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martes, 3 de diciembre de 2013
EL ESPÍRITU SANTO, NUESTRO GUÍA EN ADVIENTO
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento
Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él.
Durante el Adviento no podemos olvidar la presencia del Espíritu Santo que primero actúa profetizando la venida del Mesías, y después, en Jesucristo. Esto es para nosotros una muy especial indicación por parte de Dios Nuestro Señor de que las necesidades que posee el hombre sólo pueden realizarse desde una perspectiva: la del Espíritu Santo. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que esto únicamente es posible para el alma que se convierte en dócil instrumento del Espíritu Santo, pues es Él quien nos permite ir llegando con paso firme a todas y cada una de las metas que Dios nos va poniendo a lo largo de la vida. No estamos solos, el Señor no nos abandona. La presencia de Jesucristo en nuestras vidas no es nada más una compañía, es también una guía, una luz. Y nunca olvidemos que esta iluminación quien la realiza es el Espíritu Santo.
El profeta Isaías nos habla de un momento, en los tiempos mesiánicos (cuando venga el Mesías), en que todo será paz, y cómo el Espíritu de Dios colmará el mundo. Dice el Profeta: “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la Tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar”.
En la Encarnación es el Espíritu Santo el que cubre con su sombra a la Santísima Virgen para que sea engendrado el Hijo de Dios. Y es también el Espíritu Santo el que, cada vez que queremos tener a Cristo en nuestra alma, se hace presente para construir en nosotros la presencia, la vida de Cristo. El Espíritu Santo es el Santificador, es el que realiza en el alma la función de dar vida en el Señor. Es Él quien nos aconseja, guía e ilumina, fortaleciéndonos para que el mensaje que la Navidad viene a traer a nuestras almas se pueda cumplir.
En este Adviento, en este camino hacia la Navidad, hacia la presencia plena de Cristo en nuestra alma, no estamos guiados por una estrella, estamos guiados por el Espíritu de Dios Nuestro Señor. Esto tiene que ser para nosotros una grandísima certeza, tiene que darnos una gran paz y una gran serenidad. Sin embargo, exige de nosotros un entrenamiento que consiste en aprender a escuchar lo que el Espíritu Santo va diciendo a nuestra conciencia, el someter nuestro juicio a lo que Él nos va pidiendo y el ser capaces de amar el modo concreto con el cual va educando nuestro corazón.
Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él. Si tuviéramos dentro de nosotros esta presencia constante del Espíritu Santo podríamos participar de la acción de gracias que Jesucristo hace al Padre: “Te doy gracias Padre del Cielo y de la Tierra, porque has revelado estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”.
¡Cuántas veces nuestra forma de ver las cosas y nuestros juicios son los que gobiernan nuestras vidas! ¡Cuántas veces pretendemos entender todas las cosas según la cuadrícula de nuestra sabiduría, y nos olvidamos que la sabiduría de Dios es la que tiene que regir nuestra vida!
Cuando leemos las profecías de Isaías, donde aparece el lobo habitando con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y el león pastando juntos, podría aparecer la pregunta: ¿Todo eso existe? ¿Es un sueño o es una realidad? Lo que el profeta nos está diciendo es que aun aquello que parece imposible al hombre, que en la lógica humana jamás podría llegar a darse, el Espíritu Santo lo puede realizar.
En este Adviento, aprendamos a romper las lógicas humanas, a deshacer nuestras cuadrículas, nuestras formas de ver muchas situaciones, de vernos, incluso, a nosotros mismos. Dejemos a un lado tantas y tantas cosas que clasifican nuestra existencia de una manera determinada y que, en definitiva, la alejan de Dios. Permitamos al Espíritu Santo hablar en nuestra vida, guiarnos e inspirarnos. No es tan difícil, es cuestión de aprender a escuchar, de no hacer ruido en nuestra alma, de ponernos delante de Dios y no oír otra cosa más que a Él, para que nada interrumpa esa comunicación de amor entre Dios y cada uno de nosotros.
Nuestro corazón debe estar dispuesto a escuchar a Dios, para que este tiempo de Adviento, en el que se produce la mayor alegría para el hombre, que es el encuentro con el Señor, no pase con las hojas del calendario, sino que sea un tiempo que permanezca en el corazón. Con una gran apertura interior, permitámosle al Espíritu Santo hablar, para así poder ir quitando todo aquello que nos impiden tener paz en el alma, junto a Cristo en Belén.
