domingo, 4 de septiembre de 2022

IMÁGENES Y HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA BEATIFICACIÓN JUAN PABLO I

 












⛪ BEATIFICACION DE JUAN PABLO I | "El nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica solo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria. Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir (cf. A. Luciani/Juan Pablo I, Opera omnia, Padua 1988, vol. II, 11). Por eso, decía: «¡El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si han hecho cosas grandes, digan: siervos inútiles somos» (Audiencia General, 6 septiembre 1978). Papa Francisco
📷 Daniel Ibáñez





Homilía del Papa Francisco en la beatificación de Juan Pablo I
Redacción ACI Prensa


El Papa Francisco beatificó este domingo 4 de septiembre a Juan Pablo I, conocido como “el Papa de la sonrisa” cuyo Pontificado duró solo 33 días.

En su homilía, el Santo Padre dijo que el Papa Luciani con su sonrisa “logró transmitir la bondad del Señor” y añadió que “es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, un rostro sereno y un rostro sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está́ enfadada, una Iglesia no enfadada, ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado, cayendo en el ‘indietrismo’”.

A continuación, la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

Jesús estaba en camino hacia Jerusalén y el Evangelio de hoy dice que junto con Él «iba un gran gentío» (Lc 14,25). Ir con Jesús significa seguirlo, es decir, ser sus discípulos. Sin embargo, a estas personas el Señor les hace un discurso poco atractivo y muy exigente: el que no lo ama más que a sus seres queridos, el que no carga con su cruz, el que no renuncia a todo lo que posee no puede ser su discípulo (cf. vv. 26-27.33). ¿Por qué Jesús dirige esas palabras a la multitud? ¿Cuál es el significado de sus advertencias? Intentemos responder a estas preguntas.

En primer lugar, vemos una muchedumbre numerosa, mucha gente que sigue a Jesús. Podemos imaginar que muchos habían quedado fascinados por sus palabras y asombrados por los gestos que realizó; y, por tanto, habían visto en Él una esperanza para su futuro.

¿Qué habría hecho cualquier maestro de aquella época, o -podemos preguntarnos- qué habría hecho un líder astuto al ver que sus palabras y su carisma atraían a las multitudes y aumentaban su popularidad? Sucede también hoy, especialmente en los momentos de crisis personal y social, cuando estamos más expuestos a sentimientos de rabia o tenemos miedo por algo que amenaza nuestro futuro, nos volvemos más vulnerables; y, así, dejándonos llevar por las emociones, nos ponemos en las manos de quien con destreza y astucia sabe manejar esa situación, aprovechando los miedos de la sociedad y prometiéndonos ser el “salvador” que resolverá los problemas, mientras en realidad lo que quiere es que su aceptación, su poder aumenten, su figura, su capacidad de tener las cosas en un puño.

El Evangelio nos dice que Jesús no actúa de ese modo. El estilo de Dios es distinto. Es importante entender cómo actúa Dios. El estilo de Dios es distinto porque Él no instrumentaliza nuestras necesidades, no usa nunca nuestras debilidades para engrandecerse a sí mismo. Él no quiere seducirnos con el engaño, no quiere distribuir alegrías baratas ni le interesan las mareas humanas. No profesa el culto a los números, no busca la aceptación, no es un idólatra del éxito personal. Al contrario, parece que le preocupa que la gente lo siga con euforia y entusiasmos fáciles. De esta manera, en vez de dejarse atraer por el encanto de la popularidad, porque la popularidad encanta, en vez de dejarse atraer por el encanto de la popularidad, pide que cada uno discierna con atención las motivaciones que le llevan a seguirlo y las consecuencias que eso implica.

Quizá muchos de esa multitud, en efecto, seguían a Jesús porque esperaban que fuera un jefe que los liberara de sus enemigos, alguien que conquistara el poder y lo repartiera con ellos; o bien, uno que, haciendo milagros, resolviera los problemas del hambre y las enfermedades. De hecho, se puede ir en pos del Señor por varias razones, y algunas, debemos reconocerlo, son mundanas.

Detrás de una perfecta apariencia religiosa se puede esconder la mera satisfacción de las propias necesidades, la búsqueda del prestigio personal, el deseo de tener una posición, de tener las cosas bajo control, el ansia de ocupar espacios y obtener privilegios, y la aspiración de recibir reconocimientos, entre otras cosas. Esto sucede hoy entre los cristianos. Pero este no es el estilo de Jesús. Y no puede ser el estilo del discípulo y de la Iglesia. Si alguno sigue a Jesús por intereses personales, se ha equivocado de camino.

