sábado, 23 de marzo de 2019

LECTURAS BÍBLICAS DEL DOMINGO 3° DE CUARESMA: 24 DE MARZO DE 2019


Lecturas del Domingo 3º de Cuaresma - Ciclo C
 Domingo, 24 de marzo de 2019



Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (3,1-8a.13-15):

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. 
Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.» 
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés.» 
Respondió él: «Aquí estoy.» 
Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.» 
Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.» Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios. 
El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.» 
Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros." Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?» 
Dios dijo a Moisés: «"Soy el que soy"; esto dirás a los israelitas: `Yo-soy' me envía a vosotros".» 
Dios añadió: «Esto dirás a los israelitas: "Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación".»

Palabra de Dios


Salmo
Sal 102,1-2.3-4.6-7.8.11

R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice, alma mía, al Señor, 
y todo mi ser a su santo nombre. 
Bendice, alma mía, al Señor, 
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas 
y cura todas tus enfermedades; 
él rescata tu vida de la fosa 
y te colma de gracia y de ternura. R/. 

El Señor hace justicia 
y defiende a todos los oprimidos; 
enseñó sus caminos a Moisés 
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso, 
lento a la ira y rico en clemencia; 
como se levanta el cielo sobre la tierra, 
se levanta su bondad sobre sus fieles. R/.


Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,1-6.10-12):

No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,1-9):

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» 
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas".»

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio del domingo, 24 de marzo de 2019
 Fernando Torres cmf


Un liberador para el pueblo

      La primera de las lecturas de este domingo nos trae a la memoria el gran relato de la liberación de Egipto. Allí los israelitas vivían en la esclavitud. Pero llega un momento en que el Señor ve la opresión del pueblo, escucha sus quejas y los libra de esa situación para llevarlos a la tierra prometida, una tierra que mana leche y miel. ¿Quién es ese liberador? ¿Cómo tiene que responder Moisés cuando su pueblo le pregunta quién lo envía? “Yo soy el que soy”. Dios es el que es y en su ser es el fundamento de nuestro propio ser, de nuestra libertad, de nuestra vida. Somos sus criaturas. Y él quiere la vida para nosotros, la vida en plenitud, la vida en libertad. Para el pueblo oprimido por la esclavitud se abrió un horizonte de esperanza. Dios, el Dios de sus padres, el Dios de la vida, se acercaba a ellos. Moisés era su profeta. Les ofrecía la libertad y un futuro nuevo en una tierra nueva.

      Pero, ¿qué hacemos con esa liberación que Dios nos ofrece? El hecho de que Dios nos libere no quiere decir que automáticamente alcancemos la libertad. Al preso no basta con abrirle la puerta de la cárcel. Tiene que levantarse y salir por su propio pie. Tiene que asumir su parte en su propia liberación. O dicho con las palabras de Jesús: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Pero hay que poner esta palabra en conexión con la parábola final. En ella podemos comprender la inmensa misericordia de Dios que una y otra vez sigue tendiendo su mano salvadora, liberadora, hacia nosotros. El dueño llevaba ya tres años gastando tiempo y dinero en una viña que no daba fruto. Quiere cortarla, arrancarla y ocupar el terreno en otra cosa. Pero el viñador quiere seguir probando. Piensa que todavía es posible que dé fruto. Es cuestión de paciencia y trabajo. La misma paciencia que Dios sigue teniendo con nosotros. Hasta que seamos capaces de vivir como hombres y mujeres libres y responsables. 

      Cuaresma no es tiempo para sentirnos desesperanzados o desanimados. Es cierto que al mirar a nuestras vidas descubrimos que hemos desperdiciado la herencia preciosa que recibimos de nuestros padres, que no vivimos como debiéramos la fe cristiana que nos transmitieron. Quizá me dé cuenta de que en muchos aspectos mi vida deja mucho que desear. Pero no es menos cierto que tenemos un liberador que una y otra vez nos sigue tendiendo su mano. Para que salgamos de nuestra cárcel. Para que caminemos en libertad. Para que vivamos en plenitud. Las lecturas de este domingo son causa de esperanza. Nos confirman, una vez más, que Dios no abandona a su pueblo. Aunque a veces la vida se nos haga tan dura que así nos lo llegue a parecer. 