El profeta Isaías nos dice: “Aquel día, la raíz de Jesé se levantará como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones”. ¿Hay en mi alma avidez de Dios? ¿Hay en mi corazón sed de este Cristo, que es la raíz de Jesé? ¿Hay en mi interior el anhelo de encontrarme con Jesús? Si no lo hay, permitamos que el Espíritu Santo vaya cambiando nuestro corazón hasta que Él lo llene. Y pidámosle que en este período de Adviento, Él vaya transformando nuestra existencia de tal manera que nunca nos sintamos solos, para que se pueda cumplir en nosotros la profecía de que somos dichosos porque vemos la presencia de Cristo en nuestra vida, vemos su influjo en la sociedad: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis”.
¿QUÉ SIGNIFICAN LOS COLORES DE LA CORONA DE ADVIENTO?
¿QUÉ SIGNIFICAN
LOS COLORES DE LA CORONA DE ADVIENTO?
• Significado. El círculo de follaje verde, recuerda la eternidad de Dios y nos hace pensar en los miles de años de espera del Mesías, desde Adán hasta su nacimiento y, en la actual espera de la segunda venido de Cristo. El color verde significa la esperanza de la vida.
Las cuatro velas que se colocan alrededor, significan la luz que disipan las tinieblas del pecado, son tres de color morado, que hablan del deseo de conversión y una rosa que habla de la alegría vivida con María, por la inminente llegada de Jesús.
La vela blanca del centro es la Luz de Jesús que con su nacimiento, viene a iluminar definitivamente la vida del hombre.
• Celebración. Es una costumbre que reúne a la familia, pues es allí en donde se sugiere la celebración. La familia unida hace una oración en torno a la corona, con alguna meditación alusiva a las lecturas dominicales; se enciende una vela cada semana cantando algo que hable de la espera del Salvador. La noche del 24 de diciembre con las cuatro velas encendidas, se enciende por último la vela blanca cantando villancicos y se "acuesta al niño Jesús" en el nacimiento, como de costumbre, desde luego después de haber leído el Evangelio del relato del Nacimiento en Belén y de haber hecho una reflexión y oración todos juntos. Generalmente en los templos se reparten hojas con oraciones sugeridas para esta celebración.
lunes, 2 de diciembre de 2013
LA VIRGEN MARÍA, AQUELLA QUE ESPERA
Aquella que espera
María-Teresa Fischer
“Cuando yo te imagino, María,
esperando a Aquel que se llamará Jesús,
no te veo para nada como en las piadosas imágenes
donde tú apareces meditando la Escritura con las manos juntas.
Tú no eras un mito, ni una figura de cuentos de hadas,
sino una verdadera jovencita de carne y hueso
que había concebido un verdadero niño.
No creo faltarte el respeto
si tu espera, para mí, es algo más concreto.
Como yo te veo, María,
es tendida sobre tu lecho en el vacío profundo de la noche silenciosa,
con los ojos grandes, abiertos en las tinieblas,
y tu mano,
apoyada en la curva cada vez más insólita de tu vientre dilatado,
escrutando los mensajes de Aquel que te habita,
puesta la palma de la mano a la escucha como un oído atento.
Entonces, cuando Él salta y cuando a través de tu carne
sientes concretamente la invisible presencia,
una ola de amor se desencadena sobre ti,
haciendo brotar las lágrimas en tus ojos, la sonrisa en tus labios,
y desde el fondo de tu corazón, ese deseo loco
de ver por fin a Aquel que está en ti,
de descubrir su rostro,
de poder abrirle tus brazos,
de manifestarle tu ternura
y de conocer un día el sol de su sonrisa…
María de la Espera,
enséñanos a escrutar vigilantes de la misma manera
los mensajes de Dios en nuestra vida,
de este Dios que quiere
habitar en lo más profundo de nosotros,
Él que, como el niño que va a nacer,
es a la vez presente y porvenir.
Entonces, maravillados,
en lugar de temer su venida,
a la manera de una mujer que se angustia en el parto,
nosotros seremos sumergidos de amor
por el luminoso deseo
de verlo por fin cara a cara”.
ADVIENTO, TIEMPO MARIANO
ADVIENTO, TIEMPO MARIANO
Adviento, tiempo de espera, tiempo de alegrarse con María
Padre Antonio Orozco-Delclós
Adviento, tiempo de espera, tiempo de alegrarse con María
Padre Antonio Orozco-Delclós
Tiempo para acompañar a la Virgen grávida durante las últimas semanas de su Buena Esperanza, cuando el peso de Jesús se hace sentir más. Ella va nutriendo en su seno teje que teje- la naturaleza humana del Hijo Unigénito del Padre. Y siente el peso, un peso dulce, del Hijo de Dios humanado.