El Señor pide otra actitud. Seguirlo no significa entrar en una corte o participar en un desfile triunfal, y tampoco recibir un seguro de vida. Al contrario, significa cargar la cruz (cf. Lc 14,27). Es decir, tomar como Él las propias cargas y las de los demás, hacer de la vida un don, gastarla imitando el amor generoso y misericordioso que Él tiene por nosotros. Se trata de decisiones que comprometen la totalidad de la existencia; por eso Jesús desea que el discípulo no anteponga nada a este amor, ni siquiera los afectos más entrañables y los bienes más grandes.

Pero para hacer esto es necesario mirarlo más a Él que a nosotros mismos, aprender a amar, obtener ese amor del Crucificado. Allí vemos el amor que se da hasta el extremo, sin medidas y sin límites. La medida del amor es amar sin medida.

Nosotros mismos -dijo el Papa Luciani- «somos objeto, por parte de Dios, de un amor que nunca decae» (Ángelus, 10 septiembre 1978). Que nunca decae, es decir, que no se eclipsa nunca en nuestra vida, que resplandece siempre sobre nosotros y que ilumina también las noches más oscuras.

Y entonces, mirando al Crucificado, estamos llamados a la altura de ese amor: a purificarnos de nuestras ideas distorsionadas sobre Dios y de nuestras cerrazones, a amarlo a Él y a los demás, en la Iglesia y en la sociedad, también a aquellos que no piensan como nosotros, e incluso a los enemigos.

Amar; aunque cueste la cruz del sacrificio, del silencio, de la incomprensión y de la soledad, aunque nos pongan obstáculos y seamos perseguidos. Porque -como dijo también Juan Pablo I- si quieres besar a Jesús crucificado «no puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona, que tiene la cabeza del Señor» (Audiencia General, 27 septiembre 1978).

El amor hasta el extremo, con todas sus espinas; no las cosas hechas a medias, las componendas o la vida tranquila. Si no apuntamos hacia lo alto, si no arriesgamos, si nos contentamos con una fe al agua de rosas, somos —dice Jesús— como el que quiere construir una torre, pero no calcula bien los medios para hacerlo; éste “pone los cimientos” y después “no puede terminar el trabajo” (cf. v. 29). Si, por miedo a perdernos, renunciamos a darnos, dejamos las cosas incompletas: las relaciones, el trabajo, las responsabilidades que se nos encomiendan, los sueños, y también la fe.

Y entonces acabamos por vivir a medias; y cuánta gente vive a medias, también nosotros, muchas veces tenemos la tentación de vivir a medias. Vivir sin dar nunca el paso decisivo, esto significa vivir a medias, sin despegar, sin apostar todo por el bien, sin comprometernos verdaderamente por los demás. Jesús nos pide esto: vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo. Vive el Evangelio, vive la vida sin concesiones.

Hermanos, hermanas, el nuevo beato vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica solo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria. Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir (cf. A. Luciani/Juan Pablo I, Opera omnia, Padua 1988, vol. II, 11). Por eso, decía: «¡El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si han hecho cosas grandes, digan: siervos inútiles somos» (Audiencia General, 6 septiembre 1978).

Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, un rostro sereno y un rostro sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está́ enfadada, una Iglesia no enfadada, ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado, cayendo en el ‘indietrismo’.

Roguemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga “la sonrisa del alma”, aquella transparente, que no engaña, “la sonrisa del alma”; supliquemos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: «Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas» (Audiencia General, 13 septiembre 1978). Amén.



El Papa Francisco invita a imitar la humildad y la alegría del Beato Juan Pablo I
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa


Durante la beatificación de Juan Pablo I, el Papa Francisco destacó este domingo 4 de septiembre la humildad y la alegría de Albino Luciani y alentó a imitar su ejemplo para “vivir sin concesiones”, “no a medias”, a amar “hasta el extremo”.

El Santo Padre presidió el rito de la beatificación y pronunció la homilía, mientras que la Santa Misa fue presidida por el prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, el Cardenal Marcello Semeraro.

Durante la liturgia eucarística el Papa permaneció sentado a un costado del altar.