Para la reflexión

      Piensa en tu vida de familia, en el trabajo, con los amigos,¿qué situaciones o cosas me hacen sentirme esclavo? ¿De qué creo que me tendría que liberar? Sabiendo que tengo el apoyo de Jesús, ¿qué pasos concretos tendría que dar para alcanzar la liberación? No te hagas más que un propósito o dos, pero ¡cúmplelos!

UN RATITO CON SAN JOSÉ: JOSÉ, UN PADRE CERCANO


UN RATITO CON SAN JOSÉ
José, un padre cercano



Toda la vida de José está en función de Jesús. San José es el protector del mismo Dios y recibe la orden de poner en nombre de Jesús al Salvador (cf. Mt 1,21). San José conduce a María hacia Belén para que dé a luz al Salvador (cf. Lc 2,4-7) y es testigo, tanto de la adoración de los ángeles y los pastores (cf. Lc 2,8-20), como de los magos de Oriente (cf. Mat 2,11).

San José está presente en la circuncisión del niño (cf. Lc 2,21) y en la presentación en el templo (cf. Lc 2,22-39). Luego, San José, avisado por un ángel, lleva al niño Jesús y a María hacia Egipto huyendo de Herodes (cf. Mt 2, 13-18). Tras ser avisado por un ángel, José regresa con la Sagrada Familia de Egipto residiendo en Nazaret (cf. Mt. 2,19-23). José busca con María al Señor cuando se pierde en Jerusalén (cf. Lc 2,41-50). Finalmente, San José cuida a María Santísima y a Jesús en Nazaret (cf. Mt 2,22-23; Lc 2, 51-52).

San José fue un padre cercano, acompañando a Jesús en los primeros años de su vida terrena. Los padres de familia, como lo hizo San José, tienen que ser cercanos. El mejor amigo de un hijo debes ser su propio padre. Si un niño y un joven no encuentran en su padre a su mejor amigo, buscarán otros amigos que no siempre serán los mejores. Jesús encontró en San José a su mejor amigo. Esto nos enseña que padre e hijo están llamados a forjar una sólida amistad donde reine el diálogo  sincero.

Un papá debe ser el primero en recibir las confidencias de sus hijos. Al mismo tiempo, un padre está llamado a dar consejos acertados de modo que siempre conduzca a su hijo hacia Dios.

Invito a los papás a rezar así: "San José, modelo de padre de familia, intercede por mí ante Jesús para que sea cariñoso y cercanos con mis hijos. Que así sea".

RADIOGRAFÍA DE UN ALMA TIBIA


Radiografía del alma tibia
El alma tibia intenta hacer compatible el amor a Dios con el egoísmo, las transigencias, los abandonos


Por: Padre Javier Muñoz-Pellín | Fuente: Novelda 




"Conozco tus obras y que no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; más porque eres tibio y no eres ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca" (Apocalipsis 3, 15). Es un peligro más solapado que el pecado. Santo Tomás habla de "cierta tristeza por la que el hombre se vuelve tardo, perezoso o indolente, para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan". La tibieza se opone a la Cruz de Cristo pues en el entorno de la Pasión y muerte de Nuestro Señor, todo es gracia, amor, magnanimidad y grandeza; la tibieza lleva a no percibir la grandeza -del Crucificado, del Resucitado- cuando ésta está presente. Un día acudí a contemplar el Cristo yacente de El Pardo; subía al catafalco un matrimonio; el marido le dijo a su mujer: no subas, sólo es un muerto. Eso es la tibieza , no apreciar la grandeza cuando está ante nosotros. Por eso, el catolicismo no es cuestión de persuasión, sino de grandeza.

El alma "quiere" acercarse a Dios pero con poco esfuerzo: "Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así autojustificarte: para no exigirte y para que no te exijan más. Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta. Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras" (Surco, 146).

 El alma tibia intenta hacer compatible el amor a Dios con el egoísmo, las transigencias, los abandonos: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo, por si acaso: "Chapoteas en las tentaciones, te pones en peligro, juegas con la vista y con la imaginación, charlas de... estupideces. Y luego te asustas de que te asalten dudas, escrúpulos, confusiones, tristeza y desaliento. Has de concederme que eres poco consecuente" (Surco, 132).

