María, la mujer del perdón
“Yo perdono pero no olvido”, escuchamos decir algunas veces. Estamos transitando el tiempo de Cuaresma, encaminándonos hacia la Pascua, una oportunidad para reflexionar acerca del significado del perdón en la sociedad y en nuestras vidas.
Cuaresma es tiempo de conversión, de reconciliación, de encuentro con Dios y con los hermanos; tiempo de preparación para ese paso gozoso de la muerte del pecado a la vida de la gracia, de la tristeza que produce el resentimiento, el rencor, a la alegría que caracteriza a la Pascua.
Y, claro, en este tiempo en el que la violencia, la incomprensión, el egoísmo se manifiestan de una manera escandalosa, el tema del perdón surge inevitablemente. El anhelo de paz, de justicia, de amor es el clamor del corazón de quienes han descubierto el valor inmenso de su Bautismo, su total gratuidad y la importancia de su misión en la construcción del Reino de Dios, aquí y ahora.
Cuaresma es tiempo de contemplación, tiempo de silencio, tiempo de escucha, tiempo de oración. Resulta imposible contemplar a Jesús Crucificado, clavando su mirada pura, nublada por el dolor, en el discípulo amado, el más joven y en su Madre, entregándole uno al otro, para que continúen el camino juntos. ¿Quién puede no conmoverse al ver a la Virgen con el cuerpo muerto de Jesús en sus brazos, como a un niño pequeño al descenderlo de la cruz, de la misma manera que lo tenía en el humilde pesebre de Belén, donde habían ido a parar por la obediencia a la ley y dureza del corazón de sus habitantes.
Conmueven las fibras más íntimas del ser esas palabras del Señor ante la crueldad de quienes lo maltratan sin piedad: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”.
Pensemos un momento en la casita de Nazaret, en el hogar de la Sagrada Familia, donde el trabajo, el canto de los Salmos, la alegría reinaban cotidianamente. Fue la Virgen, sin duda, la que le enseñó a Jesús a perdonar setenta veces siete, a perdonar siempre y a no tener en cuenta las ofensas recibidas.
Observamos en la actualidad tanto veneno intoxicando a personas, familias, comunidades… La violencia, el rencor, el deseo de venganza, la mentira, la falta de paz son constantes. Sabemos que “la paz es fruto de la justicia pero es imposible que haya justicia sin perdón” (San Juan Pablo II).
El Papa Francisco, el 1° de enero de 2016, decía: “La fuerza del perdón es el auténtico antídoto contra la tristeza provocada por el rencor y la venganza. Sólo quien ama de verdad es capaz de perdonar, olvidando la ofensa recibida”. Es posible, entonces, con la gracia de Dios, perdonar y olvidar el daño que pudieron habernos causado.
Que la Santísima Virgen, Reina de la Paz, la Mujer de la Reconciliación y el Perdón nos guíe con su ternura maternal por el camino de la verdad, del agradecimiento, de la misericordia para que seamos capaces de vivir esta Pascua como verdaderos instrumentos de Dios, como mensajeros de Paz, poniendo amor donde haya odio, perdón donde haya ofensa, alegría donde la tristeza no permita vivir el gozo pascual, como seres nuevos, resucitados, para que la luz que se encendió el día de nuestro Bautismo no se apague jamás y pueda disipar las tinieblas que intenten ocultarla.
© Ana María Casal