídolo, no es Dios, nuestro Dios no es así.

Hermanas y hermanos, la Palabra de Dios nos cambia. La rigidez no nos cambia, nos esconde. Y la Palabra de Dios nos cambia penetrando en el alma como una espada (cf. Hb 4,12). Porque, si por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, por otra parte, provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones. Nos mete en crisis. No nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles. Siempre pagan los más débiles.

La Palabra pone en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros. Cuánto dolor sentimos cuando vemos nuestros hermanos y hermanas morir en el mar porque no los dejan desembarcar y esto, algunos, en el nombre de Dios. La Palabra de Dios nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del “no hay nada que hacer”, “es un problema de ellos, es un problema suyo” o del “¿qué puedo hacer yo?” Dejémoslo allí. Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre. Siempre allí.

Porque la Sagrada Escritura no nos ha sido dada para entretenernos, para mimarnos en una espiritualidad angélica, sino para salir al encuentro de los demás y acercarnos a sus heridas. He hablado de la rigidez, de aquel pelagianismo moderno, que es una de las tentaciones de la Iglesia, y esta otra es buscar una espiritualidad angélica, es un poco otra de las tentaciones de hoy, los movimientos espirituales agnósticos, el agnosticismo que te propone una palabra de dios que te mete en órbita y no te hace tocar la realidad.

La Palabra que se ha hecho carne (cf. Jn 1,14) quiere encarnarse en nosotros. No nos aleja de la vida, sino que nos introduce en la vida, en las situaciones de todos los días, en la escucha de los sufrimientos de los hermanos, del grito de los pobres, de la violencia y las injusticias que hieren la sociedad y el planeta, para no ser cristianos indiferentes sino laboriosos, cristianos creativos, cristianos proféticos.

«Esta lectura que acaban de oír -dice Jesús- se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). La Palabra quiere encarnarse hoy, en el tiempo que vivimos, no en un futuro ideal. Una mística francesa del siglo pasado, que eligió vivir el Evangelio en las periferias, escribió que la Palabra del Señor no es «“letra muerta”, sino espíritu y vida. [...] Las condiciones de la escucha que reclama de nosotros la Palabra del Señor son las de nuestro “hoy”: las circunstancias de nuestra vida cotidiana y las necesidades de nuestro prójimo» (M. Delbrêl, La alegría de creer, Sal Terrae, Santander 1997, 242-243).

Entonces, preguntémonos: ¿queremos imitar a Jesús, ser ministros de liberación y de consolación para los demás? Es decir, actuar la Palabra. ¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra? ¿Una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de aquello que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida? ¿Queremos esto?

En esta celebración, algunos de nuestros hermanos y hermanas son instituidos lectores y catequistas. Están llamados a la tarea importante de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos. Esta es también la misión de cada uno de nosotros: ser anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo. Por eso, apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse. ¡Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia! Así seremos libres de todo pelagianismo rígido y seremos libres de las ilusiones, de espiritualidad que te coloca en la órbita sin cuidar a los hermanos y hermanas. ¡Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia! Escuchémosla, recemos con ella, pongámosla en práctica. 

¿POR QUÉ ES DIFÍCIL PERDONAR?



¿Por qué es tan difícil perdonar?

Para perdonar tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús

Por: Madre Angélica | Fuente: EWTN.com


Una de las pruebas más difíciles que se enfrentan en la vida es la constatación de que se es incapaz de perdonar a alguien que nos lastimó. Jesús nos dio un ejemplo de esa actitud cuando relató la parábola del hijo pródigo que malgastó su herencia.

Cuando a este joven se le acabó todo el dinero y empezó a pasar necesidad en una tierra donde había sobrevenido un hambre extrema, decidió volver a su padre, pedir perdón y solicitar ser tratado como a uno de sus jornaleros. El padre misericordioso, que nunca dejó de amar a su hijo, lo perdonó en el acto y le devolvió su lugar en la casa, como su hijo.

Pero el hermano mayor, que había permanecido fiel a su padre, se quejó. Estaba celoso de la fiesta que se había organizado en honor de su hermano pródigo.

Al hermano mayor le pareció completamente injusto que su padre honrara a ese hermano descarriado, mientras que a él nunca lo había recompensado por su lealtad y su trabajo. En lugar de alegrarse por la conversión y el regreso de su hermano, el mayor se irritó y se entristeció, y se negó a entrar en el banquete.