Si el pecado mortal mata la vida de la gracia en el alma, la tibieza es una grave enfermedad: "No quieres ni lo uno -el mal- ni lo otro -el bien-... Y así, cojeando con entrambos pies, además de equivocar el camino, tu vida queda llena de vacío" (Camino, 540).

 Una persona tibia es la que "está de vuelta", un alma cansada de luchar, que ha perdido a Cristo en el horizonte de su vida. Supone, sobre todo una crisis de esperanza que son las peores pues "tanto alcanzas cuanto esperas" (Santa Teresa). "La tibieza, hijos míos, supone una grave enfermedad de la voluntad. Con una mirada apagada para el bien y otra más penetrante hacia lo que alaga el propio yo, la voluntad tibia acumula en el alma posos y podredumbre de egoísmo y de soberbia que, al sedimentar, producen un progresivo sabor carnal en todo el comportamiento. Si no se ataja ese mal, toman fuerza, cada vez con más cuerpo, los anhelos más desgraciados, teñidos por esos posos de tibieza: y surge el afán de compensaciones; la irritabilidad ante la más pequeña exigencia o sacrificio; las quejas por motivos banales; la conversación insustancial o centrada en uno mismo, ya que un síntoma peculiar de la tibieza se define en aquel non cogitare nisi de se que se exterioriza en non loqui nisi de se. Aparecen las faltas de mortificación y de sobriedad; se despiertan los sentidos con asaltos violentos, se resfría la caridad, y se pierde la vibración apostólica para hablar de Dios con garra" (Beato Álvaro, Carta, 9.1.1980, n. 31).

 Cristo, para un alma tibia es sólo una figura desdibujada, in.concreta, de rasgos indefinidos y un poco indiferente: "Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... — Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!" (Camino, 212).

 Queda en el alma un vacío interior que el tibio intenta llenar con otras cosas, con sustitutivos de Dios. A veces con el propio estudio o trabajo y, algo que es santificable y santificador, se convierte en campo para afirmaciones personales. Otras, con pasarlo bien, moverse de un lado para otro de, tal manera que no pueda quedarme a solas con mi conciencia: lo paso bien pero sé que no estoy bien. El tibio suele llenarse de ideologías, teorías, o de "cultura" que justifiquen su actuación; o con la impureza, con la búsqueda del placer que deja todavía más vacío.

 La fe está como adormecida. A una situación así no se llega de pronto, de la noche a la mañana, sino que viene precedida de un conjunto de pequeñas infidelidades, abandonos y dejaciones. Descuido habitual de las cosas pequeñas; pereza para levantarse por la mañana y vivir el hodie, nunc. El tibio nunca acaba nada, todo lo deja inacabado, incompleto: método de inglés, terminar de leer un libro, guitarra, bicicleta, flamenco, jardinería, bricolage, atletismo, nadar, correr, pasear, ir al monte. Tiene falta de contrición y de dolor ante los errores y pecados personales. Hay una ausencia de metas concretas, de ideales, de ilusiones para mejorar en el trato con Dios o en el trato con los demás.

 La respuesta del tibio a la pregunta ¿cómo estás? es siempre "pues ya lo ves, aquí, tirando"; se ha dejado de luchar, o esa lucha es ficticia o ineficaz. El lema del tibio es "no hay que excederse", pues se instala en el conformismo y la mediocridad: el tibio es siempre mediocre. Además justifica su poca lucha y su falta de exigencia personal con diversas razones: de naturalidad, todo el mundo hace lo mismo, no se puede ir por la vida dando bofetadas morales; de eficacia, yo pasando inadvertido puedo ayudar más a los otros pues si te significas, te encasillan, te etiquetan y ya pierde eficacia tu apostolado porque te consideran un beato (el apóstol tibio: ése es el gran enemigo de las almas); de salud, ya me gustaría a mí, pero es que tengo la tensión baja. Estas razones hacen que el tibio sea comprensivo e indulgente con sus propios defectos, apegos y comodidades y, al mismo tiempo y en las mismas cosas en las que él falla, absolutamente intransigente con los demás

.¿Quieres saber si eres tibio? Apunta: si aciertas todas, bingo y si no, al menos, línea: "1º Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; 2º si buscas con cálculo o "cuquería" el modo de disminuir tus deberes; 3º si no piensas más que en ti y en tu comodidad; 4º si tus conversaciones son ociosas y vanas; 5º si no aborreces el pecado venial; 6º si obras por motivos humanos.

