lunes, 14 de octubre de 2013

MARÍA, REINA DE LA PAZ



Recurrir a la intercesión de María, la Reina de la paz
Aida Trulles


María, la madre de Jesús, es la criatura que ha encarnado mejor las condiciones de la verdadera orante, por su fe, su confianza en Dios, su amor al prójimo. Ella ha conformado plenamente su vida a la voluntad de Dios. Por ello Dios escucha todas sus peticiones.

Los cristianos de todos los tiempos han recibido tantos favores de Dios por medio de la intercesión de la Virgen María, que consideran que Dios ha dispuesto que Ella sea la mediadora de todas las gracias de Jesucristo. De ello tenemos los testimonios de muchos santos, que san Alfonso M. de Ligorio recopiló en su libro El gran medio de la oración

"Nos exhorta San Bernardo a recurrir siempre a esta divina Madre, ya que sus súplicas son siempre escuchadas por su divino Hijo. Acudamos a María(...). Lo digo sin vacilar... el Hijo oirá a su Madre. (...) Busquemos la gracia, y busquémosla por medio de María, porque halla todo lo que busca y jamás pueden ser frustrados sus deseos. (...) San Idelfonso, vuelto a la misma celestial Señora, le hablaba así La majestad divina ordenó que todos sus bienes pasaran por tus manos benditas. A Ti están confiados todos los tesoros divinos y todas las riquezas de las gracias. San Pedro Damián En tus manos están todos los tesoros de las misericordias de Dios. San Antonio Quien reza sin contar contigo es como quien pretende volar sin alas. San Bernardino de Sena Tú eres la dispensadora de todas las gracias nuestra salvación está en tus manos. (...) Por lo demás, si es cierto que le agrada al Señor que recurramos a los santos, mucho más le ha de agradar que acudamos a la intercesión de María para que supla ella nuestra indignidad con la santidad de sus méritos".

Acogiendo toda esta tradición, el Concilio Vaticano II afirma de María "Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).

¿Cuántas manifestaciones han tenido lugar en Euskadi y en otras partes de España para mostrar que se quiere la paz, y no se cometan más atentados? ¿Cuántos discursos se han realizado pidiendo la paz? ¿Cuántas veces en los funerales por los que han sido asesinados, los sacerdotes y los obispos han pedido que se dejen las armas?, pero todo ello parece que no surge efecto alguno, porque ETA no deja de matar.

Han sido muchos los que han experimentado que las palabras no surten efecto en el corazón de los que han optado por la violencia y la muerte. Uno de ellos fue Pío XII. Después de la II Guerra Mundial, los cristianos de los países del Este sufrían todo tipo de vejaciones e injusticias. Viendo que nada conseguía con las palabras, no por ello perdió la esperanza, y dirigió su corazón a la Virgen María para que ella alcanzara de Dios el fin de la violencia y de la injusticia que sufrían los cristianos de los países del Este. En el jubileo mariano de 1953, Pío XII invitó a todo el pueblo cristiano para que le acompañara en su súplica a la Virgen, a fin de que, a través de Ella, Dios concediera la libertad a los cristianos que sufrían persecución en la Iglesia del silencio. En la encíclica sobre la realeza de María, Pío XII escribió "Personas injustamente perseguidas por su profesión cristiana y privadas de los derechos humanos y divinos de la libertad. Para alejar estos males de nada han valido hasta ahora ni justificadas demandas ni repetidas protestas. Que la poderosa Señora de las cosas y de los tiempos, la que sabe aplacar las violencias con su pie virginal, vuelva a estos hijos inocentes y atormentados esos ojos de misericordia".

En 1983-84, Juan Pablo II convocó un nuevo jubileo mariano, uno de los objetivos era pedir de forma especial por Rusia, que celebraba el milenario de su adhesión a Cristo. El sistema opresor del comunismo, que ha dejado un reguero de sangre de más de 100 millones de muertos, parecía que iba a señorear el mundo. A los pocos meses de finalizar el jubileo mariano, cayó el sistema comunista como si fuera un castillo de naipes. Juan Pablo II, mirando "no sólo la historia del hombre, sino también la intervención divina en las vicisitudes humanas" (TMA 17), constató "Es difícil no advertir cómo el año mariano precedió de cerca los acontecimientos de 1989. Son sucesos que sorprenden por su envergadura y especialmente por su rápido desarrollo. Los años ochenta se habían sucedido arrastrando un peligro creciente, en la estela de la <<guerra fría>>; el año 1989 trajo consigo una solución pacífica que ha tenido casi la forma de un desarrollo <<orgánico>>. (...) Además se podía percibir cómo, en la trama de lo sucedido, operaba con premura materna la mano invisible de la Providencia <<¿Acaso olvida una mujer a su hijo de pecho?>> (Is 49,15)" (TMA 27).