El padre le explicó por qué debía alegrarse: porque el hijo que estaba perdido había vuelto. En ese momento, el hermano mayor tuvo que elegir. ¿Haría caso a la súplica de su padre y se uniría a su alegría, o se encerraría en sí mismo y en su tristeza autocompasiva? ¿Iba a aceptar reconciliarse con su hermano, aunque no fuera más que por amor a su padre, o se retiraría amargado y con el corazón endurecido?

Jesús no nos contó cuál fue la reacción del hermano mayor. Tal vez quería que reflexionáramos sobre cuál sería nuestra reacción, ya que es una opción que todos, tarde o temprano, vamos a tener que hacer.

Sea porque tenemos a un alcohólico en la familia, o un ser querido se hace adicto a las drogas, o un cónyuge nos es infiel o un amigo nos traiciona, todos, en algún momento, nos enfrentaremos con la opción de perdonar a quien nos hirió, incluso si esa persona no nos pide perdón.

El único remedio veraz para curar ese tipo de sufrimiento es perdonar a quien nos hirió. Por eso es que Jesús nos regaló el “Padrenuestro”.

Si nosotros no perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el Padrenuestro, ¡estamos pidiendo a Dios que no nos perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos dio Su propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.




¿Por qué es tan difícil perdonar y olvidar?

Yo lo llamo “vivir en el recuerdo”. Cuando nuestra Fe y nuestra Esperanza son débiles, podemos vivir inmersos en un recuerdo triste.

Durante años revivimos y reavivamos ese momento de dolor y enojo, hasta que se nos deforma el alma y se nos endurece el corazón.

En ese estado, empezamos a justificar todas nuestras debilidades por esa experiencia dolorosa que recordamos una y otra vez.

A esa altura, es imposible ver las propias faltas con humildad y tratar de cambiar nuestra conducta indeseable para bien. Al final, un día nos percatamos de que estamos atrapados en un ciclo sin fin de frustración, enojo y tristeza.

Esa es una situación peligrosa ya que, a menos que rompamos ese patrón, todo lo que nos suceda cada día será un recuerdo de ese incidente que nos lastimó tanto.

La tensión va a ir en aumento hasta que la vida entera se va a ver destruida por frustraciones que no existen. Es fácil imaginarse al hermano mayor cargado de amargura contra su hermano descarriado durante mucho tiempo.

Si eligiera rechazar la alegría de la reconciliación y el sacrificio, cosecharía solamente tristeza y tormentos. Se estaría cargando sobre las espaldas ese rencor cada vez que viera a su hermano. Pero sería la opción que él mismo escogió la que le causaría tristeza.


¿Cuál es la solución? ¿Cómo logro perdonar?

Sin duda, perdonar no es hacer de cuenta que no tenemos problemas ni sentimientos, ni que nunca hubo ofensa. No se pueden enterrar los sentimientos ni los recuerdos a costa de una gran fuerza de voluntad. Eso no sirve.

No, la respuesta requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos usar esos sentimientos que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar al Padre, nuestro Dios Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el sol sobre justos e injustos.

Tenemos que empezar a ver lo sucedido como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación, para hacernos santos según nuestra reacción ante ese acontecimiento doloroso.

En lugar de tratar de hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús o por algún incidente de Su vida.

La memoria, una de nuestras facultades mentales, es un regalo precioso que nos dio Dios. Pero debe ser usada correctamente. La memoria debe considerarse un depósito tremendo donde podemos guardar todo lo que nos relatan los Evangelios acerca de Jesús y Su vida, llenando el lugar con Oración, Escrituras y los Sacramentos.

Cada vez que recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el recuerdo con palabras de Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él perdonó, y cómo utilizó cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre.

Entonces, cuando aparezca un recuerdo inquietante, podemos “cambiar de carril” hacia un pensamiento diferente: uno centrado en Jesús. Esto va a lograr que nuestra memoria se eleve por sobre las cosas de este mundo, y empiece a vivir en la Palabra de Dios.

Sin embargo, este proceso de sustituir un mal recuerdo por buenos pensamientos puede utilizarse incorrectamente. Si se realiza en una esfera completamente natural, puede ayudar a cambiar el pensamiento, pero nunca nos va a provocar un cambio de vida que nos acerque a la unión con Dios.