 La vida del tibio es la de un hombre dividido, sin unidad, tal como se refleja en este punto de Surco, 166 "En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento. La inteligencia iluminada por la fe te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos. El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.

Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran "motivos" para volver la cara, y te faltan arrestos para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, ¡pse Christus! el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi gracia!", que es una confirmación de que, si quieres, puedes.

Contra la tibieza, espíritu de examen, valentía y reaccionar acudiendo a la Virgen pues, a veces "Te falta la madurez y el recogimiento propios de quien camina por la vida con la certeza de un ideal, de una meta. Reza a la Virgen Santa, para que aprendas a ensalzar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones de ningún género" (Surco, 553). "El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza" (Camino, 492).

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY SÁBADO 23 DE MARZO DE 2019


Lecturas de hoy Sábado de la 2ª semana de Cuaresma
 Hoy, sábado, 23 de marzo de 2019


Primera lectura
Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):

PASTOREA a tu pueblo, Señor, con tu cayado, 
al rebaño de tu heredad, 
que anda solo en la espesura, 
en medio del bosque; 
que se apaciente como antes 
en Basán y Galaad. 
Como cuando saliste de Egipto, 
les haré ver prodigios. 
¿Qué Dios hay como tú, 
capaz de perdonar el pecado, 
de pasar por alto la falta 
del resto de tu heredad? 
No conserva para siempre su cólera, 
pues le gusta la misericordia. 
Volverá a compadecerse de nosotros, 
destrozará nuestras culpas, 
arrojará nuestros pecados 
a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad 
y a Abrahán tu bondad, 
como antaño prometiste a nuestros padres.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12

R/. El Señor es compasivo y misericordioso

V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.

V/. No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

V/. Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):

EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado e! ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy sábado, 23 de marzo de 2019
 José María Vegas, cmf


Cuando estaba todavía lejos

Esta parábola contiene toda la verdad de la vida humana, de sus relaciones con los demás y con Dios, de su inclinación al pecado, pero también de su capacidad de escuchar dentro de sí, de reconocer errores y de reconciliarse consigo mismo, con los demás y con Dios, recuperando así la propia dignidad. Todos podemos leernos en ella.

Todos tenemos la inclinación a disponer de manera egoísta y sin agradecimiento de la parte de la herencia que nos toca: nuestra libertad, nuestros talentos, nuestras posibilidades reales. Tenemos derecho a ello, es verdad, pero no debemos olvidar que la herencia es don, y que no podemos ni debemos desgajarla de sus raíces, sino usarla con responsabilidad. El hijo menor, como tantas veces nosotros, no lo hizo así: tomó lo suyo y cortó con la fuente de esos bienes, para disponer de ellos a su antojo. Rompiendo con sus raíces, usándolos de manera arbitraria, egoísta, irresponsable esos bienes reales no dan frutos, se agotan en sí mismos, son incapaces de darnos la verdadera felicidad que brota de una vida vivida con sentido. Entregados a nuestros deseos nos exiliamos de nuestra verdad más íntima, abdicamos de nuestra propia dignidad. Así puede entenderse la situación del hijo menor, convertido en pastor de cerdos, servidor de las dimensiones inferiores e impuras, y además hambriento. Pero incluso en la situación de mayor postración, el ser humano es capaz de escuchar las voces que en su interior le llaman a su verdad. En el caso de la parábola es la voz que le recuerda que es hijo, que tiene una casa, que sólo allí puede saciarse de esas hambres que no son sólo de pan. “Entrar dentro de sí” es un movimiento que todos podemos y debemos hacer, para tratar de escuchar esas voces que nos llaman a volver a casa. El camino de vuelta es el de una profunda transformación interior, en la que el que quería vivir sólo para sí descubre que la vida adquiere sentido sólo si se está dispuesto a servir, y que en ese servicio es dónde el ser humano vuelve a vestirse con los trajes que reconocen su dignidad de hijo. La verdadera oración (“entrar dentro de sí”) lleva a la servicio, y éste a la fiesta: el reencuentro alegre con el Padre y con los hermanos. Es verdad que a veces los hermanos no quieren reconciliarse. El hijo mayor, que representa a los fariseos, y, en general a todos lo que se consideran justos y condenan sin misericordia a los pecadores “oficiales” (olvidando de paso su propio pecado), se niega a participar en la fiesta, porque no considera posible el arrepentimiento de su hermano, ni justo el perdón generoso del Padre. Deberíamos meditar en esto. No sólo somos como el hermano menor, que se aleja (pero vuelve), sino que con frecuencia nos parecemos al mayor, que no se acerca: si nos negamos a perdonar y a reconciliarnos, nos quedamos fuera de la fiesta, aunque vayamos todos los días a Misa.

