Laudes a María
Casiano Floristán
«Dios te salve, María»,
doncella agraciada de Nazaret,
nacida inmaculada.
Salve, mujer del pueblo,
creyente, pobre y sencilla,
abierta a la sabiduría divina.
Salve, espejo y resto de Israel,
vivo rescoldo entre cenizas,
en espera del cumplimiento
de las promesas del Dios.
«Alégrate, María, llena de gracia,
Dios está contigo».
Así re saludó el ángel Gabriel,
cuando estabas prometida
con José, varón justo de Nazaret.
Te anunció que serías fecunda
a la sombra del Espíritu
y darías a luz un hijo, llamado Jesús.
Fuiste oyente de la palabra,
obediente y activa, privilegiada,
llena de gracia y hermosura.
«Dichosa fuiste, María»,
cuando embarazada
subiste presurosa a la montaña,
a visitar a Isabel,
para comunicarle la buena nueva
del adviento del Señor,
y recibir el elogio de ser
la más dichosa de las mujeres.
«Bienaventurada eres, María»,
presente en las bodas de Caná,
atenta a las penurias humanas
y a la palabra salvadora de tu Hijo,
«Haced lo que él os diga»,
dijiste al maestresala de la gran Boda,
en medio de los ajetreos de una boda humilde.
Eres María, hija de Sión,
la mujer nueva.
Bendito es tu seno, madre de Jesús y madre nuestra.
Así te alabó una mujer del pueblo,
maravillada de m dicha materna.
Una alabanza mayor
recibiste de tu hijo Jesús,
cuando sentenció: «Más dichosos son
los que cumplen la palabra de Dios».
Serena y dolorosa,
de pie, junto a la cruz,
modelo de creyentes,
madre de la Iglesia.
Al cielo te llevaron los ángeles
palmo a palmo,
por la gracia de Dios.
«Dios re salve, María».
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