La Eucaristía fue concelebrada por el postulador de la causa, el Cardenal Beniamino Stella, el secretario de Estado Vaticano y presidente de la Fundación Vaticana Juan Pablo I, el Cardenal Pietro Parolin, y también por numerosos cardenales, obispos y sacerdotes.

La ceremonia se llevó a cabo en la plaza de San Pedro del Vaticano, en un clima lluvioso.

En su homilía, el Papa invitó a imitar a Jesús para “amar sin medida”, mirando al Crucificado para “purificarnos de nuestras ideas distorsionadas sobre Dios y de nuestras cerrazones, a amarlo a Él y a los demás, en la Iglesia y en la sociedad, también a aquellos que no piensan como nosotros, e incluso a los enemigos”.

“Amar; aunque cueste la cruz del sacrificio, del silencio, de la incomprensión y de la soledad, aunque nos pongan obstáculos y seamos perseguidos. Porque -como dijo también Juan Pablo I- si quieres besar a Jesús crucificado no puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona, que tiene la cabeza del Señor”, dijo el Papa.

En esta línea, el Santo Padre alentó a amar “hasta el extremo, con todas sus espinas; no las cosas hechas a medias, las componendas o la vida tranquila”.

“Si, por miedo a perdernos, renunciamos a darnos, dejamos las cosas incompletas: las relaciones, el trabajo, las responsabilidades que se nos encomiendan, los sueños, y también la fe”, advirtió.

“¡Cuánta gente vive a medias! También nosotros, muchas veces tenemos la tentación de vivir a medias. Vivir sin dar nunca el paso decisivo, esto significa vivir a medias, sin despegar, sin apostar todo por el bien, sin comprometernos verdaderamente por los demás. Jesús nos pide esto: vive el Evangelio y vivirás la vida, no a medias sino hasta el extremo. Vive el Evangelio, vive la vida sin concesiones”, invitó el Papa Francisco.

Por ello, el Papa invitó a imitar al nuevo beato Juan Pablo I porque “vivió de este modo: con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica solo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio ‘yo’ en el centro y buscar la propia gloria” y añadió que “por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde”.

“Con su sonrisa, el Papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, un rostro sereno y un rostro sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está́ enfadada, una Iglesia no enfadada, ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado, cayendo en el ‘indietrismo’”, indicó el Papa.

De este modo, el Papa Francisco sugirió pedir “la sonrisa del alma” que es una sonrisa “transparente, que no engaña” y sugirió rezar con las palabras de Juan Pablo I “Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas”.

Antes de concluir la ceremonia, el Papa Francisco dedicó un particular saludo a las delegaciones oficiales presentes, encabezadas por el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella y agradeció la presencia de los fieles procedentes de Venecia, Belluno y Vittorio Veneto, Diócesis en las que ejerció su ministerio sacerdotal y episcopal el Beato Albino Luciani.

Luego, el Santo Padre invocó su oración a la Virgen María “para que obtenga el don de la paz en todo el mundo, especialmente en la martirizada Ucrania”.

“Que Ella, la primera y perfecta discípula del Señor, nos ayude a seguir el ejemplo y la santidad de vida de Juan Pablo I”, rezó el Santo Padre.

Al finalizar la Misa, el Papa Francisco saludó en silla de ruedas a los cardenales presentes y recorrió en el papamóvil los pasillos de la plaza de San Pedro para saludar y bendecir a los miles de fieles presentes en el Vaticano.

FIESTA EN EL CIELO - PAPA FRANCISCO BEATIFICA A JUAN PABLO I - DOMINGO 4 DE SEPTIEMBRE DE 2022


 ¡Fiesta en el Cielo! Papa Francisco beatifica a Juan Pablo I

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa


El Papa Francisco beatificó este domingo 4 de septiembre a su predecesor Juan Pablo I conocido como “el Papa de la sonrisa”.

La ceremonia se llevó a cabo bajo la lluvia en la plaza de San Pedro del Vaticano ante miles de personas procedentes de diferentes partes del mundo.

Como es tradición, el rito de la Beatificación se llevó a cabo al inicio de la Santa Misa.

El obispo de Belluno – Feltre, Mons. Renato Marangoni, junto al postulador de la causa, el Cardenal Beniamino Stella, solicitaron al Santo Padre beatificar al Siervo de Dios Juan Pablo I.

Después, el Cardenal Stella leyó una breve biografía de Albino Luciani acompañado por la vice postuladora, Stefania Falasca.