El centro de la parábola es el padre, que vio al hijo menor “cuando estaba todavía lejos”. Dios no nos espera sentado: sale al encuentro (un Dios “en salida”), se anticipa, nos busca, como Buen pastor. Sale en busca del hijo menor, cuando estaba aún lejos, y del mayor, que estando en casa se aleja en su corazón por su falta de misericordia.

Dios nos llama (suya es esa voz que suena dentro de nosotros), nos llama a la conversión, sale a buscarnos (en Jesucristo, que ha ido hasta el extremo exilio de la muerte), nos reconcilia, nos perdona, nos devuelve nuestra dignidad. Pero también nos llama a reproducir en nosotros esa misma actitud de misericordia que renuncia a condenar a aquellos que, estando alejados, están tal vez sintiendo ya el hambre de la vuelta a casa, o entrando ya dentro de sí, o de camino, o si nada de eso es así ?¿quién puede juzgarlo??, es sin embargo seguro que ese al que juzgo es alguien a quien el Padre espera con los brazos abiertos, para ponerle un anillo y un vestido nuevo y organizar una fiesta, tan pronto como vuelva a casa.

HOY LA IGLESIA CELEBRA A SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO, 23 DE MARZO


Hoy la Iglesia celebra a Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano
Redacción ACI Prensa





El 23 de marzo es la Fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Latinoamericano y llamado “Santo Padre de América”. Defendió a los indefensos y explotados durante la colonia española en América y convocó numerosos sínodos y concilios que trajo buenos frutos en el Virreinato del Perú.

Confirmó a Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Juan Macías y contó con el apoyo del misionero San Francisco Solano.

Toribio Alfonso de Mogrovejo nació en España hacia el 1538. Estudió derecho y fue profesor en la Universidad de Salamanca. Siendo laico, el rey Felipe II lo nombró principal juez de la Inquisición en Granada.

Por sus cualidades humanas y su virtud, el rey lo propuso al Papa Gregorio XIII como Arzobispo de Lima, que en ese entonces comprendía gran parte de Sudamérica hispana. Aunque humildemente Santo Toribio se resistió, con dispensa papal recibió las órdenes menores y mayores, siendo consagrado Obispo en 1580.

Se embarcó para América y al llegar al Perú de inmediato se preocupó por restaurar la disciplina eclesiástica y se enfrentó abiertamente a los conquistadores, personas de poder y sacerdotes que habían cometido o permitido abusos contra los nativos.

Esto hizo que fuera perseguido por el poder civil y que lo calumniaran, pero él siguió en su defensa por los pobres, argumentando que a quien siempre se debía tener contento es a Cristo y no al Virrey.  

Construyó iglesias, conventos, hospitales y abrió el primer seminario en América Latina,  que se mantiene hasta hoy. Estudió las lenguas y dialectos locales para poder estar más cerca de sus fieles y comunicarse con ellos, lo que favoreció en el incremento de las conversiones.

Con el fin de evangelizar, viajó por lejanas ciudades y lugares, caminando o montado a caballo, muchas veces solo y exponiéndose a las enfermedades y peligros. Cierto día se le acercó un mendigo y como no tenía qué darle, le entregó sus camisas.

Convocó tres concilios o sínodos provinciales y se ordenó imprimir el catecismo en quechua y aymara. Además celebró trece sínodos diocesanos que ayudaron al cumplimiento de las normas del Concilio de Trento y a la independencia de la Iglesia del poder civil.

A sus 68 años, Santo Toribio cayó enfermo y partió a la Casa del Padre el Jueves Santo del 23 de marzo de 1606. En su testamento dejó a sus empleados sus efectos personales y a los pobres, el resto de sus propiedades. San Juan Pablo II lo declaró Patrono del Episcopado Latinoamericano.

FELIZ FIN DE SEMANA






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