Por ejemplo: un colega nos ofende con un comentario antipático. Uno permanece callado, pero las palabras que dijo nos queman por dentro como el fuego. Hay quienes nos aconsejarán salvar esta situación a través del “pensamiento positivo”, o mediante alguna técnica como la formación de una imagen mental de una flor que flota en un lago espejado.

Esto puede cambiar el patrón de pensamiento y calmar los ánimos, pero no nos va a hacer semejantes a Jesús. No, no es esa la manera de proceder.




Jesús es el centro del perdón

Es Jesús quien debe ocupar el centro de nuestras facultades mentales. Jesús es el Camino a seguir para controlar nuestra memoria y nuestra imaginación. Es Jesús la Verdad que nos ayuda a elevar nuestro entendimiento por encima de nuestra limitada capacidad para ver los Misterios de Dios. Y Jesús es la Vida a través de la cual se fortalece nuestra voluntad para superar los más grandes obstáculos.

Como cristianos, debemos luchar por vivir una vida santa, la vida de un hijo de Dios –no simplemente una “buena” vida como meras criaturas de Dios-.

Es solamente a través de Jesús que podemos elevarnos de una vida de imperfección o tristeza o amargura a una vida de santidad y esperanza y alegría.

Dios siempre saca cosas buenas de toda situación para quienes lo aman, si no en esta vida, en la otra.

Cuando ponemos nuestra confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras penurias pueden convertirse en escalones que nos lleven al Cielo. 

PAPA FRANCISCO INSTITUYE POR PRIMERA VEZ EL MINISTERIO LAICAL DE LECTORADO Y CATEQUISTAS



Papa Francisco instituye por primera vez el ministerio laical de lectorado y catequistas

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

Foto: Captura Vatican Media




Durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano por el Domingo de la Palabra de Dios este 23 de enero, el Papa Francisco instituyó por primera vez los ministerios de lector y catequista a fieles laicos, hombres y mujeres, procedentes de diferentes partes del mundo.

Se trató de la primera vez que el Santo Padre instituye el ministerio laical de lectorado y catequistas y en el Vaticano recibieron el ministerio del lectorado ocho fieles laicos -seis mujeres y dos hombres- y otras ocho personas recibieron el ministerio laical de catequista -cinco hombres y tres mujeres-.

El Papa Francisco instituyó el Domingo de la Palabra de Dios, con el Motu Proprio Aperuit Illis del 30 de septiembre de 2019 para que la Iglesia Universal celebre cada tercer Domingo del Tiempo Ordinario con el fin de “crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura”.

El 10 de enero de 2021 el Santo Padre modificó el Código de Derecho Canónico con el Motu Proprio Spiritus Domini que cambió el canon 230 § 1 para dar acceso de las mujeres al ministerio instituido del lectorado y acolitado.

Además, el Papa instituyó el ministerio laical de catequista con la carta apostólica en forma Motu Proprio “Antiquum ministerium” (antiguo ministerio) el 11 de mayo de 2021 en la que también solicitó la elaboración de un itinerario de formación, la descripción de los criterios normativos para acceder al ministerio y la publicación del rito de institución de tal ministerio laical.


Rito de institución

Antes de la homilía del Papa, un diácono leyó el nombre de los candidatos al ministerio de lectorado y el ministerio de catequista, después de mencionar el nombre, cada candidato, candidata, respondió “Eccomi” (heme aquí).

En concreto, se trató de 16 fieles laicos presentes en el Vaticano, que fueron en representación de todo el Pueblo de Dios. Entre los candidatos al ministerio del lectorado se encontraron personas procedentes de Corea del Sur, Pakistán, Ghana y varias partes de Italia, mientras que los candidatos al ministerio de catequistas se encontraron dos laicos del Vicariato Apostólico de Yurimaguas (Perú) en la Amazonia, dos fieles de Brasil que ya están involucrados en la formación de catequistas, una mujer de Kumasi, Ghana, el actual Presidente del Centro de Oratorios Romanos (el Centro Oratori Romani), un laico de Łódź (Polonia) y una fiel laica de Madrid (España).

Según informó el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, “debido a las dificultades de viaje causadas por las actuales restricciones sanitarias, no fue posible la esperada presencia de dos fieles de la República Democrática del Congo y de Uganda”.