Al terminar la lectura de los datos biográficos, el Papa Francisco declaró Beato a Juan Pablo I.

Luego, se descubrió un gran retrato del nuevo beato colocado en la fachada de la Basílica de San Pedro, mientras que se los presentes aplaudían y el coro entonaba el Aleluya.

Finalmente, el Papa Francisco recibió una reliquia de Juan Pablo I que fue colocada a un lado del Altar. Se trató de un escrito autógrafo de Albino Luciani de 1956 con “un esquema de reflexión espiritual sobre las tres virtudes teologales -la fe, la esperanza y la caridad- que recuerda el Magisterio de las Audiencias Generales del 13, 20 y 27 de septiembre de 1978”, describió la postulación de la causa.

La reliquia fue entregada al Papa por familiares de Albino Luciani, por dos religiosas que vivieron con él durante su breve Pontificado y por el sacerdote argentino José Dabusti, testigo del milagro que ocurrió en Buenos Aires por la intercesión de Juan Pablo I.


Breve biografía

Albino Luciani nació el 17 de octubre de 1912 en la localidad de Canale d’Agordo en Italia. Lo bautizó ese mismo día una señora de nombre Maria Fiocco, ante “el inminente peligro para su vida”, como señala la página web del Vaticano.

El pontificado de Juan Pablo I comenzó el 3 de septiembre de 1978, y duró tan solo 33 días, uno de los más breves en la historia de la Iglesia. Falleció el 28 de septiembre de 1978 en el Palacio Apostólico del Vaticano.

Juan Pablo I, conocido como el Papa de la sonrisa, fue elegido sucesor de San Pablo VI el 26 de agosto de 1978.

Su nombre reúne los de sus dos predecesores inmediatos. Fue Juan por San Juan XXIII, y Pablo por San Pablo VI; como una forma de homenajear a ambos pontífices que lideraron el Concilio Vaticano II, el evento más importante de la Iglesia en el siglo XX.

Ingresó al seminario menor de Feltre (Italia) en octubre de 1923 y en octubre de 1928 pasó al seminario gregoriano de Belluno.

Fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1935, con solo 22 años. Estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde realizó la tesis “El origen del alma humana según Antonio Rosmini”.

El 15 de diciembre de 1958 San Juan XXIII lo designó Obispo de Vittorio Veneto, recibiendo la consagración episcopal el 27 de diciembre de manos del mismo Pontífice en la Basílica de San Pedro.

El 1 de febrero de 1970, luego de haber participado en las sesiones del Concilio Vaticano II, San Pablo VI lo designó Patriarca de Venecia. Tres años después, el 5 de marzo de 1973, fue creado cardenal.

Participó en el primer cónclave de 1978 en el que resultó elegido el 26 de agosto. 33 días después, el 28 de septiembre, falleció a causa de un infarto en el Palacio Apostólico del Vaticano.

Sus restos mortales fueron sepultados en las Grutas Vaticanas el 4 de octubre de 1978. La causa de canonización se abrió en la diócesis de Belluno-Feltre el 23 de noviembre de 2003 y se concluyó el 9 de noviembre de 2017 con el decreto de proclamación de las virtudes heroicas.

El 13 de octubre de 2021 fue publicado el decreto con el que el Papa Francisco reconoció el milagro atribuido a la intercesión de Juan Pablo I en favor de una niña de la Arquidiócesis de Buenos Aires que estaba a punto de morir por una enfermedad cerebral.

BUENOS DÍAS!!!! FELIZ DOMINGO!!!

 





domingo, 28 de agosto de 2022

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 28 DE AGOSTO DE 2022

 



Domingo XXII (C) del tiempo ordinario

Domingo 28 de agosto



1ª Lectura (Eclo 3,17-18.20.28-29): Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor. «Muchos son los altivos e ilustres, pero él revela sus secretos a los mansos». Porque grande es el poder del Señor y es glorificado por los humildes. La desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces. Un corazón prudente medita los proverbios, un oído atento es el deseo del sabio.

Salmo responsorial: 67

R/. Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para los pobres.

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad a su nombre; su nombre es el Señor.


Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.


Derramaste en tu heredad, oh, Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada; y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh, Dios, preparó para los pobre.