Vive a la letra lo que unos siglos más tarde dirá lapidariamente san Agustín: «mi amor es mi peso» (Amor meus, pondus meus). Se refería el obispo de Hipona a que así como todas las cosas tienden a su centro de gravedad, su corazón se precipitaba al Amor inmenso de Dios, como atraído por irresistible imán. María llevaba en su seno inmaculado el verdadero Centro de todas las cosas, de todo amor, que bien es llamado Amor de los amores. ¡Qué peso! ¡Qué responsabilidad! ¡Qué cuidado! ¡Qué olvido de sí!
Adviento es tiempo para acompañar a Nuestra Madre y «ayudarla» a llevar el peso de Dios, el peso de Jesús hasta Belén. Es tiempo de confidencias con la Portadora de Dios Hijo hecho Niño en su seno (Cristófora). Es muy necesario, porque lo más parecido a la Santísima Virgen de viaje a Belén es el cristiano de viaje por el mundo, sobre todo cuando acaba de recibir a Jesús Sacramentado (cristóforo). Normalmente, el cristiano que vive de la fe, está en gracia de Dios y es templo del Espíritu Santo, tanto como decir asiento de la Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo inhabitan en el alma del «justo». Habitualmente en nuestro corazón hay «un cielo». Habita o según dicen los teólogos reforzando la expresión- «inhabita» Dios Uno y Trino.
-¿Cómo es posible? ¡Si no se nota nada!
Bueno, preciso es reconocer que nuestra sensibilidad es escasa. San Pablo dice que el Espíritu Santo clama en nuestro corazones el grito de nuestra filiación divina: «Abbá!», ¡Padre! (más exactamente: ¡Papá!). Escucha. ¿No oyes? Tal vez te faltan algunos años de silencio interior. Tendrías que empezar ya a entrenarte un ratito cada día. Lo mejor sería acudir a la Virgen:
-Mamá, no oigo nada.
-Ven, hijo mío. Con este tapón en los oídos, ¿cómo vas a oír?
Su maternidad se extiende a tantas gentes; y muchas no conocen a su Madre ni a su Padre, no saben de su filiación divina ni de su filiación mariana y andan por derroteros que separan de su Hijo. Ha de ser un peso grave éste, para Ella.
Con Ella se aprende a llevar el peso de Dios, y de todo lo que es de Dios, lo que Dios ha querido poner sobre nuestros hombros.
En primer lugar, el peso de la propia existencia, que al avanzar el tiempo va haciéndose más gravoso. La famosa «levedad del ser» sólo puede parecer al que vive en la espuma de la vida; no a quien vive la existencia en profundidad. En ocasiones incluso el «ser», la existencia, la vida, puede hacerse muy pesada. Además, a menudo, es preciso llevar el peso de otros, según la máxima del Apóstol: «llevad los unos las cargas de los otros». En ocasiones, se hace largo el camino. Sucede que «a veces me canso de ser hombre», como escribía el poeta.
Con María comprendemos mejor que el yugo de Cristo es suave y la carga ligera: Él la lleva con nosotros.
Es preciso ver en el peso del trabajo, de las relaciones familiares, profesionales, sociales, el peso de Dios, que, al llevarlo con Él, resulta más liviano y gozoso. De este modo vivimos el espíritu de penitencia y purificación tan propio del tiempo de Adviento-, como debe ser, con alegría honda, esperanzada y agradecida. Con la oración, el sacrificio y la limosna. Dios carga sobre nosotros para que con Él, por Él y en Él santifiquemos esa existencia nuestra, santificando todo lo que toquemos: los deberes de estado, los deberes de cristianos coherentes.
Tiempo de alegrarse con María
Adviento es tiempo para conversar con María acerca de los puntos que tenemos en común, comenzando por el saludo del Ángel: ¡Alégrate!
¿Acaso un cristiano no ha oído nunca de parte de Dios a un ángel un padre, una madre, un hermano, un amigo, un pastor- que le haya dicho «¡alégrate!», porque eres cristiano, porque has hallado gracia ante Dios, porque en las aguas del bautismo el Espíritu ha descendido sobre ti, te ha ungido y te ha llenado de gracia, te ha hecho santo, hijo de Dios, consorte de la divina naturaleza, partícipe de la vida divina? ¿Nunca te ha dicho nadie esto? Pues ya va siendo hora.
La alegría será progresiva, a medida que se incremente el peso.