La caída del bloque comunista es un ejemplo contemporáneo de la poderosa intercesión de María en favor de la paz. La historia nos muestra como por medio de María se ha alcanzado la paz en guerras crueles y prolongadas. Esta es la experiencia del pueblo cristiano que invoca a María como Reina de la paz. ¡Cuánto más la Virgen María puede conseguir de Dios la paz para Euskadi, dado que el pueblo vasco durante siglos la ha honrado con tanto amor!

La persuasión de que Dios escuchará la oración por la paz en Euskadi se basa en que Dios se complace en quienes aman y honran a María, y el Pueblo Vasco la ha amado y honrado con entrañable ternura a lo largo de los siglos. María, pues, no abandonará ni dejará de escuchar a sus hijos e hijas, que con tanto amor la aman y la veneran, si con fe le piden que interceda ante Dios para que le sea concedido a este pueblo el don de la paz.

Como ya indicaba el bto. Francisco Palau en el siglo XIX, la razón por la cual no experimentemos la protección de María, puede deberse a nuestra falta de oración confiada en su amor y en su poderoso valimiento. Los que piden en esto mi intercesión son muchos; pero, viendo que la cosa es ardua -¡cómo si yo no pudiera cosas mayores!- piden con tales desconfianzas de si haré o no lo que me piden que por sus dudas me atan las manos y se hacen indignos de que lo haga"(LAD 4,24).

Para alcanzar la protección de María debemos recurrir a ella con una oración realizada con fe y confianza. El P. Palau afirma por boca de María "Basta que necesites una cosa y me la pidas para que te la conceda. (...) Saben (los hombres) que, cuando me piden alguna cosa necesaria para su salud, soy una madre buena que, si su demanda va acompañada con la confianza de hijos, me obligan y me fuerzan a darles lo que quieren, haciendo yo misma su voluntad. Y sin embargo prefieren morirse de hambre a pedirme pan o, si me lo piden, están allá en su corazón desconfiando y dudando de mi bondad. Animada, pues, tu de esta confianza, mira lo que de mí quieres y pídemelo"(LAD 4,24).

Dios escucha las oraciones que le presentamos por medio de la intercesión de María, pues, así "como en la tierra un buen hijo no niega a su madre ninguna gracia que sea justa y necesaria, mucho menos en el cielo negará Jesucristo a su Madre lo que le pida" (LAD 5,35).

La Iglesia a través de toda su historia ha experimentado la poderosa intercesión de María ante su Hijo. Por ello san Benardo dirá "¡Oh bienaventurada Virgen!, yo consiento en que no se hable más de vuestra misericordia si se halla uno solo que, habiéndoos invocado en sus necesidades, le hayáis faltado Vos". Porque nadie en vano ha recurrido a la Madre de misericordia sin ser escuchado.

Dado que es Dios el que destruye las guerras (cf. Jdt 16,2), los fieles han acudido a María para que interceda ante su Hijo para alcanzar del Padre el don de la paz; por ello la Iglesia en las letanías invoca a María como Reina de la paz. No dejemos de poner a María como medianera ante Dios por la paz en Euskadi. Esta oración realizada con fe, confianza y perseverancia hará posible que la paz sea una realidad.

La Virgen María no es sólo nuestra intercesora, nuestra abogada ante su Hijo, sino también la gran forjadora de almas orantes. Ella es el modelo y el camino para alcanzar la unión más perfecta y la intimidad más profunda con Dios. María es el modelo más perfecto de todas las almas que buscan la unión con Dios, porque a todos precede, y con solicitud materna colabora a que se realice esta unión.

MADRE PURISIMA, VIRGEN MARÍA


Mater Puríssima
Rafael Ángel Marañón 

El brillo de María,
Rebosa encanto
Y es perfecta pureza,
Y a ella le canto.

Es el brillo fastuoso
Que hay en su manto,
Que lo imitan luceros 
Y envidian tanto.

Y es mi madre tan blanca
Y es tan hermosa.
Que es su rostro la albura
De blanca rosa

Virgen Santa tan limpia,
Cual manantial
Que deja la montaña
Limpio y jovial.