2ª Lectura (Heb 12,18-19.22-24a): Hermanos: No os habéis acercado a un fuego tangible y encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni al estruendo de las palabras, oído el cual, ellos rogaron que no continuase hablando. Vosotros, os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.

Versículo antes del Evangelio (Mt 11,29ab): Aleluya. Tomad mi yugo, dice el Señor, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 14,1.7-14): Un sábado, habiendo ido a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: ‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».


Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».






«Los invitados elegían los primeros puestos»

Rev. D. Enric PRAT i Jordana

(Sort, Lleida, España)


Hoy, Jesús nos da una lección magistral: no busquéis el primer lugar: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto» (Lc 14,8). Jesucristo sabe que nos gusta ponernos en el primer lugar: en los actos públicos, en las tertulias, en casa, en la mesa... Él conoce nuestra tendencia a sobrevalorarnos por vanidad, o todavía peor, por orgullo mal disimulado. ¡Estemos prevenidos con los honores!, ya que «el corazón queda encadenado allí donde encuentra posibilidad de fruición» (San León Magno).

¿Quién nos ha dicho, en efecto, que no hay colegas con más méritos o con más categoría personal? No se trata, pues, del hecho esporádico, sino de la actitud asumida de tenernos por más listos, los más importantes, los más cargados de méritos, los que tenemos más razón; pretensión que supone una visión estrecha sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea. De hecho, Jesús nos invita a la práctica de la humildad perfecta, que consiste en no juzgarnos ni juzgar a los demás, y a tomar conciencia de nuestra insignificancia individual en el concierto global del cosmos y de la vida.

Entonces, el Señor, nos propone que, por precaución, elijamos el último sitio, porque, si bien desconocemos la realidad íntima de los otros, sabemos muy bien que nosotros somos irrelevantes en el gran espectáculo del universo. Por tanto, situarnos en el último lugar es ir a lo seguro. No fuera caso que el Señor, que nos conoce a todos desde nuestras intimidades, nos tuviese que decir: «‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto» (Lc 14,9).

En la misma línea de pensamiento, el Maestro nos invita a ponernos con toda humildad al lado de los preferidos de Dios: pobres, inválidos, cojos y ciegos, y a igualarnos con ellos hasta encontrarnos en medio de quienes Dios ama con especial ternura, y a superar toda repugnancia y vergüenza por compartir mesa y amistad con ellos.

HOY CELEBRAMOS A SAN AGUSTÍN, DOCTOR DE LA IGLESIA, 28 DE AGOSTO

 



SAN AGUSTÍN

28 de agosto



San Agustín no es reconocido como el santo de la humildad, pero sin humildad, no habría llegado a santo.

Aprovechamos la lectura de hoy, donde El Señor Jesús nos enseña sobre la humildad, para resaltar que san Agustín, un hueso duro de roer, no pudo reconocer a Dios sino hasta que reconoció humildemente su fragilidad y limitación como ser humano, criatura de Dios.

Solo con humildad, pudo abrir sus ojos a Dios y verle como el Señor de todo y verse a sí mismo como el siervo inútil y necio. Lo buscó en su mente, llena de dudas y conceptos heréticos; lo busco en libros que poco le decían, lo buscó en su corazón, pero la soberbia no le dejaba ver. Pero en las sagradas escrituras, vistas con deseos de fe y la actitud humilde, pudo comprender que a quien buscaba siempre estuvo con él.

El gran problema de las grandes, es creérselo. Y el gran problema de los pequeños, es que desean ser grandes. La humildad es tan sencilla. Cuando Agustín era aplaudido por sus grandes ponencias de oratoria, el ego lo hacía presa. Porque es en los aplausos que la humildad encuentra su principal lucha. Incluso cuando te aplauden por ser humilde. La humildad radica en reconocer nuestra posición ante Dios con nuestras pequeñas grandezas y nuestras grandes pequeñeces.

¡FELIZ SEMANA!

 





 

¿QUÉ SIGUE DESPUÉS DE LA MUERTE? CIELO, PURGATORIO Y INFIERNO






 

domingo, 21 de agosto de 2022

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 21 DE AGOSTO DE 2022

 



 Domingo XXI (C) del tiempo ordinario

Domingo 21 de agosto de 2022



 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (Is 66,18-21): Esto dice el Señor: «Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria. Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén —dice el Señor—, así como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor. También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas —dice el Señor—».



Salmo responsorial: 116

R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.


2ª Lectura (Heb 12,5-7.11-13): Hermanos: Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos». Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.