Después de pronunciar su homilía, en la que invitó a colocar la Palabra de Dios “en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia” a escucharla, a rezar con ella para ponerla en práctica, el Santo Padre presidió el rito de institución al ministerio laical del lectorado y de catequistas preparado por la Congregación para el Culto Divino.

Los nuevos ministros al lectorado recibieron una Biblia, mientras que los ministros catequistas recibieron un crucifijo plateado, reproducción de la cruz pastoral utilizada primero por San Pablo VI y luego por San Juan Pablo II.

En primer lugar, el Papa destacó que siendo lectores “es decir, anunciadores de la Palabra de Dios, están llamados a colaborar a este compromiso primario en la Iglesia” porque se colocan al “servicio de la fe, la cual tiene su raíz y su fundamento en la Palabra de Dios”.

“Proclamarán la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica; educarán en la fe a los niños y a los adultos y los conducirán a recibir dignamente los Sacramentos; llevarán el anuncio misionero del Evangelio de salvación a los hombres que todavía no lo conocen”, señaló el Papa.

Los ocho candidatos -seis mujeres y dos hombres- al ministerio del lectorado se colocaron de pie frente al Santo Padre y tras las palabras del Papa los candidatos se hincaron para recibir la bendición en la que los alentó a que en la meditación de la Palabra de Dios sean “íntimamente iluminados para convertirse en fieles anunciadores a sus hermanos”.

Finalmente, el Papa entregó a cada uno una Biblia diciendo “recibe el libro de las Sagradas Escrituras y transmite fielmente la Palabra de Dios para que germine y fructifique en el corazón de los hombres”.

De igual forma, los ocho candidatos al ministerio laical de catequista -cinco hombres y tres mujeres- se pusieron de pie delante del Papa colocado en el Altar de la Cátedra.

En su exhortación, el Santo Padre alentó a los “llamados al ministerio estable de catequista a vivir más intensamente el espíritu apostólico, bajo el ejemplo de los hombres y mujeres que ayudaban a San Pablo y a los otros apóstoles en la difusión del Evangelio”.

“Su ministerio esté siempre radicado en una profunda vida de oración, edificado en una sana doctrina y animado por un verdadero entusiasmo apostólico”, señaló el Papa.

Luego, los candidatos se hincaron delante al Papa mientras que también los bendijo para que “vivan plenamente su Bautismo colaborando con los pastores en las diversas formas de apostolado para la edificación de tu Reino”.

Después, el Santo Padre entregó a cada uno un crucifijo plateado, con las palabras “recibe este signo de nuestra fe, cátedra de la verdad y de la caridad de Cristo: anuncia a Él con la vida, las acciones y la palabra” y cada uno respondió: “Amén”.

La oración de los fieles fue leída en coreano, portugués, chino, francés y polaco.


Domingo de la Palabra de Dios

El Papa Francisco instituyó el “Domingo de la Palabra de Dios” el 30 de septiembre de 2019 en el día de la fiesta de San Jerónimo, famoso por su traducción de la Biblia al latín, conocida como la “Vulgata”.

El título de la carta apostólica en forma de Motu Proprio titulada Aperuit Illis se basa en el pasaje bíblico de San Lucas del capítulo 24 en el que se describe el gesto de Jesucristo a los discípulos con el cual “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”.

“Dedicar concretamente un domingo del año litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable”, escribió el Papa.  

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022

 



Domingo 3 (C) del tiempo ordinario

Domingo 23 de enero de 2022



1ª Lectura (Neh 8,2-4a.5-6.8-10): En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley. El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión. Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: «Amén, amén». Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.

Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura. Entonces, el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a toda la asamblea: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios: No estéis tristes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley). Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».



Salmo responsorial: 18

R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío.



2ª Lectura (1Cor 12,12-30): Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro sino muchos. Si el pie dijera: «No soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.

El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían. Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.

Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?

Versículo antes del Evangelio (Lc 4,18): Aleluya. El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos. Aleluya.


Texto del Evangelio (Lc 1,1-4;4,14-21): Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy».




«Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido»

Rev. D. Bernat GIMENO i Capín

(Barcelona, España)



Hoy comenzamos a escuchar la voz de Jesús a través del evangelista que nos acompañará durante todo el tiempo ordinario propio del ciclo “C”: san Lucas. Que «conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4), escribe Lucas a su amigo Teófilo. Si ésta es la finalidad del escrito, hemos de tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de meditar el Evangelio del Señor —palabra viva y, por tanto, siempre nueva— cada día.