A mi madre yo apelo
En confianza
Porque solo es pureza
Solo bonanza.

Y me acepta María
Sin arrogancia
Siendo reina del Cielo
Y yo labranza.

ORACIÓN A LA VIRGEN MARÍA


Oración a María
Rafael Ángel Marañón


Muestra dulce María tu rostro tan amado,
Que alivie de mis penas a mi ánima cobarde,
Que tu manto amoroso del mal me aleje y guarde
Y mi premio divino contigo esté sellado

Tu eres santa presencia, brillo de sol y luna
El mágico motivo de mi ufana sonrisa
El cántico inspirado de hermosa profetisa
Y el rostro delicioso de miel y de aceituna.

Dame señora amada, alma y mente de santo
Para avanzar confiado tras tu esplendente estela
Libando de tu gracia que nutre y que modela,
Como hermano de Cristo bajo tu dulce manto.

Pon en mi mente inquieta la más serena calma
Que a tí te transportara triunfante hasta los cielos
Llena mi corazón de divinos anhelos
Y da paz e ilusión a mi doliente alma.

Dame el amor profundo que al Padre reverencia
Como madre del Cristo que en su gloria sublime
A todos con amor nos salva y nos redime
Y es divino fiador de tan santa eminencia.

Amén

domingo, 13 de octubre de 2013

MARÍA, TE DAMOS GRACIAS POR TU FE

Francisco a la Virgen de Fátima: 'María, te damos gracias por tu fe'

Texto completo de la homilía del papa Francisco a los píes de la imagen de la Virgen del santuario de Fátima, en la Jornada Mariana que es parte del Año de la Fe.

 Queridos hermanos y hermanas
:
Estamos aquí, en este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. ¿Cómo es la fe de María?


El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del pecado (cf. lg, 56). ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe».


El «nudo» de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando un niño desobedece a su mamá o a su papá, podríamos decir que se forma un pequeño «nudo». Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la mamá o del papá.

Ustedes lo saben. ¡Cuántas veces pasa esto! Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para que haya de nuevo armonía y confianza.

Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando nosotros no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –, se forma como un nudo en nuestra interioridad. Estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer.
Pero para la misericordia de Dios nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su «sí» ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre.

Cada uno de nosotros tiene algunos y podemos pedirnos dentro de nuestros corazones cuáles son los en mi vida. ¡Eh padre! Los míos no se pueden desatar. Es una equivocación. Todos los nudos de la conciencia pueden desatarse. Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios, para desatarlos, para cambiar. Ella, mujer de fe, seguro que nos dirá: ve adelante, ve a lo del Señor y ella nos lleva como madre al abrazo del Padre de la misericordia. ¿Le pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios para cambiar?


Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice el Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (lg, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia han insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando ha dicho «sí» al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel.
¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, de su «sí».
Y Dios le ha pedido: ¿Estás dispuesta a esto? Y ella dijo sí.

Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros a nivel espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra.
No es fácil entender esto pero sí sentirlo en el corazón.

Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo,ofrecerlenuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo.Y así somos instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de nosotros.

El último elemento es la fe de María como camino: El Concilio afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (lg, 58). Por eso ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña y nos sostiene.
¿En qué sentido la fe de María ha sido un camino? En el sentido de que toda su vida fue un seguir a su Hijo: él es la vía, él es el camino. Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús; escucharlo y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se comporta él y poner nuestros pies en sus huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes:

¿Y cuáles son las actitudes e Jesús? Humildad, misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la doblez, de la idolatría. La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz.

Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue rechazado. María estaba siempre con Jesús, lo seguía a Jesús en medio al pueblo y escuchaba sus chismeríos, las odiosidades, de quienes no lo querían. Y esta cruz ella la llevó.

La fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio; y cuando llegó la «hora» de Jesús, la hora de la pasión: la fe de María fue entonces la lamparilla encendida en la noche.Esa lamparilla en plena noche.María veló durante la noche del sábado santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó henchido de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo.

Porque siempre la fe nos lleva a la alegría y ella es la madre de la alegría que nos enseña a vivir y caminar por este camino de alegría y a vivir esta alegría.Este es el punto culminante,esta alegría del encuentro de Jesús y María. Este es el punto culminantedel camino de la fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? ¿La tenemos encendida como María también en los momentos difíciles, en esos momentos de oscuridad? ¿Tengo la alegría de la fe?


Esta tarde, María, te damos gracias por tu fe mujer fuerte y humilde yrenovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe. 
Amen

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