María de Nazareth
Padre Enrique Cases
Estás tan alta ¡Mamá!
que casi te deshumanan.
Trasunto de lo divino
y vértice de lo humano.
Eres mujer, Virgen, Madre.
Eres criatura nueva
desde el inicio hasta el fin
Tu mente es luz sobre luz,
luz sin oscuridad,
tiniebla de triste pecado,
luz de fe, don luminoso,
luz que crece semilla,
pero fuerte y poderosa,
luz del don del Poderoso,
luz quizá única, tuya.
Pero, aún así,
el día de la Anunciación
tiemblas porque desconoces.
Cuando el Niño no aparece
no sabes donde está Jesús
y le buscas día a día,
hasta que de lo más hondo
le dices sin poder más ¿por qué?
y piensas lo que te revela.
Miras la vida diaria,
y ahí entiendes algo más,
pues en Nazareth se santifica
lo más y más esencial:
el hogar y el trabajar.
Pero cuando ves a Jesús
en la Pasión dolorosa
un velo cubre tu mente,
pues no es fácil comprender
al potente inerme y muerto
pero como mujer fuerte,
crees y quieres creer.
Tu corazón es humano
como lo fue el de Jesús.
El lloró y tú ¿por qué no?
El rió y tu sonríes,
El cantó contigo un dúo
El habla, es uno más,
cada pasión es la suya,
el pobre,
el rico
y el sabio,
el leproso
y hasta el ebrio.
Con todos se identifica
y les sube poco a poco.
Tú también quieres así,
con amor muy humanado.
Tu querer es querer querer,
quieres lo que Dios quiere,
pero también es tu querer,
desear aquella rosa,
y la sonrisa de un niño
y el saludo del rey mago,
las gracias del ciego pobre
y los ayes de las madres.
Quieres como todos quieren,
pero no un querer porque sí,
ni querer por egoísmo,
ni querer por poseer,
quieres como quiere Dios,
pero al modo femenino.
Así lo humano se conforma
y se transforma en divino;
sin dejar de ser, ni un poco,
de aquí y muy humanado.
Sufres al ver la Cruz,
sufres y amas mejor,
con un amor aún mayor
que cuando te habló Gabriel.
Así, luz, querer, dolor,
son humanos y divinos
de una mujer, la Mujer
que siempre dijo que Sí.
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