María es mujer singular, belleza única. Pero los hijos de Dios participan de todas las facetas de su belleza, de su gracia. Descúbrelas. Acércate, pregunta, infórmate. Decía Juan Pablo II aquel 29 de noviembre de 1978: «El hombre tiene el derecho, e incluso el deber, de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría. Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo». Si Dios quiere y nos da tiempo. Algo podremos hacer desde aquí.
Se columbra una Luz a lo lejos. Se adivina cercano el cielo de Belén, los pastores, los Ángeles, la estrella, los Magos... Allá haremos un alto en el camino, pausado y sabroso, para adorar mucho y besar al Niño Dios. Luego, le seguiremos - con María y José - a dondequiera que vaya.
domingo, 1 de diciembre de 2013
NUESTRA SEÑORA DEL ADVIENTO
NUESTRA SEÑORA DEL ADVIENTO
María, la Virgen, tiene muchas advocaciones. Unas más populares que otras; pero todas muy hermosas y entrañables, como no podía ser de otra manera, siendo la Madre de Jesús y nuestra Madre.
Recuerdo que cuando estuve de rector de nuestro Seminario, les pedí a todos los seminaristas (más de cien), que eran de distintos puntos y pueblos de España, que me diesen por escrito la advocación de la Virgen de su pueblo. Con todas ellas escribí unas letanías que se podían rezar en el rosario, o en otro momento oportuno. Había nombres de lo más curioso o llamativo, desde la “Virgen de los ojos grandes”, hasta “nuestra Señora de la Altagracia”, pasando por un “sin fin” de advocaciones más o menos caprichosas. ¡Lástima que no conserve dicha letanía!
Pero hoy quiero hacer hincapié en una advocación en consonancia con el tiempo que estamos viviendo: “Nuestra Señora de Adviento”. No necesita explicación. Pero quiero trascribir una oración preciosa que he hallado, sobre dicha advocación mariana. Dice así:
“Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, señora de la preñez evidente y extenuante. Cuánto deseamos que camines con nosotros. Cuánto necesitamos de tí. Mujer del pueblo que viajas presurosa y alegre a servir a Isabel, a pesar de tu vientre pesado y fatigoso. Entre las dos tejerán esperanzas y sueños. Señora del Adviento, señora de los brazos vacíos, también nosotros estamos preñados de esperanzas y sueños. Soñamos con que el canto de las aves no vuelva a ser turbado por el ruido de las balas. Soñamos con nuestros niños sin temores, cantando al fruto de tu vientre ya cercano. Soñamos con todos los niños del mundo, durmiendo tranquilos al arrullo de un villancico. Soñamos que nuestros viejos mueren tranquilos y en paz murmurando una oración. Soñamos con que algún día podremos volver a tener sueños y utopías y esperanzas. Señora del Adviento, la de los brazos vacíos, visítanos como a tu prima. Monta tu borriquito y ven presurosa. Nuestros corazones son pesebres huecos y fríos donde hace falta que nazca tu hijo. Ven, señora, con tus gritos de parto a calentar nuestros corazones, a seguir tejiendo esperanzas con nosotros, como lo hiciste con Isabel. Solo así, en medio de la noche iluminada por tus brazos, ahora llenos, y por tus pechos que amamantan, podremos volver a soñar…podremos gritar: ¡es Navidad!”.
El Adviento de María duró nueve meses. Nueve meses de espera y de gozosa esperanza, viviendo cada hora, cada minuto, el don de Dios. ¡Qué diálogos sin palabras mantendría con aquel Hijo que llevaba en sus entrañas, y que era, al mismo tiempo, su Dios y Señor!
Su cuerpo todo, hecho templo de Dios; su vientre, todo él grávido de divinidad y de humanidad, al mismo tiempo. Ella, la esclava del Señor es también la Madre del mismo Señor.
Y su alma toda, llena de gracia, sin pecado, inmaculada…porque nuestra Señora del Adviento, iba a ser, también, nuestra Señora de la Navidad.
LA ESPERA
LA ESPERA
Los Cielos Abiertos
Un pobre llama
y tú lo escuchas.
Vas por delante.
Tú amor no tiene límites
e ignora las fronteras.
En la casa del Padre
hay un sitio para muchos.
Vendrán del este y del oeste,
del poniente y del levante,
sin tarjeta de invitación
y sin reservas,
para sentarse a la mesa
que tú mismo preparas.
Tu gloria será como una bóveda,
como un techo de hojas
que nos protege del calor del día,
de la tempestad y de la lluvia.
Sin embargo, lo sé, es verdad,
no soy digno
de que hagas esto por mí.
Todos serán inscritos en Jerusalén y vivirán
Isaías 4,3
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