Versículo antes del Evangelio (Jn 14,6): Aleluya. Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre, si no es por mí, dice el Señor. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 13,22-30): En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’; y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».



«Señor, ¿son pocos los que se salvan?»

Rev. D. Pedro IGLESIAS Martínez

(Rubí, Barcelona, España)




Hoy, el evangelio nos sitúa ante el tema de la salvación de las almas. Éste es el núcleo del mensaje de Cristo y la “ley suprema de la Iglesia” (así lo afirma, sin ir más lejos, el mismo Código de Derecho Canónico). La salvación del alma es una realidad en cuanto don de Dios, pero para quienes aún no hemos traspasado las lindes de la muerte es tan solo una posibilidad. ¡Salvarnos o condenarnos!, es decir, aceptar o rechazar la oferta del amor de Dios por toda la eternidad.

Decía san Agustín que «se hizo digno de pena eterna el hombre que aniquiló en sí el bien que pudo ser eterno». En esta vida sólo hay dos posibilidades: o con Dios, o la nada, porque sin Dios nada tiene sentido. Visto así, vida, muerte, alegría, dolor, amor, etc. son conceptos desprovistos de lógica cuando no participan del ser de Dios. El hombre, cuando peca, esquiva la mirada del Creador y la centra sobre sí mismo. Dios mira incesantemente con amor al pecador, y para no forzar su libertad, espera un gesto mínimo de voluntad de retorno.

«Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13,23). Cristo no responde a la interpelación. Quedó entonces la pregunta sin respuesta, y también hoy, pues «es un misterio inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. El silencio de la Iglesia es, pues, la única posición oportuna del cristiano» (San Juan Pablo II). La Iglesia no se pronuncia sobre quienes habitan el infierno, pero —basándose en las palabras de Jesucristo— sí que lo hace sobre su existencia y el hecho de que habrá condenados en el juicio final. Y todo aquel que niegue esto, sea clérigo o laico, incurre sin más preámbulos en herejía.


Somos libres para tornar la mirada del alma al Salvador, y somos también libres para obstinarnos en su rechazo. La muerte petrificará esa opción por toda la eternidad...

PAPA FRANCISCO DA 6 EJEMPLOS DE LA VIDA DIARIA PARA ALCANZAR EL CIELO

 



 Papa Francisco da 6 ejemplos de la vida diaria para alcanzar el Cielo

POR EDUARDO BERDEJO | ACI Prensa


El Papa Francisco dio seis ejemplos de gestos cotidianos de amor que pueden realizar los fieles para alcanzar el Cielo, siguiendo el llamado de Cristo a esforzarse para “entrar por la puerta estrecha” de la salvación.

En sus palabras previas al rezo del Ángelus, el Santo Padre reflexionó sobre la lectura del Evangelio de este domingo, en la que un hombre le pregunta a Jesús si son pocas las personas  que se salvarán. “El Señor responde: ‘Traten de entrar por la puerta estrecha’”, recordó el Pontífice.

El Papa Francisco dijo que “la puerta estrecha es una imagen que podría asustarnos, como si la salvación fuera destinada solo a pocos elegidos o a los perfectos”.

“Pero esto contradice lo que Jesús nos ha enseñado en muchas ocasiones; de hecho, poco más adelante, Él afirma: ‘Vendrán muchos de oriente y de occidente, del norte y del sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios’. Por lo tanto, esta puerta es estrecha, ¡pero está abierta a todos!”, aseguró.

El Papa explicó que cuando Cristo señala que Él es la puerta, quiere decir que la vida del cristiano debe moldearse a medida de Jesús y de su Evangelio. “No lo que pensamos nosotros, sino lo que nos dice Él”, indicó.

En ese sentido, “se trata de una puerta estrecha no por ser destinada a pocas personas, sino porque pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de sí mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz”.

“Entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz”, afirmó.

Por ello, el Papa Francisco dio a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro seis ejemplos de “gestos cotidianos de amor” que, llevados con esfuerzo, ayudan a entrar al Cielo por la puerta estrecha:

“Los padres que se dedican a los hijos haciendo sacrificios y renunciando al tiempo para sí mismos”.

Las personas “que se ocupan de los demás y no solo de sus propios intereses”.

La persona que “se dedica al servicio de los ancianos, de los más pobres y de los más frágiles”.