Como Palabra de Dios, Jesús hoy nos es presentado como un Maestro, ya que «iba enseñando en sus sinagogas» (Lc 4,15). Comienza como cualquier otro predicador: leyendo un texto de la Escritura, que precisamente ahora se cumple... La palabra del profeta Isaías se está cumpliendo; más aun: toda la palabra, todo el contenido de las Escrituras, todo lo que habían anunciado los profetas se concreta y llega a su cumplimiento en Jesús. No es indiferente creer o no en Jesús, porque es el mismo “Espíritu del Señor” quien lo ha ungido y enviado.

El mensaje que quiere transmitir Dios a la humanidad mediante su Palabra es una buena noticia para los desvalidos, un anuncio de libertad para los cautivos y los oprimidos, una promesa de salvación. Un mensaje que llena de esperanza a toda la humanidad. Nosotros, hijos de Dios en Cristo por el sacramento del bautismo, también hemos recibido esta unción y participamos en su misión: llevar este mensaje de esperanza por toda la humanidad.

Meditando el Evangelio que da solidez a nuestra fe, vemos que Jesús predicaba de manera distinta a los otros maestros: predicaba como quien tiene autoridad (cf. Lc 4,32). Esto es así porque principalmente predicaba con obras, con el ejemplo, dando testimonio, incluso entregando su propia vida. Igual hemos de hacer nosotros, no nos podemos quedar sólo en las palabras: hemos de concretar nuestro amor a Dios y a los hermanos con obras. Nos pueden ayudar las Obras de Misericordia —siete espirituales y siete corporales— que nos propone la Iglesia, que como una madre orienta nuestro camino. 

FELIZ DOMINGO!!!!

 





 

viernes, 21 de enero de 2022

EL EVANGELIO DE HOY VIERNES 21 DE ENERO DE 2022



Viernes 2 del tiempo ordinario

Viernes 21 de enero de 2022



1ª Lectura (1Sam 24,3-21): En aquellos días, Saúl, con tres mil soldados de todo Israel, marchó en busca de David y su gente hacia las Peñas de los Rebecos; llegó a unos apriscos de ovejas junto al camino, donde había una cueva, y entró a hacer sus necesidades. David y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva, y le dijeron a David sus hombres: «Este es el día del que te dijo el Señor: ‘Yo te entrego tu enemigo’. Haz con él lo que quieras». Pero él les respondió: «¡Dios me libre de hacer eso a mi Señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él!». Y les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl, pero él se levantó sin meter ruido y le cortó a Saúl el borde del manto, aunque más tarde le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto.

Cuando Saúl salió de la cueva y siguió su camino, David se levantó, salió de la cueva detrás de Saúl y le gritó: «¡Majestad!». Saúl se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra rindiéndole vasallaje. Le dijo: «¿Por qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina? Mira, lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté y dije que no extendería la mano contra mi señor, porque eres el Ungido del Señor. Padre mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme. Que el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; que mi mano no se alzará contra ti. Como dice el viejo refrán: ‘La maldad sale de los malos...’, mi mano no se alzará contra ti. ¿Tras de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién vas persiguiendo? ¡A un perro muerto, a una pulga! El Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome de tu mano».

Cuando David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó: «Pero, ¿es ésta tu voz, David, hijo mío?». Luego levantó la voz, llorando, mientras decía a David: «¡Tú eres inocente, y no yo! Porque tú me has pagado con bienes, y yo te he pagado con males; y hoy me has hecho el favor más grande, pues el Señor me entregó a ti y tú no me mataste. Porque si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo! Ahora, mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano».

Salmo responsorial: 56

R/. Misericordia, Dios mío, misericordia.

Misericordia, Dios mío, misericordia, que mi alma se refugia en ti; me refugio a la sombra de tus alas, mientras pasa la calamidad.

Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí. Desde el cielo me enviará la salvación, confundirá a los que ansían matarme, enviará su gracia y su lealtad.

Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria. Por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza las nubes.



Versículo antes del Evangelio (2Cor 5,19): Aleluya. Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, y puso en nosotros la palabra de reconciliación. Aleluya.


Texto del Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.




«Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso»

Rev. D. Jordi POU i Sabater

(Sant Jordi Desvalls, Girona, España)



Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.

¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).

Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).

Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.  

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