“Quien sigue trabajando con esfuerzo, soportando dificultades y tal vez incomprensiones”.

El católico que “sufre a causa de la fe, pero continúa rezando y amando”.

Los fieles que, “en lugar de seguir sus instintos, responden al mal con el bien, encuentran la fuerza para perdonar y el coraje para volver a empezar”.

El Papa Francisco dijo que estos “son algunos ejemplos de personas que no eligen la puerta ancha de su conveniencia, sino la puerta estrecha de Jesús, de una vida entregada en el amor”.

“Estas personas, dice hoy el Señor, serán reconocidas por el Padre mucho más de los que se creen ya salvados y, en realidad, son ‘los que hacen el mal’”, afirmó el Papa.

El Santo Padre terminó su reflexión con las siguientes preguntas: ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos pero nos vuelve capaces de acoger la verdadera vida que viene de Dios? ¿De qué lado estamos?”.

“Que la Virgen, que siguió a Jesús hasta la cruz, nos ayude a medir nuestra vida sobre Él, para entrar en la vida llena y eterna”, expresó.

DÍA DEL CATEQUISTA: TRANSMITIR LA FE ES UNO DE LOS SERVICIOS MÁS HERMOSOS

  


Día del Catequista: Transmitir la fe es uno de los servicios más hermosos

POR EDUARDO BERDEJO | ACI Prensa




La Iglesia Católica celebra en Uruguay, Argentina y Colombia este 21 de agosto el Día del Catequista, y con ese motivo se han emitido mensajes y organizado actividades para alentar a los fieles a formarse para llevar la Palabra de Dios.

En su mensaje del 17 de agosto, el presidente del Departamento de Catequesis del Episcopado uruguayo, Mons. Pablo Jourdan, afirmó que “transmitir la fe es uno de los servicios más hermosos que podemos realizar en nuestro ‘Uruguay laico’”.

Asimismo, destacó que “todo catequista dona su tiempo para compartir” la fe, “este tesoro que hemos recibido. Es una tarea que implica una espiritualidad profunda”.

Mons. Jourdan, también Obispo de Melo, agradeció a Dios “este tiempo de renovación de la catequesis, impulsada por el nuevo ‘Directorio para la catequesis’ y el llamado al ‘Ministerio de Catequista’”.

“Tenemos la certeza de que el Espíritu Santo nos permitirá seguir ‘encarnando’ estas propuestas en nuestras comunidades. Dios nos bendiga a todos los catequistas para que nuestras vidas continúen siendo mensaje evangélico. ¡Feliz día de la catequesis!”, expresó.


Los catequistas tienen un rol fundamental

Por su parte, el Obispo de San Francisco (Argentina), Mons. Sergio Buenanueva, llamó a dar gracias a Dios porque “el Espíritu Santo siempre ha encontrado catequistas, pastores, agentes de pastoral dóciles a sus inspiraciones”.

En su mensaje del 16 de agosto, el Prelado dijo que “si la catequesis es un espacio en el que ha de resonar el Evangelio para hacer madurar a los bautizados como discípulos misioneros, ese eco se produce cuando la Palabra resuena en los corazones de catequistas y catecúmenos”.

“Al celebrar este Día del Catequista 2022, como su obispo los invito a renovar el deseo ardiente que nos llevó a abrazar esta hermosa vocación: busquemos con pasión ser eco del Evangelio escuchando la voz del Espíritu en las múltiples voces que resuenan en nuestros encuentros de catequesis”, expresó.

Gracias por atender el llamado del Señor

En el caso de Colombia, el Episcopado lleva adelante desde el 3 de agosto el ciclo de conferencias “Hablemos de Catequesis” con expertos nacionales e internacionales para “brindar un espacio de formación y actualización” a los catequistas.

“Agradecemos a todos los catequistas de Colombia por haber atendido la llamada del Señor para contribuir a la acción catequética de la Iglesia y los encomendamos al Señor Jesús, para que Él les siga guiando en tan alto ministerio”, expresó el P. Francisco Mejía, director del Departamento de Catequesis y Animación Bíblica del Episcopado.

La última conferencia será el 24 de agosto sobre el tema “La espiritualidad del catequista. Seducidos por la palabra”, y será brindada por la hermana Rosmery Castañeda, directora de la Escuela de Pastoral Bíblica en Panamá. Esta podrá seguirse por la cuenta de Twitter y de Facebook del Episcopado.

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